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El Centro Pompidou Málaga –"el Cubo", como gustan de apodarlo los malagueños–, y el Museo de Málaga, en el antiguo Palacio de la Aduana, están separados por apenas 500 metros. Ambos forman parte del circuito museístico oficial del área del puerto y el centro de la ciudad. Y los dos precisaron una singular intervención arquitectónica para su implantación. Las zonas expositivas de ambas instituciones tienen una superficie total equivalente, entre 5.000 y 6.000 metros cuadrados. Abrieron sus puertas entre 2015 y 2016, con apenas año y medio de diferencia.
Estas coincidencias tipológicas, espaciales y temporales podrían sugerir una resolución museográfica y arquitectónica similar de ambas operaciones. Nada más lejos de la realidad. Las características de las colecciones expuestas, las estrategias de proyectos arquitectónicos que las alojan y, sobre todo, la manera diferente de entender el propósito de un museo producen dos experiencias radicalmente diferentes.
El novelista y ensayista francés Michel Houellebecq afirma que existen dos tipos de placer que perseguimos y sentimos los seres humanos: el placer del reconocimiento y el placer del descubrimiento. El primero nos remite a nuestro pasado, buscamos experimentar una sensación agradable que ya habíamos sentido con anterioridad total o parcialmente: la comida de la madre, las canciones de la adolescencia o el amor cómplice de la pareja de toda la vida. Por el contrario, el placer del descubrimiento se relaciona con lo nuevo, con el vértigo sorpresivo del hallazgo. La diferencia fundamental entre estos dos proyectos museográficos, tanto su contenido (exposición) como su continente (arquitectura), estriba en que cada uno de ellos persigue y procura uno de estos dos tipos de placer al visitante.
Las situaciones de partida de ambas iniciativas son antagónicas: la sede malagueña del Pompidou inició la expansión fuera de Francia de la famosa institución parisina. Su aterrizaje en Málaga fue una operación vertiginosa. Transcurrió menos de año y medio entre el anuncio del acuerdo institucional, diciembre 2013, y la inauguración en marzo 2015. Los arquitectos de la Gerencia de Urbanismo de Málaga, Javier Pérez de la Fuente y Juan Antonio Martín Malavé, se encargaron del proyecto.
Tal y como ellos afirman, en realidad el museo "no es un edificio, sino un local encima de un aparcamiento". Eso sí, un local grande: más de 7.000 metros cuadrados en dos plantas, baja y sótano, que actúan como charnela del tejido urbano en la confluencia de los reconfigurados Paseos de la Farola y los Curas, los nuevos muelles 1 y 2 del puerto de la ciudad. El éxito de público de la sede ha sido tan fulgurante como su construcción, de manera que el acuerdo inicial entre la ciudad y el Pompidou ya ha sido extendido hasta 2025.
Por el contrario, la inauguración del Museo de Málaga en el Palacio de la Aduana culmina un arduo proceso que ha durado décadas. Durante el siglo pasado, la extensa colección de arte y arqueología que ahora expone el museo peregrinó por diversas localizaciones malagueñas, envuelta en complicados procesos administrativos y políticos. Ante el clamor ciudadano, en el año 2006 se convocó el concurso de ideas para la rehabilitación del viejo palacio neoclásico de 1829, obra del arquitecto Manuel Martín Rodríguez. 'Pardo-Tapia Arquitectos' –Fernando Pardo Calvo y Bernardo García Tapia–, ganaron el concurso y, junto con el arquitecto local Ángel Pérez Mora, proyectaron y dirigieron las obras de rehabilitación de los 18.000 metros cuadrados del edificio.
Después de esto, 'Frade Arquitectos' realizó el proyecto de museografía y acondicionamiento de los espacios expositivos. Por fin, a finales de 2016, después de más de diez años de trabajos, el inequívoco volumen exento del Palacio de la Aduana, de planta cuadrada con patio central y cuatro alturas, cumplía el anhelo de la ciudadanía de exponer dignamente las colecciones de Museo de Bellas Artes de Málaga y el Museo Arqueológico Provincial de Málaga.
En sus 6.000 metros cuadrados de exposición, la sede malagueña del Pompidou presenta una selección de 90 piezas de los fondos del centro parisino. Está organizada en seis colecciones que van desde las Utopías Modernas de las vanguardias culturales de comienzos del siglo XX, hasta Imaginando el Futuro y La Edad de Oro, donde las propuestas de artistas contemporáneos presentan su visión del siglo XXI.
La exposición permanente es multidisciplinar e incluye obras en formatos tradicionales, instalaciones, video-arte o incluso maquetas de proyectos arquitectónicos. Una oferta de calidad indudable, cuidadosamente presentada y comisariada, para permitir al visitante disfrutar en un único espacio de ejemplos de la obra de Picasso, Kandinski o Kapoor entre muchos otros. La programación del centro incluye además talleres, ciclos de conferencias, y exposiciones temporales, como las dedicadas a Frida Kahlo o Phillipe Starck.
La ratio de metro cuadrado por elemento en exposición se reduce drásticamente en el Museo de Málaga. En los escasos 5.000 metros cuadrados de salas de exposición, se presentan unas 2.000 piezas arqueológicas procedentes de la colección de los Marqueses de Loring y 700 obras de arte custodiadas por la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. La sección de arqueología ocupa la planta segunda del palacio. Hallazgos como los restos óseos del neandertal de Zafarraya, la espectacular tumba del guerrero griego del siglo VI a. C. o el mosaico romano del 'Nacimiento de Venus de Cártama', forman parte de un completo recorrido por la historia de la región desde la Prehistoria hasta la Edad Media.
La colección de Bellas Artes se centra en el siglo XIX malagueño, aunque contiene interesantes aportaciones de pintores locales de vanguardia del siglo XX, como José Moreno Villa y, por supuesto, Picasso. Cuadros de gran formato como Y tenía corazón, de Enrique Simonet junto a obras de Murillo y Sorolla entre otros muchos, construyen una excelente visión del arte español y malagueño.
Para acoger su colección, el Pompidou adopta con mucha elegancia y sencillez constructiva el modelo predominante en los espacios expositivos contemporáneos: control riguroso de la luz natural; volúmenes y salas bien definidas; neutralidad del espacio arquitectónico para no competir o condicionar la percepción de las obras de arte; circulación continua y fluida; transiciones suaves desde el acceso principal, preparado para largas colas de visitantes, las zonas expositivas y la salida por la inevitable tienda de souvenirs.
La espectacular escalera de comunicación visual y física entre las dos plantas es, sin lugar a dudas, donde los arquitectos han conseguido condensar con más acierto los valores espaciales de este tipo de disposiciones museísticas.
En cuanto al Museo de Málaga, para dinamizar la rígida planta cuadrada del Palacio de la Aduana, Pardo y Tapia utilizan el esquema de cruz gamada, que empuja al visitante a una suerte de movimiento circular eterno alrededor del patio. El interior del palacio se vació, creando amplias salas rectangulares libres de elementos estructurales, para facilitar la percepción simultánea de las obras en exposición, el patio central del palacio y la propia ciudad de Málaga, que rodea el enclave privilegiado del edificio.
El edificio se convierte en una pieza más del museo. Es esta una solución espacialmente muy rica e inteligente que se ve en gran medida limitada por la solución museográfica posterior. Las dos colecciones de arte y arqueología que se muestran simultáneamente son muy voluminosas. Al mismo tiempo, el palacio tiene muchas ventanas y la luz natural es enemiga de la conservación de las obras de arte. Como respuesta formal a estos dos exigentes requerimientos, 'Frade Arquitectos' ha diseñado unos enormes paneles interiores de colores en las salas previamente vaciadas, en contradicción con las aspiraciones espaciales del proyecto inicial.
Desde el punto de vista de su apariencia exterior, ambas operaciones arquitectónicas podrían haberse resuelto con vocación de invisibilidad. Por su ubicación en las plantas baja y sótano, el Centro Pompidou podría haberse conformado con su función clave como articulación del tejido urbano definiendo una eficaz y atractiva topografía pública y peatonal. Por su carácter de rehabilitación de un edificio histórico, el Museo de Málaga, podría simplemente haber recuperado las fachadas exteriores del Palacio de la Aduana, sólidamente grabadas en la memoria colectiva de la ciudad. Sin embargo, no ha sido así en ninguno de los dos casos.
Un cubo de más de 12 metros de arista emerge sobre el Centro Pompidou, como un grito que reclama atención. El habilidoso, sutil y efectivo tratamiento de los cerramientos de la planta baja sufre el contrapunto elemental de este cubo-tótem de carretera. Además, en 2017 el artista conceptual francés Daniel Buren realizó una intervención sobre el cubo originalmente transparente, consistente en la superposición de una trama de colores y bandas en algunos de los vidrios de cerramiento. Como es lógico, esto aumenta aún más si cabe la presencia urbana del enorme cubo publicitario. Por cierto, el artista francés es también el responsable de la dudosa operación de pintar de rojo los arcos del Puente de la Salve junto al Museo Guggenheim de Bilbao.
Muy al contrario, el gesto visible de Pardo y Tapia en el Museo de Málaga está lleno de matices. El Palacio de la Aduana había tenido desde su construcción una cubierta a dos aguas en sus cuatro crujías. Esta cubierta se destruyó en un incendio en 1922, y el edificio quedó durante todo el resto del siglo XX rematado con una azotea plana. El proyecto del museo ha recuperado y reinterpretado la antigua cubierta a dos aguas sobre la planta tercera.
Una cubierta de sofisticadas tejas de aluminio macizas, en cada una de las cuales se estampa un viejo grabado de la ciudad, genera una gran variedad de nuevos espacios interiores y, en particular, pequeñas e íntimas terrazas exteriores, que permiten contemplar, enmarcadas, deliciosas vistas de la ciudad.
El Pompidou se disfruta y reconoce como una franquicia del espacio expositivo moderno. Es global y transnacional, podría estar en cualquier lugar del mundo. Es unívoco y autorreferencial, su propósito es mostrar parte de la magnífica colección de su institución matriz. Por encima de todo busca el recreo y entretenimiento. Pretende facilitar una experiencia memorable al visitante local y, sobre todo, al turista-crucerista, que acude al reclamo de la marca Pompidou que valida la calidad de la experiencia. Por el contrario, el Museo de Málaga invita al visitante a descubrir lo que, por unas razones u otras, había permanecido oculto. Su vocación es didáctica. Quiere explicar muchas cosas. Es denso, excesivo y heterogéneo. Exige del visitante el esfuerzo de encontrar los secretos que se ponen a su disposición simultáneamente en todos los rincones del museo. Incluso la prosaica cafetería, se concibe como en una terraza mágica que incorpora la Alcazaba colindante a la lista de tesoros malagueños que el museo ofrece a sus visitantes.
Houellebecq ha manifestado su preocupación por el retroceso del placer del descubrimiento en la sociedad contemporánea. En su opinión, la tiranía adormecedora del confort ha hecho prevalecer de manera abrumadora el placer del reconocimiento frente al del descubrimiento. En este caso, las largas colas frente al Pompidou parecen confirmar esta intuición del francés. Sin embargo, ambas experiencias son muy valiosas y necesarias. Es más, aprovechar su proximidad para visitar ambos museos en una misma jornada, hace que el contraste aumente la intensidad de la sensación placentera producida por cada uno de ellos. El Centro Pompidou es reconfortante. El Museo de Málaga, emocionante.
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