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Luis García Montero, gloria de las letras en Español y director del Instituto Cervantes, recibía en los últimos días de 2024 el título de hijo adoptivo de Cádiz. En su deslumbrante discurso revivió episodios felices en la Bahía. La frecuenta desde joven por oficio y querencia. En alguno, sin pretenderlo, definió el misterio del Carnaval, fiesta inescrutable aún para sus partidarios (no todos los gaditanos, obvio). La resumió al recordar que varios de sus mejores ratos de vida y risa ocurrieron en compañía de anfitriones, amigos de la zona (a Javier Ruibal mencionó), mientras escuchaba en penumbra una chirigota callejera, un invierno cualquiera.
Tan sencillo y complejo, anual pero extraordinario, la celebración carnal versión gaditana precisa de ciertas reglas que muchos lugareños ocultan por puro egoísmo. Bastantes vienen ya “de fuera”, según esos miembros clandestinos del MACGA (Make Cadi Great Again). Como imitar al sabio es rasgo de inteligencia, unos pocos miembros de la facción rebelde, antigadita y anónima -por temor a represalias fanáticas- se mete en los zapatos de Ruibal y resume qué hacer, buscar o decir durante la semana grande de la ciudad pequeña. También las que no.
Claves, normas para disfrutar de gaditanas formas en la semana de afable locura en el centro semiamurallado. Un lugar en el que ocurren cosas asombrosas siempre que el espectador lleve gafas de realismo mágico. González, por supuesto.
Antes de la práctica, una noción teórica básica. El Carnaval de Cádiz es la palabra. Es lo único, lo primero y lo último. El resto es adorno salvo una mínima música. Todo lo demás, insignificante. Disfraces y desfiles lujosos, bailes desenfrenados, son propios de otros carnavales muy admirables. Ya existen en medio mundo por más que le duela al gaditano. Aquí, el juego consiste en cazar la palabra hilvanada con tino en el momento adecuado. Los que saben del asunto dicen que la mejor tradición de la literatura satírica española sobrevive en las coplas efímeras de las chirigotas callejeras y los romanceros (sólo uno o dos intérpretes, con tablón gráfico, puntero y sin música). Y ya salen más de 350 cada año.
También tienen algo de virtud los “otros” grupos, los “oficiales”. Los que van al Concurso que dura un mes. Quedó cerrado el 28 de febrero con la retransmisión televisiva en directo más larga de Europa, unas siete horas. En la calle, las “ilegales” basan su fascinación en el giro, la pausa, el sarcasmo, el retintín, la elipsis, la insinuación o el exceso acertado, todo a medio metro del oyente. Aparece todo en una pieza rimada (breve y llamada cuplé, la principal de la chirigota y con mínimo estribillo final).
Cuando el visitante esté ante una de las buenas lo apreciará enseguida. Aquí la paridad entre sexos es natural hace más de 15 años. Suelen vocalizar y cantar con parsimonia, se recrean en el fraseo. Creerá oír un texto cómico profesional pero lo escribe, cada año, un estudiante, un funcionario, un comerciante, docente o sanitario, todos anónimos, o casi. Libérrimos, por tanto. Cuando esté ante alguna de las malas -bastantes- percibirá enseguida que le recuerdan a una tierna gala escolar (nivel Primaria) por obvia, tosca y previsible. Aquí, basta escurrirse tras hacerse el distraído, como si alguien le llama o los esfínteres reclamasen atención.
Las actitudes que espantan al gaditano de bien, las que cualquier profano debe evitar, son varias. A saber: interactuar en exceso con los grupos. Los protagonistas son ellos por más que estén a la misma altura, tan cerca. La confianza espontánea da repelús y el gaditano es más atlántico (por tanto, reservado) de lo que cuenta el cliché. Conviene hablar poco y bajito mientras brotan las coplas. Una de las frases más célebres desde que nació el explosivo fenómeno del carnaval callejero (años 90) entre el público, para pedir silencio, es “vamos a escuchar”, sin la primera ni la última consonante de la perífrasis.
Por más que el Carnaval sea el exceso vicioso antes de la contención cuaresmal, el patoseo está muy mal visto cuando interrumpe la ritual audición. El gaditano, o asimilado, ducho e iniciado entra y sale del corrillo sin saludar ni despedirse en voz alta. Quizás con una copa en la mano pero nunca demasiadas en la sangre.
Al margen de lo que diga el calendario oficial (este año va del viernes festivo andaluz 28 de febrero, al domingo 9 de marzo) la fiesta real tiene sus propias fechas. El primer día reseñado, viernes 28, está monopolizado por la Gran Final del Concurso Oficial en el Gran Teatro Falla. A los locales se les parte el corazón al ver a las parejas de españoles o de luteranos con la mirada perdida buscando "ambiente" en esa jornada ¿Dónde está la gente? En su casa, con una cena encargada o preparada para disfrutar de la retransmisión televisiva. Es como la final de Eurovisión de otro siglo pero en importante. Un espectáculo doméstico. La calle se queda desierta porque la ven hasta los menos interesados, como sucede los grandes eventos deportivos, en familia, con grupos de amigos.
El primer sábado (1 de marzo en este 2025) también es jornada particular pero sin Sofía Loren. De día, la resaca de la Gran Final -que acabó sobre las 7 de la mañana- pesa. Salen las primeras chirigotas callejeras, los primeros romanceros. Pocos y sospechosos. Si están ese primer sábado, desconfíe. Al caer esa noche, la ciudad (apenas 113.000 censados) es tomada de golpe por unos 350.000 visitantes. Los gaditanos ceden ese primer sábado a los jóvenes que -como en toda fiesta, feria o romería española contemporánea- se concentran a beber en plazas o espacios abiertos sin plan determinado, aunque aquí disfrazados. El Ayuntamiento ha declarado este año, formalmente, ‘non grata’ esta práctica del botellón pero es difícil contener una tendencia social que secuestra unas horas toda concentración festiva, al menos, española.
El plan recomendado (véase apartado ‘Qué hacer’) comienza el domingo a la hora de un almuerzo tardío y se alarga, allá cada cual, hasta la madrugada. El horario se repite el lunes (3 de marzo), festivo local. A partir del martes, ya laborable, se reserva el ritual para las noches. Sólo a partir de las 21 horas se reproduce la esencial cacería de coplas en formato reducido, hasta las 2 ó las 3 de la mañana. Estos días, de martes a viernes, son los preferidos por los que se consideran gourmands de la copla ilegal gaditana, los muy cafeteros. Menos gente, menos ruido, algo parecido a la intimidad.
La ciudad de Cádiz tiene forma de sartén o raqueta. La base del mango es la única conexión natural con la Península Ibérica. Otros dos nervios atan la isla al resto de Andalucía. Son dos puentes inaugurados en 1969 y 2015, respectivamente. Su configuración geográfica es incompatible con el coche particular y compleja para autobús o tren. Cuesta entrar y salir estos días. La fiesta, como la entienden los locales, sólo está en su casco antiguo (la cabeza de la sartén o raqueta), de dimensiones muy pequeñas. Apenas 1.800 metros forman el trayecto más largo en línea recta, entre la estación de tren y la celebérrima playa de La Caleta. Conviene acceder a pie al casco antiguo y salir del mismo modo. Una vez fuera, más allá de la inconfundible Puerta de Tierra -visitable y recomendable-, es posible moverse con algo más de agilidad en transporte público o privado. Conviene preverlo siempre, cualquier día o noche, como fuente de paciencia.
Los lugares esenciales para escuchar las coplas al modo lugareño son varios, y cambiantes de un año a otro. Para acercarse al acierto, varias direcciones en las que bucear por los alrededores. La calle Rosario, esquina Marqués de Valdeíñigo, es buen sitio para empezar con el sol aún alto. Igual que el Oratorio de San Felipe Neri. La Plazuela del Cañón, con la imprescindible y purista Taberna La Manzanilla (calle Feduchy, 19), es otro lugar sobre el que pivotar. Según pasen las horas, el homo gaditanae recomienda desplazarse, sin prisa, con distracciones y desvíos, hacia el entorno de la Iglesia de San Lorenzo.
La Casapuerta de Luisa (calle Sagasta, 40) es un bar-base ideal en esta zona. Conviene recorrer Sacramento, cerca de la Torre Tavira -atractiva visita panorámica- y la colindante a la Casa del Carnaval (didáctica visita aunque tenga poco prestigio local). También las calles Rosario Cepeda o Sagasta, esquinas con Encarnación y Solano son nombres a introducir en los buscadores, aunque un río de gente marca el recorrido. Se puede probar suerte alrededor de la Plaza del Mentidero y en los ejes Gaspar del Pino-Teatro de la Tía Norica o Plaza de San Agustín-José del Toro. Muchas de estos lugares apenas distan 150 metros unos de otros. La ciudad diminuta y atestada no da para más.
Según aparece la noche de domingo (2 de marzo) y lunes festivo siguiente, las coplas a cazar se desplazan, muy despacio, hacia el barrio más carnavalero, La Viña. En sus calles menos turísticas, especialmente alrededor de la Plazuela Macías Retes, suelen acabar (también empezar) algunos de los grupos más buscados. Este horario somero sirve también para el sábado 8 de marzo y el triste domingo de piñata, pobre de mí con acento local, el 9 de marzo. Incluso para esa prórroga anticuaresmal, de pocas horas y llamada Carnaval Chiquito, que este año llega el 16 de marzo. En las jornadas nocturnas y reducidas, las que van del martes 4 de marzo al viernes 7, el barrio más antiguo de la ciudad, la medieval ciudadela del Pópulo, se suma al resto de emplazamientos.
La polarización también llega al Carnaval. En los últimos años, crece entre gaditas y cercanos la sensación de que el coro queda para un público veterano y conservador, mientras que jóvenes o progresistas se vuelcan con la chirigota y el romancero. El que llegue con pocos antecedentes puede ahorrarse los prejuicios y piques internos. Disfrutar de un carrusel de coros es una vivencia gaditana excepcional. Son los grupos más numerosos (unos 40 miembros), los que tienen una existencia documentada más antigua, el tipo más elaborado y una musicalidad superior. Incluso conservan laúd y bandurria, instrumentos de raíz medieval en extinción.
Su tango (sólo los coros interpretan esta pieza) es una hermosura si se disfruta con orejas y meninges abiertas desde uno de sus escenarios rodantes, llamados bateas. Los coros se dividen en dos recorridos casi paralelos mientras cantan, los días señalados. El primer domingo y el lunes festivo, también el fin de semana de cierre (8 y 9 de marzo). En esas fechas, la Plaza de Mina, las calles Ancha, Libertad y San Francisco, Plaza del Palillero y San Juan de Dios pueden ser búsquedas prácticas de móvil para disfrutar su melódico recorrido.
Son fechas complicadas para disfrutar con calma la aplaudida gastronomía gaditana. Todos los locales están abarrotados de forma crónica. Las colas están garantizadas. Respire. Muchos establecimientos se protegen con neveras metálicas a las puertas para despachar desde esa barrera. Esta lista de sugerencias de Soletes Guía Repsol sigue vigente y oportuna, apetecible. Son días -o momentos- de bulla en los que parece recomendable comer de pie y con las manos. Prima el ‘pret a porter’. Los cartuchos de pescado frito son una opción de tipismo, fast food local. 'Casa Pepe' (La Rosa, 28), 'Las Flores' (Plaza Topete, 4), 'Europa' (Hospital de Mujeres, 21) son buenas opciones. Como 'La Parra del Veedor' (Veedor, 8) o 'Ultramarinos Veedor' (Veedor, 10). Las empanadas doradas y adoradas (o los sublimes hojaldres) de 'Casa Hidalgo' (Plaza de la Catedral, 8) pueden ser espléndido alivio para un bocado en ruta, camino de la siguiente chirigota, de otro coro.
A estas alturas, queda claro que el Carnaval es una fiesta agotadora, que se disfruta durante horas, caminando kilómetros en círculo. Es obvio que convienen calzado y ropa cómodos. Abundan las mochilas. Aunque la climatología suele ser amable, no se confíe, aquí también es invierno. La lluvia y el frío también existen. Aunque es raro bajar de diez grados, el circundante mar y los habituales vientos de todo litoral humedecen el ambiente y desaconsejan la confianza. “Ahora mismito voy a ponerme una rebequita”, cantó una inolvidable chirigota en 1992.
Salvo excepciones, como la licencia en canciones o cantes flamencos, nadie sensato dice nunca “Cai”. Siempre, “Cadi”. También delata como alienígena recién aterrizado el uso del término “carnavales”. En la mente local sólo hay uno, el propio. Siempre se menciona en singular, por supuesto, sin la consonante final. Tampoco se esfuerce en reproducir el habla del sitio. Como ya sabe, nada más irritante para un lugareño, de cualquier lugar del planeta, que un visitante remedando su acento. Tampoco lo exalte ni lo halague. Muchos gaditanos piensan que la expresión “qué gracioso hablas” debiera estar en el Código Penal hace lustros.
El disfraz no existe. La palabra técnica local es “tipo” y la tradición dice que debe ser mamarracho, poco cuidado, autoparódico, creado a última hora con trapos u objetos que estaban por casa, siempre al servicio de una buena idea. Son bien recibidos los tipos parciales, sólo una peluca impensable, unas gafas locas, algún complemento absurdo que despierte la sonrisa inicial de sus acompañantes.
Para mantener vivo el muy victoriano arte de la conversación con desconocidos, varias propuestas infalibles. Si la charla climatológica es un acierto en cualquier sitio, en Cádiz resulta especialmente seguro. Todo gaditano lleva un meteorólogo dentro, un indocto y vocacional apasionado de vientos, mareas, temperaturas y humedades, especialmente sobre sus cambios bruscos. En caso de apuro, rompa el cristal con una consulta casual y recibirá una clase magistral que ayuda a pasar el tiempo, el otro.
Interesarse por la historia de la fiesta es otra garantía de éxito. Todo el mundo en la ciudad tiene un familiar, al menos, que formó, o forma, parte activa del carnaval cantado. Interésese. Puede recordar que -según ha oído- se celebró incluso en el franquismo -sólo estuvo interrumpido entre 1937 y 1947- aunque con otras fechas y otra denominación, de infausto recuerdo. Pregunte por los viejos héroes locales que se impusieron entonces al clasismo y la censura (muestre, con descuido, curiosidad por Cañamaque, Tío de la Tiza, Macías Retes, Paco Alba, Paco Leal, El Noly, El Gómez…). Son siglos de tradición, de ida y vuelta, hacia el carnaval siamés de Montevideo (fundado por dos gaditanos atrapados allí) o los esclavos que trajeron la jambá (jazz band). Enciclopédica puede ser la respuesta. Si se alarga, siempre puede volver a recurrir a la visita al baño.
Cuando los gaditanos, o familiarizados, canten coplas antiguas, conviene oír con respeto, sin intentar cantar si no sabe la letra. Suelen ser tangos (sólo los llevan los coros) o pasodobles (sólo comparsas y chirigotas) sin componente humorístico, por lo común. Son odas líricas, himnos al sentimiento de pertenencia, a la nostalgia y el exacerbado amor por una tierra hecha de mar. Es como si un grupo de irlandeses beodos canta el ‘Danny Boy’. Conviene no meterse. Sólo mirar. Nadie se ríe en esos momentos de solemnidad, ni siquiera de los muchos que cantan peor que un grillo mojado.
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