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Son las siete de la mañana y los pájaros, que habitan los árboles que rodean el cortijo Las Vegas, funcionan mejor como despertador que cualquier móvil que hayamos programado para no perdernos esta ocasión única. Aunque nosotros acabamos de abrir los ojos, a unos cientos de metros de la casa, los sacadores, el nombre que reciben los artesanos expertos en extraer el corcho, llevan ya un rato trabajando. Su objetivo es descorchar toda la población de alcornoques de esta finca en el menor tiempo posible. Ideal si lo consiguen antes de que comience a pegar el sol y el calor apriete.
Como explica Juan Ortega, miembro de la familia propietaria de esta finca de espectacular belleza situada en un lugar estratégico entre Badajoz y Alburquerque, el comienzo de verano es la época ideal para extraer el corcho porque es cuando, como consecuencia del calor, se separa más del árbol y es más fácil desgajarse. "El árbol se contrae y el corcho se dilata y sale prácticamente limpio. Es como quitar un guante".
De estas planchas saldrán los tapones de las botellas de vino de grandes bodegas. Y de los descartes, conocidos como bornizo –un material rugoso y muy bonito pero no destinado a la industria del taponaje–, surgirán todo tipo de productos como los famosos conglomerados o virutas con las que se confeccionan bases para los campos de fútbol, salvamanteles, paraguas, bolsos, zapatos…
Un proceso que, explicado de esta manera, parece simple, pero que en realidad requiere de gran pericia y, sobre todo, de mucho cuidado para no dañar el alcornoque y lo más valioso del mismo: la madre del árbol. El respeto a la naturaleza tiene un papel protagonista en esta tradición y los artesanos que se dedican a ello saben muy bien que es fundamental tomarse su tiempo con cada ejemplar.
Paloma Ortega y su marido, Eduardo Escudero, coinciden en resaltar que es la madre del árbol una de las partes más preciadas del alcornoque, la responsable de fabricar el corcho. Se reconoce porque es de un vibrante color naranja. "Si en una saca te llevas demasiada madre, la dañas o te encuentras con una plaga de bichos, ese árbol ya no criará más corcho". Esta parte será la responsable de que dentro de nueve años se vuelva a producir el mismo fenómeno.
Los sacadores a cargo de este complicado proceso se organizan en cuadrillas de dos o tres hombres y el encargado de la misma es el manijero. Todos utilizan un hacha con forma de media luna. "La punta sirve como si fuera un cutter y el otro extremo, en vez de tener un mango normal, tiene una cuña de madera. Con esa cuña hacen palanca y van levantado el corcho poco a poco", detalla Paloma. "Si en algún momento ven que está muy pegado, paran, porque pueden traerse la madre, el alma del árbol".
Quizá por eso, verles trabajar es hipnótico. Cómo observan cada árbol, como si fuera algo único, totalmente diferente al que acaban de descorchar para, a continuación, decidir por qué lado van a comenzar y proceder a extraer el corcho con la delicadeza con la que se desnudaría a un bebé. Cuando se les pregunta, no son capaces de estimar un tiempo para el descorche: "Cada árbol es un mundo, es especial. Yo llevo desde los 19 años dedicándome a esto; ahora tengo 55 y soy incapaz de decir cuánto invertimos en cada uno. Muchas veces depende de lo reseco que esté, por ejemplo", explica uno de los sacadores, que confiesa que este es un oficio que no se puede ejercer sin que alguien te lo enseñe, como cualquier trabajo artesanal.
En general, el proceso depende de muchos factores. "Cuando hay un árbol que no se presenta bien –señala Paloma–, es el manijero el que decide cuántos hombres dedica a ese descorche. Puede juntar hasta dos cuadrillas y va dirigiendo esa saca, especialmente si es complicada o grande. O deciden dejarlo, porque a lo mejor dentro de nueve años ese trozo sí sale bien y te llevas todo el corcho de golpe y sin dañar nada. Cuando un árbol no se da, no se da; normalmente, porque no está sano. Cuando está sano sale a la primera, limpio".
"El corcho que sale en un árbol espontáneamente es el de que se usa en los belenes navideños, el bornizo. Es muy bonito, pero no sirve para nada. Hace un siglo lo cortaban y solo dejaban la madre, esa capa naranja. El del primer año era inútil, pero esperaban nueve años a que el alcornoque comenzara a crear una segunda capa de corcho, conocida como los segunderos. La madre va creando esa capa exterior, que en el fondo es su manera de protegerse del fuego, ya que el corcho es ignífugo. Una vez que tienes eso, cortas por un determinado punto y obtienes la plancha limpia", explica con todo detalle Eduardo Escudero.
"Es la experiencia de cada sacador la que le indica por dónde tienen que hacerlo para extraer la plancha de golpe. Pero también es importante no extraer demasiado corcho de las partes de arriba, porque eso haría que en el siguiente proceso la savia del árbol se tuviera que repartir entre más zonas y lo que nos interesa es que se engorde más la parte baja, de donde sacamos más", añade.
Según van extrayendo el corcho, los sacadores lo van dejando a los pies del alcornoque para que un segundo equipo de trabajadores lo recoja y lo lleve al lugar donde se clasifica; se separan las planchas del bornizo y de las garras (la parte inferior de las planchas que tampoco sirve para taponaje) y se deja orear, es decir, secar al aire libre para que pierda parte de su humedad. Aún así, la familia Ortega sabe que cuando se lleve a pesar, se descontará hasta un 10 % del precio del corcho por el agua que no se haya evaporado.
En la finca Las Vegas ya tienen un comprador para la producción de corcho de este año, un taponero de la zona que recorre con un todoterreno los alcornocales para comprobar cómo están trabajando las cuadrillas y cómo va la extracción. Como curiosidad, en la visita de esta mañana explica que para hacer los tapones de botellas, las planchas se colocan de canto, porque "de esta manera el poro natural de la corteza va en dirección contraria y se evita que exista un contacto directo entre el exterior y el vino o que se produzcan escapes".
El corcho sigue siendo un elemento que tiende a subir de precio dada la escasez de la materia prima y la gran demanda del producto. "Pero un alcornoque no es productivo hasta los 50 años, más o menos. Se puede sacar el corcho a los 25, pero no es gran cosa y hay que esperar. Luego nos enfrentamos a otros peligros durante ese tiempo: a que haya un incendio y nos deje inservible el corcho o que haya una plaga de Cerambyx cerdo, un tipo de escarabajo protegido por la Unión Europea que es una amenaza para estos árboles", apuntan Eduardo y Paloma.
A las tres de la tarde, con las planchas oreándose en el rosco, una construcción que se hace con todas ellas en forma de caracol para facilitar el secado, la familia propietaria de Las Vegas se reúne para comer. Una ocasión especial para juntar también cada nueve años a generaciones de abuelos, tíos, hijos, sobrinos, primos, nietos y bisnietos. O invitados que se cuelan. Paula, la eficaz ama de llaves del cortijo, corre agobiada de un lado para otro de la cocina de este edificio de los años 50, dando los últimos toques a la comida y preocupada de que no haya suficiente para todos.
No tiene nada de qué agobiarse. Sobre las mesas que se han montado en el salón, reposan cuencos de barro –conocidos como almorfías– llenos de gazpacho extremeño, una variedad del andaluz mucho más espeso gracias al extra de pan y a la yema de huevo cocido y con un toque de Pimentón de la Vera, platos con aceitunas y una Torta de la Serena que está llamando a gritos. De segundo, una tradicional caldereta de cordero que acompaña con vinos de la zona. El cierre perfecto para un día que no se volverá a repetir hasta dentro de nueve años.
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