Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Ya sean históricas o contemporáneas, las fuentes ornamentales forman parte de la identidad de las ciudades. San Petersburgo se siente muy orgullosa de la del Palacio Peterhof, Barcelona de Montjuic, Chicago de The Loop, Osaka de sus Fuentes Voladoras y Roma de su mítica Fontana di Trevi. “Cada fuente romana da testimonio de la experiencia humana. Los orígenes, los lugares y los elementos de belleza de diferentes siglos son algo de lo que podemos aprender mucho” aseguró Karl Lagerfeld tras la publicación de su libro libro The Glory of Water, una recopilación fotográfica -la fotografía era una de sus mayores aficiones- de las fuentes de la capital italiana.
Sin duda, las fuentes juegan un papel importante en la historia de Roma y en la de cualquier capital del mundo. Y tienen el mismo protagonismo. A pesar de que las normas impiden montarnos un Anita Ekberg en condiciones -acuérdense de la escena de la película de Fellini La Dolce Vita, donde la explosiva rubia se da un sensual baño nocturno en la famosa fontana romana-, sí que podemos descubrir los surtidores con encanto que hay en Madrid.
Turistas que buscan en un plano cuál será su próxima visita cultural, adolescentes esperando que llegue el resto de la panda, señoras agotadas mientras apuran los mejores días de las rebajas o abuelos apalancados viendo la gente pasar. En la Puerta del Sol no hay ningún banco donde sentarse. Los únicos puntos permitidos de parada son las dos fuentes gemelas situadas en el centro de la emblemática glorieta.
Y eso desde hace poco tiempo, porque antes unos hierros colocados en sus circunferencias impedían que la gente se acomodara en ellas y, desde luego, son el único punto refrescante, ya que hay que ser muy valiente para cruzar la plaza a las tres de la tarde en pleno mes de julio porque no hay ni una sombra donde refugiarse. Estas fuentes -que no destacan por su singularidad o belleza- sustituyeron en la década de los 80 a las erigidas por el arquitecto Manuel Herrero Palacios en los años 50, las cuales hoy pueden verse en el Paseo Federico García Lorca del barrio de Vallecas.
Más recogida y amigable que la Puerta del Sol es la Plaza de Pontejos porque sigue teniendo ese regusto castizo de siglos pasados. Fue inaugurada en 1849 y tanto la fuente como la plaza están dedicadas a Joaquín Vizcaíno (1790-1840), Marqués viudo de Pontejos, que fue Corregidor de Madrid y fundador de la Caja de Ahorros de Madrid, la primera institución de estas características en España.
En sus orígenes la fuente servía de suministro de agua para los vecinos de la zona. El proyecto fue elaborado por el arquitecto Isidoro Llanos y cuenta con el busto del insigne noble -realizado por el escultor Francisco Pérez del Valle-. Actualmente los dos caños de la fuente recuerdan la figura de los aguadores madrileños, encargados de llevar el agua en cubas o cántaros desde las fuentes a los domicilios de los vecinos que se la pedían, y sirven para refrescar las espaldas de los clientes que en ella se acomodan mientras esperan para entrar en la mítica mercería Pontejos.
Puede pasar desapercibida ante la presencia de la archiconocida Cibeles, pero esta fuente, instalada dentro de una plazoleta al principio del Paseo del Prado, concretamente a la entrada de la calle Montalbán, es una de las más sencillas y especiales de Madrid. La Fuente de los Patos, que así se la conoce, data del siglo XVIII y en su origen estaba colocada en el parque del Retiro. En su eje central se sitúan las figuras de cuatro patos idénticos y simétricos, con las alas levantadas y unidas entre sí con caños en sus picos. En medio se halla un jarrón coronado por ocho caracolas dispuestas alrededor de otra mayor, de las que también sale agua. Merece la pena visitar el rincón en el que, además, en los extremos hay unas bancadas de piedra para acomodarse mientras se escucha el murmullo del agua.
La Plaza del Rey es uno de los enclaves históricos más singulares de Chueca. En ella se encuentra uno de los edificios con más misterio de Madrid: la Casa de las Siete Chimeneas. Desde hace siglos se dice de ella que una joven amante del rey Felipe II murió en una de sus estancias y que su espíritu vaga algunas noches en el inmueble. Leyendas aparte, la protagonista de esta plaza es, sin duda, su fuente. Estéticamente es sencilla porque tiene muy poca -casi nula- decoración escultórica, pero cuenta con un surtidor cuya agua sube a buena altura, lo que consigue que en los días calurosos la gente se siente en su borde de piedra -es bastante amplio- o en los bancos aledaños para refrigerarse. La fuente se ha convertido también en punto de encuentro de grupos de amigos durante los fines de semana y en las fiestas del Orgullo.
El encanto del Paseo del Prado está en su vegetación, su estética, sus crónicas y por supuesto, en sus fuentes. Entre el Museo del Prado y el Jardín Botánico se sitúan las Cuatro Fuentes, también conocidas como las Fuentecillas. Diseñadas por Ventura Rodríguez en 1781, tienen un tritón sujetando un delfín y cada una de ellas se diferencia de la otra por la posición de las figuras, de las que hay que decir que no son las originales -las auténticas se exhiben en el Museo de San Isidro- ya que en en 1996 se sustituyeron por unas réplicas. Muy recomendable apoyarse en alguna de ellas para hacer una vivificante parada y un selfie.
La Fuente de Felipe IV es una parada obligada para los turistas que van camino del Palacio Real y las parejas de novios que se están haciendo el álbum de fotos. Esta monumental fuente cuenta con unos banquitos de piedra en sus laterales perfectos para sentarse. El conjunto escultórico fue levantado a instancias de la reina Isabel II en el siglo XIX, pero la figura de Felipe IV, el elemento más importante del monumento, es del siglo XVII. Se trata de una obra singular de la escultura ecuestre por ser la primera en corveta, es decir, el caballo tiene las patas delanteras levantadas y se sostiene sobre las traseras y discretamente sobre su cola. Para su realización se contó con el diseño de Diego de Velázquez y el asesoramiento científico de Galileo Galilei. Ahí es nada.
Aunque en la madrileña Plaza de la República Argentina existe una famosa fuente decorada con seis de estos mamíferos marinos, la que nos ocupa está situada en pleno centro de la ciudad, justo en el chaflán del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) de la calle Hortaleza. En 1772 el arquitecto Ventura Rodríguez recibió el encargo de construir una fuente en el antiguo Convento de San Antón -hoy sede de COAM-. El famoso urbanista creó la Fuente de los Galápagos, que se caracterizaba por cuatro caños y dos tortugas de piedra.
En 1864, con el aumento del paso de carruajes, la fuente se sustituyó por una de menor tamaño con dos delfines entrelazados de cuya boca manan dos chorrillos de agua y un pilón mucho más pequeño. En su borde se suele sentar la gente para hacer un descanso en sus paseos y trabajos. Un detalle: si se fijan en el suelo, hay una baldosa con la figura de una tortuga recordando que antaño estuvo allí la fuente de los Galápagos.
Seguramente habrán pasado por el Paseo de Recoletos y habrán visto un estanque rectangular rodeado en algunos de sus lados por césped y unas columnas blancas. Pues bien, esa alberca acogió la estatua de la Mariblanca, la mítica escultura de Venus que, desde el siglo XVII, ha decorado varios espacios madrileños como la Puerta del Sol o el Parque del Retiro. Corría el año 1969 cuando la nívea diosa fue instalada en el templete de la fuente del céntrico paseo madrileño hasta que, en los años 80, sufrió una agresión que hizo que las autoridades se replantearan una nueva ubicación.
Con la desaparición de la estatua la fuente ha perdido su toque barroco, pero es interesante ver su disposición compuesta por varias láminas de agua escalonadas, con un surtidor de agua en la primera de ellas y una estructura de formas abstractas en la última. Los paseantes se suelen sentar en los bloques de granito situados en ambos extremos, pero también se tumban en la hierba cercana a los dos coloridos parterres que decoran el estanque.
La Fuente de Apolo -también conocida por la de las Cuatro Estaciones- está considerada como una obra maestra del Neoclasicismo español. Aunque no te puedes sentar en su borde, sí puedes acomodarte en alguno de los bancos de piedra cercanos para escuchar el susurro del agua y huir de los calores madrileños, ya que está rodeada de vegetación. La monumental fuente -sin duda es una de las más bonitas del Paseo- se creó en 1802 con el diseño de Ventura Rodríguez y la ejecución de Manuel Álvarez.
Se compone de un cuerpo central con dos adornos que arrojan agua sobre tres conchas superpuestas de diferentes tamaños. Las esculturas del pedestal representan las cuatro estaciones mediante figuras alegóricas, de ahí el nombre alternativo de la fuente. Remata el monumento una estatua del dios griego.