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El despacho principal de José Miguel tiene aire de biblioteca antigua, de reservado de un alquimista. Las estanterías de madera caoba –con los libros esculpidos–, el techo de figuras geométricas, un gran cuadro de Magallanes vintage, la silla tallada sobre la que descansa una gigantesca langosta, la vitrina de pan de oro, la mesa "mágica" donde pasa horas y horas con los chefs, el escritorio, salpicado con el bloc de dibujo, cientos de lapiceros de colores y bolígrafos "de los que solo funcionan dos...". Produce sorpresa no encontrarse sentado en esta cripta de ideas al mismo Tim Burton.
"Mi trabajo es tan apasionante y complicado como hacer realidad las fantasías de otros, mezclando la locura de los cocineros con mi paranoia creativa. Y todo se lo debo a un caracol y a los hermanos Adrià", apunta Piñero mientras colorea el boceto a lápiz de un cangrejo que se convertirá en pocos días en una pieza de vajilla. Como antes lo fue el pez limón de Quique Dacosta, las manos líquidas de Dabiz Muñoz o la paellera con patas de pollo de Albert Adrià. "Diseñamos mucho más que un plato para comer", sentencia el artista.
Empecemos por la historia del molusco gasterópodo. A José Miguel lo de los estudios no se le daba muy bien. Él prefería aprovechar el tiempo, "todo el tiempo", para dibujar. Quería ser como su hermano Antonio, estudiante de Arte, al que fisgoneaba sus trabajos en la casa familiar de Alcoy (Alicante). "No repetí ningún curso por la obsesión de entrar en Artes y Oficios, que acabé abandonando antes de finalizarla porque quería ponerme a trabajar", recuerda. Tuvo hasta suerte con el servicio militar, pues cambió el fusil de maniobras por el pincel y la paleta de color al ser destinado al equipo de restauración del Museo Naval de Cartagena.
Piñero va desgranando su historia mientras revisa el último encargo que le ha hecho Dani García, unas manos que sujetan un cucurucho de helado donde se servirá el postre. Poco se parece este taller de 9.000 metros cuadrados repartidos en nueve naves en el polígono industrial Cotes Baixes con el de 40 metros donde empezó hace 26 años, tras una etapa en la que se sacaba un sobresueldo decorando fachadas de bares de esta localidad alicantina y sus alrededores. "Para el primer encargo no tenía ni pistola ni comprensor y tuve que improvisar uno con el motor de una nevera y un extintor".
Durante años, la ambientación de locales de copas y restaurantes temáticos fue el negocio de este artesano multidisciplinar. Recuerdos de sarcófagos egipcios, monjes de abadía, cohetes espaciales, estatuillas de los Oscar, réplicas de Elvis, los Blue Brothers o de Bilbo Bolsón acumulan polvo en un almacén, donde cada rincón está cubierto de vilanos, la pelusa de los chopos que afloran en el cercano cauce del Serpis. Entre todas las figuras, a la que "más cariño" profesa Piñero es un Mazinger Z de más de dos metros que se hizo siendo ya mayor, "porque de niño éramos tan pobres que nunca recibí uno por cumpleaños o Reyes". Los clicks de Playmobil, otro hit de su infancia, también se reparten por distintas estancias del taller y las oficinas.
Pero si hay un protagonista absoluto en 'El Taller de Piñero' ese es el caracol. "Es mi nexo de unión definitivo con la gastronomía. En un viaje de fin de semana a Bilbao con un amigo vimos en la carretera un puesto con el sencillo cartel de 'Vendo caracoles' y la conversación hasta la ciudad giró sobre ellos, comimos muchos en la capital vizcaína y aparecieron por la calle tras unas lluvias. Así que al regreso, decidí dibujar uno y hacer miles de pegatinas que repartimos por Alcoy y acabó convirtiéndose en poco tiempo en símbolo de la ciudad". De hecho, cuando el Real Madrid vino a jugar un partido con el equipo local, se le regaló un caracol customizado y algunas Navidades los renos han sido sustituidos por este molusco en el trineo de Papá Noel.
Todavía hoy se siguen produciendo en un taller en el que van sucediéndose la carpintería cubierta de serrín, la zona de metales, con póster de modelos ligeras de ropa, la cabina cerrada donde dan rienda suelta las pistolas de pintura, los hornos de secado, las planchas de molde de resina, las máquinas de control numérico para que todas las piezas geométricas de un pedido sigan el mismo patrón... "Acabé metiéndome en este marronaco de controlar todo el proceso de creación dentro del mismo espacio, haciendo convivir los distintos oficios artísticos de principio a fin", apunta Piñero, sin desaprovechar el momento para dar unas últimas instrucciones al equipo que remata unos grandes limones para servir el catering de Nandu Jubany.
Hace cinco años, sus famosos caracoles se dejaron caer por algunas reputadas cocinas. Un conocido, distribuidor de mantelería de alta gama, le pidió uno para regalar a Pepe Rodríguez, de 'El Bohío'. Luego otro para Arzak, Joselito, Ramón Freixa... "El de Albert Adrià se lo llevé personalmente y además de agradecerme el detalle, se interesó por mi trabajo. Mientras le iba contando, se le iluminó la cara y me dijo que era la persona que estaba buscando para dar forma a la vajilla de su proyecto 'Hearst' en Ibiza, además de la decoración del espacio Dolça de 'Tickets'. Así surgió nuestra vajilla experimental". Jamones dorados, paelleras con patas de pollo, sillas dalinianas, ranas para chupar, calaveras donde servir ceviches... "Muy locas y de reminiscencias falleras", las definió el maestro Ferran.
"Los Adrià son muy generosos y me dieron a conocer a otros chefs que se interesaron por nuestra vajilla". En la lista faltan pocos trisoleados. A Dabiz Muñoz le ha diseñado espirales octópodas, corazones, serpientes y bocas de mujer; a Quique Dacosta, además del icónico pez limón, también una pluma para servir una brocheta de ave; Diego Guerrero, Mario Sandoval, los hermanos Torres, Ricard Camarena, Andoni Aduriz, Paco Roncero, Kiko Moya, Jordi Cruz... Muchas de esas creaciones, de resina, fibra de vidrio o madera, se acumulan en estanterías en la zona de oficinas a la espera de ser expuestas en una sala que está en ciernes.
Los encargos también llegan de restaurantes más modestos, de locales de tapas que apuestan por una vajilla exclusiva, coctelerías, para concursos de gastronomía, e incluso desde Hong Kong y República Dominicana. Cuatro proyectos nuevos por semana, en el que se implican 49 empleados entre herreros, ceramistas, impresores, lacadores, carpinteros, pintores, escultores, diseñadores...
"La pieza más difícil fue el encargo de los hermanos Roca, que querían una estructura de latón que recrea un planeta con un engranaje que funciona como un criptógrafo de los de la Edad Media. Al colocar el comensal de 'El Celler' correctamente los snack en su país de procedencia, la esfera se abre y aparece el último". Pura ingeniería para presentar alta cocina de laboratorio. El reto, ahora, es seguir radiografiando los sueños de más cocineros. El bloc de dibujo de Piñero aún tiene muchas páginas en blanco para continuar creando.
EL TALLER DE PIÑERO - Polígono Industrial Cotes Baixes. Alcoy, Alicante. Tel. 965 52 44 55.