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En unas naves integradas en el centro urbano de Moncada, a diez kilómetros de Valencia, se encuentra la fábrica de la familia Garín. Tras la fachada modernista color cian de estilo Sezession, el prestigio de esta empresa textil de seda cuenta con 200 años de tradición que alimenta además un pequeño museo. En el taller, el pavimento del suelo cambia al terrazo industrial original y da la impresión de que pocas cosas han cambiado. Ahí descansan los 11 telares centenarios marca Jacquard, cuidadosamente tapados, esperando que los tejedores –entre cuatro o nueve en la actualidad, aunque llegó a haber 200– les den vida.
Conforme avanza la mañana, Agus, Toni y Amparo han ido llegando silenciosamente y se sientan sobre un poyo de madera ante sus máquinas. La nave se llena con sonidos similares al del rodillo de las antiguas máquinas de escribir. Estos tejedores trabajan duro sus ocho horas, cada uno en un diseño diferente. Hay un telar que destaca con una resplandeciente urdimbre de seda púrpura. Sobre ella también cuelgan como en los otros, a poco más de un metro, unas tarjetas de cartón agujereado donde se marca previamente el boceto original.
El telar consta de dos máquinas conjuntadas: una que hace los dibujos, pasando el tejedor manualmente las canillas de hilos de colores con las pequeñas lanzaderas de seda, mientras el mecanismo selecciona por qué hilos tiene que pasar cada hebra de la trama para conseguir el diseño previsto. La otra máquina produce el movimiento independiente de los hilos en tensión de urdimbre y fabrica el cuerpo liso de la tela, accionando el tejedor un pedal con el pie para hacer raso o tafetán al pasar las lanzaderas más grandes.
El mecanismo es semejante al de una pianola que, al hacer girar un cilindro con piñones que pasan por los agujeros del cartón, acciona los martillos de un piano sobre sus cuerdas. La idea proviene del inventor de los míticos mecanismos de relojería para autómatas y cajas de música, Jacques Vaucanson, mejorados en tiempos de Luis XV para adaptarlos a la repetitiva tarea tejedora en tiempos en los que la industria inglesa y escocesa superaban a la de Francia. De hecho, esta idea que permitía que un solo obrero manipulara el telar, es la precursora de la robótica y el ordenador.
Cada pasada de hilo de color que da el tejedor con los espolines es un cambio de cartón que tiene que hacer también a mano. Con los pies va moviendo el cuerpo de la tela mientras con la mano pasa el batán, un peine que aprieta las fibras recién tejidas. Delante, el operario mueve la gran cantidad de cables y lanzaderas con sedas que obran el milagro de este tejido con dibujo. Ha conseguido tejer una trama. "A esto se llama espolinar", dice Agustín, y este esfuerzo artesano, en el que no se escapa ni un detalle ni un fallo, es lo que añade todo el valor a las piezas. Para crear los 13 metros de tela de un traje (no se asusten, su ancho es de 54 cm) se precisan hasta tres meses de trabajo. "Sin las Fallas esta tradición no viviría", asegura Elena.
Lo primero es elegir un boceto creado por un artista, trasladarlo a un papel milimetrado y perforar las tarjetas de cartón en los puntos del dibujo donde se quiere que pasen las pequeñas lanzaderas de seda por la urdimbre. Los hilos de seda natural se tiñen con productos vegetales o minerales, y con una máquina devanadora se rellenan las canillas de los espolines de manera uniforme. La fábrica conserva los patrones originales y las cartas técnicas en cartón, algunos venidos de Venecia.
La seda ya tintada se encaña devanando las madejas y convirtiéndolas en carretes de hilo para el urdidor. Después, se colocan estos carretes en la encañadora, que iguala la tensión en cada vuelta, impidiendo así que el hilo se enrede al salir. Los carretes uniformes se pinchan en el urdidor para obtener un cilindro de 6.000 a 7.000 hilos paralelos que pasan por el peine, cada hilo por su línea, y se van enrollando en fajas de hilos de diez en diez, que cuando están tensos parecen las cuerdas de una lira. Estos se usarán para el fondo de la tela, tantas vueltas como metros se necesiten para el traje que se quiere confeccionar.
"La seda es de mucha calidad", apunta Elena Ribes, gerente de 'Garín' y descendiente de su fundador, el maestro sedero Mariano Garín. "Y se rompe en el urdidor como un cabello, así tienen que provenir de un proveedor fiable de seda y que sirva poca cantidad". Estos selectos hilos de urdimbre son más finos que los de los telares mecánicos, que tejen 80 en vez de los 120 hilos que se consiguen en este proceso, dando a la tela un brillo tan uniforme como un espejo.
En lo referente al precio, el material de seda tejido a mano puede llegar a 1.500 euros el metro. Solo la tela de un traje entero podría llegar a costar 14.000 euros. De 40.000 mujeres falleras pocas pueden llevar una tela tan exclusiva que indica la cultura y la posición social de su portadora. La gente que adquiere estas piezas de arte, abre las puertas de sus casas a los amigos o vecinos para enseñar los trajes montados sobre un maniquí y compartir su belleza.
El clásico espolín Valencia es el buque insignia de 'Garín' y el preferido de los clientes. Está inspirado en la moda francesa de 1700, y se realiza con fondo de seda adamascada que hace una textura llena de brillo. Cada cambio de color convierte el mismo boceto en uno completamente distinto siendo de idéntica estructura, aunque su combinación clásica es el fondo de color blanco roto y flores en tonos azules, naranjas y violetas.
La complejidad de su elaboración solo permite tejer alrededor de 3 centímetros a la hora, lo que supone unos 22 centímetros al día con un ancho especial de 64 centímetros. Es el más caro. "24 centímetros en ocho horas si todo va bien y no se rompe", cuenta Rosa, la tejedora que está con él en el telar y que usa dieciocho colores normalmente y veinticuatro cuando más tiene.
Estos diseños se encargan igual desde siempre, porque en 'Garín' usan las mismas tarjetas de cartón perforadas desde su creación. Picando los cartones con técnicas modernas, se puede realizar un diseño nuevo y exclusivo cuya dueña sabrá que nadie más va a llevar, pero lo habitual se suele elegir entre las más de 300 referencias tradicionales, algunas de más de 100 años. Los trajes se conservan como una joya, se van heredando y adaptando según las modas con la seguridad de tener los mismos diseños que se utilizaban en los trajes de los siglos XVII y XIX.
Entre los archivos históricos de esta fábrica se pueden encontrar desde encargos antiguos para las vestimentas de la realeza, hasta la restauración y decoración de palacios alemanes consistentes en 4.000 metros de tela tejidos en telar manual. Los diseños forman parte de la historia del Palacio Real de Madrid, del monasterio de Santa Clara de Tordesillas o del Colegio de Doncellas Nobles de Toledo. Se han encargado espolines para la restauración del Palacio de Oriente, para el tapizado de damasco púrpura del despacho del Presidente del Senado o para el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Tudela. En Valencia se conservan sus tejidos en la decoración del Real Colegio del Patriarca y en el Palacio del Marqués de Dos Aguas, hoy Museo Nacional de Cerámica.
Tras un amplio escaparate de cristal, la tienda 'L´Armari de Fallera' muestra rollos de telas de todas las calidades, estampados, colores y materiales imaginables, armarios donde cuelgan sayas y ropa interior blanca, un muestrario de espolines falleros, vitrinas con aderezos, y fotos de falleras en las estanterías. En el piso inferior, dos especialistas de costura a medida, rodeadas de agujas, metros de coser, carretes de hilo, perchas, retales, lámparas de flexo, tijeras y alfileres, dan forma a una falda estampada de flores sobre fondo azul Prusia y a un cuerpo o cosset color lila pálido bordado en flores y volantes violeta.
"No se aprecia el valor de un espolín fallero hasta que uno ve cómo se teje, entonces uno lo ve casi barato", cuenta Eugenia Mallo, la encargada de la tienda. Por separado, una seda realizada mecánicamente podría parecerse a un espolín para alguien que no conoce este material, pero comparándolo cerca de uno salido de cualquier taller artesanal de los que quedan en Valencia, la diferencia es notable. "Aunque cualquiera puede presentarse, sin espolín es raro que se llegue a fallera mayor. Por eso se regalan o se prestan como las joyas".
La verdadera seda espolinada a mano debe medir 54 centímetros de ancho. Aunque existe una excepción: el modelo Valencia, que cuenta con 64 centímetros. La razón por la que este tejido mide 54 centímetros es porque esto corresponde a la medida de los telares de Jacquard en Lyon, que fueron a los que Napoleón –que solo vestía ropa confeccionada en ellos– dio la patente en 1805. Y más concretamente porque 54 es la medida aproximada de la espalda de un tejedor, la idónea para que pueda pasar cómodamente la lanzadera por la trama viendo bien la pieza que está labrando.
"La mejor manera de identificar y evaluar un espolín es viendo la tela por la parte de atrás", desvela Eugenia. Al ser elaboradas a mano, las verdaderas sedas espolinadas tienen los hilos rematados justo donde se encuentran los motivos del dibujo, como en un bordado, y el color de fondo, la trama, es liso. El dibujo tiene mucho realce y es más complejo. Además, el espolín admite muchas más pasadas de hilo y la tela no abulta.
Otro detalle está en sus orillas suaves, los hilos del auténtico espolín no están cortados al final, ya que la trama vuelve al borde. La caída y compostura es completamente diferente porque son mucho más ligeras que las industriales. La experta enseña una tela de "seda estrecha" (tejida en taller mecánico) y se ve claramente que los hilos de la trama siguen de lado a lado del tejido. La parte de atrás muestra los colores en bloque de los hilos empleados, haciendo como un rayado, y las flores del estampado son lisas por detrás, porque la máquina elabora toda la trama completa sin detenerse. Los hilos se ven cortados por el borde.
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