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Cada año, Buñol, una pequeña localidad valenciana que apenas roza los 10.000 habitantes, se prepara gozosa para recibir el último miércoles del mes de agosto a una auténtica avalancha humana, un peregrinaje de jóvenes que multiplican la población del pueblo, que convierten el inglés en el idioma oficial y que circulan por las calles ataviados con disfraces de lo más pintorescos. Se estima que el 85 % de visitantes son extranjeros. Todo sea para vivir en carne y hueso esta batalla campal, que libera tensiones y tiñe absolutamente todo de un rojo intenso.
Esta locura por el lanzamiento de tomates alcanzó tanta popularidad que a punto estuvo de desaparecer, pero una nueva política en la organización basada en el cobro de entradas y en la limitación del aforo salvó la fiesta de morir de éxito.
Y así, con todos sus dimes y diretes, con sus amantes y detractores, la Tomatina celebra este año su 73 aniversario, espera recibir a 22.000 personas y lanzar 160 toneladas de tomate de pera maduro, proveniente de una sola cooperativa y que no son aptos para el consumo, en tan solo una hora. Una Tomatina más que ya tiene puesta la vista en el año que viene, mientras espera ser declarada Patrimonio Cultural Inmaterial por parte de la Unesco.
¿Pero qué es lo que tiene esta fiesta capaz de atraer a australianos, japoneses, indios o ingleses, entre otros? Hablamos con Ricardo Zanón, vecino de Buñol y tomatero de pura cepa y Miguel San Feliu y Esther Cerveró, de Socarrat Studio, uno de los organizadores de todo este cotarro. Ricardo tiene 43 años, lleva bajando a la Tomatina desde hace 25 y recuerda esta fiesta desde bien pequeño, cuando la veía asomado desde su terraza. Y no es para menos, vive en la calle del Cid, una de las zonas por las que transcurre todo, por lo que su casa es una de las que cuenta con una ubicación privilegiada. Está en el centro del meollo. Aquí es donde se libra esta pelea que nos deja boquiabiertos. "Primero viene la fiesta –nos cuenta– y luego la limpieza de la calle y la fachada, hay que dejarlo todo como estaba".
La Tomatina de Buñol arranca la noche de antes. Los jóvenes del pueblo, en su mayoría, comienzan la fiesta el martes por la noche, "la fiesta de la Empalmà", la llaman, que no es otra cosa que aguantar despierto hasta la mañana siguiente. "La gente alarga la juerga hasta bien entrada la madrugada, más menos hasta las 8 de la mañana, que es cuando empiezan a prepararse para lo que viene luego. Vas a casa y te pones la ropa más vieja que tengas porque sabes que la que vayas a ponerte será para tirar. A las 11 estamos todos los listos para comenzar la batalla".
Con todo, en los últimos años, la fiesta de la Empalmà se ha desvirtuado un poco: "los tour-operadores organizan paquetes para turistas y los traen directamente el día de la Tomatina, por lo que la noche de antes se queda reservada prácticamente para la gente del pueblo, cuando antes era al contrario, la noche anterior el pueblo estaba abarrotado de personas de fuera", recuerda Ricardo.
A las 7 de la mañana el recinto ya está preparado para recibir a los miles de asistentes. El recorrido, el habitual. Las calles San Luis, Cid, Plaza Layana y Plaza del Pueblo empiezan poco a poco a llenarse de caras de todos los colores. La expectación sube por momentos. Se acerca la hora de la batalla pero antes, y para ir calentando motores, "se celebra la tradición del 'palo de jabón', un aperitivo donde los participantes intentan escalar un escurridizo palo embadurnado en jabón con la intención de alcanzar un jamón que corona el resbaladizo poste", cuenta Miguel Santfeliu de Socarrat Studio. Por supuesto pocos son los que se hacen con el suculento premio.
A las 11 de la mañana una carcasa -un petardo equiparable al chupinazo de San Fermín- marca el inicio de la batalla. A esta hora las 22.000 personas que han logrado comprar su entrada ya están preparadas, tomate en mano, para empezar a disparar. Y se desata la locura. "Hay gente a pie de calle, gente subida a los camiones que acceden cargados con toneladas de tomate, gente en los balcones ataviados con mangueras dispuestos a regar a todos los asistentes y a evitar los consiguientes tomatazos", porque estar en el balcón tampoco te salva de los proyectiles tomateros.
Y durante una hora se desata el caos rojo. La única regla, aplastar el tomate antes de tirarlo. Otra carcasa es la encargada de indicar el final de esta batalla pacífica y a partir de ahí prohibido seguir ejerciendo el lanzamiento de tomate. "Ahora es cuando la gente se lanza en plancha en el suelo, en esa especie de piscina que se ha creado con el jugo de los tomates despachurrados en la que se ha convertido la plaza y las calles aledañas".
A pesar de que la mayoría de los asistentes a la Tomatina son turistas extranjeros, Ricardo asegura que "regular el aforo y cobrar entrada ha hecho posible que la gente del pueblo podamos volver a disfrutar de la fiesta. Hace unos años venía tantísima gente que era imposible hacerse un hueco, agacharte al suelo para recoger tomates era impensable y ni siquiera sabías a quién le estabas tirando el tomate, no veías caras conocidas.
"Con estas nuevas restricciones puedes moverte y el pueblo ha vuelto a vivir la fiesta y a hacerla nuestra". Y es que desde que entraran en vigor estas pequeñas restricciones, la gente del pueblo además de tener prioridad, tiene entrada gratuita. El resto de entradas se venden por 12 €.
Cada año se sortea entre la gente del pueblo y las collas de amigos la subida a los camiones. Es obligatorio subir atados con arneses para evitar caídas. Ahora solo sube la gente que está apuntada en la que suponemos será una de las listas más codiciadas de la localidad y que es la que te permite subir al cielo, es decir, encaramarte al camión y lanzar cientos de tomates desde las alturas. La gente que durante dos años va abriendo paso a los camiones luego tiene derecho a subir a uno. Y es que "desde arriba del camión se disfruta mucho de la fiesta".
Ricardo lo tiene claro, la Tomatina es una de esas 100 cosas que tienes que hacer antes de morir, es una experiencia muy valorada en el extranjero, "casi o más conocida que las Fallas", afirma orgulloso. Y tanto es así que la Tomatina de Buñol ha inspirado otras tomatinas en otras partes del mundo como en Colombia, "aunque ninguna como la nuestra", apunta Ricardo. Y después de una hora dando y recibiendo tomatazos, los vecinos se esmeran con las mangueras, el pueblo instala duchas, es la hora de la limpieza general tanto personal como de calles y fachadas y todo el mundo acaba bañándose en el río, en una suerte de bautismo tras la iniciación.
Por su parte, la agencia Socarrat Studio lleva varios años metida de lleno en la organización de uno de nuestros saraos más internacionales. Esta edición, el mundo tecnológico es el leit motiv de la Tomatina. Bajo el eslogan Ready? Go! este año se ha desarrollado una aplicación móvil, Tomatina&Go, para dar a conocer los otros atractivos que ofrece esta pequeña localidad, como la Cueva Turche o el Castillo. El objetivo es que la gente venga a la fiesta pero también pasee por el pueblo, descubra su historia, sus parajes naturales y su gastronomía.
Los orígenes de la Tomatina los encontramos en el año 1945. Fruto del azar, e imaginamos que también del tedio, un grupo de jóvenes pasaba el rato más mal que bien en la plaza del pueblo viendo el desfile de gigantes y cabezudos, con motivo de las fiestas patronales. Era el último miércoles de agosto. Los jóvenes decidieron hacerse un hueco para poder ver mejor la cabalgata con tan (mala) fortuna que sin querer tiraron a uno de los participantes de la comitiva que preso de la ira empezó a arramblar con todo lo que tenía delante, entre otras cosas, un puesto de verduras.
Este incidente provocó que el público asistente comenzara a lanzarse tomates, hasta que las fuerzas del orden intervinieron y sofocaron el revuelo. A pesar de que el altercado quedó en eso, parece ser que a los mozos del pueblo les divirtió más que el desfile propiamente dicho por lo que al año siguiente y de manera intencionada se llevaron tomates de su casa y se liaron a tomatazos, recreando la escena del año anterior.
La policía se empleó a fondo en los años sucesivos para frenar esta locura vegetal sin éxito alguno. De hecho, la fiesta fue prohibida durante algunos años pero finalmente el clamor del pueblo, con un entierro simulado del tomate en señal de protesta incluido, logró que la festividad volviera a permitirse, siendo cada vez más frenética y alcanzando su cúlmen en el año 1983, fecha en la que Televisión Española le dedicó uno de los reportajes en su programa Informe Semanal. Y desde entonces su fama ha ido en aumento, tanto que a día de hoy se ofertan tours, pre party, after party y paquetes turísticos de varios días, con la Tomatina como colofón. Todo sea para seguir poniendo a Buñol en el mapa, aunque sea a tomatazo limpio.
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