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No hay mejor vista que esta. La panorámica que regala la entrada de Virgen del Puerto del Campo del Moro, en suave ascenso hasta la fachada del Palacio Real, es la más apreciada del conjunto monumental y una de las más hermosas de la capital madrileña. Imposible resistirse a tirar una foto. Ya en la amplia avenida que cruza el ecléctico jardín, nadie repara en lo que queda detrás. Bajo la escalinata de acceso, un portón mostrenco de madera con vanos acristalados guarda mudo un secreto tras sus jambas desvencijadas. Después de permanecer varias décadas entre tinieblas, la luz volverá en breve a cruzar su umbral.
Ante ustedes el Túnel de Bonaparte. Corredor desconocido para la mayoría de los madrileños, bajo su bóveda se esconden pasajes que le ligan a la monarquía española y a la historia del Palacio Real. Cerrado en la actualidad al público, Patrimonio Nacional trabaja desde el pasado mes de octubre en la rehabilitación de la parte del túnel que tutela, de una longitud de 44 metros. Está prevista la conclusión de las obras para diciembre de este año. Cuentan con un presupuesto de 415.000 euros, que provienen del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia.
Con una longitud total de 56 metros, el túnel tiene forma de bóveda de 5,60 metros de altura y otros tanto de anchos. Recubierta por ladrillos macizos en paredes y techumbre, tiene un zócalo de granito. A lo largo de los siglos la altura fue disminuyendo, al añadirse un relleno de tierra que ha elevado el suelo un metro, escondiendo el basamento de piedra de los muros.
Las obras emprendidas por Patrimonio Nacional marchan a buen ritmo y ya se ha retirado todo el relleno, quedando al aire el zócalo de piedra de las paredes. En la entrada se construirá una plataforma que permitirá contemplar el interior del túnel. Le seguirá una pasarela elevada que recorrerá todo el túnel por su centro. “Nuestra intervención consiste en recuperar la funcionalidad del túnel. Se va a mantener el estado actual del túnel, de manera que vamos a respetar el aspecto original, así como las intervenciones posteriores realizadas a lo largo de más de doscientos años”, explica María Corzo, jefa del Servicio de Arquitectura de la dirección de Inmuebles y Medio Natural de Patrimonio Nacional.
“Desde los tiempos en que Felipe II convirtió Madrid en la capital del reino, existió el proyecto de unir el Palacio Real con la Casa de Campo”, explica Jose Luis Sancho, jefe de Investigación Histórica de Patrimonio Nacional. Debía ser un discreto y seguro subterráneo entre el Campo del Moro, por entonces cazadero real menor, y la Casa de Campo, el cazadero real mayor más cercano a palacio. Separaba ambos espacios el Camino de Castilla, hoy Paseo de la Virgen del Puerto, vía de paso muy frecuentada, que el deseado túnel permitiría evitar a los monarcas cuando quisieran pasar desde su residencia palaciega a la Casa de Campo.
Diferentes razones hicieron que el pasaje nunca llegara a construirse. Hasta que José Bonaparte vio en el subterráneo una vía de escape por si se ponían mal las cosas. Convertido en rey de España por orden de su hermano Napoleón un mes después del levantamiento del 2 de mayo de 1808, en lugar del huido Fernando VII, el francés no fue lo que se dice demasiado querido por los madrileños. Lo prueban los irónicos motes con los que le conocían: Pepe Botella, José Ninguno, el Rey Intruso, y el Rey Plazuelas.
En 1811 José I, ‘primero y último’, encomendó la construcción del túnel a Juan de Villanueva, arquitecto de la corte y autor de obras tan notables como el Gabinete de Historia Natural, hoy Museo del Prado. Fue su último proyecto, que no llegó a ver terminado, al fallecer poco antes de la conclusión de las obras. Las dimensiones del túnel señalan que el proyecto contempló una amplitud suficientemente para poder recorrerlo en carruaje de caballos. Los reyes de entonces no eran muy dados a caminar.
Durante el breve periodo desde que se concluyó el túnel hasta su huida de Madrid en julio de 1812, son varias las teorías sobre el uso que le dio Bonaparte. Algunas señalan que no tuvo tiempo de utilizarlo. Por el contrario, las más numerosas aseguran que lo utilizaba para escapar del agobio, y el miedo, que le producía permanecer en palacio. Algunas van más allá y afirman que Pepe Botella tenía en el túnel la puerta de sus escapadas nocturnas, en busca de los amoríos con las cortesanas a los que mostró una reseñable dedicación. Por el túnel Bonaparte alcanzaba con rapidez la Casa de los Vargas, ya en el interior de la Casa de Campo, que utilizó como refugio y solaz. Se cuenta que decoró el interior del palacete con esmero, llevando incluso una mesa de carambola, billar francés entonces de moda entre la aristocracia, al que era muy aficionado.
El entorno del Manzanares era muy diferente a como se ve ahora. Terreno inundable cubierto de olmedas, la boca oeste del túnel apenas distaba cincuenta metros del cauce. Se abría a un sencillo pontón de madera, presuntamente vigilado por la guardia real, sobre el que se salvaban las aguas. La orografía de esta parte del río cambió a partir de 1816, cuando el Puente del Rey sustituyó al viejo pontón, ya con José I huido a Francia y Fernando VII restituido en el trono. En 1891 el túnel tuvo una restauración, que añadió rocalla en algunas partes. Después se clausuró.
La Segunda República, lo abrió a los madrileños en 1931, junto a la Casa de Campo y los jardines del Campo del Moro. Se dice que el mismo día que se proclamó la República, Alfonso XIII lo utilizó para huir con su familia, dándole el mismo uso que 120 años antes Bonaparte pensó al construir el túnel que hoy lleva su nombre. Durante la guerra Civil, la zona formó parte del frente de Madrid y el subterráneo se convirtió en depósito de munición y refugio de fortuna. Concluida la contienda, el túnel junto con el Campo del Moro pasó a titularidad de Patrimonio Nacional. Durante años el pasadizo se utilizó como entrada al Museo de Carrozas. En los 80 se clausuró hasta ahora.
La construcción de la M-30, iniciada en la década de los 70, destruyó el tránsito original del túnel hasta la Casa de Campo. En este tramo, la autopista discurre subterránea e incluye el cambio de sentido situado bajo el Puente del Rey. La vía periférica no respetó el trazado original del acceso oeste, que hoy muestra una fisonomía muy diferente a cuando fue construido. Ahora es una simple puerta metálica, escamoteada tras una esquina, en los muros que salvan la altura por la que discurre el Paseo de la Virgen del Puerto. Escondida y con fuerte olor a orines, la vigila una cámara de seguridad. A su lado, una placa metálica describe los detalles del túnel y reproduce un plano antiguo de la zona. Al otro lado, una escalera desciende a una gran cámara de 330 metros cuadrados y siete metros de altura. Es el desnivel entre el suelo del túnel y la superficie exterior hoy ocupada por el espacio ajardinado de Madrid Río. Iluminada por una claraboya cenital, a la cámara se abren las salidas de urgencia de la M-30 y diferentes conducciones de la vía subterránea.
La parte del túnel correspondiente a Patrimonio Nacional está separada por una verja metálica del sector que tutela el Ayuntamiento de Madrid, este con una longitud de 12 metros. Cuando se construyó la cámara, la corporación señaló que será convertida en un espacio expositivo sobre el túnel. De momento, solo se ve en el suelo la inscripción ‘eje de Bonaparte’, grabada en el sentido de la línea central del pasadizo, recta que une el Palacio con la Puerta del Rey de la Casa de Campo. Está previsto que los planes para su rehabilitación finalicen en 2027. Será entonces cuando los madrileños podrán disfrutar del recorrido de lado a lado del túnel de Bonaparte, desde los jardines del Campo del Moro hasta los aledaños del Puente del Rey y la entrada a la Casa de Campo. Una experiencia regia sin duda.
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