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Ignacio Marco, responsable de Montaje de Exposiciones del Museo de Arte Dos de Mayo (CA2M), no parece cansado en absoluto. Y eso que lleva tres semanas de intenso trabajo montando desde cero el espacio que acogerá una de las exposiciones más amplias dentro de “Argentina PlataformaARCO”, la del artista Jorge Macchi. Director de orquesta de una docena de operarios, han levantado paredes, las han pintado y agujereado, han colgado cristales, altavoces y proyectores y hasta creado una instalación eléctrica con fluorescentes específica para la exposición. “Es una expo de las grandes. Con la exposición acabada, se montan todas las piezas. Muchas las ha hecho Jorge directamente y otras nos ha ido dirigiendo”, nos cuenta.
Porque por aquí, entre cajas vacías y operarios en continuo movimiento, se encuentran Jorge Macchi y Agustín Pérez Rubio, director artístico del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) y curador de una exposición que fue concebida para el museo porteño y que, gracias al apoyo del Ministerio argentino de Exteriores, ha cruzado el océano para aterrizar casi al completo en Madrid. Se llama Perspectiva, según Pérez Rubio, para seguir la mirada del artista desde el presente hasta su pasado. Son 25 años jugando con diferentes lenguajes –visual, literario, sonoro, solos o combinados- en 60 piezas que van desde la fotografía, la pintura, las videoinstalaciones o recortes de prensa pegados en papel.
“(El montaje) Lleva tiempo y muchas de las cosas se tiran después”, nos cuenta Macchi mientras paseamos por la exposición. “Por ejemplo, el degradado de la obra Hotel (pintura acrílica sobre pared), me llevó 3 días. El primero, entro, y después estuve los otros dos días para lograr de a poco ese efecto de desaparición, de levitar. Es de mis trabajos favoritos, a pesar del trabajo que me cuesta. Funciona, es una instalación que flota en la pared a pesar de estar adherida. Crea una situación invertida. El efecto luminoso se da al revés”, nos explica. Y es cierto, comprobamos, la obra levita y en cierto modo se contrapone, añade el artista, a la dramática Street Song, en la que los imaginarios haces de luz de una bola de discoteca se han transformado en rayos asesinos, agujereando suelo, techo y paredes sin compasión.
Imagino el montaje y me lo corrobora el artista. Se crea una sala blanca, se cuelga la bola setentera y se marcan los reflejos. Luego se empieza a agujerear. El resultado impresiona, por blanco y por violento. Casi como la escena de un crimen del que nos hemos salvado por los pelos. “Es fundamental lograr esa paradoja, por un lado es una proyección de luz que es incorpórea pero en este caso se convierte en algo asesino”, asegura.
Continuamos el paseo y entramos en la instalación audiovisual From Here to Eternity, creada usando los fragmentos inicial y final de la película del mismo nombre, de los años 50, ambientada en la época de Pearl Harbour. Hay dos fragmentos superpuestos de vídeo y música, recogiendo los segundos iniciales y finales –el título y el fin- a la que se añade una tercera línea de sonido, con voces de mujeres, en línea armónica con los otros dos. Una forma, dice el artista, de aproximarse a la paradoja de la eternidad. El tiempo también tiene cabida en otras obras, como en la instalación XYZ, en la que el segundero de un reloj se topa con una barrera arquitectónica que le impide avanzar, así como la arquitectura y las estructuras. La música cobra importancia en otras obras, como Caja de Música, en la que un texto estampado en la partitura agujereada de un organillo se convierte en música cuando va pasando a través del instrumento o en Música Incidental, en la que frases lingüísticas se transforman en pentagramas y de ahí, en música, disponible para escuchar.
“A la hora de organizar la muestra, decidimos dejar de lado la cuestión cronológica. Responde a la voluntad del poner en evidencia determinadas líneas internas entre los trabajos. Que el espectador perciba esas líneas aunque no pueda ponerles nombre. Hay trabajos relacionados con la música, con el azar, con lo fantasmagórico…”, asegura Macchi mientras sorteamos escaleras. En el suelo, un operario se afana en untar de cola un enorme papel.
Paramos ante la instalación Buenos Aires Tour, realizada en colaboración con Edgardo Rudnizky (sonidos) y María Negroni (textos). Creada a partir de un mapa roto, que generó un recorrido por Buenos Aires, los artistas se dedicaron a deambular por las calles, haciendo fotos, recogiendo documentos que iban encontrando y grabando sonidos. La instalación recrea el momento histórico en el que fue realizada y permite recorrer la ciudad a través de un plano reducido a puntos sonoros, literarios y visuales. Desde una cacerolada hasta textos escritos ex profeso o fotografías. En el libro de la obra se recopilan todo el material recogido de las calles, una suerte de Diógenes que incluye hasta una nota de suicidio.
“La idea no es contar. Prefiero que las imágenes se mantengan en ese lugar ambiguo, en un lenguaje específicamente visual que no tiene traducción. Me niego bastante a hacer de intérprete”, nos asegura, aunque, le sonsacamos, en cierta ocasión de coló entre el público para ver su reacción. “En Buenos Ares me metí entre la gente a ver qué decían y fue muy divertido, me quedé sorprendido, para bien”.
Seguimos hablando de ciudades. De Nueva York, donde tiene actualmente una muestra exclusivamente de pintura –su último soporte fetiche- y de Madrid, ciudad que hacía tiempo no pisaba. Puede que para desquitarse, ha aterrizado con fuerza: además de su exposición en CA2M, estará en ARCOMadrid de la mano de tres galerías, que van a exponer esculturas, vídeos, acuarelas y pinturas al óleo sobre tela del artista. Una de ellas, incluso, le dedica un stand.
“ARCO es una feria, es un mercado. No es el mejor lugar para mostrar pero también es una forma de dar a conocer obras o de lograr un acercamiento mayor del público”, nos dice. “Obviamente, hay más movimiento en Madrid cuando está ARCO que cuando no está. La feria es más el lugar de galeristas y curadores, para mi es un lugar de demasiada exposición. Hay que tener determinado carácter, hay que tener mucha energía”.
Desde luego, a Jorge Macchi energía no parece faltarle. Tranquilo y cercano, tras despedirnos, se ha puesto la gorra de director y ya está en una de las salas, mano a mano con los chicos de audiovisual, arreglando una videoinstalación. Al parecer, el proyector ha tenido la mala educación de moverse, a dos días de la inauguración.