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Aseguran los grandes viajeros que la mejor manera de viajar es solo, sin más compañía que la de uno mismo. Expresión más íntima del salir de la zona de confort en la que todos vivimos, marchar de viaje en solitario no es una manera de viajar apta para todos los públicos.
Se viaja solo por diferentes motivos. Por no encontrar a nadie con el que marchar, por incompatibilidad de fechas, porque a nadie le gusta el lugar donde se va a ir o por de qué manera será el viaje. Peor asunto es no tener a nadie con quien irse. Una situación inusual en estos tiempos, en los que viajar es objetivo social e individual prioritario. Una posibilidad a la que siempre estamos dispuestos. Posibilidad que encuentra en las redes sociales el caldo de cultivo donde la soledad se disuelve.
Hay viajeros que se han hecho solitarios por circunstancias poco deseadas. La ausencia de un compañero, por la causa que sea, obliga en estas ocasiones a marchar solos. Para intentar olvidar, para cerrar el vacío que aquel ha dejado; para empezar de nuevo después del obligado punto y aparte.
En los tiempos actuales ha aparecido una nueva modalidad de viajero solitario. El viajero que va solo, pero lleva sus redes sociales en el bolsillo. Es un viajero solitario que no lo es. Tener la ventana siempre abierta para que entre el aire revitalizador de likes, corazoncitos y demás mensajes, pensar más en ello que en lo que nos rodea.
Hay páginas para viajeros solitarios, páginas para los que desean seguir siéndolo y otras, la mayoría de ellas, para los que quieren dejar de serlo. De igual modo que hay agencias especializadas en viajes culturales, de naturaleza, para familias y para jubilados, las hay para solteros sin compañía. El auténtico viajero solitario pasa de todas ellas y se va por su cuenta.
Es algo común considerar al solitario como el auténtico viajero, alguien que marcha a lugares inhabituales, mientras que quienes viajan a los destinos más clásicos y lo hacen agrupados, de una u otra manera, son catalogados como turistas. Y todos tenemos clara la diferencia que en el imaginario colectivo se establece entre viajeros y turistas. Debemos señalar aquí el peligro de las generalizaciones; esto no siempre es así, ni tampoco todos los casos son iguales.
Hay destinos para solitarios y destinos donde se está solo, que para nada es lo mismo. Se puede estar completamente solo un día festivo a mediados de agosto en la playa de Benidorm a las 12:00 horas del mediodía. Sitio, hora y lugar donde no hay sitio ni para extender la toalla sobre la arena, por poner un ejemplo palmario. Físicamente, allí es imposible estar solo. Espiritualmente es otra cosa. Como sea, en los lugares multitudinarios es sencillo que las almas solitarias encuentren compañía. Otra cosa es que esta sea buena. Para ello hay que tener mucha vista… y suerte.
Es cierto que la suerte evita muchas veces meterse en dificultades, aunque otras lleva directo hacia ellas. Existe, sin embargo, una sencilla receta que no evita los problemas, esto no existe, pero los minimiza. Es tan simple como información y prudencia. Un equipaje que no debe faltar en ningún viaje, tanto los que se hacen en compañía, como los que se va en solitario, pero que es especialmente recomendable en los segundos.
Conocer las costumbres de las gentes que pueblan el destino al que se va, qué lugares son poco recomendables, lo que no se puede hacer, los posibles inconvenientes, saber con el mayor detalle cómo son los agentes ambientales del momento del viaje, desde el clima a la presencia de mosquitos y otras criaturas peligrosas y, sobre todo ello, tener siempre presente cuáles son los límites de cada uno, forman el corpus imprescindible del equipaje del buen viajero solitario.
El viaje autosuficiente tiene sus ventajas, irse cuando uno quiera, a donde quiera y como quiera, un lujo muchas veces mayor incluso que el viaje en sí mismo. No hay que debatir, ni dar cuentas, ni tan siquiera hablar es imprescindible, más allá de las palabras nutricionales y de cortesía.
No es menos cierto que el solitario tiene hambre de compañía. El respeto, temor incluso, se disipa con el alimento de las personas que se conocen, que ayudan a encontrar un destino, a salir de un atolladero, que tantas veces te abren sus casas. Ir solo es el viaje más directo hacia los demás. Encuentros, presentaciones recién nacidas, que tantas veces se convierten en amistades perdurables; uno de los mejores retornos que entrega el viaje solitario.
Marchar solo es un verdadero desafío. Están tan claros los riesgos de esta manera de viajar que el miedo a enfrentarse a ellos hace que muchos sean incapaces de dar el paso. Aunque les gustaría, prefieren incluso quedarse en casa que marchar solos. Es cierto, viajar solo es más expuesto que hacerlo en compañía. El solitario está obligado a abrir más y por más tiempo los sentidos. Del principio al fin del viaje.
A cambio, esa atención que el yo solo siempre debe tener despierta, frente al nosotros, que tantas veces la adormece, permite percibir sensaciones, momentos, lugares y, sobre todo, personas y maneras de ser que de otra manera pasan desapercibidos. Irse solo de viaje es hacerlo fuera de la burbuja en la que se instalan los viajeros y turistas en pareja, en familia y con amigos. Ese nosotros adormece y envuelve como un abrigo protector ante lo extraño y lo desconocido.
Más que en ningún otro tipo de viaje, en las escapadas solitarias lo realmente importante es el viaje en sí; el destino, muchas veces, solo es la excusa para un viaje que siempre lleva al mismo lugar: el interior de nosotros mismos.
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