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Ya que este tiempo de constipados es también muy propicio para las lecturas, y aunque cada día nos irán quitando minutos de luz, nosotros podremos atrincherarnos y sentarnos a leer. Hay libros tan buenos que devorar 20 páginas en el trayecto al trabajo y otras tantas de vuelta a casa (o 150 en una tarde de lluvia) será como el mejor remedio con miel y jengibre que haya pasado por tu familia de generación en generación. Estas son las propuestas de 'Tipos Infames' para sobrellevar el otoño y llegar sanos y salvos al invierno.
Para aquellos que añoren el verano con una tremenda pesadumbre les recomendamos 'Un fin de semana', la novela de Peter Cameron publicada por Libros del Asteroide. Todo parece perfecto de primeras: un lugar retirado y frondoso, una casa maravillosa en el campo, un río en el que poder bañarse... cuando Lyle invita a su amante a pasar el fin de semana en casa de sus amigos Marian y John. La llegada de este inesperado invitado hace virar los acontecimientos en estos días en que se cumple el primer aniversario de la muerte de Tony, novio de Lyle y hermano de John. La sorpresa inicial da paso a un mundo de sentimientos: la rabia, la incomprensión, la ternura... todos ellos tan sinceros como humanos. Un retrato en torno a la ausencia que deja al descubierto la riqueza sentimental de los seres humanos en un ambiente tan idílico como irreal.
Si aun así necesitamos un libro que nos dibuje la sonrisa y que logre mantenerla incluso en el camino matutino al trabajo, el siguiente libro es mejor todavía que la jalea real o los complejos vitamínicos que, en breve, asomarán por los anuncios de la tele. 'Las vacaciones de M. Hulot' (ed. Expediciones Polares) es la segunda de las películas del irrepetible Jacques Tati a la que Jean-Claude Carrière dio forma de novela.
Cierto es que parece ir en contra de la tendencia general: ese constante ir de la novela al cine. Pero aquí no sucede eso tan incómodo de tratar de explicarte la gracia del chiste, al contrario. Carrière nos cuenta, a partir de uno de los muchos secundarios de la película de Tati (un entrañable funcionario primo lejano del oficinista de Melville), la sensación de la excesiva tranquilidad diaria y la monotonía del veraneo pero, también, del terrible desconsuelo cuando este acaba.
En medio de ese remanso de paz y aburrimiento de este hotel junto a la playa, llega Monsieur Hulot como un meteorito de destructor encanto. Un viento que altera y trastoca todo a cada momento y que este oficinista registra en su diario de vacaciones. Tan divertido que asociaremos para siempre el verano a Tati, y el resto del año los días serán iguales uno detrás de otro: "Día lúgubre, largo, largo como un día sin Hulot".
Si el verano pasado siempre lo idealizamos, también lo hacemos irremediablemente con los viajes futuros. El otoño nos deja la puerta abierta para coger un vuelo e irnos a cualquier lugar lejano. Dentro del imaginario colectivo, Nueva York es uno de los destinos más recurrentes. La ciudad del cine y la literatura siempre está pendiente de visitar y en cualquier ocasión y con cualquier excusa.
Para los que quieran abrir boca o los que prefieran saborear los días ya pasados en Manhattan, les invitamos a adentrarse en 'Nueva York es una ventana sin cortinas', de Paolo Cognetti (ed. Navona). A modo de crónica, el escritor italiano va diseccionando diferentes partes de la ciudad en la que ha vivido durante varias temporadas. Plagado de anécdotas históricas y literarias se convierte casi en un contraguía de los diferentes barrios por los que decide dejarse llevar.
En ellos aparece de la manera más natural Capote, Whitman, Lou Reed, Salinger… que se mezclan por los recorridos cotidianos donde se nos muestra una cara muy distinta del Greenwich Village, Midtown Manhattan, Williamsburg o el Lower East Side. Y es que pasear por Nueva York es, en ocasiones, más que el acto físico de caminar, recordar los libros leídos: "Quizá haya demasiada literatura aquí como para explorar estas calles saboreando el aroma del presente".
Y sin salir de la Gran Manzana, pero con el olor patrio de la butifarra y los calçots, 'El rey recibe' (ed. Seix Barral) es la última novela de Eduardo Mendoza y primera parte de la trilogía Las tres leyes del movimiento. El Premio Cervantes 2016 vuelve con un protagonista peculiar, Rufo Batalla, joven barcelonés al que le van a ir sucediendo diversas historias conforme va tomando decisiones sobre su vida.
Sin ánimo de trascender, pero en tono serio y sin perder su habitual sentido del humor, el protagonista, de alguna forma alter ego del propio autor, va conociendo personas y lugares de una manera errática y natural hasta acabar estableciéndose en la Nueva York de principios de los setenta. Su visión del mundo, escéptica y sin ambición, es quizá la materialización de una generación que solo pretendía salir adelante. Sagaz e irónica, la narración nos desconecta y nos deja en standby, esperando que continúe la serie.
Siguiendo en el mismo continente pero en un territorio menos turístico, 'La canción de los vivos y de los muertos' (ed. Sexto Piso) es una novela arrolladora, de esas por las que da gusto dejarse arrastrar, ambientada en esa parte de América a la que le cuesta mirarse las heridas sin cicatrizar, donde los conflictos raciales y las diferencias sociales no son solo material literario. Su autora, Jesmyn Ward, es por el momento la única escritora ganadora en dos ocasiones del National Book Award, y poder alardear (no queremos decir que la autora lo haga) de compartir esta peculiaridad con Faulkner es una de las mejores posibles cartas de presentación.
A pesar de lo disfuncional de la familia de Jojo, él y su hermana son hijos de padre blanco y madre negra, de familias enemistadas y que comparten una misma cicatriz. Esta historia también muestra lo importante de las constelaciones familiares, donde los nexos entre sus miembros, aunque sean desordenados o salten generaciones, son muy potentes. Y todos ellos se encuentran en una constante y personal búsqueda de esa música que parece unir los tiempos, a los presentes y a los ausentes y darle, por apenas unos segundos, sentido al caos en que andamos inmersos, en medio de un paisaje norteamericano lleno de heridas.
A los lectores voraces nos queda siempre el consuelo de las novedades editoriales, sea la época del año que sea. Y es que había muchas ganas de poder leer lo nuevo de Sara Mesa, 'Cara de pan' (ed. Anagrama). Dos outsiders con, aparentemente, nada en común y eso sí, mucha diferencia de edad entre ellos, se encuentran todos los días en un rincón escondido del parque. Ambos se sitúan en la periferia de lo social: él arrastra un extraño pasado que trata de pasar por alto hablando de sus dos pasiones, los pájaros y Nina Simone, y ella no termina de encajar en su propio presente; si está todos los días en el parque es porque no quiere pisar el instituto.
Casi, así se hace llamar ella, tiene "casi catorce" y el Viejo, alguno más de cincuenta. Con estos pocos elementos, Sara Mesa consigue armar una novela tan buena como incómoda, capaz de dialogar con los vértices de la realidad más afilados, para hablar de la definición esquiva y nada simple de infancia, y saca punta al lápiz para convertir la escritura en algo peligroso. "Pero el Viejo no había hecho nada. Ella, en realidad, tampoco. Solo lo había escrito. Su letra infantil, redonda, se había hecho peligrosa, acusadora".
Si nada de lo anterior funciona, antes de acudir al médico lee las primeras páginas de 'Física de la tristeza' de Gueorgui Gospodínov (ed. Fulgencio Pimentel). Esta novela es una cápsula del tiempo, donde se alcanzan y entrecruzan los tiempos del narrador con los de su familia, la historia de Bulgaria y esa especie de presente constante que es la mitología, mediante la figura del minotauro que orbita en torno al libro. Y hay tantos tiempos que la novela baila entre la primera y la tercera persona: "Yo somos".
Este título es también un laberinto, porque así es toda memoria, más aún cuando no solo los tiempos se entrecruzan sino también los recuerdos propios y ajenos, porque el narrador tiene la capacidad de meterse primero como narrador y luego como personaje mismo de las historias y recuerdos ajenos, como si se superpusieran los laberintos familiares y cada miembro fuera el Minotauro, Teseo y Ariadna a la vez.
Novela literaria con algunas de las imágenes más potentes y hermosas que os podemos prescribir, para todos aquellos que creen en la capacidad de los libros (no nos referimos al acierto o no al haber elegido estas recomendaciones) para enfrentarse a la realidad tozuda, como esa pequeña cuchara con la que perforar la pared y abrir poco a poco un túnel por el que colarse: "el ejercicio consciente de la empatía, en el que se incluye la lectura de novelas, facilita de manera importante la comunicación y nos salvará de posibles cataclismos futuros en el mundo".
Y para completar esta selección otoñal, una última propuesta: '¿Quién merece morir?' (ed. PHREE), el trabajo fotoperiodístico de nuestra compañera Sofía Moro, un recorrido por cinco países (Estados Unidos, Japón, Bielorrusia, Malawi e Irán) que, en pleno siglo XXI, mantienen vigente la pena de muerte en sus códigos penales. "La principal lección que he sacado de esta experiencia es que, indiferentemente de la crueldad del crimen cometido, la pena de muerte no logra impartir nunca justicia, sino solo venganza", señala la autora.
En sus 248 páginas quedan retratados los inocentes que lograron escapar de la silla eléctrica, del pelotón de fusilamiento, de la inyección letal o de la horca, pero que sufrieron años de injusta reclusión pensando que cada mañana sería la última. También se recoge el testimonio de los familiares de aquellos que no lograron salir vivos del corredor y de los activistas y abogados que trabajan por los derechos humanos y la abolición. Incluso Moro, que comenzó este proyecto en 2009 para el diario El País, ha logrado conseguir la atormentanda confesión de un verdugo, que después de muchos años apretando el gatillo también llegó a la conclusión de que la pena de muerte es solo sinónimo de venganza institucionalizada.