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Ni platos con formas imposibles, ni jarras absurdas con la boquilla hacia el interior. Una vajilla tiene que ser práctica y Ana Roquero lo sabe. Licenciada en Bellas Artes y Diseño Industrial, la creadora de la firma de menaje sostenible CooKplay nos recibe en su estudio de Sondika, muy cerca de Bilbao, para mostrar su lugar de trabajo y sus colecciones, repletas de piezas que invitan a la caricia, suben la libido y brillan en las mesas, pero que nacen, sobre todo, para ser útiles a los chefs y a los comensales.
“Soy diseñadora industrial de las que se lo cree de verdad. Cada elemento debe valer para algo y tener un porqué”, explica Ana, a la que no le gusta definirse como una artista y que, sin embargo, despierta emociones con cada uno de sus diseños.
Su primer trabajo fueron unos cubiertos. Los diseñó cuando estudiaba Bellas Artes y fueron un descubrimiento: “Supe que me gustaba el lado funcional del proceso creativo”. Quizás CooKplay estaba despuntando y ni siquiera ella lo sabía.
Los siguientes 25 años trabajó para grandes marcas y diseñó electrodomésticos, máquinas expendedoras y hasta aparatos médicos. Fue la crisis de 2008 lo que la hizo despertar: “La gastronomía se convirtió en el mayor exponente de creatividad y tenía que estar ahí. Había pasado la época de la arquitectura y otras disciplinas y veía que la revolución en este sector llegaba con el gran pionero Ferran Adrià”.
Sus platos, fuentes y boles coparon las mesas de los mejores chefs, muchos con Soles Guía Repsol. Jordi Roca hizo un postre precioso deconstructivo en una pieza doble de Jomon, la primera colección, y la lista se hizo larga: ‘Arzak’, ‘Berasategui’, ‘Etxebarri’... Todos ellos con 3 Soles Guía Repsol. “Me dieron un empujón importante y tengo que darles las gracias, pero hoy lo que más me gusta es estar en sitios cercanos. En un bistrot, en un restaurante que quiere diferenciarse, que aspira a más… y en las casas”.
Actualmente CooKplay vende un 80 % en restaurantes y un 20 % por internet, aunque la venta online no para de crecer. En la alta gastronomía no tiene fronteras. “Ahora nuestro principal mercado es Francia. Nos ha costado porque en Europa son muy exigentes y hay una enorme competencia, sobre todo en la zona de Limoges”. También ha llegado a México, Australia, EEUU, República Dominicana, India, Dubái…
La sostenibilidad ha sido fundamental desde el principio. Tanto que Ana intentó que su primera colección fuera de caña de azúcar. Lo cuenta con pasión y convencida de cada una de sus palabras: “Me ponía enferma pensar en el plástico del delivery y creé una alternativa totalmente desechable y sostenible en este material. Pero no pudo ser. Los moldes eran muy caros, casi de inyección y tuvimos que dejar el proyecto congelado esperando a que el mercado estuviera más sensibilizado”.
La colección Chikio llegó por fin en 2019 y el auge de la comida a domicilio la impulsó como un cohete, adoptándola muchos chefs, como Dani García, de La Gran Familia Mediterránea y restaurantes como ‘La tasquita de Enfrente’ (2 Soles Guía Repsol), en Madrid.
La masa con la que se hacen estas piezas se forma con la caña una vez que se extrae el azúcar. “Es un material que pueden comer los peces y, si se tira a la basura orgánica, en 90 días desaparece. Pero es difícil. Solo se produce en EE. UU. y Japón. Por eso queremos abrir una fábrica de caña de azúcar en el País Vasco. De momento es un embrión de proyecto, pero es nuestra idea”. En cuanto al menaje de mesa, Ana apuesta por la porcelana: “Es el material más sostenible porque es el que más dura, el que pasa de generación en generación, con piezas tan buenas y tan admiradas que nunca las quieres tirar”.
En su estudio hay un showroom precioso. Predomina el blanco, las líneas originales, sencillas y elegantes y destacan algunos modelos con fondo dorado y plateado. Hay piezas de sus siete colecciones de porcelana. Desde la primera, Jomon, inspirada en la naturaleza, en la vuelta a los orígenes, en esa concha que se coge con una mano y permite moverse libremente durante un catering, a la última, Jelly, que incluye piezas verticales (una jarra para agua, una jarrita para salsa y un vaso) llenas de curvas y con la que, según cuenta la diseñadora, “me di el gustazo de hacer algo muy sensual, que parece que se escapa de las manos y en la que la forma sigue a la emoción. Me dejé llevar”.
Entre estas dos colecciones, Shell Line, con formas esenciales en blanco y negro, o Gochi, la más divertida, que recrea personajes que saltan de la mesa. Así, entre platos y fuentes, hace reuniones con el equipo, formado por siete personas y en las que, según deja claro Ana, no puede faltar Thibault Paoulou, director de Marketing y Comercial, su mano derecha. “Ya trabajábamos juntos cuando tenía la consultora de diseño y hemos compartido la creación de CooKplay, nuestra empresa de menaje”. Ambos se complementan, recorren países y visitan ferias. También su hija Ana Roquero, que ha seguido sus pasos y de la que habla orgullosa: “Ha estudiado en Inglaterra, ha trabajado con un diseñador inglés de primer nivel y va a ser mi futuro”.
En esas reuniones debaten, sobre todo, pero Ana va con los deberes hechos: “Estudio la función a la que quiero servir. Por ejemplo, mesas pequeñas y gente que quiere compartir, llevar todo al centro. A veces, medito mucho tiempo las primeras ideas, es un proceso lento. Pero luego el diseño del boceto es rápido. Lo hago a mano alzada, con dibujos preciosos. Me inspiro en el arte y en la moda, que me da alas porque rompe esquemas. Cambiar los colores, las formas, crear movimiento... Eso me da felicidad”. Enamorada del arte, hablo con ella de La noche estrellada, de Van Gohg, de los relojes de Dalí, de las esculturas de Henry Moore… y se emociona. Aunque lo hace todavía más cuando desvela su pasión por visitar exposiciones y descubrir talentos emergentes. El arte ha creado en ella un poso y una sensibilidad especial. Una amalgama sin referentes concretos.
También se descubre ante ceramistas y artesanos, pero asegura que no es ninguna de las dos cosas. “Todo lo que diseño tiene que poder producirse en serie para que el precio salga bien, que los moldes se amorticen y el plato salga a 15 euros. Trato de ser más universal. Esa es mi idea del diseño”.
A Ana Roquero le mueve estudiar los hábitos a la hora de comer, más que los chefs o las tendencias gastro. Quiere ser práctica y lo consigue. Aunque, a veces, es el cocinero quien encuentra en CooKplay su traje a medida. “Me acuerdo de Bittor (Arguinzoniz), de ‘Etxebarri’, cuando vio nuestro bolcito. Lo observó detenidamente, estuvo un buen rato abriéndolo, cerrándolo, abriéndolo, cerrándolo... imaginándose el plato. Fue superbonito. Luego presentó en él su caviar a la brasa. Los chefs hacen cosas preciosas y a mí me encanta. Es el plus que me llena de emoción”.
Martín Berasategui creó una especie de paisaje primitivo, con trufa, en un bol blanco. Toda esa belleza ha hecho que Ana se interese cada día más por el emplatado: “La forma de presentar un aperitivo, un postre o un plato principal ha evolucionado muchísimo y va de la pureza al concepto brutalista. Esas tendencias me interesan porque están rayando el arte”. Aun así, la funcionalidad y la esencia siempre vuelven. Como la curiosidad de aquella niña que cambiaba de camino todos los días para volver a casa del colegio porque le aburría hacer siempre el mismo trayecto.
Entre sus proyectos, colaborar con otras marcas y volver sobre ideas congeladas. Para prueba su última creación, unos cubiertos que resultan agradables y fáciles de usar a diestros y zurdos, gracias a una pequeña curva y a su forma sinuosa. Ana mira al futuro con perspectiva: “No tengo un final, no pienso que se me puedan acabar las ideas”.
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