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'Atlas de Literatura Universal' es la prueba de que puede recorrerse el mundo con un solo libro en la mano. Combinando cartografía, literatura e historia, la editorial Nórdica nos propone esta vuelta por todo el territorio habitado a partir de 35 libros, desde el Irak que encontraremos leyendo 'El Poema de Gilgamesh', hasta la Sudáfrica de apartheid contada por Nadine Gordimer.
Este recorrido por el tiempo y el espacio de la mano de 35 imprescindibles de la historia universal está fabulosamente ilustrado por Agustín Comotto y Tono Cristófol. Todo un gran acierto visual e inmejorable compañía para los distintos textos referentes a los 35 libros, de la mano de otros tantos autores contemporáneos: Marta Sanz, Fernando Aramburu, Mercedes Monmany, Julio Llamazares... bajo la coordinación de Pedro García Martín, para que cada texto e imagen vayan a la par, y así regalarnos esta joya para talluditos entusiastas y jóvenes exploradores del mundo, que quieran hacer turismo por La Odisea, La historia de Genji, Hamlet, Moby Dick, El hombre que pudo reinar, En busca del tiempo perdido, El Aleph, Libro del desasosiego...
Este libro es un auténtico 8.000, porque la cima del Everest es su principal polo de atracción y porque leer 'En el silencio' de Wade Davis (ed. Pre-Textos) supone leer más de 1.000 páginas.
A principios de junio de 1924 George Mallory y Sandy Irvine hacen una nueva intentona por alcanzar la cima del Everest en esta segunda expedición británica, en busca de la victoria tan ansiada o de la derrota definitiva. Y podemos decir que tal sublime envite quedó "en tablas", ya que nunca se pudo saber con seguridad si llegaron a la cumbre, porque desaparecieron entre las nubes que cubrían la cara noroeste de la montaña.
Ahí parte el mito, la atracción por la personalidad de Mallory y el misterio en torno a él, pero este libro es mucho más que un retrato del alpinista británico incapaz de no hacer un movimiento bello mientras ascendía, de la montaña más alta del mundo y del deseo de trascendencia que conlleva este reto; es un libro sobre el contexto: de cómo el Everest se convirtió en una cuestión nacional para Gran Bretaña, que había perdido la conquista de los polos norte y sur, y de una generación en cuya formación tuvo una enorme importancia la crueldad de la Gran Guerra.
Es decir, tan importante es en este ascenso al Everest las cuestiones técnicas referentes a la ropa y a los materiales para expediciones (por ejemplo, el uso de oxígeno embotellado), como el análisis del sentimiento de derrota británico a pesar de la victoria en la Primera Guerra Mundial y de su extensión imperialista, pero que evidentemente conllevaron miles de bajas y una deuda creciente. Aspectos entre otros que motivaron que toda una nación mirara la cumbre de una montaña extranjera como una idea fija e irremplazable.
Viajamos a un Buenos Aires nada monumental, sin grandes avenidas si no es para relatar los atascos. 'El nervio óptico' de María Gainza (ed. Anagrama) sucede entre esas calles menos turísticas, las estancias de una familia pudiente (más aún en el pasado) y el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad, pero también, y sobre todo, en la reducida distancia entre el ojo y el cerebro, el nervio óptico que le da título a la novela.
La vida y la experiencia del arte se confunden en los capítulos de esta novela. Si uno escribe de algo para contar otra cosa, Gainza habla de ella y su familia para hablar del éxtasis del arte, y reflexiona sobre el arte por su asombrosa capacidad de condicionar la realidad del espectador. "¿No son todas las buenas obras pequeños espejos? ¿Acaso una buena obra no transforma la pregunta '¿qué está pasando?' en '¿qué me está pasando?' ¿No es toda teoría también autobiografía?".
Todos llevamos un museo a cuestas en el que lo visto y lo vivido se confunden y coexisten. El nervio óptico es el museo biográfico de María Gainza, en el que su árbol genealógico se entreteje con la vida y las imágenes de Alfred de Dreux, el aduanero Rousseau, Toulouse-Lautrec, Hubert Robert, Fujita, Augusto Schiavoni, Courbet...
Para seguir con este recorrido de libros sobre viajes por el mundo iniciamos el viaje en el París de los años 30, un tiempo agitado visto a través de los ojos del protagonista de 'Los golpes', la novela de Jean Meckert que acaba de publicar la editorial Las Afueras.
Entre la pereza y la necesidad del trabajo avanza Félix por las calles de París, y en su cabeza trata de ir dando forma a todo lo que le rodea, todo un mundo al que enfrentarse: la propiedad privada, su conciencia de clase, los hábitos sociales, el trabajo, los celos, el deseo, la violencia de clase y de género... y siempre el lenguaje, la herramienta con la que darle forma a esos pensamientos para saber quién es él y cómo mirar el mundo.
Este retrato de la clase trabajadora y de la violencia no es nunca banal ni simple. Félix, el obrero narrador, es constantemente crítico con todo (con el gusto que no es propio sino copiado, las ideas repetidas que convierten todo en previsible, un ruido constante de diálogos "burgueses" que no dicen nada...) y consigo mismo, por eso en el libro no hay frases concluyentes, eslóganes ajenos, siglas de partido. De ahí su exigente forcejeo con el lenguaje y el constante ejercicio de sinceridad consigo mismo, para tratar de entenderse en medio de los acontecimientos externos y en sus propias acciones.
Esta novela, con una sensibilidad más allá del taller, tan exigente con la búsqueda del lenguaje, vino de la mano de un escritor que nunca dejó de verse como un "obrero malogrado".
Tras el fenómeno Patria de Aramburu siguen llegando a las librerías otras indagaciones narrativas en torno al conflicto vasco. Un tema tan anguloso que es difícil de agotar, y que tantas propuestas tratan de aportar luz desde la ficción a esos años tan crudos.
'Los turistas desganados' de Katixa Aguirre (ed. Pre-Textos) se plantea como un viaje de pareja por el País Vasco sin grandes pretensiones, más allá de comer bien (ineludible), alguna parada estratégica propia del turista, y viajar por carreteras secundarias para tardar todo lo posible en cada trayecto de un punto a otro, casi como el famoso anuncio de coches que preguntaba si te gustaba conducir.
Empieza el 3 de marzo de 1976 en Vitoria, durante el desalojo de los trabajadores en huelga de la iglesia del barrio de Zaramaga. El resto son instantáneas desde entonces al presente, acumulando bombas, refugiados en el País Vasco francés, cárceles, portadas de periódicos y huelgas de hambre. Un pasado de violencia y consanguineidad que parece rendirle cuentas ahora, porque siendo irremediable de dónde venimos ¿la culpa también se hereda? Ahondar en ese pasado familiar conducirá a ciertas revelaciones difíciles de aceptar, le recordará ciertos fracasos personales. Los altibajos de la pareja de turistas y algunos capítulos de la vida del músico británico Benjamin Britten, se cruzan con el descubrimiento de la protagonista y esa marca de familia que ve al mirarse en el espejo y al leer la sección del periódico.
Con 'Mejor la ausencia' de Edurne Portela (ed. Galaxia Gutenberg) seguimos ese rastro, ahora vista por los ojos de una niña, la menor de una familia destruida por la dureza de las décadas de los 80 y 90 en un pueblo de la margen izquierda del Nervión. Hay retratos familiares que son en esencia toda una época, y la de Amaia y sus hermanos habla de esos chivatos en el vecindario, de impuestos revolucionarios, drogas, y de cómo los actos de violencia y la necesidad de convivir con ella altera el mundo de esta familia y de toda la sociedad vasca en aquellos años.
'Oficio' es la epopeya autobiográfica de Dovlátov por escribir y no poder dejar una sola obra publicada en su patria, la URSS. Una crónica de empeños y fracasos, donde narra sus inicios, el encontronazo con su destino de escritor, su trabajo como periodista, y el destino de sus obras y de sí mismo (absolutamente vinculados entre sí): el germen de esta novela fue llevado a Occidente oculto en un microfilm, en un periplo digno de las mejores historias de espías y contrabando de un lado a otro del telón de acero. Tiempo después fue el propio Dovlátov quien emigró a Nueva York, donde volvió a ejercer de periodista con su "hermosa aureola de perseguido político" y publicó sus libros.
Dovlátov podría ser un moderno Bulgákov, aunque tras su prohibición de publicar no haya una sola y totémica figura como la de Stalin, sino un personaje que ejercía ese poder desde la oscuridad, desde una estructura mayor y que hace actuar frente al censurado marionetas, sombras, fantasmas...
Y en medio de esa melodía desdichada de vida y literatura Dovlátov introduce en el discurrir de la narración "solos de Underwood": él sentado frente a su máquina de escribir contando pequeñas anécdotas a veces tan trágicas como absurdas, donde brillan la acidez e ironía de su mirada sobre sus patrias, la biológica y la adoptiva (que EE UU también tiene lo suyo). Y junto a la máquina de escribir la botella siempre abierta y siempre a punto de terminarse, pues en el libro hay frases dignas de cualquier antología etílica de la literatura: "El alcohol me reconciliaba fugazmente con la realidad".
Y es que después de disfrutar leyendo a Dovlátov se nos contagia cierto entusiasmo que nos lleva a empinar el codo como celebración y homenaje. Y después de brindar pediremos a la editorial Fulgencio Pimentel que siga publicando las obras completas de este ruso imprescindible.
Una ciudad enana colombiana a la que regresa, cabizbajo y fracasado, el biólogo que protagoniza la última novela de Juan Cárdenas, 'El diablo de las provincias' (ed. Periférica), es nuestra siguiente parada. Y quien la lea con detenimiento encontrará grandes descripciones urbanísticas.
A pesar de las grandes descripciones urbanísticas de esos pequeños centros históricos respetados pero vaciados de significante, pintorescos pero en realidad cáscaras vacías, uno de los temas con más presencia en la novela es el de la Naturaleza, ya sea en su exuberante presencia física como por oposición al engendro económico, político y social en el que estamos inmersos y del que tampoco puede escapar la propia Naturaleza: un grupo interesado en acabar con las plagas de escarabajos picudos que destruyen los cultivos de palma, un monocultivo que agota los nutrientes de la tierra –el biólogo tendrá que decidir de parte de cuál de los dos plagas situarse, si de la que acaba con las plantaciones de palma o la que lo hace del planeta–.
Pero los inesperados encuentros y acontecimientos que suceden tras el regreso del biólogo a esa ciudad de la que siempre quiso huir permiten ir descubriendo, como si de una novela negra se tratara, una imagen de la realidad perversa y nada complaciente: "aunque su cabeza seguía tejiendo, tejiendo, conectando pedazos de ideas, pedazos de imágenes, pedazos de recuerdos, en procura de la imagen total". Y es que la trama de El diablo de las provincias avanza como la propia naturaleza, lenta e inesperada, algunas tramas fructifican y continúan, otras apenas asoman en la novela y quedan ahí, dejando tras de sí una figura geométrica.
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