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La receta de un analgésico tuvo que esperar más de cien años para ver de nuevo la luz. Escondida en el interior de un viejo bargueño del siglo XVI, la fórmula magistral del XIX fue rescatada de su escondite, después de tantos años, dentro de una de las gavetas secretas que contienen los muebles más codiciados de la historia de España. Ya sin papeles, o eso creen los expertos, esta pieza de museo se muestra ahora en la casa natal que Miguel de Cervantes tiene en Alcalá de Henares.
"El bargueño es la escultura del mueble", cuenta en su local de Toledo Julio Martín de la Fuente, el último constructor de bargueños que, con sus setenta y cinco años de edad y sesenta como artesano de la madera, ya ha decidido dejar las gubias, los punzones y las sierras. Solo trece ejemplares quedan en su poder esperando que un nuevo dueño guarde en ellos cachitos de su vida.
A la lista de oficios desaparecidos hay que apuntar ahora la de Julio. Ninguna de sus cuatro hijas ni tampoco sus discípulos cogerán el testigo de este oficio. "Hay cosas que cualquier artesano puede hacer, pero esto es más complicado. La pureza del trabajo, el conocimiento de estilos y el estudio sobre arte e historia son inseparables, necesarios para hacer bien el trabajo", asegura el maestro Martín de la Fuente en la puerta de su pequeño establecimiento de la calle Núñez de Arce, en pleno centro del casco histórico de Toledo y a dos pasos de la cervecería 'Abadía'.
Y en esta ciudad, y en este mismo casco, aparecieron en el siglo IX los primeros artesanos de bargueños, un gremio dominado por moriscos que tuvieron que salir más tarde de sus murallas al ser expulsados de Toledo. El tiempo que duró su deportación lo pasaron en lo que entonces era la alquería de Bargas, a pocos kilómetros de la capital. Fue entonces cuando a estas arquillas se les empezó a llamar bargueños, una palabra que no estuvo en el diccionario de la Real Academia de la Lengua hasta 1914.
La acreditada paciencia que Julio Martín mantuvo durante su vida, reproduciendo los modelos más exquisitos de este mueble tan español, la demuestra ahora con los visitantes que llegan a Toledo y que, casi de refilón, dan un frenazo delante de su puerta. Las prisas de estos turistas de "un solo día" desaparecen de repente cuando ven estas piezas de capricho. "Los bargueños eran muebles de campaña, de batalla. Llenos de documentos, de cartas de pago, joyas o dinero, se transportaban a lomos de mulas como si fueran las maletas de la época", le explica Julio a unos turistas que no pueden privarse de hacer unas fotos a los muebles de los secretos.
Como si de oro se tratara, los dos bargueños-maletas que acompañaron hasta Inglaterra a la benjamina de los Reyes Católicos, Catalina de Aragón, que a sus quince añitos partió con su rico ajuar en busca de Arturo, príncipe de Gales, se exhiben ahora en una vitrina del museo nacional de arte y diseño, el Victoria y Alberto de Londres. No sabemos si los doscientos mil ducados de oro que llevaba consigo iban escondidos entre el menaje de la que fue más tarde esposa de Enrique VIII.
Al bargueño le pusieron patas y, aunque parezca una contradicción, dejó de viajar. Mudéjares, renacentistas y barrocos. Mudéjares o con influencias del romanticismo, los bargueños toledanos empezaron a formar parte del mobiliario más exquisito de las mansiones que el nuevo imperio planetario, el español, tenía repartidos por Europa y América. En cada lugar, los artesanos locales adaptaron a su idiosincrasia los que a partir de ahora fueron objetos palaciegos. Los siglos XVI-XVII; o dicho de otra forma, los 189 años que duró lo que conocemos como el Siglo de Oro, fueron también para estas piezas su mejor época.
Entre visita y visita, Julio nos va mostrando las características de cada reproducción y nos descubre, como si de un mago se tratara, los entresijos de cada uno. Un sistema de pasadores abre y cierra puertas principales y cajoncitos que apenas podemos ver. La arquitectura de cada periodo, los colores del Mediterráneo, la austeridad castellana o estilizados pájaros mitológicos, evidencian "la máxima expresión del arte del mueble", según palabras de Martín de la Fuente.
Hechos con los mismos materiales y técnicas artesanales de cada época, los bargueños tienen un cuerpo de abedul o nogal, maderas fáciles de teñir y suficientemente moldeables para darle las formas requeridas. Por haber tenido una vida itinerante, sus medidas solían tener alrededor de un metro de frente y medio de fondo. Entre diez y doce cajones, y algunos más escondidos, contenían estos ingenios que guardaban desde dinero a los más líricos sonetos de amor.
De nuevo, otros turistas que pasan por la calle mirando hacia arriba, bajan la vista y se detienen en seco. Van directos al bargueño que más brilla y el maestro les explica: "Tienen delante la máxima expresión del bargueño, un modelo de estilo renacentista, chapado en pan de oro y con balaustres salomónicos". Les cuenta Julio a los boquiabiertos curiosos. A sus espaldas, unas garzas incrustadas en marfilina estiran sus cuellos, como queriendo escuchar las explicaciones del artesano, desde el frontal de una reproducción del siglo XVII.
El escudo de la casa de los Médici muestra la ostentación de esta familia florentina que tuvo tres papas. Una flor de lis dorada, tallada en el centro del bargueño, demuestra cómo se fueron adaptando estos muebles a los gustos que cada país tuvo durante su historia. El romanticismo tampoco quedó fuera de los estilos que fueron adaptando los bargueños a lo largo de los siglos. "Muchas piezas fueron a parar a Valencia, las más coloristas y con inspiración romántica, con escenas que cuentan amoríos entre las familias huertanas", afirma Julio Martín mientras nos abre la última pieza de este estilo tan levantino que nos revienta la vista con los llamativos colores de fauna y flora policromada.
Desde Toledo, los delicados bargueños de Julio viajaron a los cinco continentes para ser exhibidos en las mejores estancias de sus nuevos propietarios; unos los conservan y van tallando su árbol genealógico en el interior de la puertecita principal, otros, los menos, los siguen transportando, como el mueble viajero que siempre fue, cada vez que cambian de domicilio. Así lo hizo Julio Martín con alguna de sus piezas cuando ejerció de asesor del gobierno de Estados Unidos. Diez años de su vida pasó el maestro toledano al servicio del departamento de fomento del estado federal complementándolo con la enseñanza de la más pura artesanía.
No nos cabe duda de que también los hay que se deshacen de ellos para sacarle algún beneficio; y es que "el bargueño que costó setecientos cincuenta euros, ahora vale seis mil", calcula don Julio. "Cuando ya no esté se revalorizarán mucho más, como la pintura", remata el artesano. En realidad, un bargueño de los que salieron del último taller de este gremio casi extinguido puede costar de tres mil a doce mil euros. No tienen fecha de caducidad ni gastos extra de mantenimiento. Y qué mejor amigo para guardar los secretos que uno que jamás se los contará a nadie.
Aunque coetáneos en su etapa más brillante, pocas veces hemos encontrado a la palaciega boiserie, la estrella del mobiliario francés, en las páginas de la literatura de la época si la comparamos con lo que, además de bargueño, llamaron arquilla, cabinet, escritorio, arquemisa o bufete. Cervantes se retrató mencionándolo en el prólogo de la primera parte de El Quijote cuando no sabía cómo empezar su nuevo libro: "[…] estando en suspenso una vez, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando que diría…".
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