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La mañana despertó tranquila y encapotada, aunque pronto los suaves vientos que llegan del Mediterráneo imponen un cielo completamente despejado donde los destellos del sol hacen relucir los tonos verdosos y dorados de los cítricos que cuelgan de los árboles. “Es cierto que en la primavera esto es un auténtico paraíso, con los rosales, jazmines y el enorme magnolio florecidos. Y con los naranjos brotados de azahar, cuyo intenso aroma embriaga toda la finca”, reconoce Teresa Arbona Ribera. La voz pausada y dulce de esta señora, filóloga de formación, es la mejor compañía para un paseo por el Huerto Ribera, la propiedad en la que vive la familia desde 1870 -ella es la quinta generación dedicada al mundo de las naranjas- y que abrió sus puertas al agroturismo en 2016, principal actividad por delante de la producción y venta de frutas.
El Huerto Ribera son siete hectáreas de cultivo pegadas al casco urbano de Carcaixent (a 40 km al sur de Valencia), localidad atravesada por el cauce del río Júcar y considerada la cuna de la naranja. Aquí conviven los centenarios naranjos de la variedad valencia late -con sus varios metros de altura a los que tenían que subirse las cuadrillas de collidors en escaleras hace años "y que hoy sirven para dar abrigo a la residencia familiar"- y las plantaciones más recientes de la valencia midknight, además de las deliciosas sanguinas.
“La vinculación de mi familia con el mundo de las naranjas se remonta al año 1870. Mi tatarabuelo, José Ribera Piera, decide cambiar su oficio de ebanista de cajas en Quatretonda por la producción de cítricos en Carcaixent, donde la familia de su mujer, Vicenta Tarragó, era propietaria de tierras”, recuerda Teresa. Serán dos hijos del matrimonio, el religioso Vicente y José, quienes continúen con el negocio y lo expandan con ventas al extranjero, sobre todo en París, construyendo el actual huerto y la casa familiar. “Vicente era un apasionado de la botánica. Él trajo las cycas revolutas, oriundas de Japón, desde las islas Canarias, y aquí siguen adornando nuestro jardín desde hace más de 150 años”.
La residencia familiar guarda un estilo ecléctico, con fachada modernista como se imponía a finales del siglo XIX, tejado de tallado normando y cerámicas de reminiscencia árabe. “Una peculiaridad es que la casa de los caseros está integrada en la principal, algo que no era muy común en aquella época; hoy la tenemos habilitada para que los visitantes conozcan un poco más la historia familiar y estén más recogidos los días en los que el tiempo no acompañe mucho”.
El matrimonio de Teresa y Francisco Bover se animó, junto a sus hijas Teresa y Elena, a abrir la finca al agroturismo hace unos años. “Fue tras una visita que hice a las impresionantes bodegas de Codorníu, en Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona). Somos amigos, desde hace muchos años, de la que fue última presidenta de la familia, Mar Raventós. Y al ver lo que hacían, pensé que yo podía hacerlo en mi huerto, aunque a escala más reducida”. Para ello se asesoraron con un agrónomo, especializado en cítricos, en la gran huerta de frutales de California: Bakersfield.
Por eso se decidió arrancar los grandes naranjos de la variedad valencia late -dejando unos ejemplares a modo ornamental, como hacían los árabes en la Mezquita de Córdoba o el Patio de la Lonja de la Seda de Valencia - y sustituirlos en 2016 por los valencia midknight y las sanguinas. “Son árboles más pequeños, plantados sobre unos suaves caballones, para evitar que profundicen mucho las raíces. Esto permite también la recolección mecanizada, porque hoy es difícil encontrar tanta mano de obra dedicada al mundo del campo”, apunta la propietaria.
En verano, cuando se alcanzan altas temperaturas (por encima de los 32 grados), un árbol requiere de hasta 80 litros al día, mientras que en el invierno vegetan. En marzo llegará la explosión de color y aromas embriagadores del azahar. Cada ejemplar puede reunir hasta 45.000 flores, aunque la gran mayoría caerá -apenas el 2 % brota el fruto, es decir, dependiendo del tamaño del naranjo, entre 700 y 1.000 frutas-. En época de cosecha, los visitantes pueden recolectar unas cuantas para echarse al zurrón, calibrarlas en el almacén y disfrutarlas en casa.
En Huerto Ribera, además de estas naranjas y mandarinas más comerciales, cuentan con un espacio dedicado a los cítricos exóticos, para que las visitas conozcan de primera mano -y caten- calamondines, manos de buda, kumquats, pomelos, cidras, citrus yuzu, finger lime (caviar cítrico) o variedades de naranjas curiosas como navelina, chocolate (por la tonalidad de la piel) o sucreña. “También tenemos otros frutales en la finca, como aguacates, granados, nísperos o papayas”, lo que permite observar, en cualquier época del año, las distintas fases de maduración y recolección, sobre todo entre los meses de octubre y mayo.
Otro de los atractivos que más disfrutan los turistas es el jardín mediterráneo que rodea la casa. “Lo diseñaron mis padres en los años 40 del pasado siglo”, explica Teresa. Entre los jazmines, rosales, geranios, araucarias, olivos, algarrobos y encinas -algunas de más de 300 años- han correteado y jugado al escondite tres generaciones: “Ahora es el turno de mis nueve nietos, que son los que se lo pasan bomba en la piscina”. Desde el punto más elevado de la finca se observa una estampa que nos retrotrae al paisaje de finales del siglo XIX en la zona de la Ribera del Júcar: las chimeneas de los antiguos molinos de agua sobresalen, junto a las palmeras, entre las huertas valencianas, algunas casas antiguas salpican la estampa y al fondo la silueta de la Sierra de Agujas frente al Mediterráneo.
“En la primavera es cuando más visitas tenemos. Podemos llegar a recibir hasta 120 personas en un día, que dividimos en grupos -sobre todo para atenderles en castellano, inglés y francés-. Desde la pandemia, las visitas se nos han triplicado: por ejemplo, entre octubre de 2022 y junio de este año hemos alcanzando las 6.000, la gran mayoría (en torno a un 80 %) de extranjeros, con gran interés por el mundo de la botánica y los cultivos”, detalla Teresa mientras sirve un zumo de pomelo recién exprimido.
La experiencia siempre finaliza en la tienda, donde se degustan, además de un refrescante y vitamínico zumo, las mermeladas de naranja, limón, tomate e higo de la Huerta Ribera, las mieles de azahar, las cremas de licor de mandarina y de arroz o hacerse con algunos souvenirs gastros para regalar. Se pueden encargar cajas de frutas -de 10 y 15 kilogramos- que envían a toda España.
La familia Ribera, además del huerto y la casa familiar, fue propietaria de un precioso magatzem (almacén) de estilo modernista junto a la estación de tren de Carcaixent. “Lo mandó construir mi abuelo, José Ribera García, en la primera década del siglo XX para hacer frente al enorme volumen de pedidos y exportación, sobre todo a Francia”. El edificio, que hoy pertenece al Ayuntamiento para la celebración de diferentes eventos, fue diseñado por José Ríos Chinesta con los últimos avances tecnológicos de la época, como la luz eléctrica o las columnas de fundición, y por su majestuosidad recibió el sobrenombre de la Catedral de la naranja.
HUERTO RIBERA – Polígono Nº 53, 5. Carcaixent (Valencia). Tel. 663 620 985.
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