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En la maratón de inauguraciones que protagoniza estos días el festival PHotoESPAÑA, la primera exposición que ha abierto sus puertas lo ha hecho en un lugar doblemente excepcional por su importancia histórica y por ser la primera vez que Patrimonio Nacional participa en el evento. La exposición Sebastiao Salgado y las Colecciones Reales. Encuentros en torno a la fotografía de paisaje reúne una docena de instantáneas del Premio Príncipe de Asturias de las Artes 1998 y otras 67 fotografías de pioneros como Charles Clifford, William Atkinson, Paul Nadar, Jean Laurent y Wodbury & Page.
Las imágenes de uno y de los otros establecen un diálogo, que no enfrentamiento, de dos puntos de vista que miran el mundo con siglo y medio de diferencia. El resultado es una hermosa reflexión sobre la naturaleza salvaje. Estas fotografías históricas pertenecen al Archivo General de Palacio y la Real Biblioteca, mínima muestra de unos fondos iniciados en los albores de la fotografía por Isabel II, que incluye más de 80.000 imágenes. Prácticamente desconocidos por la sociedad española, Patrimonio Nacional debería mostrarlos con mayor frecuencia.
Los historiados salones Génova no se han visto en otra desde hace tiempo. Los suelos marmolados, las palaciegas chimeneas y las recargadas arañas de cristal que cuelgan de los techos reflejan un mundo prístino, ajeno a la huella humana. Son instantáneas disparadas con 150 años de diferencia, el tiempo que se encierra entre las visiones de Atkinson, Nadar y otros artistas contemporáneos, y la de Salgado. Todo un mundo. Las elementales técnicas del inicio del arte fotográfico y las modernas digitalizaciones y tratamientos postproducción para enseñarnos el mismo escenario: la naturaleza.
Del monumental Salto de Ángel de Salgado en los tepuyes venezolanos a las cascadas de Virginia Waters, retratadas por Russells & Sons en Windsor (Inglaterra); de las anónimas imágenes tomadas entonces en las selvas Ceilán y Guinea Ecuatorial a las espesuras de Sumatra Occidental, capturadas por Salgado en una imagen donde, tímida, asoma la figura de un recolector de durianes; del Yosemite que Taber fotografió a finales del siglo XIX a los paisajes antárticos del brasileño.
Aunque en su tiempo viajar era mucho más esforzado que hoy día, Clifford y Laurent no tuvieron que irse demasiado lejos para dar fe de esa naturaleza elemental y libre. Podríamos decir que la tenían al alcance de la mano. Puede verse en algunas de las imágenes recogidas en la muestra. Es el caso de la foto del esplendoroso castaño de Carlos V en el Monasterio de Yuste, de Clifford, o la admirable imagen que refleja el torrente de los Mirlos del Monasterio de Piedra, realizada por Laurent en 1877. Visiones que reflejan el mundo de entonces con un poso de una melancólica inocencia.
Las obras de Salgado nos obligan a un salto y al cambio de perspectiva. Es cierto que muestran una naturaleza que apenas se distingue de la reflejada por aquellos pioneros, pero tienen un reflejo tan dramático como sus severos contraluces. También son fotos de una naturaleza salvaje, pero, para retratarla, el brasileño se ha tenido que ir mucho más lejos. El glaciar de Perito Moreno es trasunto actual de los interminables ríos de hielo de la Mer de Glace y del Ródano. Para captarlos, los pioneros solo tuvieron que acercarse a los Alpes; Salgado ha tenido que marchar a la punta de la Patagonia, donde recoge la irremediable regresión del primero.
Misma naturaleza, antaño interminable, hoy cada vez más amenazada. Este es el mensaje que cuelga de las paredes del Palacio Real de Madrid. De las islas de los mares del Sur a los casquetes polares quedan paisajes y ecosistemas iguales a los que antaño encandilaron a los pioneros. Salgado también nos trae noticias de estos territorios: que cada vez son más reducidos y lejanos.
No difiere el discurso de la exposición del Palacio Real con el que Isabel Muñoz presenta en el Depósito Pignateli (Zaragoza). La Premio Nacional de Fotografía, muestra Somos agua, trabajo realizado en colaboración con la apneista japonesa y embajadora de medio ambiente y el agua de su país Ai Futaki, que pudo verse el año pasado en las salas del madrileño Museo Lázaro Galdiano.
El proyecto muestra imágenes en gran formato de fotografías submarinas en las que la figura humana se integra como un elemento más. Al fin y al cabo, somos agua. La instalación apela a la responsabilidad del espectador y sirve de denuncia ante la mayor agresión causada por la especie humana a nuestro planeta, el calentamiento global y el agotamiento de los recursos naturales. La idea original era fotografiar especies en extinción, como las belugas, pero según se fue desarrollando, en el Oceanogràfic de Valencia, tomó la forma actual. Lo cuenta la propia Muñoz: “Al ver a Ai interaccionar bajo el agua con los peces, las medusas y los demás habitantes del agua, empezamos a trabajar en la idea de cómo era el mar al principio, hasta que nació esta obra”.
Su intención es romper la barrera entre observador y creación expuesta. “Para mí es muy importante que el ser humano esté dentro de la imagen”, señala la fotógrafa, para quien “aún estamos a tiempo de preservar el agua como un derecho de los seres humanos, de la vida. Creo que todavía estamos a tiempo de poder dejar a mis nietos, a las generaciones futuras un mundo mejor”.
En este recorrido por los paisajes, la naturaleza y su relación con el ser humano, la siguiente parada nos lleva a la Sala Municipal La Pasión, Valladolid, donde otra fotógrafa española sobresaliente muestra el fruto de uno de sus personalísimos proyectos. Lalibela, cerca del cielo es fruto del trabajo realizado entre 2000 y 2009 por la Premio Nacional de Fotografía en las montañas de Etiopía.
Las rotundas imágenes de este proyecto imprescindible en la obra de la fotógrafa de Puertollano nos llevan a un enclave declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Consideradas sagradas por los cristianos etíopes, las once iglesias medievales excavadas en la roca son centro de devoción y peregrinación y consideradas la Nueva Jerusalén.
Recorrido simbólico por una tierra santa a través de ritos, ceremonias y personajes que sobreviven agarrados a la fe. Las imágenes de la poderosa fotógrafa manchega nos llevan lejos en el espacio, pero también en el tiempo. Espiritualidad, misticismo, viajes, fotoperiodismo, fascinación de unas fotografías que nos transportan a un mundo que creíamos que solo existe en los sueños.
El Centro de Documentación de la Imagen de Santander ha preparado, para esta edición del PHotoESPAÑA, Fotografías de los sublime. Marinas de Gustave Le Gray, muestra sobre uno de los más delicados maestros de los albores de la fotografía.
Es una serie de quince positivados pertenecientes al Archivo General de Palacio y la Real Biblioteca. Segunda muestra, por tanto, de la primera colaboración entre Patrimonio Nacional y el festival. El trabajo del maestro francés reivindica el carácter artístico de la fotografía. Lo hace con esta serie realizada a lo largo de varias sesiones en las costas atlánticas de Normandía, en el entorno del puerto de Le Havre.
Pionero del manejo de la, en su tiempo, revolucionaria técnica del colodión húmedo, Le Gray muestra el fruto de su lucha por dominar la luz del mar. Precursor de la fotografía instantánea, logró registrar de manera simultánea las luces y matices, diametralmente opuestos, que le ofrecían el mar y el cielo. Lo consigue mediante la combinación de dos negativos, uno para cada una de las partes, uniéndolos por la línea del horizonte que, de esta manera, se ve reforzada sobremanera.
Le Gray expuso por primera vez estas marinas en el temprano 1857, alcanzando un reconocimiento instantáneo y unánime. La crítica vio en su trabajo la prolongación de la pintura de J.M. William Turner. No en vano el creador francés tenía una sólida formación artística, como miembro de la Escuela de Bellas Artes de París y copista del museo del Louvre. El fotógrafo consigue, a través de las más sofisticadas técnicas químicas y de laboratorio de su tiempo, unas obras con enorme carga artística. El conjunto de estas imágenes se reunió en forma de álbum, que está considerado piedra angular de la edad de oro de la fotografía.
El Instituto Iberoamericano de Finlandia muestra el proyecto Naturaleza increíble, fruto del trabajo del fotógrafo fines Tuomo Manninen. Este artista contemporáneo propone una interesante reflexión sobre las relaciones entre el ser humano y la naturaleza.
Para ello no se ha tenido que desplazar demasiado lejos de su casa. Lo hace dentro de los límites de la capital de su país: Helsinki. En la serie de imágenes explora esa relación, considerada como alienada por él mismo. Hasta el punto de plantearse la ausencia de la misma, al considerar al ser humano como parte integrante de esa naturaleza, instalada con derecho propio como vecina de la ciudad nórdica. Naturaleza y ciudad, por tanto, fundidas en un mismo ecosistema.
Manninen no se contenta con atrapar, sin más, estos paisajes urbanos. Va más allá y los interviene. Cada una de las imágenes está violentamente iluminada por una batería de flashes. La luz artificial transforma el medio natural, lo subraya y acerca. El resultado es un escenario que en ocasiones se torna en ensoñación y, a veces, se convierte en lugar familiar y cotidiano.
‘NATURALEZA INCREÍBLE. TUOMO MANNINEN’ - Galería del Instituto Iberoamericano de Finlandia. Calle San Agustín, 7. Madrid. Del 10.06.2022 al 31.08.2022.
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