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Asegurarte el éxito durante tu banquete no es posible, pero quizá haya alguna idea que ayude a aligerar temores y que la noche transcurra con humor e incluso amor, pese a la temporada de tensiones. Para ello puedes apostar por un centro de mesa lo suficientemente escandaloso, bonito, exagerado, kitsch o elegante –o todo a la vez– que sirva para atraer toda la atención de los invitados.
Da igual que los comentarios sean faltones, del tipo "te has pasado. ¿Vamos a comer verde y bichitos?", a lo que tú, gran anfitrión, responderás con tu mejor sonrisa. La misma que lanzarás a quien te diga "¡qué maravilla! ¿De dónde has sacado todo esto?".
Para conseguir tal efecto hemos recurrido a la imaginación de Elisabeth Blumen, una florista nada al uso, que hace tiempo es reclamada por las mejores casas de moda –en la actualidad dirige la floristería de Loewe–, trabaja para empresas con eventos espectaculares y es feliz preparando desde el ramo de novia más exquisito, a los adornos para un encuentro diferente.
Elisabeth –Isabel Marías para sus amigos– entendió rápidamente lo necesario que es en estos tiempos aligerar los hogares de nubes negras y se ha puesto manos a la obra, ideando un centro a camino entre el reino de las hadas y la magia del bosque, compaginando naturaleza, reciclado y argumentos para sostener una larga conversación, en la que participen hasta los más antipáticos del banquete.
Primera recomendación: hazte con una pistola de silicona (si no la tienes, no es cara y no debe de faltar en un hogar) y unas tijeras pequeñas de podar. No necesitas más aparatos. "Mi propuesta se puede hacer con todas las cosas que haya en casa, reciclando de adornos de otros años; revisando los cuartos de los niños e incluyendo juguetes –barriguitas, clips, Pepa Pig– y buscando ramas, piñas, flores que podéis comprar en cualquier floristería. Todo lo que se os ocurra cabe en nuestro centro de mesa".
Elisabeth-Isabel adopta un aire entre brujita y maga en cuanto empieza a montar su pequeño espectáculo navideño. Imaginación y valor son dos cualidades que ha tenido que poner a prueba en los últimos siete años, cuando apostó por dejar el mundo de la moda para lanzarse a la aventura de abrir una floristería.
"Cuando empecé a trabajar en el sector de la moda y el diseño, al acabar los estudios, me decepcionó. A mí me encanta trabajar con las manos y yo lo echaba mucho de menos. Probé de todo, vestuario para teatro, escenografía, diseño de productos…Todo con tal de no dar un disgusto a mis padres, que me habían financiado estudios y estancia en Londres".
La florista cuenta una parte de su vida, mientras de sus manos el centro avanza sobre la mesa. Estamos en el estudio –nave que comparte con Chuión, Joohyun Baek– la alfarera coreana y amiga de Elisabeth, que trabaja al lado, sobre su torno. De vez en cuando Chuión levanta la vista y sonríe, casi siempre con aprobación, mirando como crece el paisaje sobre la mesa.
La señorita Blumen –su nombre adoptado como marca es una muestra de su amor por lo británico y de sus lecturas– interrumpe su historia para explicar el proceso, aunque salta a la vista. "Una vez que tenemos el eje central, a lo largo de la mesa colocamos los tres arbolitos y los centros con hojas de roble o de otro árbol con color de otoño. La idea es gastar poco y que sea divertido. Que no tenga cosas delicadas, para que puedan participar en el montaje abuelos, nietos, sobrinos, primos… Todos los que ese día anden por la casa".
Compramos la idea de entretener a la parentela según van llegando, pero antes es obvio que se requiere una pensada –unos cuantos días u horas, dependiendo de la imaginación de los anfitriones– para marcar las pautas iniciales. Y tener en una caja a mano los cachivaches que hayas encontrado y estés dispuesto a usar en la mesa.
Mientras las primeras estrellas y el cervatillo aparecen sobre la mesa, la florista recuerda cómo un día, cuando estaba perdida, una amiga le propuso trabajar una vez a la semana, ayudando en arreglos florales. "Fue un flechazo. Yo soy una urbanita, nunca me había interesado mucho el campo. De pronto sentí que aquello era lo mío. Y un 14 de febrero de 2010, abrí mi primera floristería sin tener ni idea de cómo se lleva un negocio. Alquilé el local un 1 de febrero –era precioso– y el 14, San Valentín, tenía que estar listo. Una locura, pero por suerte y con ayuda de amigas, pronto cundió la voz de que hacía cosas diferentes. Conste que entonces ser florista no tenía –para nada– el glamour que tiene ahora".
A Isabel se le ilumina la cara recordando aquellos tiempos. "Nunca me he arrepentido. Cada mañana, cuando abro las cajas de flores que vienen del mercado de Ámsterdam es como si llegaran los Reyes Magos". Para entonces, tiene que pararse y pensar un momento cómo seguir. Ha colocado las setas, pero no sabe si incluir flor de Pascua con ese toque rojo tan navideño, o dejárselo a unas pequeñas manzanitas rojas y seguir con la gama más suave –"menos kitsch, pero también más elegante"– que ha ido encontrando.
"No pueden faltar elementos naturales como el musgo o el muérdago. Pero por favor, compradlos en las tiendas, no esquilméis el campo. Son especies protegidas y en estas fechas abundan en todas las floristerías y mercadillos navideños". Sus manos ya han encontrado sitio para los caballos de porcelana que distribuye con habilidad entre la floresta, los pájaros, ciervos y un oso fantástico que ha aparecido en uno de los varios cajones que tiene repletos de trastos propios de los países de las hadas. Y de los chinos.
"A mí no me cuesta tanto tener la idea –las tengo, la verdad– como lo laborioso que luego es llevarla a cabo –reflexiona Isabel, tijera en mano para cortar una rama que sobra de un arbolito–. "Sobre todo en grandes banquetes, bodas. Se necesita mucho tiempo de antelación y de preparación del proyecto", apunta Isabel.
Hay un elemento que no puede faltar nunca en una mesa de Navidad. "Las velas, no renunciamos a ellas. Su luz cálida da un toque muy especial a la mesa, sensación de hogar y de algo muy confortable". Es su toque final, además del oso polar que se asoma en escorzo, tras el pino. Luego llegan los delicados platos de Chuión (Joohyun Baek), que ponen el sello definitivo al trabajo de dos mujeres felices con lo que hacen.
Cierto es que la propuesta que te hemos hecho rompe tradiciones de buenos modales, pero una cena divertida bien vale innovar. Por ejemplo, los pinos y los arbolitos van a tapar el rostro de los invitados que tienes enfrente. Unos y otros son fáciles de retirar si tienes la precaución de ponerlos dentro de un pequeño jarrón o macetero, para cuando lleguen las entradas. A esas alturas ya estarán discutiendo que pinta un oso con un caballo en la misma mesa. Cosas de los cambios en el planeta.
Otra solución es que aproveches la altura del centro para esconder detrás a aquellos miembros de la familia que peor se lleven. Cuando aterrice sobre la mesa el plato de fundamento –cordero, pavo, besugo– los pinos también habrán desaparecido a manos de la suegra o la madre, pero los pequeños elementos que distraen al personal seguirán hasta el final. Es importante no confundirlos con las figuritas de mazapán o las frutas escarchadas durante los postres. Justo cuando las cosas están a punto de terminar bien no conviene confundir el caballito de porcelana con una figurita de mazapán y que haya que ir al dentista.
Todo sea por "la familia en el hogar y que reine la paz" que cantaba el gran Miliki.
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