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Las leyendas de ambos lugares dan para fantasear con amplios espacios, fantasmas detrás de velos –o mascarillas– desde el sofá, con el frío, o preparando una escapada a cualquiera de los dos. En materia de torres y castillos, la península está repleta. Y es posible que a la publicación de viajes más prestigiosa del mundo se le escapen otras fortaleza-castillo de cuento, como el de Belmonte, el sueño de la emperatriz Eugenia de Montijo; el de Olite, morada de castillos colgantes de la gran Blanca de Navarra, o el de Manzanares.
Alguna vez en la vida hay que admirar este dramático paraje: el castillo románico mejor conservado de Europa, dominando la hoya de Huesca desde su elevada posición sobre un peñasco. Y qué mejor que hacerlo cuando se encuentra libre (o casi) de los miles de curiosos que vienen a transitar por sus torres para sentir que retroceden en el tiempo en un lugar que está barnizado de leyendas y por el que, dicen, que hasta puede verse transitar a los fantasmas.
Fantasías aparte, la colosal fortaleza de Loarre conforma una de las estampas más bellas de la península, como bien dejó claro el director de cine británico Ridley Scott al elegirlo como set de rodaje para su film El reino de los cielos. No había mejor entorno para situarlo que este que se esparce por el Prepirineo aragonés, salpicado de buitres y ríos bravos, con la majestuosa silueta de este castillo inimitable.
Desde el Calvario pasando por el cementerio judío que Jan Morris no visitó –aún no estaba en las rutas– y bajando por la Cuesta de los Hoyos, El Alcázar adquiere esa vista de cuento-palacio renano o de las orillas del Loira, que al personal le hace olvidar que no tiene más que algo más de un siglo, porque se incendió. Cruzando el Eresma y los huertos que hasta hace poco había al pie del río, se puede entrar atravesando la puerta de la muralla.
A Morris, El Alcázar le recuerda que fue aquí donde Isabel de Castilla, recién proclamada reina, "se vio asediada por una turba enfurecida, pero se adentró a caballo entre ella, con bravura tal –sola sobre su corcel– que la multitud se apartó acallada con su sola presencia". Pero sobre todo, desde El Calvario, El Alcázar "lo que recuerda es el flanco de un gran buque. Y desde luego Segovia parece navegar sobre el paisaje, como un magnífico clíper bajo el sol mañanero, con todo el aparejo, a todo trapo, en perfectas condiciones y al estilo de Bristol". Al llegar al final de la cuesta de los Hoyos, el clíper navega a tantos nudos como aquel amanecer de hace medio siglo.
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