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“Este libro nació del deseo de mantener vivo el asombro ante la belleza. Si un día la mirada se desliza indiferente ante la montaña azul a fuerza de aire limpio y transparente, si nos pasa inadvertido el momento en que el copo de nieve cae sobre el abrigo, o el oído es sordo a la canción del arroyo o al ritmo de las olas enredando en la arena, algún cacharro de nuestro interior está averiado”. Así arranca Ana Cañil este delicioso compendio de sus propias aventuras siguiendo los pasos de los escritores extranjeros por España.
Durante varios años, hemos escuchado a nuestra amiga y colega relatar con humor los sucesos inesperados y apasionantes que los periodistas solemos traernos de vuelta como un souvenir siempre que viajamos para hacer un reportaje. Son esas vivencias las que lo convierten en algo único. Sobre todo cuando estás dispuesto a dejarte sorprender por cualquier detalle, tanto, tanto como para poner el foco en lo que al resto le resulta invisible.
Del Real Alcázar de Sevilla, Cañil y la fotógrafa Sofía Moro se trajeron el descubrimiento de una reina con anteojos, que ni los guías ni el personal de seguridad habían detectado hasta entonces a pesar de señalar muchas veces al día el friso en que están retratados los monarcas españoles.
El libro del escritor francés Théophile Gautier, ‘Viaje a España’, les había conducido hasta el Salón de los Embajadores. Allí se entiende que su apabullante belleza mudéjar hubiera mantenido oculta a la reina desconocida con gafas. Como dice Cañil, “el hallazgo produce una carcajada. No es extraño que los usará, porque Diego Esquivel pintó la tabla entre el 1599 y el 1600 y entonces ya existían. Lo curioso es que se los dejara puestos para la posteridad. Si no llega a ser por el francés, que lo escribió hace dos siglos, no nos habríamos percatado”.
La fotógrafa Sofía Moro, que la ha acompañado en varios viajes, explica que “intentas ver lo que tienes delante con la mirada del escritor en ese momento histórico; lo que le impresionó a él. Luego está tu criterio, con el que te aproximas después. Se trata de mirar con ojos de hoy lo que ellos vieron entonces, que es muy diferente porque el contexto es distinto. A Ana le emociona hacerlo, hay una investigación histórica, ha leído diversos libros y va con ellos subrayados en la mano; intenta entender de dónde vienen y dónde llegan”.
Lo que no cuenta Ana es la documentación previa, el placer que le produce pisar por donde ellos pisaron hace tantos años, tratar de ponerse en su piel y comprobar cómo hemos evolucionado, lo feliz que la hace contemplar el arte en su contexto y fijarse, siempre fijarse, absorbiendo y apurando hasta la última gota.
“Como punto de partida es un ejercicio interesante. Desbrozar los prejuicios. He descubierto que somos la repera y que hay que desacelerar y dejar de ser tan autodestructivos como somos los españoles”, dice Cañil, que ha disfrutado como una niña con los tesoros de la bahía de Rande que llevaron al Nautilus de Verne hasta Vigo. Despierta al alba, junto con los fotógrafos, para estar desde muy temprano en los lugares por si al amanecer se topa con los románticos por los jardines encantados de la Alhambra que imantó desde Washington Irving, a Hans Christian Andersen o Charles Davillier.
“Salir de casa con los libros que han escrito otros viajeros del XIX sobre esos lugares que a nosotros nos son familiares, y comprobar que la visión de esos extranjeros es muy diferente, es también una manera de entender quién es uno mismo, una especie de psicoanálisis, como tumbar a España en el diván”, reflexiona el fotógrafo Alfredo Cáliz, que ha capturado ahora las imágenes que impactaron a los literatos. Su mirada de la bellísima biblioteca del Monasterio de El Escorial provoca el deseo instantáneo de querer escurrirse entre incunables y manuscritos, de acariciar los códices y temblar como una de sus hojas.
También ha habido tiempo para internarse por la sierra de Guadarrama buscando los escenarios de ‘Por quién doblan las campanas’, con el hijo de Henry Buckley, corresponsal amigo de Hemingway que se acabó casando con una española de nombre María, como la protagonista de la famosa novela. “Estábamos tan enfrascados en la historia que un recorrido de 4 kilómetros acabó convertido en uno de 18. Nos perdimos un poco, pero mereció la pena”, cuenta Ana divertida.
El Camino de Santiago con la escritora norteamericana Edith Wharton, autora de ‘La edad de la inocencia’, no será lo mismo aunque la exquisita viajera exclamó "¡Aleluya! ¡Jubileo! ¡Lhasa! La otra noche vi la eternidad", ante el Pórtico de la Gloria como una turista más. Más contemporáneos, el neerlandés Cees Nooteboom, hoy de 88 años, y el fráncés Jean Christophe Rufín han acompañado a Ana Cañil por ese Camino en el que te recorres por dentro. Y es que viajar te reconecta contigo mismo mientras vas relativizando a cada paso lo que tanto te pesaba al partir y te abre a dejarte atravesar por todo lo que vas descubriendo.
Usa este libro de 'Los amantes extranjeros' como inspiración, gástalo, anota encima y no dejes de escribir tu propia historia, como los literatos guiris que se enamoraron de España.
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