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En este sentido, el edificio importa, ¡y mucho! Tal y como su mismo nombre indica, estamos en el Teatro-Museo Dalí, el antiguo Teatro Municipal de Figueres que después de sufrir un incendio durante la Guerra Civil, fue reconstruido por Salvador Dalí para albergar su propio museo. Una vez dentro, únicamente un folleto-mapa nos acompaña; inexistentes son los paneles explicativos, itinerarios cronológicos u ordenación temática de las salas. Y esto es adrede, una voluntad del gerundés que se ha respetado hasta hoy día. Este caos cuidadosamente regulado invita al visitante a practicar la caída libre hacia un mundo interior en donde impera la sorpresa y la glorificación del mundo surrealista.
El museo abrió sus puertas el 28 de septiembre de 1974 y más de 40 años después se ha transformado en un potente centro de peregrinaje artístico multiétnico y transgeneracional capaz de mantener el espíritu daliniano original. Pero si quieres visitarlo transgrediendo las normas impuestas por Dalí, sigue leyendo para conocer las diez claves que te permitirán entenderlo:
Unos espectadores similares a las estatuillas de los premios Óscar nos dan la bienvenida en este gran patio que había sido la antigua platea del teatro. Este fue el espacio elegido por Dalí para exhibir su escultura surrealista más monumental: un Cadillac liderado por la figura escultórica de la reina Esther y una columna construida a base de neumáticos que sostiene una barca (antaño utilizada por el artista para navegar) de la que nace un paraguas que se abre y se cierra mecánicamente. El surrealismo culmina cuando insertamos un euro en la ranura junto al coche y se acciona la lluvia en su interior, mojando a los pasajeros y los sabrosos caracoles de Borgoña. Nunca llueve a gusto de todos.
Espacio coronado por una cúpula geodésica que nos recuerda el ojo de una mosca, insecto que observa la realidad con una mirada poliédrica y necesaria para entender la obra de Dalí. A destacar en las paredes un gran telón de teatro y un tapiz con una doble imagen (El torero alucinógeno): detrás de las múltiples siluetas de las venus de Milo se esconde el rostro del torero Manolete. No todo el mundo lo ve fácilmente, cosas que pasan cuando el arte se mezcla con la ciencia...
Colgando de un lateral, el rostro deconstruido del que fue presidente de los Estados Unidos de América, Abraham Lincoln, se recompone cuando se observa a través de una lente. Prueba con la cámara del móvil, ¡verán la sorpresa! Y en el mismo escenario, una lápida sin nombre nos recuerda que Dalí está enterrado ahí, en el centro de su museo, su gran acto final, el apogeo de una vida espectacular.
Donde el rostro de la actriz americana Mae West se transforma en un apartamento: dos cuadros son los ojos, una chimenea representa la nariz y un sofá se convierte en los labios. ¡Atención!, no hay habitación completa sin baño y aquí, éste cuelga del techo. Pero la visión del rostro recupera su bidimensionalidad cuando se sube una escalera presidida por un camello que con una lente reordena este espacio 3D dándole un carácter pictórico. Los cabellos de la actriz los diseñó el peluquero Lluís Llongueras.
Una puerta pequeña nos introduce humildemente en una sala cubierta de terciopelo rojo, un guiño a las cajitas de joyas. Es aquí donde Dalí exhibe lo más preciado de su producción pictórica y así nos lo quiere presentar. Cuadros cubistas e impresionistas de los años veinte comparten pared con preciosidades surrealistas y otros óleos de la etapa más clásica. Es un 'todos juegan' de alto voltaje presidido por el magnífico cuadro de la Cesta de pan y varias imágenes de Gala, su mujer. El pequeño formato y el carácter intimista mandan.
Antiguo rincón donde se celebraba el mercado del pescado de la ciudad cuando el teatro era puro teatro. Dalí decidió unir el edificio del mercado con su futuro teatro-museo y así utilizar esta sala para colgar un inmenso átomo del techo y mostrar pinturas de gran valor y formato que presentan desde un joven muy picassiano y matissiano hasta un artista ya maduro que dedica su últimos esfuerzos a pintar en sus lienzos esculturas de Miguel Ángel.
He aquí el salón de descanso del antiguo teatro, el rincón donde transcurría la vida social entre acto y acto. Dalí lo tuvo claro: en esta esquina reproduciría los ambientes que un artista necesita para vivir. Donde hay la gran pintura que preside el techo dedicada al fuerte viento de la tramontana y la región del Empordà es el recibidor. La vertiginosa perspectiva con que se observan los pies de Gala y Dalí es impactante. La habitación de mano derecha, con su mobiliario vintage, reconstruye el dormitorio y la de la izquierda a un estudio de artista. Al fondo, conectando ambientes, un corredor con litografías se transforma en galería de arte. El toque kitsch de la sala se combina con algún autorretrato e imágenes de la musa.
Ya en el piso superior, en el último nivel del teatro, una pequeña habitación descubre al visitante como el acto de coleccionar formaba parte de la vida del genio. Obras de Bouguereau, Duchamp, El Greco, Fortuny, Urgell... cubren estas paredes y se entremezclan con óleos dalinianos. No todo lo que reluce es Dalí, y el maestro lo tiene claro: homenajear a los otros es también reivindicarse a sí mismo. Dar a conocer sus fuentes de inspiración, de admiración y lazos efectivos es mostrar su mundo interior.
El edificio contiguo al museo exhibe la colección de 37 joyas que pertenecieron a la familia americana Owen Cheatham. Todas fueron diseñadas por Dalí y adquiridas en 1999 por la Fundación Gala-Salvador Dalí. Su valor es incalculable, piedras preciosas se transforman en diseños fantásticos, un corazón que late, un ojo capaz de mesurar el tiempo y una boca cuyos labios se representan con rubíes y los dientes con perlas.
De origen ruso, Elena Ivanova Diakanova ha pasado a la historia como Gala, la mujer, musa, administradora, amiga, amante y confidente de Dalí. Un amor particular, que empezó en 1929 y perduró hasta el final de sus días. A través del museo, Dalí la recuerda y la reverencia constantemente, sea en formato artístico o como fuente de inspiración. ¿Cuántas veces vemos a Gala? ¡Infinitas!
Y es que el Teatro-Museo solo se entiende si se vive desde su conjunto y globalidad. Más allá de las salas que configuran el museo, este recinto representa en sí mismo la última gran obra de Dalí. He aquí donde contenido y continente se unifican y nada tiene sentido sin lo otro. Sin más, el museo es una extensión de la personalidad de Dalí, un canal de acceso a su método paranoico-crítico, una manifestación de su trayectoria artística y un gran acto de generosidad hacia el espectador. Un despliegue sublime y teatral que resume la actitud performática del artista a la vez que lo conecta con su ciudad natal, Figueres.
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