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Era como si en la final de Copa, pero sin coronavirus por medio, se enfrentasen Atlético de Bilbao y Real Sociedad. Los lances del partido enardecían a media sociedad vasca, mientras la otra mitad preparaba el contrataque. O se era oteiziano o se era chillidista, no había término medio. El enfrentamiento entre Jorge Oteiza y Eduardo Chillida alcanzó tal dramatismo, que se convirtió en símbolo de la proverbial separación de la sociedad vasca. Con ellos la cultura fue un efectivo instrumento político.
La agria separación duró décadas. Cuando, ya cerca de su muerte, ambos artistas protagonizaron un mediático fin de las hostilidades, hasta el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, celebró en su homilía navideña el anhelado reencuentro. A pesar de aquello, el conflicto no se diluyó y todavía hoy, dos décadas después de la desaparición de ambos genios, las brasas de la conflagración entre detractores y defensores de uno y de otro siguen sin extinguirse.
La exposición Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60, que acaba de inaugurar la Fundación Bancaja de Valencia (y que estará hasta el próximo 6 de marzo de 2022), es la primera que se realiza con ambos artistas de manera conjunta. Sus casi dos décadas de demora desde la muerte de los dos creadores da pistas de que aquella dolorosa separación les ha sobrevivido.
Organizada con el apoyo de las dos instituciones legatarias de ambas figuras claves en el arte del siglo XX (Fundación Museo Jorge Oteiza y Chillida Leku), cuenta con obras procedentes de numerosos museos y colecciones. Las 120 que se han reunido para la ocasión, respetando un principio de equidad para ambos, establecen un diálogo entre las diferentes maneras de expresión que mantuvieron.
La exposición reúne obras de las dos décadas en las que ambos se conocieron y mantuvieron una cordial relación e interés mutuo. Fundadores del grupo Gaur, renovador del arte del siglo XX y referencia de la cultura vasca contemporánea, mantuvieron un estrecho contacto que desbordó el ámbito cultural. Muestra de ello fue su petición al Gobierno español para la liberación del artista Agustín Ibarrola, preso por motivos políticos.
Todo aquello se esfumó cuando Oteiza acusó a Chillida de plagio. Según muchas fuentes fue por los celos que le causaron su reconocimiento internacional y por no querer verse desplazado del liderazgo del arte y la cultura vascos contemporáneos. Chillida se mantuvo al margen. Concentrado en sus piedras y hierros, sólo le señaló en una ocasión a su némesis seguir "el consejo bíblico que dice honrarás a tu padre y a tu madre".
Mucho antes que esta exposición, antes incluso de las agrias acusaciones de Oteiza que fueron el inicio de este conflicto de tintes primordiales, ambos creadores tuvieron un encuentro metafórico a través de sus creaciones en varios lugares. Allí permanecen y, del mismo modo que la exposición de la Fundación Bancaja de Valencia, permiten atisbar a quien los visita las proximidades y lejanías que Chillida y Oteiza establecieron con sus discursos creativos.
3.500 metros. Es la distancia que establece este diálogo de piedra y hierro en el lugar más emblemático de la relación Chillida-Oteiza. Es el recorrido del paseo que bordea la bahía de La Concha, en San Sebastián-Donostia. Separa dos obras capitales de los creadores vascos, sin duda, las más conocidas de su extensa producción.
Cada una en una punta de la joya donostiarra, no puede decirse que estén mirándose entre sí, aunque desde cualquiera de las dos puede descubrirse a la otra. En el extremo Este, allí donde dobla el Paseo Nuevo y se colocan las gradas para ver a las txalupas que disputar la Bandera de la Concha, sobre un estrado de hormigón recubierto de madera, Construcción vacía, de Jorge Oteiza, se asoma a La Concha.
Fue colocada en 2002, seis meses antes del fallecimiento de su autor, en el lugar que eligió el propio Oteiza, donde la ciudad se abre al Cantábrico. Estructura minimalista de acero corten, integrada por dos piezas alcanza seis metros de acero.
La obra es una reproducción monumental de una de las piezas realizadas para la Bienal de Arte de Sao Paulo, Brasil 1957, con las que se hizo merecedor del Premio Internacional de Escultura. Está considerada expresión perfecta de la búsqueda de lo que Oteiza definió como "la huella del vacío". Con la escultura, la ciudad de Donosti culminó su tributo con los dos escultores vascos más prestigiosos de la historia, iniciado 25 años ante con Chillida.
En la esquina opuesta, bajo el Monte Igeldo, donde tenía su casa, Eduardo Chillida instaló el Peine del viento. El lugar, antes una esquina marginal, fue transformado en 1977 en un espacio integrado con el entorno por el arquitecto Luis Peña Ganchegui, que culmina en la instalación del escultor. Es un conjunto de tres esculturas de hierro macizo, cuyo peso sobrepasa las diez toneladas, con unas dimensiones de más de dos metros de diámetro. Compuesta cada una por barras retorcidas, se engarzan en la roca de la montaña. Son parte de una serie de 23 esculturas, de las que estas tres fueron donadas por Chillida a la ciudad donostiarra.
El movimiento de las mareas, la fuerza de las galernas cantábricas y la acción del agua del mar que oxida sin piedad el metal, hacen que la instalación sea algo vivo y cambiante y han convertido la esquina de Igeldo en el lugar más mágico de la capital vasca.
La Concha tiene en su orilla otro punto de referencia en este viaje. A mitad de camino de ambas obras monumentales, en las terrazas junto al Pico del Loro, se sitúa Homenaje a Fleming. Escultura sobre pedestal realizada en granito, es parte de la serie que Chillida realizó inspirándose en personajes que le motivaron.
El Santuario de Aránzazu es uno de los lugares referencia del catolicismo vasco. Las necesidades crecientes del culto mariano, recomendaron la construcción de una nueva basílica en la mitad del siglo XX. El proyecto concentró a arquitectos del prestigio de Sáez de Oiza y Luis Laorga, los pintores Néstor Basterretxea y Xabier Egaña, y los escultores Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, entre otros artistas. El vanguardismo de la obra hizo que fuese desaprobada por la Comisión Pontificia, lo que supuso cambios del proyecto original. Entre ellos algunas esculturas de Oteiza, que mantuvo el friso de los apóstoles de la fachada principal.
Para muchos la obra maestra de Oteiza, también la más tortuosa. Finalmente colocados en 1969, los 14 apóstoles, representan para el escultor, un solo retrato del apóstol en 14 posiciones. “Apóstoles debemos ser todos, no solo 12. Catorce remeros tiene una trainera y la Iglesia es una nave…”, explicó.
Bajo los apóstoles se abren las cuatro puertas de la basílica. Situadas bajo el nivel de la calzada por la que se llega al templo, se accede a las mismas por una plaza a la que se entra por una empinada escalinata. De dintel curvo y forma cuadrada, están realizadas en hierro y se decoran con motivos geométricos que representan el Sol, la Luna, cruces y espinas. Fabricada con desechos industriales del puerto de Zumaia, cada una pesa diez toneladas.
Desde su inauguración en 1997, el Museo Guggenheim cuenta con obras de Eduardo Chillida y Jorge Oteiza. En la actualidad solo se exponen dos de la media docena que alberga su colección. Ambas se localizan en una sala dedicada en exclusiva para ellos.
Una frente a la otra, Homenaje a Leonardo, de Oteiza, y Espacio para el espíritu, de Chillida, establecen un fecundo diálogo en el que participan los visitantes. Solo son dos esculturas de dimensiones comedidas, pero suficientes para detenerse ante ellas un buen rato.
Curiosos, se asoman a las oquedades abiertas en la piedra por Chillida, para contemplar el hierro forjado por Oteiza. Luego, desde la otra esquina de la sala, atisban los perfiles acerados forjados por Oteiza rodeando el vacío que penetra en la talla de Chillida. Arte hecho diálogo, guerra y paz de piedra y hierro.
El viaje por los lugares que muestran el trabajo de estos dos domadores del vacío, necesariamente debe concluir en los lugares donde ambos tuvieron, y tienen, su casa: la navarra Altzuza y la guipuzcoana Hernani. En la primera está la Fundación Museo Jorge Oteiza, en cuyo edificio diseñado por Francisco Javier Sáenz de Oiza se reúne el mayor legado del artista: más de 1.600 esculturas, 800 dibujos y 2.000 estudios de tiza, que recorren la densa vida creativa del artista.
Chillida Leku es el sueño de toda la vida de Eduardo Chillida, materializado por su esposa, Pilar Belzunce, soporte vital y material del artista. “Sin ella, esto no existiría”, señala la directora del museo, Mireia Massagué, ante un mural en la entrada de Chillida Leku consagrado a la compañera del creador.
Museo único donde se fusionan arte y naturaleza, se sitúa en la finca y el caserío Zabalaga, adquirido por Chillida y Belzunce en ruinas y restaurado para acoger parte de sus esculturas. De igual modo alberga sucesivas exposiciones temporales, como la actual dedicada a Tapies. En el exterior, un monumental conjunto formado por 40 obras claves de Chillida, se esparcen por las 11 hectáreas de la propiedad.
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