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Cuando un ser querido fallece algo se nos rompe por dentro, los recuerdos se emborronan y la ilusión de futuro se quiebra. Por eso nos resulta tan fácil meternos bajo la piel del protagonista de esta historia: su hijo ha muerto, o eso dicen quienes le acompañan junto al catre. Son ya demasiados los minutos acumulados desde que el infante dejó de respirar.
El paterfamilias sabe lo que ha de hacer. No quiere, pero lo hace: pronuncia el nombre de su hijo tres veces. Una, dos… Tres. En tres ocasiones ha de llamarlo para comenzar a dar crédito a la muerte.
No hay respuesta y el paterfamilias, herido en lo más profundo, da el siguiente paso. Eleva el delicado cuerpo de su pequeño y lo deposita sobre el suelo, con la esperanza de que el frío firme, como por arte de magia, logre reanimarlo.
Nada. Su hijo ha muerto. Por eso le devuelve al catre y, envuelto por la tristeza, aproxima sus labios a los del muchacho inerte y aspira el último aliento que ha quedado alojado en sus pequeños pulmones. Pronto numerosas ramas de ciprés adornarán la casa y el sonido de la muerte se acabará descomponiendo a causa del llanto de las plañideras.
Por suerte, nada de lo que te cuento es real. Al menos, no ahora. Estas líneas simplemente narran una de las muchas recreaciones que el grupo Somnus representará, entre el 28 de octubre y el 1 de noviembre, en Monturque, provincia de Córdoba. Te hablo, como no podía ser de otra forma, del Mundamortis.
Mi afición por el necroturismo me ha llevado a visitar numerosos cementerios, tantos que casi podría hablar de cientos. Sin embargo, el cementerio de Monturque sigue siendo de los más emblemáticos por una bonita razón: lo que en el pasado dio vida, ahora, en el presente, alberga la muerte.
Cuando traspasas su cancela, tienes la sensación de estar deambulando por un camposanto de lo más normal, con la planta cuadrada y levemente encalado, al igual que muchos cementerios andaluces. No obstante, tus ojos pronto se percatan de que, aquí y allá, el lugar está salpicado por una especie de respiraderos que comunican la superficie con un espacio oculto bajo el suelo. Además, en el centro del recinto hay una caseta acristalada que parece invitarte a explorar, a descender por su escalera metálica y a internarte en lo más profundo del lugar.
El cementerio de Monturque es tan especial porque sus tumbas, las huellas de la muerte, protegen y conservan unas impresionantes cisternas romanas del siglo I d.C., las más grandes conservadas en España. Como te decía, lo que en el pasado dio vida ‒el agua que recogían las cisternas‒, ahora, en el presente, alberga la muerte.
Las cisternas fueron encontradas por casualidad y fruto casi de la fatalidad. Allá por 1885, la población de la zona fue azotada por una epidemia de cólera. Necesitaban un lugar donde depositar los cadáveres y comenzaron a excavar, justo en el punto por el que hoy se accede a las cisternas, con el fin de hacer una fosa común. No puedo ni imaginar el susto que debió de llevarse el pobre hombre que, pala en mano, sintió temblar el suelo bajo sus pies y, acto seguido, cayó entre escombros al vacío.
Como era de esperar, aquellos pasadizos, llamados en un primer momento ‘minas’ o ‘catacumbas’, fueron usados como zona de enterramiento a lo largo de todo el siglo XX. Afortunadamente eso cambió a principios del nuevo siglo, cuando los habitantes de Monturque se dieron cuenta de que la localidad albergaba una rara joya y decidieron comenzar a pulirla. ¿El resultado? Un cementerio tan bonito y singular que ha acabado formando parte de la famosa Ruta Europea de Cementerios y una fiesta única en nuestro país que nos recuerda a cada instante que es necesario tener muy presente la muerte para poder vivir la vida con intensidad.
El Mundamortis se celebra en Monturque, provincia de Córdoba, entre los días 28 de octubre y 1 de noviembre, y en él podrás disfrutar de jornadas con interesantes conferencias, recreaciones, actividades infantiles y, cómo no, degustaciones gastronómicas. ¿Te vas a perder esas gachas?
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