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La vivacidad de Blanka no cabe en estas páginas, ni tan siquiera en el Museo de Alfarería Vasca que puso en marcha hace 30 años con una irreductible decisión. ¿Cómo va a tener 70 años, si exhala la energía imparable de una niña?, piensas cuando asoma por el portón de la ollería del año 1711, última en su especie. Su mirada no ha perdido la curiosidad ni la pasión por conservar la intrahistoria que cuenta la alfarería vasca, con su característica sobriedad decorativa. Luisa López Tellería, impulsora del proyecto Gastrónomas, que reúne a más de 500 mujeres que alimentan a la gastronomía vasca, nos acompaña. Esta diseñadora gastronómica ha ido reuniendo a productoras, cocineras, agricultoras, enólogas, sumilleres, investigadoras, entre otras profesionales, creando una red de colaboración.
De esta tierra tan especial y reservada, entre los parques naturales de Urkiola y Gorbea, se nutrían de arcilla los alfareros. En masculino plural, porque el oficio no se consideraba apto para mujeres. Hasta que Gómez de Segura se empecinó en girar el foco para que también las iluminara a ellas. “No había olleras porque los hombres tenían la titularidad, y ellas trabajaban, pero no figuraban. Cuando vine a este lugar a aprender con José Ortíz de Zárate, en 1982, me dijeron que no era trabajo de mujeres. No gustaba que hicieras un trabajo creativo, que fueras dueña de tu actividad. Me costó mucho tiempo que me considerase su relevo”, explica Gómez de Segura.
La cerámica es sanadora, por eso tras la pandemia acudieron tantos sanitarios, que estaban rotos por lo que habían vivido, a curarse un poco moldeando la arcilla. “El barro es terapéutico, está callado, se deja tocar, te abre al mundo creativo y, al ser un elemento tan orgánico, te hace tomar consciencia del universo del que somos parte. Trabajamos con arcillas milenarias, que parten de rocas que se erosionan. Es naturaleza que se crea y vuelve a la naturaleza, de nuevo, cuando acaba su uso”. Las manos de Blanka se deslizan solas por la arcilla acariciándola. “No puedes forzar, tienes que ir a favor del material con mucha paciencia, es un oficio que enamora. Es objetual y conceptual. Yo elegí la cerámica tradicional porque es importante que no se pierda, son nuestras raíces, es volver al origen y darle un uso actual, para que sea útil sin ser contaminante”.
Desde que en 1958 se inauguró el pantano de Urrunaga y el agua se llevó por delante los barreros que surtían a los alfareros del barrio de Ollerías, se fue perdiendo esta artesanía que estaba tan integrada en la cotidianidad. Desde la pegarra esmaltada parcialmente en blanco, que es una de las piezas más auténticas, en las que se transportaba el agua apoyada sobre la cabeza, a las jarras típicas de txakoli de kofradia, ya fuesen individuales de litro -era la cantidad asignada a cada cofrade- o colectivas de cuatro litros, entre otras piezas para servir alimentos como tazones, vasos, ollas o fuentes. También el famoso kaiku que los pastores llevaban al monte y que, además de en madera, se hacía de terracota y servía para transportar la leche o hacer la mamia cuajando la proteína de la leche introduciendo piedras calientes.
“En los siglos XVIII y XIV la cerámica se impermeabiliza con vidrio, que era transparente, pero en el siglo XV, gracias al comercio con Inglaterra, comienza a llegar estaño, que es lo que convierte el vidrio en blanco y le imprime ese tono ya característico. La técnica del esmaltado blanco la inventaron los árabes, pero ellos lo hacían para pintar, como en un lienzo en blanco. Aquí se adoptó con sobriedad porque se ve como más higiénica, a lo sumo se añade un dibujo simple decorativo”. El horno del caserío, en el que cabían a la vez hasta 8.000 piezas y se alimentaba con maleza del monte hasta conseguir los mil grados, es uno de los pocos que se conservan aunque ya no está en uso.
El día que visitamos el museo, un grupo de estudiantes de arqueología bucea en la historia con pico y pala, buscando restos en el entorno que contribuyan a explicar el pasado. Blanka colabora habitualmente con arqueólogos en la reproducción de piezas encontradas en yacimientos, que quieren saber cómo se elaboraban. En la prehistoria, por ejemplo, se cocían en hornos excavados en el suelo. Un viaje en el tiempo que no hay que dejar de hacer.
‘MUSEO DE ALFARERÍA VASCA DE OLLERÍAS’ - Lugar Barrio Ollerías, 0. Elosu (Legutio), Álava. Tel. 945 45 51 45.
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