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Han pasado casi 90 años desde que un joven y soñador Cecilio Valgañón caminara embelesado por las calles de Madrid contemplando las confecciones de mohair y cashmere que lucían en los escaparates de la capital. "Mi padre era un hombre muy creativo y con una sensibilidad estética muy pronunciada", recuerda orgulloso Juan Luis Valgañón, uno de sus hijos y actual director de la fábrica que elabora las afamadas 'Mantas Ezcaray'.
Fue en aquellos años treinta del siglo pasado cuando Cecilio se enamoró del mohair, ese tejido natural de cabra de Angora que, décadas más tarde, colocaría su nombre y el del pequeño pueblo riojano que le vio nacer en los almacenes más exclusivos de medio mundo y tras las firmas de moda más lujosas. Él era el mayor de cuatro hermanos, huérfanos de padre muy temprano, y uno de sus tíos, sin descendencia masculina, decidió meterle en su taller, donde se tejían trajes para militares, frailes y estameñas.
Ezcaray siempre ha tenido una fuerte tradición en la industria textil, por aquello de ser zona de trashumancia de ovejas. La fábrica de aquel tío se remontaba al siglo XVIII, igual que muchas otras que surgieron al abrigo de la Real Fábrica de Paños y Tintes que se instaló en la villa en la época de Fernando VI. Hoy aquel viejo taller, en el centro del pueblo, alberga la tienda donde se expone un telar de 300 años "con el que todavía hacemos algunas exhibiciones para escolares y turistas", presume Paco, el mayor de los hermanos Valgañón.
Aquel viaje a la capital del patriarca, aceptando la invitación de la tía Angelita para perfeccionar sus dotes de canto, cambiarían el rumbo del taller artesanal. "Allí descubre los tejidos naturales de mohair y cachemir que, por aquel entonces, solo elaboraban los británicos, pues las cabras que dan esa lana estaban en sus colonias de África y Asia. Él rápido se da cuenta que con sus telares puede hacer eso, pero al regreso a Ezcaray estalla la guerra civil, a la que le siguen años de penurias y necesidades. Sin embargo, es tras el conflicto bélico cuando decide apostar por sus famosos y reconocidos pañuelos de estambre de lana para mujeres, en los que da rienda suelta a su creatividad colorista, algo poco habitual en medio de la negritud de la posguerra".
No será, por tanto, hasta los años cincuenta cuando comience a poner a trabajar sus telares con el mohair. Desde entonces trabajan "en el mismo barco y de manera interrumpida" con 'Hilaturas Castells', en Terrasa (Barcelona), que son quienes transforman la lana en hilo. "Esta fibra natural hay que hacerla muy, muy, muy bien. Y lo repito muchas veces porque el mohair, como el cachemir o la lana australiana, son tejidos muy agradecidos, siempre y cuando no se les agreda; y a lo largo de todo el proceso artesanal hay varios puntos donde podemos cargarnos su sedosidad, brillo y resistencia con un pequeño fallo", explica Juan Luis.
Todo comienza con la selección de las materias primas. "La lana de mohair la traemos de Sudáfrica, mientras que el cachemir procede de Mongolia y China. Se trata de fibras naturales de lujo, cuyos precios fluctúan mucho por la alta especulación que padece el sector a nivel mundial", explica el director de 'Mantas Ezcaray'. Las hilaturas de esos tejidos se tienen que desgrasar y limpiar en una barca de agua, a 55 ºC, con un poco de jabón y sosa cáustica. "Las cabras de Angora son animales muy grasientos, pero no hay que quitarle toda la grasa, para no dejarlas muy secas, igual que ocurre con el pelo humano". Una vez desgrasado, se aclara con agua corriente del río Oja y se tiñen en unas ollas con agua en ebullición, a 94-95 ºC. "Preparamos en los cubos los colores que queremos utilizar e introducimos los tejidos; después fijamos y volvemos a lavar, centrifugar y secar".
El secadero es un pequeño habitáculo con aire caliente, donde las lanas permanecen unas cuatro o cinco horas. Tras este tiempo, se pasan a un almacén de escasa luz y donde la humedad está muy presente en paredes y suelos. "Es importante esta humedad para que los tejidos recuperen su elasticidad", apunta Juan Luis. En las estanterías de este espacio frío y cargado se dibuja hoy aquella policromía explosiva y brillante con la que soñaba y trabajaba Cecilio hace décadas.
La actual fábrica está en el camino al Molino Viejo, justo después de la curiosa casa-galería del herrero José Gutiérrez. Al entrar en la nave principal del taller, atrapa el sonido embaucador de los telares. Con esta banda sonora de fondo, las mujeres –que son mayoría– van hilvanando las madejas de lana en los conos, con los que las dos urdidoras, Susana y Beatriz, dibujan en el casillar del urdidero el diseño de cuadros, tartán y lisos del tejido. "Al principio parece difícil, pero ahora ya es una tarea mecánica", reconoce Beatriz mientras prepara una faja de hilos, tal y como le enseñó su madre. "Esta es una empresa muy familiar. Contamos con 40 trabajadores, todos pelaires –el sobrenombre con el que se conoce a los ezcarayenses–; hay muchos abuelos, hijos y nietos empleados aquí", explica Paco.
Todo el proceso es artesanal. De hecho, los telares siguen funcionando igual que desde hace décadas, con la supervisión de un operario, que va subiendo y bajando los peines para ir confeccionando los dibujos y tramas de colores. Una vez tejido, se repasa centímetro a centímetro toda la tela, quitando nudos y puntos salidos, con aguja y tijera. En caso de que la manta lleve los flecos retorcidos, Merche es la encargada de hacerlo en su telar.
La última fase también es muy delicada. "La sedosidad del mohair se consigue con varias pasadas de la tela por un rodillo de cardos naturales. Los cardos se cultivan en Alicante y los seleccionamos por tamaños y diámetros. Cada mañana, se preparan nuevos para sustituir a los que se estropean. Se cortan las puntas y se taladran por el caño central con cuidado para no partirlos. A través de ese agujero se mete una varilla que se pega con cola. Las agujas del cardo, en un sentido de giro, son rígidas y pinchan, pero por el otro son flexibles y permiten sacar el pelo al tejido", apuntan los hermanos Valgañón.
Es en el acabado donde se da la finura de la pieza. En 'Mantas Ezcaray' la producción no para durante todo el año. La crisis que arrancó en 2008 les obligó a abrirse al mercado internacional. "Hasta entonces sobrevivíamos muy bien con las ventas de nuestra marca en la tienda del pueblo y en grandes almacenes como 'El Corte Inglés' o 'Zara Home'. Pero la caída de la demanda nacional nos hizo probar suerte fuera, primero en Francia y luego en el resto del mundo, con bastante éxito".
Hoy, las mantas, además de su gama de complementos (abrigos, chaquetones, echarpes, capas y bolsos), forman parte del selecto club de artículos que se encuentran en los expositores de tiendas de lujo como las estadounidenses 'Bergdorf & Goodman' o 'Neiman Marcus', la japonesa 'Takashimaya', las francesas 'Merci' y 'Le Bon Marché', o los almacenes suizos 'Jelmoli'. Además, según explica Elisa Valgañón, la tercera generación que se encarga de las exportaciones, "también fabricamos para grandes marcas, pero con su etiqueta propia, como Céline, Loewe, Hermès, Armani Casa o Carolina Herrera".
El sueño de Cecilio se cumplió y hoy son las confecciones de mohair de sus herederos las que lucen en los escaparates de las principales ciudades del mundo, con sus colores explosivos y tejidas en los mismos telares artesanos.
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