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La inauguración fue una cuidada puesta en escena digna del fin de una guerra. Ante más de 50 cámaras de variados medios, algunos venidos de fuera de España, Carmen Cervera, el ministro de Cultura, Miquel Iceta, en representación del Gobierno del Estado español, y Borja Thyssen-Bornemisza procedieron el pasado 9 de febrero de 2022 a la firma del acuerdo que permite la permanencia en España durante los próximos 15 años de Mata Mua, obra clave de Gauguin, junto con una parte importante de la colección de Carmen Thyssen. A cambio, la baronesa recibirá 97,5 millones de euros.
El fruto del costoso acuerdo ya está a disposición de todos los que quieran visitar las salas del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que han sido renovadas y reestructuradas por completo para la ocasión. La firma ha tardado en plasmarse bastantes años y un puñado de ministros han formado parte de la negociación. “Esta firma es un final feliz”, concluyó el último de ellos, Miquel Iceta.
Mata Mua, que suele traducirse por Érase una vez y, también, En el pasado y Antaño, está datada en 1892 y pertenece a la etapa tahitiana, la más apreciada del pintor francés postimpresionista. Cuando Gauguin la presentó en público no tuvo predicamento, era un estilo demasiado vanguardista para su tiempo.
La popular pintura ha regresado a España después de la huida que protagonizó hace dos años. Sucedió en pleno confinamiento y se consideró una medida de presión de la baronesa, en un intento de imponer sus tesis en el acuerdo. Estuvo a punto de costar la ruptura definitiva de las negociaciones. Desde entonces, el Mata Mua ha permanecido custodiado en un búnker de Andorra. El contrato de arrendamiento asegura la permanencia del cuadro en España los próximos 15 años, junto con 320 obras de la colección Carmen Thyssen-Bornemisza -una cuarta parte menos de la garantía actual- valoradas en unos 1.400 millones de euros. Transcurrido este tiempo, el Estado podrá optar a la compra del cuadro. Algo que puede suponer reeditar los problemas aparcados hoy.
La llegada del Mata Mua y demás compañeros ha supuesto una revolución en el Thyssen. Es la primera reestructuración del museo desde su inauguración en 1992. Los cuadros de Carmen Thyssen ocupan la planta baja, el lugar más preeminente del museo, pintada con un flamante blanco que ha desplazado al clásico color salmón de sus salas. El resto de las obras maestras del museo nacional se han desplazado a las plantas superiores. En la primera cuelgan los Maestros Modernos, del Impresionismo a las corrientes pictóricas del siglo XX, y en la segunda los Maestros Antiguos y la pintura hasta el XIX.
En la colección de la baronesa destacan las cuatro esculturas de Rodin, encargo del abuelo del barón al escultor, y una considerable cantidad de obras impresionistas, expresionistas y de pintura norteamericana del siglo XIX y XX. Sobre todas ellas, y en medio de otras siete obras de Gauguin, destaca Mata Mua, pintura superstar que estas semanas ha superado en popularidad a las mismísimas Meninas de Velázquez.
El cuadro más famoso del postimpresionista francés se ha convertido en símbolo del museo madrileño. Su primitivismo ha desplazado al manierismo de El Paraíso de Tintoretto y al realismo de la soledad de Habitación de hotel de Edward Hopper, las dos joyas que los últimos años han reinado en el Thyssen.
Asegura Jean Paul Gaultier que, como mínimo, va dos veces a la semana al cine. Fascinado por la gran pantalla, el diseñador francés rinde homenaje al séptimo arte con una fascinante exposición, en la que ejerce de comisario, para mostrar su relación con el cine y lo que ha supuesto en su carrera de más de medio siglo.
Cine y Moda. Por Jean Paul Gaultier, organizada por CaixaForum con la colaboración de La Cinématèque Française, cuenta con préstamos de más de 20 colecciones nacionales e internacionales. Su conjunto permite sumergirse en la visión que tiene el diseñador universal sobre la interrelación entre estas dos industrias y su decisiva influencia en la sociedad actual.
El propio Gaultier acudió a la presentación de la muestra y se mostró encantado por el resultado final. “La relación entre el cine y la moda es inmensa. La moda refleja lo que sucede en la calle y el cine es el testigo que muestra esa evolución de la sociedad, de sus hombres y sus mujeres”, señaló en la inauguración. La deliciosa muestra reúne más de 100 piezas de vestuario, la mayoría procedentes de películas, junto con fragmentos de casi un centenar de filmes, abundantes carteles, fotogramas, bocetos, fotos y otras representaciones gráficas que muestran la relación de moda y cine.
Organizada en cinco apartados, este cinéfilo convencido desvela el importante papel que han jugado grandes modistos en la creación del carácter de los principales protagonistas de la historia moderna del cine. De Marlon Brando a Audrey Hepburn, mujeres fatales y empoderadas, trajes ajustados y camisetas de marinero, escotes vertiginosos y chupas de cuero, androginia, hombres objeto, olvida a tribus urbanas y movimientos como los punk, pop, rock y queer.
Piezas de Coco Chanel, Yves Saint Laurent, Pierre Cardin, Manuel Pertegaz, Sybilla, Balenciaga y Rabanne, entre otros, se combinan con vestimentas utilizadas en sus películas por Marlene Dietrich, Audrey Hepburn, Madonna, Marlon Brandon, Grace Kelly o Sharon Stone. No faltan nombres españoles en esta auténtica exposición de autor. Es el caso de Pedro Almodóvar y Penélope Cruz, en una de las referencias más queridas por el enfant terrible de la moda, creador de algunos de los modelos más emblemáticos que aparecen en Kika, La mala educación y La piel que habito. Algunos de ellos se incluyen en esta muestra.
Unos y otros componen una singular pasarela en la que también se dan cita el traje de Superman, el esmoquin del agente 007, el vestuario de la Kika de Victoria Abril, la máscara del Zorro, el calzón de Rocky o el corsé metálico que lució Madonna en su Blond Ambition World Tour, diseño, por cierto, del propio Gaultier.
Han pasado 125 años. Es el tiempo transcurrido desde el ingreso de Pablo Picasso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1897. Era un mal estudiante de 16 años al que sus notas no le facilitaron la entrada a la institución. Lo solventó su maestría en el dibujo. Se matriculó en paisaje y ropaje. En la Academia permaneció un año practicando la temática habitual -retratos, bodegones y paisajes- y copiando los vaciados de esculturas y artistas clásicos que todavía se conservan en los fondos de la institución. Se desconoce lo que aprendió, aunque existe constancia de su asistencia irregular y de su preferencia para inspirarse en las obras del vecino Museo del Prado.
Para celebrar el aniversario del paso del genio malagueño por la Academia, la institución de la madrileña calle de Alcalá ha organizado Picasso: rostros y figura, que subraya la importancia del retrato en la obra del creador universal. Lo hace con fondos de la propia Academia y de la Fundación Beyeler de Basilea (Suiza). Un total de 58 obras maestras que dan pistas de su evolución y de la importancia que en esta tuvo el dibujo.
Del clasicismo al cubismo más radical, grabados, óleos, esculturas y carteles. Del retrato al pintor y su modelo, minotauros, faunos, palomas, niños, la tauromaquia, sus mujeres, la exposición recorre la experiencia creativa de Picasso, en la que son constantes las referencias al dibujo. “No se puede renunciar a imaginar la influencia que tuvo el aprendizaje académico en la educación del artista. Incluso en sus obras cubistas más tardías hay un sustrato de eso que aprendió aquí”, señaló en la inauguración Estrella de Diego, crítica de arte, académica y comisaria de la exposición.
Abre la muestra la excepcional Mujer, obra de 1907 precuela de la icónica Las señoritas de Aviñón. Sus rasgos negroides y trazos rotundos y esquemáticos atrapan a todo visitante que entra en las salas de la Academia. Otros retratos remarcables también se han reunido para la ocasión. Es el caso de Mujer que llora (1937), Busto de mujer con sombrero -Dora- (1939), Mujer sentada en un sillón (1910) y Cabeza de hombre (1972). Junto a ellos, una amplia selección de dibujos como La Comida frugal (1904); Cabeza de mujer (1944) y Escultura de una cabeza -Marie-Thérèse- (1932).
“Le he querido dar un ambiente misterioso a la sala”. Vari Caramés se mostraba satisfecho el día de la inauguración del montaje de su exposición retrospectiva en la Sala Canal Isabel II. La estructura del antiguo depósito de agua muestra un aspecto distinto que le otorga un aire más impresionante del habitual.
Una sucesión de telas traslúcidas, ayudadas por luces de violentos contrastes, cubren los huecos y compartimentan espacios vacíos. Ambiente tamizado gracias al cual las formas imprecisas capturadas por Caramés desbordan los márgenes de sus fotografías. El espacio expositivo se puebla de formas imprecisas, entre las que los visitantes se ven absorbidos por un escenario interactivo donde adquieren el aspecto irreal y difuso que retrata Caramés.
La exposición Algo, nada, siempre muestra el personalísimo trabajo de Vari Caramés, capaz de atrapar el halo de misterio que se oculta en los actos más cotidianos. Un ejercicio que provoca el desconcierto y la meditación. Nacido en Ferrol en 1953, el fotógrafo gallego es referente inexcusable de la fotografía española desde los pasados años 80. Autodidacta y ajeno a corrientes y modas, la obra del último Premio de la Bienal Internacional de Fotografía Pilar Citoler se expone en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Centro Galego de Arte Contemporánea y el Institut Valencià d’Art Modern, entre otras instituciones.
Para muchos este hombre, que lleva más de medio siglo viendo pasar la vida agarrado a su cámara, es un cazador de sombras, el fotógrafo de lo invisible. Retratista de cámara de las emociones ocultas, asegura sentirse fascinado por los universos extraños que encuentra en los actos y sentimientos que produce el día a día. “Intento penetrar en el misterio de las cosas, las intuyo, pero no logro verlas del todo, hay una niebla que me atrevo a recorrer” y hace suyas las palabras de su admirado paisano Torrente Ballester: me gusta la niebla porque desrealiza. “Ese concepto es el que me interesa”, asegura.
Recuerda Vari Caramés las primeras fotos que hizo con la cámara que le regaló su padre, allá cuando tenía 14 años. “Siempre me gustaban las fotos que no valían, las malas”. Tiempo después, cuando recogía los revelados del laboratorio, volvió a encontrarse con aquellas imágenes para descartar. “Se me quedaron metidas en la cabeza y más tarde salieron”, relata sobre el momento en que su trabajo y él mismo decidieron que no sería un fotógrafo a la manera clásica.
Y empezó una búsqueda que le llevó a experimentar con revelados extremos, velocidades imposibles, cirugías transformadoras a base de ácidos y otros productos químicos, con soportes que desfiguraban las imágenes, hasta embridar la fotografía en un sincretismo que la acerca a la pintura. “Vivo en los límites, busco interpretar”, confiesa el fotógrafo. El difuminado, diríase aguado, de muchas de sus fotografías en color las pone un disfraz de acuarelas, las de blanco y negro se visten de apuntes a vuela pluma en carboncillo. “Tengo una gran influencia de la pintura”, señala como justificación a su trabajo.
El montaje, que puede verse en la Sala Canal Isabel II, forma parte del concepto que Caramés tiene de su quehacer. Nunca se ha considerado fotógrafo, en el sentido más estricto y exclusivo, sino un artista que mira e interpreta la realidad. Retratos, paisajes, escenas de cualquier parte, personajes anónimos, bodegones. Imágenes difusas, formas en suspensión, un mundo de brumas que todos llevamos dentro… objetos y sujetos pasados por el personal tamiz de una mirada que lleva desde la indefinición de las texturas veladas a la melancólica certeza del instante vivido.
La boda de la infanta española Ana de Austria con el rey de Francia Luis XIII fue el comienzo de una historia que se prolongó durante 200 años. Hija de Felipe III y Margarita de Austria-Estiria, contrajo matrimonio en 1615 con el monarca, a la sazón regente de Francia, por la minoría de su hijo Luis XIV, el conocido Rey Sol. La historia continuó con un nuevo casamiento de conveniencia entre las monarquías de ambos reinos en 1660. María Teresa de Austria y Borbón, hija de Felipe IV, se casó con el citado Rey Sol.
Aquellas uniones, especialmente la segunda, concitaron una intensa relación entre ambos países que tuvo una importante expresión en el arte y la cultura de nuestro país. La muestra El gusto francés y su presencia en España en los siglos XVII-XIX explora esta influencia que, a pesar de lo que se dilató en el tiempo, apenas se ha investigado sobre ella.
Una variada muestra de 45 pinturas, 16 dibujos, 8 esculturas y una amplia variedad de piezas decorativas, de uso cotidiano y otras, entre las que se incluyen piezas de vestuario, adornos, muebles, libros, piezas de orfebrería, la máscara mortuoria de Napoleón Bonaparte y unas pistolas de los habituales duelos de la época atestiguan el relato. Todas ellas proceden de colecciones nacionales, lo que señala la importancia de este gusto artístico.
Es un momento en el que la Francia de Luis XIV arrebata a España su papel predominante en la política y economía universal. La monarquía absolutista gala encuentra en las artes el instrumento de propaganda perfecto. “El lujo venido de París se impone sobre la tradición española. Lo evidencia los suntuosos modelos artísticos y los objetos que llegan en este periodo de 200 años a nuestro país”, explica Amaya Alzaga, comisaria de la exposición.
Se sucede un camino que marcha desde Carlos II, el último Habsburgo español, hasta la decadencia que se produce en 1870. El gusto francés se consolida en España, de manera especial durante los reinados de Felipe V, Carlos IV e Isabel II. Fue un tiempo, tal y como señala la comisaria de la muestra, “en que lo francés fue sinónimo no solo de clasicismo en las artes, sino sobre todo de la distinción, la magnificencia y la elegancia”, manifestada en aspectos tan diversos como el gusto por los adornos, la sofisticación en el vestir y la estética de los diferentes espacios sociales.
La Academia Real de Pintura y Escultura de París impone sus tesis clasicistas. Lo parisino y versallesco se convierte en sinónimo de refinamiento. Los monarcas españoles, seguidos por nobles y aristócratas, llenan sus universos de creaciones y estéticas galas, hasta el punto de que algunos artistas y artesanos franceses se asientan en la Corte madrileña para satisfacer sus demandas. El periodo concluye hacia 1868, con la aparición de La Gloriosa, la sublevación militar que supuso el exilio de Isabel II. Para entonces España era un destino exótico, emblema del romanticismo donde los viajeros europeos acudían en busca del tipismo y experiencias lejanas a sus culturas.
El título de la exposición organizada por la Fundación Mapfre y la Universidad de Navarra, Todo es verdad. Ficciones y documentos, centra la forma de trabajar de Jorge Ribalta. El fotógrafo catalán aplica su faceta de teórico de la fotografía, documentalista y comisario de exposiciones para mostrar la intensa exploración que lleva a cabo en las relaciones del acto fotográfico con los sujetos que se convierten en objetivo de su cámara y el espectador que los contempla.
La muestra recoge más de tres décadas de este autor nacido en 1963. Junto a su quehacer artístico se exponen sus estudios y otras investigaciones en el campo documental fotográfico. Las imágenes correspondientes al periodo más temprano del autor componen un elaborado recorrido que lleva de la realidad al mundo onírico, mientras que las obras recientes tienen un carácter documental con una marcada perspectiva personal. "La exposición tiene tres momentos. La primera obra, entre los años 80 y 90, la que ocupa los primeros años de este siglo, donde se sitúa la serie sobre Barcelona; y la parte final, donde lo teatral se añade a la ficción y a lo documental", explicó el fotógrafo en la inauguración de la muestra.
Trabaja Jorge Ribalta solitario en su estudio, donde mantiene un pulso en busca de la realidad que quiere atrapar, de la línea que recorre el terreno impreciso entre ficción y documento, la calle que separa verdad y mentira. “El realismo fotográfico incluye una dimensión de fantasía y delirio”, explica. Utiliza Ribalta, en su lucha, herramientas que se dirían anacrónicas: blanco y negro, cámara de placas y fotografías analógicas que él mismo revela. Proceso que, en estos tiempos de dictadura digital, adquiere un nada desdeñable punto heroico. "La fotografía digital no es fotografía, es otro medio", asegura Ribalta.
Cuenta Ribalta para su trabajo con un diminuto ejército de muñecos y construye escenografías en miniatura, donde crea el ambiente que precisas sus creaciones. Son protagonistas de algunas de sus series fotográficas más conocidas, como Pacífico y Ártico. Parte de ellos, así como libros, revistas y otros objetos se recogen en varias vitrinas que se exponen en la muestra.
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