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En un cruce de tres caminos, frente al Puerto Marítimo, se levanta la escultura de bronce de la ceutí Elena Álvarez Laverón en la que cuatro figuras se abrazan. Esa es, precisamente, una de las riquezas y atractivos turísticos que ofrece la ciudad autónoma: la estrecha relación entre musulmanes, cristianos, judíos e hindúes.
Una profusa variedad de chilabas, hijabs y qandoras, tanto tradicionales como aquellos que siguen la última moda en diseño, se exhiben por las calles de la ciudad. Las de los barrios populares de Hadú, Los Rosales y El Príncipe desprenden el intenso aroma de las especias, el bullicio de la actividad comercial y el silencio reposado de los cafetines donde se toma té moruno. Los musulmanes son ya casi la mitad de la población en Ceuta y, junto a Melilla, es la región en la que más españoles practican el Islam.
En Los Rosales, donde el cemento sepultó las huertas, se erige el alminar verde y blanco de la mezquita de Sidi Embarek (c/ Capitán Claudio Vázquez, s/n), la más grande de la ciudad, a la que acuden muchos vecinos a la llamada de los cinco rezos. Junto al edificio religioso, está el morabito (se cree que del siglo XVIII) donde descansan los restos del santón Sidi Muhammad Al Mubarek, al que se le atribuyen milagros tras su muerte en el siglo XV.
El morabito se levanta dentro de un histórico cementerio, con 450 años, donde se da sepultura, por el método tradicional de contacto directo del sudario con la tierra, a los musulmanes. "Desde hace 23 años ya no enterramos en esta zona de la entrada", señala uno de los sepultureros, que invita a un paseo silencioso. Ahora los entierros se hacen en la ampliación de la parte trasera.
La otra mezquita que merece una visita en Ceuta es la de Muley El Mehdi (Avenida de África, 19), la más antigua (1940) y que desde hace dos años luce una nueva imagen, más moderna y abierta, con un patio embaldosado que invita a echar un vistazo desde la calle, y sus ribetes y minarete que han mutado del verde al blanco y negro.
Si hay dos fiestas que los musulmanes viven con intensidad son la del fin del Ramadán y la del Borrego. El Eid al-Fitr (fiesta de la ruptura del ayuno) en Ceuta se conoce como Eid sghir (fiesta pequeña), aunque de pequeña tiene poco, sobre todo en lo que se refiere al comer. La gente se suele levantar muy temprano ese día para preparar un fastuoso desayuno que compartir con la familia, pero la mesa no hay que recogerla hasta mediodía, pues hay que recibir (y visitar) a vecinos y familiares para felicitarles y tomar algo mientras se estrena ropa nueva.
Aproximadamente unos 70 días después del fin del Ramadán se celebra el Eid al Adha (fiesta del sacrificio) o coloquialmente Eid Kbir (fiesta grande), que es festivo en el calendario laboral ceutí. El protagonista absoluto es el cordero, cuyo sacrificio por el método halal se hace en carpas repartidas por toda la ciudad. Durante dos días, se le saca todo el partido al animal, que suele prepararse al carbón, como los pinchitos aliñados de hígado, aunque también en guiso de callos con garbanzos a la moruna (kersha); y todo acompañado con té, "consejo de abuela, porque dicen que disuelve la grasa y facilita la buena digestión", según desvela una joven ceutí.
Aseguran algunos caballas (sobrenombre de los ceutíes) que culturalmente su ciudad es la novena provincia de Andalucía: comparten la guasa de las chirigotas y comparsas gaditanas, las floridas Cruces de Mayo de Córdoba, una Feria al estilo malagueño de casetas abiertas... y la pasión devota de la Semana Santa de Sevilla. La presencia de cristianos en esta zona del norte de África se remonta a finales del siglo IV, de cuando datan los restos del arranque de una Basílica Tardorromana (c/ Queipo de Llanos, 20) que descubrieron apenas hace tres décadas y que alberga ahora un pequeño museo.
Fueron los portugueses los que, con su llegada hace 600 años, impulsaron el cristianismo, trayendo desde el otro lado del Estrecho la veneración que sienten muchos ceutíes por San Antonio, Santa Catalina o San Amaro, aunque la que más flores, ruegos, salves y admiración recibe es la Virgen de África, la patrona, alcaldesa perpetua y capitana general de la ciudad. Y no solo por los católicos, pues no es raro encontrarse entres los costaleros o arrodillado en las bancadas del Santuario de Santa María de África a algún hindú rogando por los suyos.
En la misma Plaza de África, asomándose al continuo trasiego de paseantes a la sombra de las palmeras, se levanta la Catedral de la Asunción. Ya no quedan restos de lo que, apuntan los historiadores, fue una espectacular mezquita y la construcción actual se inició en 1686 y se demoró 40 años para consagrarse, aunque los avatares de la historia han obligado a numerosas reformas del templo donde se rinde culto al patrón San Daniel.
Además de la Semana Santa, en la que destaca la procesión del Encuentro del Martes Santo por la presencia de los legionarios, hay dos festividades cristianas muy concurridas por ceutíes de distinto credo. Aquí al Día de los Difuntos se le conoce como el de la Mochila y lo tradicional es que el 1 de noviembre –incluso desde la víspera– se acuda al campo a pasar la jornada de comilona con familiares y amigos, sin olvidarse de echar en el morralito de tela vichí los frutos secos del otoño.
En verano, cuando aprieta el calor, también hay que subir al Monte Hacho a celebrar la romería de San Antonio alrededor de su ermita. Sin ser el patrón oficial, el cariño que sienten por él ha convertido su onomástica en fiesta oficial. A este pequeño templo, desde donde se tiene una espectacular panorámica, solían subir hace años muchas muchachas los martes 13 para asentar sus nalgas sobre la cruz del presbiterio y rogar al santo un buen novio o marido, según confiesa una de aquellas que tuvo que cumplir la promesa hecha al hacerse real el milagrito.
Entre los devotos de la patrona y costaleros de Semana Santa se cuentan muchos hindúes, tal y como reconoce el presidente de esta comunidad en Ceuta, Ramesh Chandiramani. Es costumbre que durante la celebración de una de sus fiestas más importantes, el nacimiento del dios Ganesha (con cuerpo humano y cabeza de elefante), procesionen, entre cantos y bailes, por las calles de la ciudad con la figura y hagan paradas en templos y altares cristianos, como el Santuario de la patrona o la hornacina del Cristo del Puente, bajo el Baluarte de los Mallorquines, antes de entrar en barcas al mar para sumergir una réplica de arcilla de la deidad.
Los sindhis (hindúes del norte de la India) llegaron a la ciudad a finales del XIX, procedentes de las interculturales y comerciales Gibraltar y Tanger. "Eran comerciantes de inciensos, sarees, perfumes, telas... y luego nos especializamos en electrónica y tecnología. El gran éxodo se produce en 1947, tras la independencia de la India y la separación de Pakistán", explica Ramesh mientras repasa con detalle los principios y deidades de su religión dentro del pequeño mandir. Este Templo Hindú (c/ Echegaray, 2) se construyó en 2007, con una fotogénica fachada de relieve, de estilo palaciego, hecha de granito rosa esculpido en Málaga y con un interior de madera, siguiendo el estilo rajasthani típico del norte de la India.
Hoy hay unos 700 hindúes en Ceuta (de los 30.000 que se calcula en toda España) y la mayoría participa en las vistosas celebraciones públicas, como el Diwali (o Fiesta de las Luces), que entre octubre y noviembre –se guían por el calendario lunar–, ilumina las calles del centro de la ciudad y conmemora la victoria del bien sobre el mal y el inicio del nuevo año. Además de los rezos, la profunda limpieza del hogar o estrenar cuaderno de cuentas en los comercios, son habituales los bailes, desfiles de saris y las copiosas comidas vegetarianas. En primavera, desde el año pasado, se celebra el colorido festival Holi, una invitación a conocer la cultura, las tradiciones, la música y la gastronomía hindú bajo una divertida batalla de polvos de colores.
Los libros de historia resaltan que los judíos estuvieron muy ligados a los orígenes de Ceuta. Aunque ya no quedan restos de la judería y del cementerio propio, sí hay constancia del activo papel que sus comerciantes tuvieron entre españoles y bereberes. De entonces se remontan algunos de los apellidos que se repiten mucho en la Ciudad Autónoma, como Alfón, Bentolila, Chocrón, Gabizón o Benhamú.
La sinagoga Bet-El (c/ Sargento Coriat, 8) se construyó en 1971, fusionando tres más pequeñas que había repartidas por la ciudad. Se puede visitar, previa cita, y, si hay suerte, el recorrido lo hace Simy Hayon, "la gobernanta", como se presenta entre sonrisas. "Yo nací en Tetuán, y tengo orígenes hebreos tanto por parte de madre, que eran sefardíes, como de padre, judíos bereberes", explica con un marcado acento andaluz esta mujer cuyo nombre, que significa 'alegría', le ha definido el carácter.
Entre las principales festividades abiertas de los judíos está el Janucá, que se prolonga durante ocho días en diciembre y que se inicia con el alumbrado por parte de representantes de las cuatro confesiones y autoridades civiles de un gran candelabro de 9 brazos (januquiá) para después degustar buñuelos con chocolate caliente y latkes (frituras de papas), recetas que se enseñan en cursos de cocina organizados en la sinagoga.
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