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Un día, cuando ya llevaban años trabajando desde el 2008, el equipo de restauradoras del Pórtico de la Gloria decidió desmontar una parte del andamio. “Tanto tiempo delante de las esculturas, a tan corta distancia... Había avanzado la limpieza. Decidimos bajar y mirar. Y entonces, cuando vimos el resultado, todas nos echamos a llorar”. El relato es de Ana Laborde, coordinadora del proyecto de conservación-restauración del Pórtico de la Gloria. Cayeron rendidas ante la belleza de lo que llevaban miles de horas observando, microexaminando, mimando. La idea central desde el principio fue “no añadir nada a lo que hay. Conservar lo existente”. Lo existente, lo salvado, bastó para desatar lágrimas de emoción.
“Quizá en la piedra hay algo que transmite esa emoción”, sea turbadora o de plenitud -o ambas cosas- que durante más de ochocientos años ha embargado a los peregrinos, desde los más humildes a los más excelsos genios. Bajo “la calzada hacia el cielo”, como la describió la norteamericana Edith Wharton, y cuando entras en el detalle de los tres arcos, se puede sentir la grandeza del universo. Hay dos años por delante, Xacobeo 2021-2022, para disfrutar con fuerza de la eternidad.
Bajo el pórtico se entiende el esfuerzo humano por comprender todo lo que al sapiens se le ha escapado por encima de las nubes y de las estrellas. Da igual que seas católico, protestante, musulmán, budista. Aquí, gente de toda fe se rinde. Lástima que ya no se pueda apoyar la cabeza sobre la del genio Mateo. ¡Es tan fácil compartir la tradición, cuando hasta hace una docena de años, los estudiantes, los niños, los adultos, unían su frente a la del Maestro! Buscaban un poco de su genialidad. Mateo -dicen que es él- se esculpió al pie de la columna de Jesé, de rodillas, mirando al altar. Quizá pidiendo perdón por la soberbia de levantar algo tan hermoso.
Bajo la mirada de los Apóstoles o de los Evangelistas -los más efectistas y fascinantes, señala Laborde- es difícil entender que a la gente se le pasen tantas sensaciones. Por si acaso, lo primero que murmuran algunos guías cuando entran aquí, en un susurro cómplice, al tiempo que se encienden las luces es: “Levanten la cabeza”. Y entonces estallan segundos de silencio. Preceden a los “¡Ohhh!” o los “¡Dios mío!”.
Luego de saborear las emociones por lo que cuentan estas tres puertas, la pregunta es: ¿El Maestro Mateo fue el único que concibió esta obra, que sin duda es la más importante de la Edad Media? Para muchos artistas, pensadores y religiosos, la más significativa hasta que, cuatro siglos después, Miguel Ángel se vuelca en la Capilla Sixtina del Vaticano.
Ese impacto en la gente al levantar la mirada lo ven cada día afortunados como Jaime Mera, responsable de las relaciones exteriores de la catedral. Da igual que la visita sea de un equipo de la tele francesa, o de los alemanes o japoneses. La admiración es casi idéntica, aunque “también los hay que pasan por aquí sin pena ni gloria”, añade, no sin cierta tristeza. De hecho, como cuenta la restauradora Laborde, “al principio de abrir el Pórtico tras la restauración (2018) había gente que pasaba por debajo sin darse cuenta de donde estaba. Iban directamente hacia el altar barroco”. Pero eso solo fue al principio. En la actualidad, por fin libre de andamios hasta la fachada, el personal sabe bien a lo que viene.
De acuerdo con lo escrito en el dintel del arco central en latín: "En el año de la Encarnación del Señor 1188, en el día 1 de abril, fueron colocados por el Maestro Mateo los dinteles de la puerta mayor de la iglesia de Santiago, que dirigió la obra de dichos portales desde sus cimientos". Es rarísimo, único, que alguien firmara su obra en el siglo XII. Pero es que, además, Fernando II de León le concede una pensión de por vida, como consta en el documento que se guarda en los archivos de la catedral. Sobre sus orígenes -¿francés, italiano?-, su taller -luego montado aquí mismo, en esta plaza a la que da nombre, el Obradoiro- y su formación quedan por desenterrar muchas lagunas. O quizá nunca lo sabremos ya.
Aceptadas las incógnitas sobre Mateo. Pero, ¿un artista -el mejor de su tiempo sin duda alguna- y su equipo pueden proyectar la cripta -otra obra maestra- esculpir y pintar? ¿Y concebir la distribución del relato, desde la cripta, donde arranca la columna que será el árbol de Jesé -la genealogía de Cristo- a la descripción del infierno, la gloria, los músicos ancianos, Santiago, el Cristo en Majestad con las llagas sangrantes? Tantos mensajes de divinidad, gloria y miedo, ¿corresponden al genio único de Mateo? Tras todas esas esculturas divinas, mágicas, sus expresiones, sus caras, sus sonrisas que marcaron un estilo en el románico, sus manos, hay un relato y un objetivo: enamorar al creyente, turbar, abrumar ante tanta grandeza. Explicar el más allá para mitigar el miedo.
“Cuentan que el gran ideólogo fue el arzobispo Pedro Muñiz, apodado también El Nigromántico”, señala Ana Laborde. A él se atribuye el proyecto: "La idea de alguien que quería transmitir un mensaje a través de un programa iconográfico. Y el Maestro Mateo debía de ser una persona muy formada, además de que tuvo varios equipos. Eso se ve en la diferencia de calidad entre unas figuras y otras. Por ejemplo, en el tímpano (el arco central) se aprecian algunas más toscas. En los dos ángeles portadores de la cruz, uno es más tosco que otro. Si nos paramos en los cuatro evangelistas, tienen una calidad de ejecución y de policromado impresionante”, señala la conservadora-restauradora del Instituto del Patrimonio Cultural.
La historia del arzobispo Muñiz, El Nigromántico, merece sus líneas. Fue tal su poder que, según un sacerdote, el día de Navidad llegó a la misa volando desde Roma, donde se encontraba en un concilio, tal era la necesidad y nostalgia que tenía. También se le atribuye la búsqueda de la piedra filosofal entre los huecos y símbolos de la catedral. Queda claro, pues, que la historia del Nigromántico y el Maestro Mateo daría para uno de esos best-seller al estilo Stephen King o los libros de magia para adolescentes. Bajo estos tres arcos, toda fantasía es posible. Basta con retroceder ocho siglos y sentir el viento y el agua azotar a los canteros, que intentaban subir cada escultura, cada apóstol, cada músico, cada ángel o al mismo Santiago, tras años de trabajo en el Obradoiro, desde 1168 a 1211.
Quizá la noche antes del 21 de abril de 1211, fecha de la inauguración de la catedral por el arzobispo Muñiz, este hombre culto, empeñado en fomentar las órdenes mendicantes; gallego (San Fiz de León, Coruña) apreciado por el Papa -también fue obispo de León- vagó por este pórtico románico, innovador en su estilo, fascinado por los personajes, obra de hombres. Una pasada para serie de tele, en la era de las series.
Lo cierto es que aquel tiempo “fue un momento único. En esos años en Santiago de Compostela confluyen lo mejor de los creadores de la época. Los arzobispos y los artistas viajaban muchísimo. Todos los que estuvieron vinculados a la ejecución del Pórtico en aquella época iban a París y a Italia cada dos por tres. Allí estaban los centros intelectuales”, recuerda Laborde. Ya por entonces, el Camino era una vía de transmisión de las artes, las culturas, el comercio, las corrientes políticas y modernizadoras. El internet del momento, sobre dos piernas, o cuatro patas y ruedas de carro o carroza.
Hay parecidos sorprendentes entre los personajes. Como el San Juan Evangelista y el apóstol Daniel -el más famoso por su sonrisa- que se parecen entre sí. “Tenían modelos, claro. No se sabe si el Maestro Mateo, además del Santo dos Coques, es el ángel que sujeta la cruz. Tendría sentido que él se autorretratara”, comenta la coordinadora de la restauración. Algunos personajes recuerdan “modelos clásicos, pero la naturaleza de la expresividad de esos rostros llama mucho la atención por la época. La inversión en dinero debió de ser increíble. Muchas veces me he preguntado lo que debió de costar”, reflexiona Laborde, mientras repasa las fotos del proyecto del que ha formado parte, el más importante de su vida.
Esta gran obra de restauración también ha necesitado mucho dinero y pasó por tiempo difíciles, pero el mecenazgo de la Fundación Barrié de la Maza ha sido total y salvó las situaciones duras. El cruce de administraciones implicadas generó momentos increíbles: lo que deseaba la Iglesia, lo que pretendía la Xunta de Galicia, el comité de expertos, lo que esperaba el Gobierno central, lo que pretendía la ciudad de Santiago de Compostela... no siempre confluían.
Y pese a todo, tras diez años de restauración -desde el 2008 al 2018-, con los avatares del siglo XXI que por momentos debieron de igualar a los que vivieron Muñiz el Nigromántico y el Maestro Mateo en el XII, se llegó al final. Y se consiguió el Premio Europa Nostra, el más importante dedicado a la conservación. Aquí, para llegar a esta jugada final asombrosa, también tuvo que aparecer un personaje con artes de nigromántico -al menos de diplomático- afable, sabio y negociador según le describen sus conocidos, como la misma Ana Laborde y Jaime Mera, director de relaciones exteriores y prensa: ese hombre es Daniel Lorenzo, cura, director de la fundación que se creó para terminar y mantener el Pórtico hasta la eternidad.
Porque una vez acabada la obra, lo más importante, como ruega la restauradora de Patrimonio, es el mantenimiento. “Sería lamentable, un enorme fracaso, que dentro de dos siglos todo el trabajo hecho no hubiera servido para nada”. Lo que encontraron los restauradores cuando se acercaron a las piedras, en 2008, es difícil de imaginar.
La catedral y el pórtico habían sido abandonados durante siglos, tras su época de esplendor y algunos retoques, en los siglos XVII y XVIII. Hasta que un tipo culto y refinado, de nombre John Charles Robinson, restaurador del Albert Museum de Londres, llegó a Compostela en 1865 y, como tantos otros antes, cayó fulminado ante la obra de Mateo. Entonces, Robinson decidió incluir los tres arcos en la colección Cast Courts, que incluye la copia de obras como el David de Miguel Ángel o las Puertas del Paraíso de Ghiberti. El “falso” pórtico de Londres fue inaugurado en 1873, pero la copia se hizo en 1866, tan solo un año después de que Robinson la viera en Santiago.
“El vaciado del Albert Museum seguro que fue agresivo. De hecho, nos hemos encontrado zonas que fueron repuestas, alguna se rompió. Pero era el medio que había en ese momento para difundir una obra. Hay que ponerse en el contexto del momento. Nombraron algunos técnicos también de la Academia de Bellas Artes de Madrid y pidieron bastantes garantías. Pero lo hicieron muy rápido y algunas improntas las tomaron con barro y otras con escayola”, relata la restauradora.
Los británicos no lo hicieron todo mal, “aunque pusieron telas antes del barro y la escayola para proteger de la humedad, pero tuvo que afectar. Ahora, en esa época el Pórtico ya estaba muy mal, sucísimo, parecía zona abandonada. El molde tuvo su parte negativa, pero también fue la forma de poner en valor el monumento que no estaba muy cuidado”. Con esta opinión de la restauradora Laborde coinciden la mayoría de los expertos y quienes cada día están aquí, como Jaime Mera. “Los ingleses pusieron el Pórtico en el mundo en el siglo XIX”, concluye este.
Cuando los restauradores del siglo XXI se subieron a los andamios, previo trabajo de años con técnicas microscópicas, de láser, importadas y nacionales, con equipos tecnológicos de vanguardia para sacar muestras microscópicas de las pinturas y todo lo que encontraran, se toparon con la tristeza que produce el abandono, el deterioro de siglos y siglos. Ramas que se filtraban por los caminos de las figuras, sales que habían deteriorado la piedra, humedad durante los años que no hubo puertas -hasta el XVII-XVIII el Pórtico estuvo abierto-, contaminación, velas, incienso, otros humos. Y una caja de cerillas y un metro, restos de los últimos albañiles que pasaron por allí.
“Podéis imaginar cómo estaban. Hubo que rebajar ese contenido de humedad de los materiales, sanear. Primero tuvimos que estabilizar y eso llevó tiempo. Abordar los riesgos, estudiar el deterioro externo. Aprovechamos para documentarnos. No tiene sentido intervenir sobre un material sin estabilizar, porque al cabo de poco tiempo estaríamos en las mismas”, apunta la experta restauradora.
Desde su mesa en el Instituto del Patrimonio Cultural de España, en la Complutense de Madrid, Ana Laborde recuerda a todos sus compañeros, empezando por Concha Cirujano, a la que relevó cuando esta fue requerida por Cultura para otras tareas, como a Daniel Lorenzo. No puede mencionarlos a todos, pero sí evoca las sensaciones, los momentos. Y solo pide un par de cosas, sencillas. “El mantenimiento de lo hecho. Cada vez hay más medios y por eso somos menos intervencionistas. Cada seis meses se revisa el estado del Pórtico y la catedral. Sería un fracaso -incluso como país- que esto se estropeara. Y la publicación, por fin, en algún momento, de todo el trabajo”. Ambas peticiones con una sonrisa, quizá la que le asomaba al rostro en los muchos momentos en que ya no podía más, y se quedaba sola bajo los andamios del Pórtico para recuperar fuerzas.