Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
El embalse del río Tambre nunca ha estado solo durante la pandemia. Sus aguas han reflejado a Olga Gómez, la directora del 'Hotel Pesquería del Tambre', y a los trabajadores de la magnífica central eléctrica del arquitecto Antonio Palacios. Pero también a los clientes, porque desde el primer momento, Olga puso a disposición de los gobiernos y los ayuntamientos de alrededor las 16 habitaciones que se reparten por las casas que forman un lugar único como es la 'Pesquería'. La solidaridad también ha envuelto el cauce del río, abundante en una primavera de lujo en lluvias.
"Lo vimos venir y pensé que este sitio era bueno para afrontar la situación. Ha funcionado. Hemos tenido trabajadores que atendían a los servicios sociales y ahora, desde que empezamos a abrir los fines de semana, tenemos también gente que reserva ya para varios días. La verdad, tenemos buenas perspectivas y soy optimista. Estamos viajando siempre lejos, pero ahora tenemos la oportunidad de conocer lo que nos rodea". Sus clientes -madrileños, catalanes, gallegos- han esparcido las virtudes de este lugar. Ha pasado un año desde que recorrimos las aguas del río, los paseos, las rutas sin edad, su terraza al pie del agua iluminada al atardecer...y todo vuelve a empezar.
Son 15 minutos de subida desde las afueras de la ría de Noia al río Tambre, cuyo caudal es la fuente de Santiago de Compostela. Una carretera perdida, bordeada de pinos, estrecha pero bien asfaltada, con precipicios que se asoman al río, solo cubierta por alguna pequeña aldea que te recuerda que sigues en la civilización. Ahí está la entrada a la 'Pesquería del Tambre', el hotel en una central que aún funciona; eso indica el lago verde reflejando los pinos y con los bancos de peces ondeando el agua, entrando como locos con la marea alta. Embalsada a lo grande por encargo de Pedro Barrié de la Maza, duque de Fenosa, uno de los prebostes de Galicia.
Pero al bajar del coche, el embalse pasa a segundo plano al girar la vista. ¿De quién es ese hermoso edificio de la central, tan diferente y tan familiar a la vez? La fachada de la eléctrica es un cante modernista. "De Antonio Palacios", responde Olga, una de las dos accionistas de 'Ataraxia', que regenta el hotel-restaurante de 'La Pesquería del Tambre' desde hace tan solo tres temporadas, durante las cuales han logrado recuperar el alma que estuvo a punto de perderse con el cierre de unos años, los de la crisis. José y otras dos personas de las aldeas cercanas, como Aldea Castro, la han ayudado.
No hay turista que pase por Madrid que no pose ante la Cibeles, con el Palacio de Correos al fondo; ni celebración futbolística o manifestación en la que no salgan sus tres torres, decorado de fondo de la estatua de la diosa que simboliza a la capital. El arquitecto que levantó ese Correos, hoy sede del Ayuntamiento, se llama Antonio Palacios; es autor del Circulo de Bellas Artes (para muchos, su mejor obra); del Banco Español del Río de la Plata, más conocido como el Edificio de las Cariátides y hoy sede del Instituto Cervantes; del Hospital de Jornaleros de la Calle Maudes; de otro par de casas que los turistas admiran en la subida de la Gran Vía hacía Callao...
En resumen, Palacios es el arquitecto del Madrid de finales del XIX e inicios del XX; el hombre del modernismo capitalino, influenciado por la Escuela de Chicago, Eugéne Viollet-le-Duc y Otto Wagner. Lo más extendido es que es el Gaudí de Madrid.
Palacios nació en Porriño (Vigo) y nunca olvidó sus orígenes. Por eso es posible toparse con lujos como este de la 'Pesquería del Tambre', una central hidroeléctrica a pleno rendimiento, perdida a 14 kilómetros de Noia, que, una vez descubierta, deja al personal electrificado como le debió de suceder al arquitecto cuando conoció el lugar, antiguo secadero de pescado de los monjes del Cister. Lo diseñó en 1924, antes de que Pedro Barrié de la Maza, duque de Fenosa, autorizara y luego diera nombre al embalse del Tambre. Está a cinco kilómetros de Ponte Nafonso, el puente que cruza la ría, datado en el siglo XIV, pero sustituyendo al de madera que mandó construir Alfonso II El Casto; ya saben, el del Camino de Santiago y tantas otras magias.
Las aguas verdes del río Tambre, ribeteadas sus orillas con dobladillos de robles, chopos, pinos y helechos, son el espejo donde se refleja la obra del arquitecto de Porriño, que construyó no solo el edificio de la central, sino una pequeña aldea de piedra con su característico estilo, dando acogida a la Casa del Jefe, la de los maestros, las escuelas, la Cámara de Cargas... todas con dormitorios. Hoy, además, con una piscina de vistas preciosas, la recepción, lugar de desayunos, salón y restaurante. Son 16 habitaciones, distribuidas entre las cuatro casitas, que transmiten una sensación de autenticidad y retroceso en el tiempo.
Porque la Central Hidroeléctrica del Tambre, construida entonces por las fuerzas eléctricas de Galicia, luego propiedad de Unión Fenosa y ahora de Naturgy, fue todo un pueblo –una aldea, dirían aquí– con vida propia. Fue uno de los grandes complejos hidráulicos de principios del siglo pasado, con un ingeniero genialoide, Luciano Yordi de Carricarte, un señor que tiene destacados seguidores en eso del turismo Industrial y la ingeniería de las centrales eléctricas del siglo XX.
La vida da muchas vueltas y Olga y la 'Pesquería' las han dado, hasta terminar de encontrarse. "Cuando acabé Turismo en A Coruña, entré a trabajar en el 'Hotel España', lo que significó que viví a distancia la puesta en marcha del 'Hotel La Pesquería', cuando lo montaron mis jefes sobre el año 2003. Lo tuvieron un tiempo y luego lo dejaron. Yo conocía el lugar, me encantaba y llevaba un tiempo pensando en montar algo por mi cuenta. Cuando salió a concurso, después de haber estado unos años cerrado, nos presentamos mi socia y yo; y lo ganamos".
La historia así contada, a lo gallego, concisa y sin ponerse ni una medalla, parece sencilla. Pero esta mujer, que tan pronto atiende la terraza al pie del embalse –por donde surca el río una motora– como está detrás de la recepción atendiendo una reserva o cruzándose con José –el camarero que se deshace en amabilidad para servir una comida– le ha echado bemoles.
"Cuando llegamos descubrimos que los años de cierre habían originado muchas más necesidades de mantenimiento de las que aparentaba el sitio, por eso tuvimos que abrir en agosto en vez de en Semana Santa. A veces, lo habéis visto los clientes, nos enfrentamos a la paradoja de que, aunque estemos al pie de la central, nos quedamos sin luz. ¡Y es tan difícil explicar al cliente que sus cuartos no tienen luz cuando ven la central iluminada!". Olga lo cuenta como los gajes del oficio, llena de agradecimientos a la clientela que alguna vez ha tenido que soportar esa situación.
De todas formas, el lugar es un valor seguro, único, siempre y cuando no encuentre más trabas de las existentes. A una carta de comidas y cenas bien correcta, con productos de la zona y una especial dedicación a los pescados y el marisqueo –por cierto, su Bloody Mary de berberechos y agua de mar les precede a cada acto en el que aparecen por la comarca– unen una terraza iluminada desde el atardecer, con música muy bien escogida.
Olga y José sonríen con lo de la música. "La verdad es que está muy pensado; cambia para los diferentes momentos del día, desde el desayuno hasta la cena", cuenta mientras toma papel y boli para explicar a la clientela una de las rutas que tiene más a mano, cruzando el puente colgante –maravilloso, un atractivo brutal para niños y grandes– al otro lado del estuario y hasta el Pazo del Tambre, en Outes, "unos 50 minutos por buen camino y muy bonito".
La recomendación es cierta, sirve para senderistas expertos y turistas. Lo mismo que la subida río arriba, por la antigua ruta de la lamprea, donde siempre se encuentran los pescadores inasequibles al desaliento, dispuestos a pescar "una lamprea, aunque eso hoy sería casi un milagro; no tienen hambre ninguno de los que están entrando con la marea", comenta uno de los entrenados en la paciencia, con los que el caminante se topa nada más cruzar el puente colgante.
Excursiones con kayak, rutas en bicicleta, salir en barca desde 'La Pesquería del Tambre' hasta la goleta de nombre Joaquín Vieta “para doce personas, que está en Noia. Es un espectáculo, como el recorrido que me he hecho yo, bajando desde aquí hasta Puente Nafonso, para luego cambiar al barco en la ría. Nunca imaginé que fuera tan bello", explica Olga.
Para los días de lluvia quedan las escapadas a Noia o Santiago –15 o 45 minutos, respectivamente– para envolverte en arte o en compras, todo depende del estado de ánimo. Para los fofisanos, a mano está el Balneario de Brión. La otra alternativa es, con la lluvia en los cristales, entre las palmeras y la obra de Antonio Palacios, tirar de un buen libro mientras el olor de la resina húmeda y los pájaros que se esconden en la buganvilla montan un guateque propio con éxitos de gorgojeo.
En ese marco, al anochecer es fácil imaginar a los monjes del Cluny, que ya estuvieron aquí secando pescado hace mil años, en su modesta casita, casi al pie del puente colgante, hoy cerrada a la espera de que alguien le dé nuevo uso.