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Nada más traspasar el umbral, se entiende perfectamente la razón por la que los jóvenes artistas elaboran aquí las piezas que luego cuelgan en las casas más actuales. La factura de sus cerámicas es impecable. Los jarrones, los platos y las joyas de Guille García-Hoz y las divertidas propuestas de Abe the Ape, Aitor Saraiba o Rubenimichi, entre otros diseñadores que han recuperado la artesanía cerámica, topan aquí con la sensibilidad de Ana Fernández Pecci y Juan Carlos Albarrán para materializar sus ideas.
En este taller se sigue produciendo la cerámica con la técnica tradicional de Talavera y pintando cada pieza a mano como lo hacían en el siglo XVI. Sin embargo, se han abierto a propuestas actuales y han sabido encajarlas en su personalidad. "Llevamos 27 años aquí. Nacimos con la idea de hacer series tradicionales de Talavera, como la serie verniculada, que es como un encaje ruso en la que se aplica el manganeso y con un punzón se raya y sale el blanco de la base. La serie tricolor de finales del siglo XVI, del XVII y del XVIII, que es una evolución de las series mudéjares, que se perfila con manganeso, se da volumen con naranja y las sombras con azul", explica Ana.
La tradición y las últimas tendencias se entrelazan naturalmente. Así, las calaveras se han convertido en una de las señas de identidad del 'Centro Cerámico', casi sin proponérselo. Tras pasar una temporada en Sicilia conociendo los talleres cerámicos de la isla, volvieron con la idea de hacerlas aquí por pura moda. Blancas y con insectos o roedores posados encima, decoradas con motivos tradicionales, marmorizadas en tonos pastel o adornadas con las técnicas pictóricas más clásicas.
La belleza de los motivos y la delicadeza de cada pieza evidencian el cuidado que ponen en todo el proceso. "Lo más complejo es hacer el molde para reproducir. Hay que realizarlo en varias partes para que quede perfecto. La pieza se hace en barro y se cuece una primera vez a 1050 ºC. Luego se esmalta, sumergiéndola en un baño de estaño, cuarzo y fundente –bisilicato de plomo–. Se seca y se pinta sobre el esmalte como si fuese acuarela. Entonces se somete a una segunda cocción a 990 ºC y suben los colores", explican Ana y Juan Carlos.
Cada pintor se acomoda sus propios pinceles recortando los pelos hasta que queda adecuado para la precisión que necesita. Trabajan con ellos como si fueran una estilográfica o un rotring. No hay dos piezas iguales. Cada decoración requiere una técnica. El estarcido, por ejemplo, se aplica a mano alzada.
Las obras, recién salidas de las páginas de una novela gráfica, toman vida propia. Los unicornios con antifaz de calavera de Aitor Saraiba –nacido en Talavera–, sus diablos, los corazones, las dagas con mensaje, los cervatillos o las cabezas de carnero.
Lo mismo sucede con las cerámicas de Abe the Ape (Abraham Menendez), piezas cargadas de una sutil ironía, que dibuja sobre papel y en el 'Centro Cerámico' se encargan de hacer el prototipo y dimensionar en barro. Ambos forman parte de la cartera de ilustradores y artistas que confían en el buen hacer de estos artesanos exquisitos.
Hace un veraniego día otoñal cuando llegamos al taller de los hermanos Pablo, Yolanda y Javier Adeva. Les pillamos en mitad del proceso de un encargo descomunal, el panteón que el compositor y empresario de calzado salvadoreño, Adrián Alfaro Toledo –El Charro– de más de 90 años les pidió personalmente para cuando fallezca. Ocho murales en azulejo. Dos, con su peculiar estampa y bigote poblado a tamaño natural, y el resto con las portadas de sus discos y letras de las canciones más exitosas.
No es la primera vez que alguien se presenta en su tienda con un singular pedido. Pablo y Javier son de los artistas más valorados de esta ciudad toledana que cualquiera asocia desde hace siglos a la creación artesanal de cerámica. "La cerámica de Talavera se caracteriza porque es de los pocos sitios en los que se pinta de manera tradicional y a mano. La gran influencia de la cerámica fue cuando la ciudad perteneció al califato de Córdoba, momento en que se introdujo la policromía, aunque con los siglos ha ido evolucionando", cuenta Pablo.
Los artistas locales se dejan llevar por la inspiración y sus decorados están repletos de vida. Conejos, ciervos, corzos, jabalíes, zorros, venados, avestruces, águilas, liebres o perdices saltan alegremente en los paisajes típicos, enmarcados por uno o dos árboles con su características sortijilla, como se denomina el torcimiento en espiral que presentan las ramas. La azulejería, que artistas como Ruiz de Luna elevaron a la categoría de arte a principios del siglo XX, con su estudio de la figura humana que ya había sido desarrollada en siglos anteriores, te atrapa también como un imán.
"Primero se pintaba en azul y blanco, pero luego los paisajes se han ido contaminando con la influencia de Holanda y Manises. Felipe II se trajo a Jan Floris de Flandes y la cerámica estalló, convirtiendo a Talavera en el centro cerámico más importante del renacimiento", explica Pablo. Su padre, Pablo Adeva Martín –premio nacional de decoración artística–, fue uno de los alumnos más aventajados de Ruiz de Luna y enseñó a sus hijos los secretos del oficio. Ruiz de Luna es una de las figuras más destacadas en el mundillo cerámico y hay un impresionante museo que lleva su nombre, donde se exhibe su gran colección. Antes de innovar tanto en la técnica como en la decoración, fue fotógrafo y explican los Adeva, que se trajo de Madrid a un dibujante de carteles de cine que dejó flipado a los artesanos.
Mientras hablamos, la vista salta de las jarras a los platos, los cuencos, los lebrillos –que se usaban para lavar pies o ropa–, los albarelos o botes de farmacia para guardar hierbas medicinales, pilas de agua bendita o los tinteros. Motivos geométricos, grecas, fauna, oficios, escenas de labriegos… Y los colores. La serie azul, la serie tricolor –azul para los rellenos, el manganeso para los contornos y el naranja para rayados–, y otras series características de diversas épocas y que todavía se representan.
"Ahora los hornos no son como los de los árabes de leña, en los que el maestro consideraba cuándo estaba listo. La base de la cerámica es la misma que el cristal, sílice, la recubrimos de arcilla como si fuera cristal, con un caolín muy puro que da el tono. En el horno se produce una oxidación. Se somete a dos cocciones utilizando esmaltes sin plomo. Primero se cuece el barro a 1080 ºC, después de decorar la pieza se somete a una segunda cocción a 940 ºC", concluyen los hermanos a la vez que continúan con el monumento de El Charro.
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