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También hay fauna animal –de la vegetal ya les contamos– que va desde los magníficos pavos reales de los jardines de Cecilio Rodríguez, a las tortugas o la pareja de cisnes negros del estanque del Palacio de Cristal, pasando por las ardillas, las cotorras verdes –e invasoras– que quieren ayudar en la extinción de los gorriones y las golondrinas. Las cotorras compiten con las palomas, que gozan de buena salud.
Otro asunto son los gatos y los perros. Estos dos grupos de animales domésticos son tan felices entre los setos de aligustre, las praderas, los rincones donde las viejas damas vagabundas les dejan comida a los mininos, que se disputan el cariño por el parque de Madrid con los ilustres que hicieron historia. Los perros gozan de un espacio propio –que podría estar más cuidado– y corretean con sus amos o paseadores, sueltos después de las 8 de la tarde o antes de las 10 de la mañana.
Entre la fauna humana literaria, al Jardín de Madrid lo amaron Pérez Galdós, Pío Baroja y Campoamor –que tienen sus correspondientes estatuas, la de don Pío en la periferia de la Cuesta Moyano– la Pardo Bazán, Clarín, Gómez de la Serna. Muchos de ellos utilizaron el Real Coliseo del Buen Retiro –el teatro– para sus obras en verano. Hoy, sobre aquel teatro se levantan el Palacio de Correos y el Ministerio de Marina. Lo aman Sabina, Víctor Manuel y Ana Belén, Fito Páez y cualquier enamorado de la música. Un sinfín de bandas que actúan en el Templete en los meses de calor, además de otro sinfín de escritores que lo han incluido en sus obras de finales del XX e inicios del XXI. Luego están los artistas de diario, quienes ponen el latido del parque a las pulsaciones necesarias para hacernos felices.
No hay cristiano ni pagano que resista la admiración por la "única estatua al demonio en el mundo", obra de Ricardo Belver. Se levanta donde estuvo la ermita de San Antonio –El Retiro tuvo 11 ermitas– hasta donde llegaba la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro. Aunque huimos de los lugares que ustedes tienen ya en las guías turísticas ¿cómo no mencionar a Lucifer? Tiene enamorados de diario, locos de los patines o skaters, que le bailan cada día con sus tableteos y rodadas en su aquelarre particular, mientras El Ángel Caído no mueve ni un músculo, aterrado ante la visión del cielo. Solo le consuelan los turistas de todos los continentes que llegan al parque, soñando con hacerse la foto con el mismo demonio.
Además de los amantes casquivanos, de ida y vuelta, los hay muy fieles. Por ejemplo, Javier de la Puente. Ama tanto el lugar que le duele El Retiro. Javier es ingeniero de Montes, se acaba de jubilar y ha nacido, crecido y madurado enfrente del parque. Por eso acaba de fundar la Asociación de los Amigos de los Jardines del Retiro, en un intento de reactivar y mejorar las zonas más deterioradas del jardín que tanto le ha dado.
Pasear por El Retiro con él es descubrir historias y leyendas, al tiempo que reparar en los mimos y necesidades que necesita la joya de la capital. "Estamos en la Puerta del Niño Jesús. El Castillete lo construyó Fernando VII para sus hijos. Luego quedó abandonado, hasta que se convirtió en la primera escuela de telegrafía óptica. Desde la torre se enviaban señales a la estación del Cerro de los Ángeles". En realidad, Fernando VII, tras regresar de su comodísimo exilio en la Francia napoleónica, lo que hizo fue montar un parque de atracciones para los niños de la Familia Real en El Retiro. Hoy, El Castillete es un lugar extraño, con las ventanas tapiadas con ladrillos.
De las pretensiones de parque de atracciones infantil que tenía Fernando VII para El Retiro y diversión de sus hijos, data también la conocida como La Montaña de los Gatos –la Montaña Artificial– en las esquinas entre O'Donnell y Menéndez Pelayo, con sus grutas, cascada –cuando está funcionando– y antiguos toboganes que hoy son paseos hasta la cima.
De la Puente cuenta las historias, mientras con un pie araña el suelo que hay delante del edificio. "Imaginad que aquí estuvo el lavadero de elefantes del Retiro. El más famoso se llamó Pizarro y resultó ser una elefanta. Los traían aquí, al pie del Castillete, con un poco de rampa, donde se les bañaba. Yo ya no lo conocí con elefantes, pero sí recuerdo cuando luego se bañaban los perros, eufóricos, bajando por la rampa".
No hay amante del parque que no haya oído hablar –mejor o peor contada– de la historia de Pizarro, el elefante que terminó en la Casa de Fieras, después de haber recorrido medio mundo en espectáculos circenses. Es más, hay tantas crónicas sobre Pizarro –entre 1863 y 1865– que se ha llegado a especular con que hubo más de un elefante con ese nombre. Pizarro se enfrentaba a toros bravos en las plazas españolas, pero también actuaba en otros números. El animal fue acogido en la Casa de Fieras, donde estaba tan aburrido que las crónicas aseguran que se escapó un día por la ciudad, dispuesto a tomarse unos bollos o unas copas. Depende de a quién lean.
Pero la antigua Casa de Fieras, de la que aún se conservan restos, da para mucho. Además de las historias de Pizarro (que no está disecado en el Museo de Ciencias Naturales pese a lo que se dice), están la de aquel cuidador que murió por las heridas de un tigre o las travesuras de los monos cabreados. Basta con dar un paseo por las antiguas instalaciones e imaginarse cómo eran, para comprender el enfado de los animales allí encerrados.
Hoy, la vivienda de don Cecilio Rodríguez –el jardinero por excelencia del lugar, junto a Herrero de Palacios– y sus oficinas de ayudantes, están ocupadas por la biblioteca municipal Eugenio Trías y ya no se escuchan los rugidos de los animales. Falta imaginación y ganas de recuerdos tristes.
Niños como Javier de la Puente recuerdan haber oído a esos animales desde sus camas, por la noche. Al igual que recuerdan el antiguo 'Florida Park', la sala de fiestas donde Lola Flores perdió el pendiente de oro; Julio Iglesias o Raphael dieron conciertos, y Ava Gardner, Sofía Loren, Lauren Bacall o Rita Hayworth se tomaron sus copitas. O Dry Martini.
Llegados al antiguo 'Florida', Lapuente se siente muy cerca de su infancia. La puerta de la calle Ibiza era la suya para acceder a los jardines y alrededor del lugar sucedieron hechos históricos menos conocidos. Por ejemplo, en ese tramo, entre Ibiza y Sainz de Baranda se encuentra el refugio antiaéreo "construido durante la Guerra Civil, pero que parece que no se llegó a utilizar. Intentamos que lo vuelvan a abrir. En tiempos decían que cruzaba Menéndez Pelayo", explica el ingeniero de Montes de la Asociación de Amigos.
Por fuera del muro y la verja, ya en la acera de la calle Menéndez Pelayo, se pueden ver muescas en el granito de "disparos de mortero según algunos historiadores, de fusilamientos contra las tapias en los tiempos duros, como la Guerra de la Independencia o, quizá, la Guerra Civil", comenta De la Puente.
Esa Guerra Civil no dejó mucha huella en el parque de la capital, recuerda el entonces joven Carlos Sala, jardinero de nacimiento, viverista de toda la vida, amante del Retiro desde hace 99 años, los que tiene en la actualidad. "Un día de febrero de 1938, se acaban de cumplir 80 años, los camiones nos montaron delante del Palacio de Cristal para llevarnos al frente. Pero durante la guerra, El Retiro tuvo jardineros siempre. Ni con uno ni con otro bando sufrió muchos daños. Hombre, recuerdo el Paseo de Coches lleno de automóviles rotos durante la guerra. No me pregunten por qué, pero todos los cacharros de cuatro ruedas que se rompían se traían al Paseo de Coches y ahí se dejaban, como chatarra. Es una imagen que no se me olvida", explica el pronto centenario don Carlos.
La posguerra devolvió el parque al cuidado de Cecilio Rodríguez y la apertura y restauración de los jardines, a vigilantes y paseantes muy curiosos. Entre los jardineros que trabajan con Javier Spalla, director del Museo de Estufas del Retiro, se cuentan las anécdotas que propiciaba el general Millán Astray, el jefe de la Legión y amigo de Franco. "Paseaba a menudo por El Retiro, llevaba un legionario siempre a su espalda y a veces iba con una joven, quizá un familiar de él". Cuentan que un día Millán Astray pidió a un jardinero que cortara un ramo de flores para la joven. El hombre se excusó. 'Mi general, lo tengo prohibido'. La mirada Millán Astray y alguna palabra bastó para que el jardinero cambiara de opinión. "Cierto o no, el jardinero se apresuró a cortar el ramo", acaba la anécdota Spalla.
Queda probado, pues, que el parque no solo da para inspirar a pintores, literatos y enamorados, sino también para un gremio variopinto de personajes de la historia. Es obvio que el general de la Legión no tenía ni idea de que pisaba por encima de uno de los bustos más grandes que se recuerdan de Pablo Iglesias, el fundador de la UGT y el PSOE, que fue desenterrado recién comenzada la Transición, tras una historia también novelesca.
Una mañana del verano de 1939, cuando Franco ya había ganado la Guerra Civil, un delineante-dibujante de Cecilio Rodríguez, José Pradal, observó a unos obreros que intentaban destrozar una cabeza enorme. Desde las oficinas donde estaba –al lado de la casa de Cecilio Rodríguez también estaban las oficinas de los jardines– reconoció el busto de Pablo Iglesias. Armándose de valor, les preguntó a los obreros si sabían de quién era la escultura y le contestaron que sí, del fundador de la UGT. Pradal se las apañó para convencerles de que no la destrozaran a golpes, que la enterraran y eso se hizo esa noche, con algunos de los obreros. "Durante años guardó los planos de dónde estaba el busto y en un viaje a Francia, se los dejó a la familia que tenía allí exiliada, a un hermano. Y a la cúpula del PSOE en Toulouse", recuerda De la Puente y ratifica unos días después, su colega de profesión, Javier Spalla.
En 1979, con la incipiente democracia en marcha, se desenterró el busto. Al acto acudieron Ramón Rubial, entonces presidente del PSOE y unos entonces jóvenes Alfonso Guerra, Carmen García Bloise, Enrique Múgica o Javier Solana (entre otros en la foto) asistieron al acto. La cabeza de Pablo Iglesias preside hoy la entrada a la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid.
De estos episodios de la historia más reciente de España aún se acuerdan algunos de los jubilados que cada día acuden a La Cabaña, ese lugar que existe a las espaldas del Palacio de Cristal, cerca del Ángel Caído, y que desde hace décadas ocupan la "Asociación de los Amigos del Retiro" –nada que ver con la recién creada por De La Puente– y donde se juega "al ajedrez, al chito o a los bolos leoneses", explica Julio Cabrera, su actual presidente. Corre una mañana fresquita, donde alguna ráfaga de lluvia obliga a los jugadores a refugiarse dentro de la acogedora Cabaña. "Hace muy poco tiempo que me he hecho cargo de esto, vamos a ver si podemos levantarlo. Pero es difícil, no todos quieren pagar. Hemos subido la cuota anual de 5 euros a 10, para hacer algunas actividades y recuperar otras, pero no a todos les gusta", afirma Cabrera.
"No es fácil; este es un lugar que acoge a todo el mundo y en los últimos tiempos, con la crisis, también a algún parado. Por la tarde hay más gente joven, cuando los chicos se acercan a jugar con los más viejos. Me gustaría revitalizar esto, recuperar los torneos de ajedrez. Somos alrededor de 150 socios y a poco que hagamos, esto se levanta. Hay momentos entrañables. A veces, mientras jugamos al aire libre –ajedrez, dominó, lo que sea– llega algún extranjero y se sienta a la partida, pregunta si puede jugar. En ocasiones, regresan otros años". Otro lugar para no perderse, y sentarse con los jugadores sin miedos.
Al salir del calor de La Cabaña, la bofetada de frío desacostumbrada para la época, recupera la realidad de Madrid, al pie de esa gran Estufa-Invernadero de lujo que nos dejaron los filipinos en España hade más de un siglo. Los cisnes negros, solitarios que rodean a los cuatro ahuehuetes del estanque del Palacio, se deslizan con elegancia sobre el agua, indiferentes a las carpas, los patos y las tortugas con las que comparten el lugar. Pero sin cruzar palabra. Forman parte de las historias y la vida de los Jardines del Buen Retiro de Madrid, donde caben todos, sueñan la mayoría y es gratis el espectáculo de belleza y multiculturalidad.