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Ese carnaval gallego donde pasean, velan y queman entre sollozos un loro gigante, bien cubierto de plumas y un satírico disfraz. El loro Ravachol, más bien su reencarnación de este año, nos mira todavía sin ver –le faltan los ojos, la mitad del plumaje y la pedicura– desde sus 2,8 metros de altura y sus 260 kg de tripas de viruta de madera prensada, envueltas en un esqueleto de malla de gallinero y una piel de tela de sombra, que sus ocurrentes fabricantes dejan bien prendida con puntadas de hilo. Hilo de chorizos, se entiende, enhebrado en una aguja ideada a partir de varillas de paraguas.
Ravachol, este loro casero, popular, hecho con mimo y guasa a partes iguales, vive, ahora mismo, entre cajas de plumas de colores a medio abrir, cola, herramientas de todo tipo y las más estrictas medidas de seguridad. Estamos en un pequeño almacén familiar en lo alto de una fresca montaña en Xeve, en las afueras de Pontevedra, y nos sentimos afortunados porque nadie, menos 4 o 5 seleccionados, puede estar aquí. Nada de fotos reveladoras y nada, ni una pista, de cuál será el crítico disfraz que le plantarán a Ravachol este año. Es lo único que se salvará de la quema. El año pasado iba con una bata gigante de franela granate y un poste con un contador digital, de los nuevos de la luz. Se conoce que, pese a la bata, murió de frío, el pobre.
Qué causa perdida endosarán al pájaro este año es un misterio. Estamos con Florencio Chantrero y Emilio Soto, miembros de la Asociación Recreativa de Xeve y hacedores de loros desde hace ya 13 años, y solo sacamos un "no llegó jeque que nos soborne", de uno y un "no lo sabe ni mi mujer", del otro. Bueno, había que intentarlo. "Da trabajo pero nos lo pasamos muy bien", nos dicen estos artesanos temporales, que durante cuatro semanas tanto hacen de carpinteros como de encoladores, diseñadores de plumajes, pintores o peluqueros (van podando, comprobamos, algunas zonas de plumas con una tijera).
Cuando el ave está lista, en concreto el lunes de carnaval, saldrá de este cascarón-almacén y, tras un ultimo retoque, bajará a lomos de una furgo descubierta y en pelotas, que la sorpresa del disfraz se desvela en Pontevedra. "Es bonito verlo bajar desde aquí", dice Emilio mirando al horizonte, con Pontevedra y el puerto de Marín allí a lo lejos, danzando en esa divertida línea que separa la seriedad del cachondeo. "Le da el aire y llega todo cardado".
María Simal, a su madre Gloria Orellano y su cohorte de damas del loro –y futuras viudas– les da igual lo cardado que llegue Ravachol. Vestidas de claro y de época –de la del loro, se entiende– le recibirán con la pompa que merece el lunes de carnaval, cuando le pondrán su traje, y le acompañarán durante la semana hasta el sábado, momento en que se vestirán de luto para asistir a su velorio mañanero y procesión y entierro –en llamas– de la tarde.
Una agenda ocupada tiene este grupo de unas 30 damas de todas las edades, la más pequeñaja, de 15 meses, que desde hace años perfecciona, hasta el asombro, sus trajes antiguos. Gloria, cuyo piso del centro histórico de Pontevedra hace las veces de vestuario oficial, ha ido completando los trajes de época, que adapta su hija María, con detalles traídos de sus viajes alrededor del mundo. Broches de loros de Nueva York, Japón o Tailandia, o un abanico de encaje negro, con paraguas a juego, llegado directo de Venecia. Imaginación, amor al detalle y una buena máquina de coser.
En este piso, situado en una empedrada calle del centro histórico de la ciudad, se juntan unas 12 mujeres para intercambiar faldas largas con lazos y colas, chaquetas con puntillas, manguitos y sombreros con velos negros y plumas. “Tengo una cocina grande en el piso de arriba, donde ponemos los vestidos colocados”, nos cuenta Gloria. “Según van viniendo vamos vistiéndonos, cogiendo de aquí y de allí. Por si falta algo o alguien necesita algo”, añade María, que durante años además de viuda fabricaba al propio Ravachol hasta que pasó el testigo a los artistas de Xeve. María, pese a que lidere el grupo de viudas más oficiales y, por lo tanto, de vestuario cuidado, insiste en que cualquiera puede apañar una falda, una chaqueta y un poco de velo negro. Y así lo hacen multitud de pontevedreses, que bajan de luto el sábado a acompañar y llorar en sus últimas horas al malogrado Ravachol.
Realmente, el causante de tanto revuelo fue un bicho que vivió en la botica de D. Perfecto Feijóo y amenizó a los pontevedreses con sus borderías e improperios a principios del siglo XX. El loro, que llegó a llamar 'mujer de mala vida', pero abreviado, a Emilia Pardo Bazán, se convirtió en un personaje más de la animada vida social pontevedresa entre los años 1891 y 1913, cuando le dio por morir, se dice que empachado en bizcochos de vino, que le gustaban mucho. Y justo en carnaval. Dejó a la ciudad tan desconsolada que le organizaron un velorio entre triste y guasón de días que, de tanto éxito, tuvo que trasladarse de la botica, que fue su hogar, hasta el salón de la Sociedad de Recreo de Artesanos ,para después protagonizar una multitudinaria procesión con su emplumado cadáver embalsamado hasta el lugar de su descanso eterno.
Así pasó, así lo cuentan las crónicas periodísticas de la época, y así lo recuperaron los pontevedreses –con Bibiana Araújo, Pepe Shiva y Xosé Brea al frente– cuando, en 1984, deciden recrear en carnaval el velorio y entierro del afamado animal. Qué mejor que un loro bautizado en honor a un anarquista y revolucionario francés de la época, que tanto se metía con eruditos como con políticos o curas, para encarnar el carácter vacilón e irreverente que define el carnaval pontevedrés.
Aquí no se andan con tonterías y su carnaval dura una semana enterita. Además de adorar un loro, la ciudad da el pistoletazo de salida a las fiestas con un popularísimo desfile el Sábado de Carnaval, en el que cualquiera puede participar y que, por ende, puede durar hasta más de tres horas. Tres horas viendo pasar disfraces de lo más currados, coloridas comparsas y grupos de fachosos –esos disfraces de andar por casa, no perfectos, que buscan sobre todo la parodia y hacer reír– superándose cada año en sorprender y hacer carcajear al respetable.
Hay un concurrido Festival de Murgas (versión gallega de la chirigota) y, el Martes de Carnaval se orquesta un desembarco pirata que se alarga hasta la noche ya que, en Pontevedra, el festivo carnavalero cae el Miércoles de Ceniza.
Los de Xeve, además de hacer loros, no faltan al multitudinario desfile oficial, como tampoco al concurso de Parodias, que se celebra el viernes por la noche en diferentes plazas de la ciudad. Tampoco el grupo Os de Sempre, que este año celebran su 50 Aniversario. Todos ellos irán de fachosos con sus diferentes temáticas y accesorios y sin repetir disfraz.
"(Para el desfile) Un año hicimos un trolebús de esos eléctricos, ¿sabes? Casi a tamaño real. Llevábamos una marquesina y la gente se subía y se bajaba. Lo hicimos con un chimpin (un camión con una pala para llevar material de obra). Íbamos 10 o 15 metidos en el trolebús. La verdad, no entendíamos cómo no se rompía", recuerda con morriña José Carlos Mouriño, miembro fundador de Os de Sempre. No parece que este grupo, formado actualmente por 14 personas, deje decaer el listón. Un King Kong que elevaba de verdad a una damisela en apuros, una Caja de Música con muchos señores bailando en tutú, el Lavadeiro Municipal con sus señoriñas lavando, un bamboleante Barco Bribón…
Estamos al fondo de un taller de coches echado ya el cierre, cuartel general de Os de Sempre en estos frenéticos días de pensar ideas, decidirlas y ponerse a trabajar. Alumbrados por luces de neón y las chispas del metal al soldarse, Carlos, que viene y va con el resto de compañeros mientras se suelda el hierro, nos confiesa "aquí practicamos el bricolaje que no hacemos en nuestras casas en todo el año".
Claro. ¿En qué casa tienen rollos de mallazo, vigas de hierro, varillas roscadas, tuercas, pintura, moqueta, rodillos, focos o tiras de led en su lista de la compra? Y una plataforma de más de 10 metros para montar su liada de este año en el desfile. Mientras se lanzan pullas y nos vacilan (¿qué será esa malla gigante enrollada, qué?) nos recuerdan que, una vez pasado el desfile, tendrán que desensamblar la estructura y ponerse a preparar la Parodia. Que a día de hoy, no tienen ni idea de que será. Vuelven a reírse, a pesar de que les esperan horas de trabajo extra que empiezan cuando acaba su jornada laboral. "El caso es pasarlo bien", nos dicen, y se sonríen. Ay, estos pontevedreses, sus agendas de locura, su retranca y su amado carnaval.
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