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En el marítimo barrio de la Malvarrosa, Chelo Pons realiza manteletas de valenciana con diseños exclusivos, una prenda cara e importante que se usa para el cubrir la falda del traje de gala fallero. Su taller está situado en una zona tranquila, en un piso modesto. Las paredes están llenas de fotos de falleras mayores e infantiles –la mejor estrategia de marketing es el boca a boca– que le han encargado trabajos.
Esta mujer de carácter inquieto y juvenil empezó a los 12 años a dibujar. A los 14 se valía por sí misma: hacía bolsos en el barrio de Benimaclet y ya sabía que el diseño iba a ser su mundo. Empezó a los 16 años, tras su experiencia en el dibujo artístico, empleada en una fábrica de confección de lencería en Barcelona como patronista industrial. En 1987 abrió la empresa que lleva su nombre. Ha cosido millones de lentejuelas: "Si supieran cómo se trabajan estas piezas... No se lo imaginan: hay que hacer el diseño, luego bordarlo y a veces... te das cuenta de que te lo han copiado".
La técnica la aprendió ella misma. "No hay colegios que enseñen a hacerlo", dice con energía. Tampoco enseñan la calidad de los materiales. Para comprobar la diferencia de las lentejuelas de plata con las de silicona, saca dos cajas de unos materiales que podrían parecer idénticos hasta que coloca una caja cerca de la otra y un brillo puro y transparente delata cuál es de plata.
Chelo inicia sus creaciones haciendo el primer diseño a lápiz, a mano alzada y sin medir. Los dibujos que más le gustan son los de tipo árabe, porque son más matemáticos. Durante un tiempo deja el boceto y luego lo reemprende, como un cuadro al óleo. En cada dibujo pone dónde tienen que ir cada lentejuela y cada línea de cadeneta. Luego lo repasa a tinta sobre un papel de seda que cose con mucho cuidado, con alfileres, a la tela de tul de algodón o de seda, que será la base de las manteletas y los pañuelos. Después se bordan por encima con el punto cadeneta y les añade lentejuela metálica, de oro, plata o de materiales como el rodeno, para que no se oxiden con la humedad marina.
Continúa la labor con mucha paciencia, perfilando el diseño con el cosido del hilo de oro o plata con alma de algodón. Tras esto, cose los encajes a la prenda con una finura y una delicadeza de hada. "Antes, la gente se hacía un traje cada cuatro años, con tres o cuatro manteletas. De repente cambió todo: los largos han cambiado, las formas, hasta los moños. Pero sigue habiendo mucha diferencia entre, en vez de una puntilla, poner dos lorzas y acabar. Las puntillas tienen que estar perfectamente encajadas y los materiales ser de la más alta calidad".
Las falleras mayores han de tener un delantal y dos pañuelos –que cubren la cabeza o el cuello– o manteletas, una grande del XVIII y otra mas pequeña para las presentaciones oficiales o los actos de gala. En el año 2007 a Chelo se le ocurrió innovar las manteletas blancas creando unas en tela de seda de color, dando un toque nuevo dentro de la tradición. "Antes las falleras mayores iban a las boutiques pero ahora prefieren algo más personal para el traje de gala".
En una habitación contigua a la sala de pruebas del Taller Manteletas Chelo, otra mujer, María José, elabora la cadeneta. La aguja de la máquina se tiene que dirigir sobre el tul de base. Tiene manos de oro. Para que los realces queden bien, la cadeneta ha de estar apretada pero no demasiado. Luego se remata todo con hilo torsal con tanta fineza que "a veces la gente no sabe si están rematadas o no". El delantal ha de estar fruncido por arriba, para hacer un evasé, así la caída de los picos será natural.
Buscando que las esquinas de la pieza no se arruguen mientras se trabaja sobre ellas, Chelo usa el clásico bastidor de madera redondo de bordado. El peso del conjunto es importante para que, una vez puesto, tenga presencia." En los prósperos años 90, Consuelo Pons, Chelo como le gusta que la llamen, llegó a tener a 30 personas trabajando, especialmente gente de los pueblos, algo que no muchos importantes empresarios del textil pueden decir. La elaboración es costosa.
Una manteleta puede llevar 17.000 lentejuelas (lluentons) en su diseño, que son 17.000 puntadas exactas. Y luego viene el proceso del planchado, no menos importante para que todo el conjunto quede impecable y compacto. Ella lleva el control de todo el proceso creativo en el que se pueden invertir casi 300 horas laborales, dos meses enteros de trabajo diario por pieza. "La gente artesana se acaba; las bordadoras escasean".
Al notar el interés en su trabajo, Chelo abre una caja llena de plantillas con sus diseños exclusivos. El trabajo artesanal de toda una vida en una caja en la que el tesoro son los propios mapas del tesoro. "Un diseño, si es bueno, puede permanecer en el mercado 30 años". Durante la visita hemos hablado de todo: de la ciudad, de la empresa, de los materiales, de las técnicas, de la historia, y de las familias y las buenas personas. Lo que demuestra que la sastrería tradicional valenciana forma parte de una gran cultura global.
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