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Al oír hablar de la boina nuestra imaginación nos lleva inmediatamente al mundo agrícola español, a los pueblos más recónditos de nuestra geografía, a aquella casi separación de clase social que suponía el cubrir una cabeza con una boina o con un sombrero.
Pero también nos viene a la mente aquella imagen del Ché Guevara que inmortalizó el fotógrafo Alberto Korda, o los ángulos de dos rostros inolvidables, el de Marlene Dietrich y el de Lauren Bacall, o la imagen de John Wayne haciendo de las suyas como boina verde o como ex boxeador en el paraíso irlandés de Innisfree... Todos ellos tocados con boinas de diferentes colores y formas.
En la búsqueda de lo que fue y de lo que sigue siendo iniciamos un viaje con parada en Balmaseda, donde se encuentra el museo La Encartada, y en Tolosa, en una de las últimas fábricas que existen en Europa, la de 'Boinas Elósegui'.
A poco más de 30 km de Bilbao, en la villa vizcaína de Balmaseda, esta antigua fábrica creada en 1892 es un viaje a un pasado industrial que se mantuvo activo hasta hace relativamente poco, 1992. En la actualidad, el museo que abrió sus puertas en 2007 se mantiene tal y como fue la fábrica durante estos cien años.
"Estuvo produciendo con la misma maquinaria y el mismo sistema hasta el final. Pero llegó un momento en que la obsolescencia técnica, el sistema productivo y la competencia no permitieron su continuidad. Cuando se cerró, las instituciones públicas asumieron la deuda a cambio de la fábrica, el terreno, las casas y las instalaciones. Y lo que realmente posee hoy en día la Diputación de Vizcaya es una joya del Patrimonio Histórico Industrial, ya que conserva la maquinaria intacta", comenta Begoña de Ibarra, directora del museo La Encartada.
Rodeadas de verdes prados, las instalaciones parecen abrazadas por el propio cauce del río Cadagua y el canal artificial que abastecía a diferentes ferrerías y molinos harineros, que ya existía antes de la construcción de la fábrica, y cuyas aguas aprovecharon para dotarse de tracción. El sistema sigue en funcionamiento y durante la visita guiada el crujir de la maquinaria te traslada a un pasado en el que la innovación industrial suponía un anticipo de un futuro que se atisbaba esplendoroso en aquellos primeros años del siglo XX.
Como tantas otras industrias de la época, 'La Encartada' fue fundada por un indiano originario de Balmaseda, Marcos Arena, junto a otros cuatro socios, y con 500.000 pesetas de entonces, comenzaron un proyecto cuyo objetivo era en parte la exportación, además de abastecer al mercado nacional.
La lana merina, que traían principalmente desde Salamanca, aunque también hubo partidas australianas, era la base a partir de la cual se realizaba el proceso completo: se lavaba, aclaraba y centrifugaba.
Una vez seca, se convertía en hilo gracias a una máquina que realizaba el trabajo de 375 hilanderas. Después se tejían las boinas. En los batanes se golpeaban durante horas con agua y jabón para que encogieran antes de teñirlas, colocarlas en una horma y dejarlas secar. La percha, utilizando como herramienta cardos naturales, y la afeitadora sacaban, cortaban e igualaban el pelo sobrante. Finalmente, en el área de acabado se ultimaban los detalles.
Todo ello para las 700 u 800 boinas (además de mantas, paños, bufandas, calcetines…) que se fabricaban al día por 130 personas, la mayoría mujeres. Así nos lo apunta Mari Jose, antigua trabajadora de la fábrica que ahora, ataviada con traje tradicional, acompaña a los grupos de visitantes.
El museo ofrece también, además de programaciones y actividades especiales mes a mes, una cuidada recreación de la zona de oficinas y administración, así como de la vivienda de los dueños en el piso superior, enfrente de la colonia obrera, donde un par de edificios acogían a parte de los trabajadores, con derecho a huerta y capilla incluida, y que en invierno hacía funciones de escuela.
La única fábrica que queda en España de las tres o cuatro que existen en Europa también está en el País Vasco, concretamente en Tolosa, en el Valle del río Oria, a 30 kilómetros de San Sebastián. 'Boinas Elósegui' es una auténtica superviviente desde 1858.
Su director comercial, Ander Astigarraga nos explica que "aquí tejemos, fieltramos, teñimos, moldeamos, planchamos, tundimos y acabamos, en gran medida, mediante un proceso artesanal". Y añade: "Nuestro material es 100 % lana virgen de origen australiano porque su calidad y finura no la tiene nadie aquí".
"La merina de allí tiene una finura de 17 micras de diámetro de la sección de un pelo, y la de aquí suele tener 23. La cachemira, por ejemplo, suelen ser 14-15 micras. Hacemos un hilo con las características que queremos en una hilatura que tenemos conjuntamente en La Rioja, y aquí realizamos el proceso principal", continua.
En los mejores años de producción, entre 1900 y la Guerra Civil española, salían de 'Boinas Elósegui' de dos a tres millones de unidades al año. Actualmente, producen unas 70.000 boinas anuales, de las cuales exportan entre un 20 y 25 % a mercados como Japón, Francia, Alemania, Holanda, Italia o Bélgica, además del mercado sudamericano, donde hay mucho oriundo familiar del País Vasco.
Aproximadamente, el 40 % de la producción va dirigida al sector de la boina militar: "Solemos licitar en concurso público para abastecer al ejército español y, también a otros países, como Lituania o Ecuador". Además, "cuando el servicio militar dejó de ser obligatorio en España y muchos ejércitos de Europa se profesionalizaron coincidió con la ruptura generacional que se produjo en el uso de la boina civil", lo que les llevó a a reducir su plantilla a 15 empleados, lejos de los 300 de las épocas gloriosas.
Fue entonces cuando comenzaron a proyectarse hacia otros sectores, entre ellos hacia el mundo de la moda. Firmas como Loreak Mendian, la de novias Isabel Zapardiez, o Minimil se encuentran entre sus clientes.
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