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La voz de Pura, al otro lado del teléfono de línea fija, suena como la de una mujer con 40 años menos, cuando recuerda y alucina –todo a la vez– con lo que ha sucedido alrededor de la Carrascá –con acento en la última á, pronuncian ellos– en los tiempos recientes. Un árbol único, maravilloso, seña del Mediterráneo, que ha puesto al pueblo en el mapa, pero que hasta llegar ahí ha ganado muchas batallas, según cuenta la señora Pura Buil.
"Yo lo recuerdo como un tercio más pequeño de lo que es ahora. Ha estado presente siempre en nuestra infancia. De chicos, íbamos a recoger las bellotas durante el recreo, las partíamos y las tostábamos en la estufa de la escuela. Si no se partían, estallaban y nos moríamos de risa. Una vez tostadas, nos las comíamos. Pero eso era de pequeños, luego hubo abandono", rememora Buil.
El abandono, como cuenta Pura, se produjo en los 60-70, con la despoblación. La Carrascá, que está pegando al campo de la era, donde se trillaba, –y que tiene 16,5 metros de altura y un diámetro de copa de 28 metros y 615 m2– metía sus ramas por donde no debía y había que cortárselas. "Otras veces se colaban en el pajar de unos vecinos de aquí y al bajar de la era decían 'ya está aquí esa rama, metiéndose en el pajar' y había que cortarla otra vez. Pero ya ves, pasó el tiempo, la gente se tuvo que ir a vivir fuera y hoy el pajar está medio derruido y la Carrascá pasó sus ramas por encima".
Cerdos y ovejas pelean por las bellotas
Esta fue una de las batallas ganadas por el árbol en los tiempos recientes, de los diez siglos anteriores, poco se sabe. Pero hay más. "El dueño de la Carrasca, Nicolás, se tuvo que ir a vivir a Barcelona –continúa Pura–. Yo tenía hijos y no podía saltar a por las bellotas, pero me dio permiso para que las cogiera y engordar a los cerdos. Madre mía, qué jamones salían. Hasta que llegó otro vecino, Aurelio el pastor, que puso ovejas. A las ovejas también les gustan las bellotas, así qué durante un tiempo, Aurelio, yo, nuestros cerdos y nuestras ovejas nos disputamos tantas bellotas. Pero ahí me ganaron las ovejas. Yo no tenía tiempo. Mientras todo eso pasaba, todo iba quedando abandonado".
El abandono, como recuerda la anciana, iba unido a la despoblación y dejadez. Ya nadie limpiaba hierbajos, prados, maleza. Y la Carrascá "lo aprovechó. Se hizo dueña y señora, se alimentó bien. Venía la gente y decía 'qué bonita', pero nada más. Seguía rodeada de malas hierbas. Hasta que un día los forestales decidieron limpiarla". "Uno de ellos se casó debajo de la Carrascá" añade Vicen, el hijo de Pura. Como bien apunta Clara Bosch, de Vinos del Somontano, "la Carrasca de Lecina, además de ser un árbol increíble, es un símbolo de la voluntad y la resistencia de las personas que tanto en el Alto Aragón, como en toda España continúan poblando las zonas rurales y los pueblos. Pese a todas las dificultades, siguen y resisten".
Y entonces, como por arte de duendes y brujas escondidas bajo sus raíces, la encina milenaria surgió en todo su esplendor, como cuenta la alcaldesa Barcabo-Lecina, Carmen Lalueza. "En 2015 se catalogó como árbol singular y ya se valló su alrededor. La gente comenzó a ser consciente de lo que significaba, no había día que no se acercara alguien a visitarla. De ahí a que Isabel García Garrido, la eurodiputada socialista por Aragón, nos avisara para presentarse a árbol de Europa, todo fue uno". Pero antes hubo otro paso primordial, el de ser "ganador del concurso Árbol del año en España 2021 con un total de 9.929 votos".
Toda la historia es tan hermosa como alucinante y seguramente no tendría el eco que está teniendo, sin las circunstancias especiales que vivimos, sin esa pandemia que mantiene encerrada a la gente en su casa, y que ha hecho que la mirada hacia la naturaleza tenga bastante de consuelo y salvación. Cuando podemos salir a bosques y campos, ya no es raro encontrar a la gente que se abraza a un tronco sin pudor. En eso hemos avanzado.
La encina o carrasca, un árbol tan mediterráneo, presente en la historia de Europa desde antes de los griegos, es ahora el principal atractivo de un pueblecito de 15 habitantes, donde "hay mucho más que ver. Porque Lecina, además de un pueblo hermoso como tantos en Huesca, es armonioso pese a una sola calle y sus casas blasonadas –unas cuantas para su tamaño–. Y tiene otras muchas ofertas para hacer de la escapada hasta allí unos días felices. El descenso del río Vero –desde Alquézar y con mucho cuidado, porque su cañón requiere estar en forma para el descenso– a las pinturas rupestres en la Lecina Superior.
"Pero nuestra encina, la Carrasca, está dentro del casco urbano. No tiene pérdida, a la entrada. Hay un sendero que se ve claramente y que lleva hasta ella. La gente es muy respetuosa y por mucho que la veáis en fotos, es imposible hacerse una idea hasta que no estás delante. Por eso, cuando me llamaron para preguntarnos si queríamos presentarnos al concurso, no lo dudé ni un segundo. Dije rápidamente que sí", cuenta Carmen Lalueza, feliz y esperanzada.
Para votar a la Carrasca de Lecina como el árbol de Europa 2021 –este año se cumplen 11 años desde que nació el concurso– pincha aquí. En esta web además, puedes seguir todo bajo el emblema "Huesca, la magia de la naturaleza".
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