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Los hiyabs, chadores, chilabas, qandoras y babuchas, tanto los más austeros y tradicionales como los que siguen la última moda, discurren por las calles de los populares barrios de Hadú, Los Rosales y El Príncipe. Aún se conserva la tradición de acudir al fronterizo Benzú a tomar té moruno en sus cafetines, aunque se van haciendo hueco las teterías más modernas que presumen de espectaculares vistas al Estrecho. El número de mezquitas (42) supera con creces al de iglesias (8) en Ceuta y la gastronomía moruna, tanto dulce como salada, está plenamente arraigada en los mercados y restaurantes de la Ciudad Autónoma.
Comenzamos este recorrido por la Ceuta más musulmana paseando por las concurridas y bulliciosas calles de la barriada de San José, aunque aquí todo el mundo la conoce como Hadú –el nombre de un afamado sastre al que visitaban las mujeres adineradas de la ciudad para hacerse sus trajes–. Aunque la avenida Teniente Coronel Gautier vivió épocas de mayor esplendor comercial, todavía se respira cierta vida social de barrio, donde los vecinos se saludan por su nombre, se toma té moruno en los cafetines o se compra hierbabuena, dátiles y naranjas a las mujeres rifeñas ataviadas con sus sombreros de palmito y borlones coloridos.
Las chilabas y hiyabs se cruzan muy a menudo en esta zona de la ciudad con los tarbush de los regulares. El Cuartel de Regulares nº 54 González Tablas hace de límite entre las barriadas de Hadú y Los Rosales. Su entrada, donde muchos turistas aprovechan para hacerse un selfie junto a los soldados que cubren sus cabezas con este característico gorro rojo, es una réplica de la monumental Puerta de Bisagra de Toledo.
A partir de aquí, siguiendo la misma carretera N-362, comienza el barrio de Los Rosales, donde el asfalto sepultó hace décadas las huertas. Casi al final de la calle Capitán Claudio Vázquez (lo castrense tiene mucho protagonismo en el callejero ceutí) se levanta la mezquita de Sidi Embarek, la más grande de la ciudad, con su alminar verdiblanco, desde donde se hacen las cinco llamadas diarias al rezo. Junto a la mezquita está el morabito en el que descansan los restos del santón Sidi Muhammad Al Mubarek, al que muchos musulmanes le atribuyen milagros tras su muerte en el siglo XV. Se debe aprovechar la visita al sencillo morabito para dar un paseo por el amplio al-maqbara (cementerio islámico), donde ya hace 450 años se enterraba a los muertos cubiertos por sudarios directamente en contacto con la tierra.
Sora Buyema y Vahilla charlan con las clientas desde el mostrador de 'La Sultana', donde destacan los muebles y adornos recargados de brillos. Madre e hija empezaron en su propia casa vendiendo chilabas a las vecinas. Ahora regentan esta tienda en una de las calles principales de Hadú. "Es como un pedazo de Marruecos en Ceuta", asegura Vahilla mientras va mostrando la riqueza ornamental de un caftán que se borda y adorna al otro lado de la frontera con las telas de alta calidad traídas desde la Península. "Necesitamos el tejido español, pero luego lo mandamos a Marruecos porque aquí no hacen estos trabajos", sostiene la dueña.
Aquí vienen básicamente ceutíes musulmanas pero, según la dueña, también cristianas a por las chilabas más sencillas y finas que encajan perfectamente para la playa. Las babuchas se muestran en las vitrinas junto a pendientes y diademas para las novias. Una visita obligada si lo que queremos es llenar la maleta de regalos multiculturales.
Cuentan algunos vecinos que aún se sigue escuchando por las calles de Hadú el grito del "¡pasteleeee! ¡pasteleeee!" de los vendedores callejeros de milhojas, borrachos de crema y palmeras de chocolate. Pero en este barrio los dulces que atraen a golosos de toda la ciudad son los del 'Obrador La Cibeles'. Los pasteles árabes relucen tras una de las vitrinas que recorren este local, con 30 años de historia, casi desde la entrada hasta la trastienda, donde se hornean los panes y se preparan los dulces. El idioma cambia entre la dependienta y las clientas indistintamente del árabe al español mientras van haciendo el pedido del día.
La mayoría de pasteles están hechos con una masa de almendras. Unos la llevan tostada, otros más crudita; a algunos se les añade chocolate y a otros miel o nueces. La clave de este obrador es que todos se hacen aquí. Las contundentes miniaturas dulces se pueden comprar al peso en cajas fáciles de transportar y además aguantan varios días sin estropearse. Dos puntos a su favor para meterlos en nuestra maleta. Solo hay que tener en cuenta un detalle importante: la pastelería cierra los lunes.
Los cafetines en Ceuta, como ocurre al otro lado de la frontera, suelen estar copados por hombres que van a charlar o a sentarse en silencio a mirar la vida de la calle mientras beben té verde. Los míticos estaban en Benzú, la barriada que tiene el privilegio de contemplar más de cerca la silueta de la Mujer Muerta (el Monte Musa). En septiembre de 2016 abrió, a pie de carretera, la tetería 'La Terraza del Estrecho', donde mujeres y hombres, musulmanes y cristianos, locales y turistas tratan de hacerse con una mesa en la terraza para disfrutar de las espectaculares vistas al Estrecho, con el perfil de Gibraltar y Algeciras al fondo.
Abselimo y su hija Soraya preparan aquí el té al carbón en una rudimentaria tetera turca (zwizwa) de cobre donde hierven el agua a fuego lento y echan la hierbabuena fresca y el azúcar (el té en esta zona suele ser bastante dulce). Para acompañarlo, una amplia selección de la pastelería moruna procedente de la vecina Castillejos (Marruecos): mlouzas de almendra, limón y azúcar glase, pastas rellenas de dátiles, pistachos o cacahuetes, briwats cubiertas de miel, chebbakias (una especie de pestiño) o cuernos de gacela, una masa de almendra aromatizada con agua de azahar y canela.
Otro de los destinos habituales de los caballas para desayunos y meriendas es la cafetería 'Manhattan', que lleva abierta diez años junto al Puerto Deportivo –tiene otra sede más reciente en El Morro–. El trasiego de camareros es constante, y no solo entre las mesas o en cocina, sino también en los numerosos envíos a domicilio y autoservicio a coches parados en doble fila que atienden.
Aquí la estrella de la carta es el zah zah, un megabatido que lleva (¡agárrense que vienen curvas!): aguacate, plátano, pera y kiwi (o cualquier fruta que se desee) troceada, almendras y cacahuetes molidos, un flan de huevo en el fondo y todo bañado con amlou (una mezcla de almendra picada, aceite de argán extra y miel). Y hay quien, no conforme con ello, pide que le pongan sirope de fresa o caramelo a la copa. "Muchos jóvenes acaban las noches de fiesta aquí tomándose un SuperManhattan para recargar fuerzas: un zah zah acompañado de una tortilla francesa, con atún, tomate, chopped y queso bola envuelto en un pan moruno", según detalla Abedel Lafit, el encargado.
Es parada casi obligatoria en una mañana de compras en el Mercado Central. En el carro, además de cordero halal, los dátiles que sí o sí te colocará el frutero Dris y una surtida selección de panes rghayef y baghrir de la 'Panadería Ade y Mari', no pueden faltar las bolsitas de especias. El aroma que emana el pequeño puesto 'Musa' marca por sí solo el camino para encontrarlo en la segunda planta.
Mustafa, el hijo tendero de Musa, va destapándose ante el cliente como un druida, mientras acerca a la nariz la palita con especias que ellos mismos muelen: comino hindú y marroquí –"el único donde se deja crecer en tamaño grande"–, pimienta de Brasil y Vietnam, cúrcuma india, azafrán iraní, o harissa casera, mezcla de cominos, cilantro seco, curry, cebolla, ajo, cúrcuma y pimentón. De la mezcla para los afamados pinchitos de corazón de pollo solo desvela algunos de sus componentes como el jengibre, las pimientas, el ras hanut, el orégano, el tomillo y el laurel, pero después se agacha con secretismo tras el mostrador para añadir a la bolsa las pizcas misteriosas. "Si lo cuento todo, se acabó el negocio", reconoce mientras lanza remedios para purificar el hígado o evitar la caída de pelo.
Terminamos este recorrido subiendo al monte Hacho, a uno de los restaurantes más reconocidos del norte de África para probar, y hacerse adicto, a la gastronomía marroquí. En el 'Oasis' dan de comer desde 1973 de la mano de Ramón Pouso y su viuda Malika, que sigue preparando un paté de higaditos –mezclados con pimienta, cebolla, comino, guindilla y una pizca secreta– que tiene una legión de devotos que lo piden por encargo.
Por las mesas de este local de alfombras, arcos de medio punto, lámparas de estilo andalusí y azulejos con mosaicos geométricos, desfilan briwats (hojaldre triangular) rellenas de pollo, gambas, pescado o kefta, y espolvoreados con azúcar y canela; bastelas para cuatro personas; tallín de cordero con ciruelas, orejones, calabaza endulzada y membrillo; ensaladas agripicantes de verduras marinadas; o el clásico cuscús, que borda casi la perfección. Aquí el té se sirve tres veces, en tetera de plata grabada, antes de tomarlo.
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