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Era prácticamente un niño cuando una noche Eulogio sacó un poco de pírgano, las tiras que forman parte de las hojas de la palmera, del montón que le quedaba al padre después de haber repartido con el “amo”, el señor que le daba trabajo en las tierras del cortijo, y comenzó a tejer su primera cesta. La curiosidad le valió una buena reprimenda y su primer trabajo como artesano, que no sirvió para lo que fue realizado, y su madre terminó usando como maceta. “Sería un buen recuerdo tenerla, como el primer trabajo que hizo uno”, recuerda Eulogio sentado en su taller mientras va astillando el pírgano y lo va dividiendo para apartar las tiras que sirven más tarde para trenzar.
Una estantería a la derecha de la puertas abiertas está repleta de recuerdos que hacen un repaso exhaustivo por la vida premiada del artesano conejero que con 18 años fue invitado por el dueño de un cortijo a dedicarse exclusivamente a hacer cestas. “Era cuando todo se hacía con esto -refiriéndose al pírgano- y en el tiempo de la vendimia, sobre todo, había que hacer muchas cestas para recoger la uva, pero también para la casa. Antiguamente se usaban los cestos para todo porque no había cacharros de plástico ni nada de todo eso. ¡Cuando yo empecé no había ni carretillas!”, explica el artesano sin detenerse en sus quehaceres. Un cuchillo y una funda protectora en el brazo para evitar cortes accidentales forman su aperos de trabajo. En un lateral, y cerca de su silla, el afilador del cuchillo. Un poco más allá, el pilón con el pírgano en remojo para que gane flexibilidad y se pueda manipular con facilidad.
Este tipo de cestería se realiza usando el pírgano o nervio central de la hoja de la palmera. Mientras Eulogio desfila las tiras del pírgano comienza a pensar en lo que va a hacer: si será una cesta pequeña, una grande o una lámpara. En función de eso, trabajará el corazón del pírgano dejándolo más o menos ancho. Esta artesanía siempre fue una labor masculina por la fuerza que requiere desde la extracción de la materia prima hasta su manipulación posterior. “Antes éramos ocho cesteros trabajando sin parar en esto”, cuenta Eulogio recordando otros tiempos, en los que la demanda también era otra. “Yo llegaba a las ferias con un camión lleno de material y se vendía todo”.
Actualmente, y sin que su edad sea un inconveniente, sus artesanías siguen siendo muy valoradas, especialmente, en aquellos lugares en los que se hace gala del estilo y el concepto isleño. “Hay hoteles que me han comprado lámparas y algún restaurante”, afirma Eulogio de esos alojamientos que presumen de su labor. Encontramos sus lámparas en el restaurante ‘Kamezi Deli & Bistró’ propiciándole a su sala un toque muy especial.
Pese a sus deseos y sus esfuerzos para que esta tradición no se pierda, lo cierto es que la demanda está muy lejos de animar a los jóvenes a continuar con el pírgano. “Yo he dado muchos cursos, pero luego la gente tiene que tener sus trabajos para vivir, con esto solo no comes”, asegura el experto. Y, ahora mismo, ni él mismo cuenta siempre con materia prima. Desde el cabildo y la alcaldía de Haría hacen esfuerzos conjuntos para que un cortador de palmeras extraiga el material y un camión se lo traiga hasta la puerta de casa, pero aún así muchas veces se queda con las manos vacías.
Eulogio, viudo y viviendo solo –“mis hijos se preocupan por mí y mi hija viene todos los días a ver qué tal estoy”-, su mayor aliciente es la cestería. Abre todos los días y solo descansa los domingos por la tarde. No le gusta la tele y la radio, su compañera constante, esta apagada cuando empieza el fútbol. “Hablo con los turistas que pasan por aquí, hago mis cosas y me entretengo, pero yo no me puedo quedar sin pírgano porque entonces no puedo trabajar”, afirma subiendo el tono primero, por su necesidad de seguir activo; y segundo, por la tristeza infinita que le provoca saber que este trabajo, antes tan importante para su isla, va a morir con él.
Eulogio tiene historias y anécdotas de una vida de 90 años, pese a que se ha negado a salir fuera todas las veces que le han convidado a hablar de la cestería. “Me invitaron incluso a Alemania, pero yo no fui, ¿qué voy a hacer yo ya tan lejos?”, se pregunta riéndose. Fue elegido el padrino del Mercado Artesanal de Haría inaugurado en 2001; y ha recibido numerosos reconocimientos en las islas, especialmente, en Gran Canaria. “En el año 88, me invitaron la primera vez a darme un premio en Las Palmas y yo nunca había salido de la isla”, se ríe a carcajadas contando la anécdota en la que el alcalde le invitaba a salir a recoger una placa y él se negó a ir porque ya se había subido al micro (el bus) que le iba a llevar al hotel. “Estaba uno salvaje”, sigue riéndose recordando la historia.
En uno de sus viajes entre islas para hablar de su labor artesana, en el aeropuerto encontró a una chica que vendía en una tienda unas cestitas “que estaban muy bien hechas, pero eran de otro material y abajo ponía algo de Taiwán”. Eulogio se puso a hablar con la joven que le dijo que las cestas eran de Lanzarote, que se llevara una de recuerdo. “Si quieres me llevo una, pero de Lanzarote no son, muchacha, que en Lanzarote solo las hago yo y estas cestas no son mías”. Y Eulogio salió de allí riéndose como cuando cuenta sus historias. Incluso cuando le puede la melancolía, lo hace con una sonrisa. Una alegría que han terminado siendo el sello de identidad de su cestería.