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"Que paren el mundo que yo me bajo". La célebre frase de Groucho Marx está definiendo la nueva normalidad para muchas personas en todo el mundo. El parón que supuso la crisis del coronavirus hizo que la vida que teníamos en tiempo prepandémico no fuera la que en realidad se deseaba llevar. Desde la distancia que supuso el confinamiento, muchos pudieron analizar cuáles eran las cosas que les hacían felices y cuáles no y con ello, la posibilidad de cambiarlas.
Aunque ya existía antes del Covid-19, una corriente estética y cultural está tomando cada vez más fuerza en la sociedad occidental: el Cottagecore. Pero, ¿qué es? ¿en qué consiste? Según la Wikipedia y a grandes rasgos… "más que una simple estética visual, el Cottagecore es un estilo de vida que idealiza la vida en el campo y las actividades que la acompañan". Y como esta definición sabe a poco, vamos a entrar a desarrollarla en profundidad.
Aunque puede parecer muy moderna, en esta corriente se aprecian similitudes con el pensamiento de la etapa de la Ilustración francesa o la británica época eduardiana. El Cottagecore es un movimiento que idolatra el concepto de una vida sencilla y autosuficiente, donde existe el anhelo de una vida más rural e idílica, se nutre del deseo de ser uno con la naturaleza y de vivir en un mundo distinto del que se habita actualmente. No es de extrañar que el movimiento se haya expandido a nivel global gracias a las redes sociales. En ellas, los jóvenes suben imágenes y vídeos mientras pasean por el campo junto a su perro, hornean pan o se tejen una bufanda.
Además, el Cottagecore entronca con el Arts & Crafts porque ambos valoran la integridad de los productos hechos a mano y artesanales. En definitiva, su espíritu es caprichoso y nostálgico pero a la vez, cuenta con elementos extravagantes y ecológicos que reflejan nuestra necesidad de belleza, sostenibilidad y seguridad. ¿Cómo introducirse en este mundo? Los mas afortunados puede que hayan heredado o estén pensando en comprarse una casa en el medio rural, pero la verdad es que se puede llevar una vida pastoral en áreas urbanas y en muchas facetas de nuestro día a día.
Por ejemplo, la moda. Ahora, cada vez da más pereza entrar en un comercio de fast fashion, por el contrario, se aprecian más las prendas elaboradas con materias primas naturales y se valoran las confeccionadas por uno mismo. Hasta firmas como Erdem, Jacquemus o Dior se han contagiado del espíritu Cottagecore. ¿Cuáles son sus puntos fuertes? Pues las faldas largas, los corpiños, las blusas con mangas farol, los estampados florales, los bordados, los ponchos, los monos, los delantales, los chalecos…
En cuanto a los colores, se aceptan todos aquellos que evocan la naturaleza como el marrón, el verde oliva, los ocres, el granate… y, si están algo descoloridos, mejor que mejor. Los estampados son, además de flores e insectos, las rayas. Aquí se pueden aprovechar todos los talleres y cursillos que se han realizado a lo largo del tiempo porque los accesorios hechos a mano: sombreros, prendas de punto (chaquetas, chales, calcetines…) o croché, bisutería, bolsos… se han revalorizado.
La decoración es otro de los puntos fuertes del Cottagecore. Si se ha heredado una casa familiar, no hay que deshacerse de absolutamente nada, al contrario, lo mejor es hacer fotos y subirlas a Instagram. Para mostrar al mundo nuestro particular paraíso cottagecore se necesita un catálogo en el que no falten las baratijas vintage tradicionales y por supuesto, los objetos de colección. Porcelana (especialmente teteras y tazas), tapetes de croché, mantas de patchwork (de tela y ganchillo), elaborar fundas de cojines en petit point o punto de cruz, decorar jarrones con flores silvestres y ramas caídas de árboles…
Reutilizar alfombras viejas, piezas de vajilla y de cubiertos desparejados, sábanas, cortinas y mantelerías antiguas bordadas, muebles de época con señales del paso del tiempo… En definitiva, deambular libremente por los mercadillos y rastros de segunda mano puede regalarnos muchas agradables sorpresas. En el fondo no es más que reutilizar todo porque el cottagecore tiene un trasfondo de bricolaje, de ingenio y ecología.
Nuestra agenda también puede llenarse de actividades 'cottagecore'. En primer lugar volvemos a lo analógico. Recuperar el encanto de la fotografía predigital y revivir la emoción que da revelar el carrete es algo impagable. Lo mismo que dejar el email solo para las cosas urgentes y volver a las cartas y postales de siempre. Gastar el tiempo libre según esta filosofía significa dar largos paseos por el campo, secar flores, hacer una ruta de senderismo, caminar a lo largo de un río o un lago, visitar granjas (si tienen animales, mejor), escuchar música folk… y también apuntarse a todos aquellos cursillos que nos pueden hacer más autosuficientes como crear cosmética natural, encuadernación, tapizado de muebles, costura…
Si somos amantes de la lectura, nada mejor que buscar un rincón a cielo abierto y leer bajo los rayos de la luz solar algo de poesía francesa del siglo XVIII como Les Saisons, de Jean François Saint-Lambert o Les Jardins ou l’art d’embellir les paysages, de Jacques Delille. Incluso las obras de Rousseau y de Buffon, maestros a la hora de describir cómo vivir la naturaleza.
La cocina también se ha contagiado con el espíritu rústico. No hay nada como plantar un huerto y recolectar sus frutos. Salir a buscar bayas silvestres o tener un jardín y llenarlo de gallinas. Los productos de proximidad y de temporada son los que no deben de faltar en nuestra nevera y, si hay un mercado de pequeños productores cerca de nuestro domicilio es esencial visitarlo para conseguir productos lo más naturales posible. Ojo, porque también hay pequeños agricultores y productores agrícolas y ganaderos que sirven sus productos a través de Internet como Plaibo, Agroboca o Biobox Fruit.
Las tiendas de artículos a granel son también muy apreciadas a la hora de adquirir legumbres, harinas, frutos secos o cereales. Y, si durante el confinamiento se puso de moda hacer pan, ahora las recetas de toda la vida regresan a los fogones como esos guisos que no quedan bien si se hacen con prisa, aunque tampoco está de más ampliar conocimientos y aprender a elaborar pasta o bollería artesana.
Pero, ¿podemos ser cottagecore en la ciudad? Por supuesto. Los metros de nuestro apartamento, el ruidoso tráfico y la contaminada atmósfera no son impedimentos para llevar una vida bucólica. Sostenibilidad, vida ecológica, mayor cuidado de uno mismo y tradición son los pilares para ser lo más cottagecore posible. Y no estamos hablando de adoptar el estilo de vida de los Amish, sino seguir unas pequeñas pautas de comportamiento que van desde moverse en bicicleta hasta hacer pícnics en el parque pasando por beber más infusiones o utilizar productos cosméticos de origen natural.
También funciona vestirse con un peto vaquero, aprender a hacer conservas, poner una estufa de leña, hornear tartas de manzana, visitar los mercadillos de segunda mano para comprar juegos de té de porcelana, recoger las piñas que se caen de los árboles en los parques para decorar la casa o llenar de flores el balcón y las ventanas. En definitiva, pautas que tienen que ver con la nostalgia, la comodidad y el anhelo de una vida más lenta, sostenible y con más alma.
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