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"Y les ciñe la mar, ¡pesada broma del Supremo Poder! Agua a la vista, sin que traiga verdura la paloma; hecho el cielo de nubes una pista y cada nube hermética redoma; ¿hay quien la sed junto a la mar resista?". Echaba de menos el agua Miguel de Unamuno en su destierro forzado en Fuerteventura. El filósofo y escritor nació en Bilbao, se crio en sus calles y bebió de sus fuentes.
Seguramente con tanta sed como deleite, pues la capital vizcaína puede presumir, y de hecho presume, de la calidad de su agua, blanda y de baja mineralización, aunque en su mayoría venga de Ullibarri Ganboa y Santa Engracia, embalses pertenecientes al sistema del Zadorra que recogen lluvia caída en esos puntos de Álava. Hacer escala en sus fuentes más emblemáticas es una excusa como cualquier otra para recorrer la villa fijándose en detalles arquitectónicos, sociológicos e incluso orográficos, pues no olvides que la llaman El Botxo al estar rodeada de montes con nombres clavados en la memoria y la emoción del botxero: Pagasarri, Ganekogorta, Artxanda, Kobetas, Avril, Arraiz… Aunque esta vez no precisas botas de monte y mucho menos cantimplora, pues los paseos propuestos transcurren todos por asfalto.
No se trata de travesías jalonadas por simples caños, frías infraestructuras prácticas donde apagar la sed, recobrar el aliento o aprovisionarse para el camino; de hecho, muchas son meramente ornamentales y ni siquiera se puede beber de ellas, pero en todas merece la pena tomar una fotografía e incluso conocer la historia que hay detrás. Testigos mudos del paso del tiempo y mil vicisitudes, su mismo diseño esconde homenajes, evocaciones, inspiraciones, alegorías, y se puede afirmar que buena parte son auténticas obras de arte, esculturas e instalaciones de mayor o menor magnificencia.
Las prácticas representan esas arcas de besos de bocas ya cerradas que lisonjeó García Lorca. Las decorativas engalanan y recrean la vista y la memoria. Unas y otras, independientemente de su función, lucen más o menos relucientes, más o menos lustrosas, según se hayan beneficiado o no de los diferentes trabajos necesarios para mantenerlas relucientes, atractivas en el plano estético, y operativas, en el estrictamente funcional. Tareas que incluyen tratamientos alguicidas, limpieza de piedra, reposición de llagueados, restauración de adornos y accesorios, repaso y sustitución de instalaciones de fontanería, hidrofugado del conjunto, tratamiento antipintadas… Porque sí, armado con una pintura, alguno no puede reprimir el artista, el disconforme o el poeta que lleva dentro, aunque lo libere con faltas de ortografía.
Pero bebe sin miedo, que hasta el Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia y Bilbao - BizkaiaSlow pusieron recientemente en marcha la campaña H2O Bilbao, mesedez para promover que los locales de hostelería ofrezcan a sus clientes agua del grifo. Aquí señalaremos algunas de las más destacadas, las imprescindibles, que brindan excusas para descubrir barrios como Atxuri, Casco Viejo, Abando, Indautxu, Bilbao la Vieja, Olabeaga y Miribilla, pero ten en cuenta que son solo una pequeña muestra de las existentes en la capital vizcaína, dotada de 413 de consumo, 46 ornamentales, 35 mixtas y cinco "duchas". En total, 499.
Cuando uno se acerca a la Plazuela de los Santos Juanes allí le espera con aparente quietud (la corriente va por dentro) una de las fuentes diseñadas por el pintor, grabador y arquitecto Luis Paret, quien residió en Bilbao entre 1779 y 1786, y cuenta con más de un cuadro en el Museo de Bellas Artes local. De piedra e incrustada en la pared con una inscripción que recuerda su inauguración en 1785, bajo el reinado de Carlos III, es una de las dos primeras fuentes ornamentales construidas por el consistorio para surtir al pueblo del agua contenida en el depósito de la alberca que había en la cercana esquina de la calle Ronda con Zabalbide. El lugar de la iglesia de los Santos Juanes y del Hospital de Peregrinos y Enfermos lo ocupa ahora un centro de Formación Profesional, y el antiguo palacio de los Victoria de Lecea y sus jardines han dado paso a una torre de edificios con su supermercado al pie (ay, Bilbao, cómo has cambiado…), pero ahí sigue impertérrita la fuente.
Desde ella se contempla la iglesia de San Antón, todo un icono reflejado en el escudo de la villa y en el de su equipo de fútbol. Atravesando el puente se llega a Bilbao la Vieja y se sube a Miribilla, último barrio construido, donde el paseante se detiene ante las escamas que recubren el Bilbao Arena, cancha del Bilbao Basket, y llega al frontón Bizkaia. El más grande de Euskadi, con capacidad para 3.000 espectadores.
A un paso de la obra de Paret parte una cuesta que desemboca en el barrio de Santutxu y, si quieres enfrentarte a menores desniveles, puedes recorrer el de Atxuri. Muy casta, aparece referenciado en más de una bilbainada, género musical propio ("Y visten con elegancia la aristocracia en Neguri, pantalones de mil rayas, al igual que los de Atxuri"), y, dejando atrás la estación de tren centenaria, futura sede el Museo del Ferrocarril, alcanzarás el antiguo convento de La Encarnación, hoy Museo Diocesano de Arte Sacro, y la iglesia de igual nombre. Tras ella, la fuente vertical que desde 2008 decora el entorno del polideportivo a modo de cascada constante enmarcada. La autoría corresponde a Ruiz - Cuevas Arquitectos y gruesos cristales sirven de apoyo a la lámina de agua.
A un paso, literal, de Atxuri está el Casco Viejo de Bilbao, núcleo inicial de población donde cuenta con especial cariño la Fuente del Perro, inspirada en el arte clásico. Neoclásico sería exactamente el estilo de un triple surtidor que imita un templete y un sarcófago (la pila). Llama la atención el hecho de que las cabezas de cuya boca brotan desde 1800 los antaño llamados Chorros de San Miguel no son de perro, sino de león. De nítida inspiración egipcia, la autoría se atribuye a Juan Bautista de Orueta y Miguel de Maruri, allí abrevaba hace un siglo el ganado y da incluso nombre a la calle en cuya pared se incrusta.
Es habitual quedar en el casco antiguo, recorrer las Siete Calles originales (Somera, Artecalle, Tendería, Belosticalle, Carnicería, Barrencalle, Barrencalle Barrena), así como las que procuraron su expansión, presumir de villa y consumir en sus tabernas. ¡Un pintxo y un zurito, por favor! La venerada ría, el Nervión, nos separa nuevamente de Bilbao la Vieja y entre las calles estrechas y peatonales uno se topa con músicos callejeros e imperdibles como la bulliciosa Plaza Nueva, el Museo Etnográfico e Histórico Vasco, el mercado de La Ribera, que es el mercado de abastos cubierto más grande de Europa (recuerda que en Bilbao todo es a lo grande), y la Catedral de Santiago.
Precisamente frente a ese templeo hay otra fuente monumental diseñada por Luis Paret, de estilo neoclásico y fechada en 1785; la base cruciforme está labrada en jaspe de Ereño (cantera en Gautegiz-Arteaga) y según levantas la vista vas descubriendo inscripciones en placas de mármol blanco, guirnaldas de bronce y un jarrón decorativo. Y si quedas en la misma salida del Metro, en la estación del Casco Viejo, seguramente lo harás junto a la fuente de la Plaza Unamuno, al pie de las Calzadas de Mallona que desde 1745 conducen a la Basílica de Begoña, amatxu de los vizcaínos. La referida fuente, señalada como la más alta del barrio, está dedicada a los cuatro elementos (Sua, Lurra, Ura eta Haizea; Fuego, Tierra, Agua y Aire), y se ubica a escasos 250 metros del número 16 de la calle Ronda, donde nació Miguel de Unamuno allá por 1864.
A falta de una gruesa muralla defensiva con postigos y poternas, la más bella puerta de acceso al Casco Viejo es el entrañable Arenal, un parque de gran solera, antaño zona portuaria, que alberga el quiosco donde toca la Banda Municipal de Música y acoge ferias agrícolas y literarias. Rodeando sus jardines y esquivando los juegos de los más pequeños, que gustan de correr libremente por el lugar, uno se topa con los niños tritón que presiden, a ras de suelo, dos bellas fuentes gemelas secas y aparentemente abandonadas. Ya no brota agua de los peces sujetados por esos niños con (medio) cuerpo de pez o sirena fundidos en 1857, primos del Pequeño Tritón de El Retiro madrileño, ni de las bocas de las ranas que lo rodean y anegaban el suelo cubierto de baldosa y cantos rodados.
Quien tenga sed, puede calmarla a escasos metros, en otra fuente escultórica, realizada en piedra, mármol y hierro, coronada por niños sonrientes y vigilantes. Según qué caño escoja entre los cuatro disponibles, al levantar la cabeza oteará la iglesia de San Nicolás, el teatro Arriaga, la bella Estación de La Concordia, de finales del siglo XIX, o el Ayuntamiento de Bilbao. Y si se acerca a éste, por la Plaza del Gas subirá al Parque Etxebarria, el más grande de la villa, donde se instalan el circo y las barracas en Semana Grande, y donde antaño, hasta los años ochenta, se encontraba una enorme acería. A modo de monumento y memoria, se conserva una de las grandes chimeneas de ladrillo que ennegrecían el cielo de la capital.
El nefasto cambio climático hace que cada vez tenga más sentido práctico, y no solo estético y/o artístico, la instalación de una fuente transitable junto al Museo Guggenheim Bilbao, referente mundial del arte contemporáneo (aquí todo es a lo grande). El piso metálico permite caminar sobre las tuberías e interactuar con los distintos efectos hidráulicos que crean (chorros verticales, simulación de olas, niebla…), con el consiguiente riesgo de mojadura, como ha comprobado más de un transeúnte despistado. Y la instalación incluye juegos de luz que realzan su atractivo al ponerse el sol.
Estás en el punto donde se encuentran el Paseo de Uribitarte y el de Abandoibarra, concretamente donde estuvo la "Campa de los ingleses", la explanada donde desembarcó el football, donde lo practicaban los británicos que explotaban las minas de la zona (igual que sucedió en Río Tinto) y donde jugó sus primeros partidos el Athletic Club. Trascurren pegados a la saneada ría, que ahora acapara todas las miradas, y conducen hacia el teatro Arriaga, en un sentido, y hasta el Palacio Euskalduna, en el contrario. Recorrerlos de extremo a extremo (apenas dos kilómetros y medio) permite toparse o simplemente vislumbrar otros iconos locales, como son el edificio El Tigre, la universidad de Deusto, la pasarela Zubizuri (controvertida y deslizante obra de Santiago Calatrava), el puente de La Salve…
También merece mención la Fuente de Fuego cuyas cinco llamaradas rompen cada equis tiempo la quietud del estanque junto al Guggenheim. Obra póstuma de Yves Klein, artista francés que encontró inspiración en los elegantes surtidores de agua que pueblan los jardines del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso para concebir estas efímeras esculturas de fuego.
Cual Puerta de Alcalá, la Musa pergeñada por Francisco Durrio en homenaje al compositor Juan Crisóstomo de Arriaga, el Mozart español, conjuga pasado y presente mientras ve pasar el tiempo pegada al Museo de Bellas Artes de Bilbao. Según se explicó en la inauguración, en 1933, la figura de bronce, representación de Melpómene, primera musa del canto y después de la tragedia, "eleva su queja al infinito por la muerte prematura del genio. En señal de protesta golpea su seno con la lira, y de sus cuerdas brota el llanto que es acogido religiosamente por la máscara del basamento, símbolo de la eternidad que con sus sienes apoyadas en las manos que nacen del muro en actitud de tranquila meditación, devuelve a su vez, en lágrimas, su dolor".
Todo un drama pero, paradójicamente, si pudieras preguntarle a esta Melpómene, o más bien pudiera ella responderte, te diría que se encuentra feliz, gozosa, disfrutando de una libertad que le fue privada durante la dictadura. Las curvas y la desnudez de esa musa cegaron a los censores de la época, pues consideraron que avivaban las pasiones, y fue recluida en la fría oscuridad de los sótanos del museo. 27 años duró la condena, un tiempo durante el cual su lugar fue ocupado por otra musa ideada por Enrique Barros, en este caso vestida hasta los tobillos. País…
La cordura se volvió a imponer en 1975, casualidad, y nuestra protagonista volvió a ver la luz y a exhibir su belleza en el que está considerado el primer trabajo en España de homenaje a una persona que no cuenta con su retrato. La lira estaba dañada, pero se reparó hace varios años. Mientras, la sustituta pasó a ocupar el almacén y hoy adorna un tramo del paseo de Uribitarte, rodeada de 14 chorros y de multitud de paseantes que en su mayoría desconocen su historia de suplantación y destierro.
El propio Museo de Bellas Artes hunde sus pilares en el perímetro del Parque de Doña Casilda, durante décadas el gran pulmón verde de Bilbao y, sin duda, el más querido por sus familias, que aún acuden a dar de comer a los patos y a los cisnes del gran estanque central. Merece mucho la pena tanto seguir el ejemplo de quienes toman asiento o se tumban en sus amplias zonas verdes, como pasear por sus sendas descubriendo cada detalle, el palomar, la pérgola, esculturas y, claro, sus fuentes.
Muy deteriorada por el paso del tiempo, la cibernética que hace años despertaba admiración con su juego de luces y música permanece seca a la espera de una reconstrucción total que solucione el problema de sus filtraciones. Ha cedido el protagonismo a la gran fuente escultórica dedicada por Agustín Querol Subirats a Doña Casilda de Iturrizar. El busto de esta benefactora se sitúa desde 1904 en lo alto de un gran pedestal donde también se observa el rostro de su esposo, el banquero Tomás José de Epalza. Tras ella se encuentra la fuente-banco dedicada a Adolfo Guiard (1926), y al otro extremo, junto al Bellas Artes, destacan otras dos: una fuente-monumento que recurre a la figura del Triunfo, inspirada en la Francia napoleónica, fechada en 1922 y dedicada por Quintín de Torre a Aureliano del Valle, director de la Sociedad Coral de Bilbao (al pie, dos rostros de mármol blanco representan al coro mixto y el agua que brota de sus bocas se desliza por cinco escalones como lo haría por las cinco líneas del pentagrama); y la de Ricardo Bastida que desde 1915 homenajea en hierro y piedra a otros cuatro ilustres de la villa (Hurtado de Amézaga, Nicolás de Arriquibar, Diego María de Gardoqui y Eduardo Marquina), con la vista puesta en la Literna de Lisícrates ateniense.
El 'Parque de los Patos' se encuentra muy cerca de la plaza y monumento del Sagrado Corazón, de 40 metros de altura; de la Santa y Real Casa de Misericordia; del estadio San Mamés; del Itsasmuseum (Museo Marítimo Vasco); de Carola, grúa cigüeña de 30 toneladas de peso y 60 metros de altura, en su momento la de mayor potencia entre las fabricadas en España, que fue utilizada para la construcción de barcos en Astilleros Euskalduna; y del paseo de Olabeaga, que discurre frente a Zorrozaurre, isla que escenificará la próxima gran expansión de Bilbao. Así, resulta fácil estirar el paseo.
La Plaza Moyua, construida en los años cuarenta y rediseñada en 1997, ocupa el que está considerado popularmente el mismo centro de Bilbao. Se trata de una plaza elíptica que parte en dos la Gran Vía, y se rodea de edificios emblemáticos con el Palacio de Chávarri, actual Gobierno Civil, y el 'Hotel Carlton', célebre por haber albergado la sede de la presidencia del Gobierno Vasco durante la Guerra Civil. El centro de la elipse lo ocupa, entre parterres de estilo inglés y francés, la recuperada fuente original, coronada por un pez dorado.
Al margen de recorrer la arbolada Gran Vía, uno puede perderse desde Moyua en el barrio de Indautxu, detenerse ante el Palacio de Sota, optar por invertir tiempo y riqueza en las numerosas tiendas y locales comerciales del entorno, o caminar hacia Azkuna Zentroa. La querida Alhóndiga, antiguo depósito de vinos centenario, fue reconstruida por Philippe Starck y su plaza central cubierta procura fresco, reposo y entretenimiento a quien penetra en dicho Atrio de las Culturas para observar las 43 columnas, todas ellas diferentes, o situarse bajo el suelo traslúcido de la piscina municipal.
Mira que gustan en Bilbao los leones, no en vano es el nombre que reciben los siempre bravos jugadores del Athletic Club. Pero ni así ha logrado la fuente de la Plaza Jado, construida por Mármoles Camar en 2009, seducir al bilbaino con diptongo, que la mira con extrañeza por su blancura y la imagina más apropiada en otros lares, quien sabe si en el Patio de los Leones de La Alhambra granadina. No obstante, el guiño al equipo de fútbol es evidente, más cuando los tres felinos parecen custodiar la Copa de la Coronación ganada en 1902.
Desde aquí puede el paseante dirigirse a las altas torres residenciales diseñadas por el japonés Arata Isozaki, al Palacio de Ibaigane, al modernista Teatro Campos, o caminar sin rumbo contemplando la riqueza urbanística del Ensanche. Probablemente topará con los Jardines de Albia y su fuente de estilo romántico, que representa a una mujer alzando una ánfora. Y seguramente no resistirá la tentación de entrar en alguno de los muchos bares y restaurantes de la peatonal calle Ledesma o en los distribuidos en Heros, Henao y Juan de Ajuriaguerra, arterias que dibujan la última zona de expansión y actualidad hostelera.
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