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Sobre esta historia cayó el silencio de muchas décadas. Las mismas protagonistas –salvo excepciones– preferían no aparecer. Abandonar a los hijos para dar de mamar a los de los ricos era signo de enorme pobreza. Desde hace no mucho tiempo, su trabajo y sacrificio tienen reconocimiento en el Museo de las Tres Culturas en Selaya (Valle Pas), en la Casa de la Beata, el santuario de la Virgen de Valvaluz.
La Casa de la Beata, junto al Museo de las Tres Villas pasiegas en Vega de Pas, es el colofón perfecto para la visita a las tierras de los verdes valles, los montes cerrados por la nieve, con sus cabañas desperdigadas por las laderas donde el pasiego pasaba el invierno. Porque el Valle del Pas es mucho más que sobao y quesada, que senderos de ensueño por montañas mágicas; es la tierra de los pasiegos, todo un modo de hacer y ver la vida. Y esa tierra no sería entendida sin sus mujeres, las pasiegas.
Fueron cientos de esas jóvenes recién paridas las que dieron nombre a las nodrizas que partieron de estos territorios. En Granada hay una plaza dedicada a ellas y en Madrid, la de Santa Cruz, era el lugar de encuentro de las jóvenes madres que habían salido a dar su leche a las casas nobles.
Hace sol en el santuario de Valvaluz, aunque es un día frío de abril. Alejandro Rivas, responsable del Museo y del Santuario, comienza la historia de las pasiegas mientras abre la puerta. "Durante siglos amamantaron a los Príncipes de Asturias y a los hijos de las grandes familias catalanas, vascas y andaluzas. Sus destinos iban sobre todo hacía Barcelona, Bilbao, Madrid, Granada. Don Juan de Borbón, el padre del Rey Emérito y abuelo del actual rey, fue el último Borbón alimentado por una pasiega".
El Museo es una sala decorada con cientos de fotografías de las amas que emigraron, no solo del Valle del Pas sino de tierras cercanas, como Torrelavega. Rostros jóvenes, robustos, en la mayoría de los casos son fotografías en las que las amas están vestidas con sus mejores galas y tienen al niño que crían entre los brazos. Cachibaches que las nodrizas empleaban, las ropas –importantes– notas e historias de una época de España que retrata otro episodio más de la lucha sorda de la mujer.
Según los documentos, fue Fernando VII el primer Rey que se llevó a la primera pasiega para alimentar a la que sería la futura Isabel II, la hija que este monarca endeble y caprichoso, tuvo con María Cristina, su sobrina. La nodriza de Isabel II se llamaba Francisca Ramón y marcó época. La Reina estableció algunas mejoras para las amas de cría, dejándoles pensión cuando dejaban de ejercer.
La Casa Real se lo tomó tan en serio que se creó una "Comisión de la Real Casa para elegir nodriza al futuro vástago". Alejandro, alma del museo y del santuario, sitúa entre las famosas para los vecinos, a la de Alfonso XII, Francisca Ramón González, nacida en Peñacastillo, con 21 años cuando marchó a Madrid. "A su regreso, regaló a la Virgen de Valvaluz un manto" gesto que perdura en la memoria de los valles.
Entre tanto dolor y tristeza por el miedo a lo desconocido y lo que dejaban atrás, la gesta de alguna de ellas recorre aún las tardes de chimenea en un valle hoy mucho más próspero. Solo los pasiegos saben a qué precio. Al pie de un cochecito de ruedas y de canastillas y ropa de bebés del Museo, Alejandro recupera anécdotas de alguna de estas mujeres. Es el caso de La Ciriaca, la última nodriza que amamantó a un príncipe de Asturias, el hermano mayor de don Juan de Borbón y tío de Juan Carlos I.
"Se llamaba Rosalía Saínz. A la Reina Victoria le presentaron dos amas de cría, una morena, Rosalía más conocida como La Ciriaca, y otra rubia. La Reina escogió a la morena, que era de Pisueña. Esta Ciriaca fue de las pocas a la que le permitieron llevar a su hijo a la corte, porque tenía que estar allí antes de que naciera el niño príncipe. Cuando La Ciriaca volvió al pueblo, se dedicó a gastar en latas de sardinas, algo que no habían visto nunca muchos de los habitantes del pueblo. Las tiraba por la ventana para que los vecinos supieran con que poderes había vuelto".
Llegamos al pie de una exposición de instrumentos médicos, con fotos de señores bigotudos o en bata de doctor. Los médicos de los pueblos jugaron un papel clave en la selección de las mujeres que podían ir de amas de cría. Hay una hoja con el historial de las cualidades imprescindibles. El responsable del Santuario y del Museo da un dato clave para entender lo apreciadas que eran las pasiegas como amas de cría. "Todas procedían de lugares muy similares, valles cerrados y poco conocidos, con pureza de sangre, sin judíos ni árabes. Y sin enfermedades".
Tenían que tener de 19 a 26 años de edad estar criando el segundo o tercer hijo, es decir, que habrá tenido otro u otros dos partos. Leche: lo máximo 90 días, no haber criado hijos ajenos, estar vacunada y ni ella ni su marido ni familiares de ambos habrán padecido enfermedades de la piel. Será circunstancia preferente que la ocupación del marido sea la del campo, complexión robusta y buena conducta moral.
Entre todos los médicos –los que ejercían en Villacarriedo o Selaya y tenían contactos con los de la corte o las capitales– hay un nombre que despierta veneración aún entre los pasiegos. Se trata del doctor Madrazo, cuya huella se encuentra también el museo de las Tres Villas en Vega de Pas, y en la hermosa casa abandonada en el mismo pueblo. Alejandro señala la humanidad de Madrazo como motivo para dejar su buen recuerdo entre los pasiegos. "Vigilaba las condiciones en que estas mujeres iban a trabajar a sus destinos. Era muy consciente de que dejaban familia, hijos y a veces perdían su hijo por salvar a otro. Hay casos extremos en que así se recoge", explica el guía, al tiempo que reconoce que no hay datos sobre los niños muertos por la marcha de la madre que lo amamantaba.
Ese asunto es uno de los temas del pasado que hasta hace no mucho ha dejado rastros grises en la historia de estas mujeres, que marchaban partidas por el dolor, con un cachorro que les lamía los pechos durante el camino, para que no se les cortara. Aunque luego regresaran poderosas y triunfantes, hay rastro de su dolor en canciones y poemas. Las heridas que tardaron en cerrar y que aún han dejado cicatriz saltaron no hace aún mucho, cuando el Santuario de Valvaluz decidió abrir el Museo y para ello se rastrearon fotos, objetos, recuerdos, cartas de las mujeres que habían sido amas de cría. Hubo familias que se negaron a entregar la foto, e incluso llegaron a rechazar que la abuela hubiera sido ama de cría, aunque estuviera documentado. Poco a poco, las circunstancias han ido cambiando, devolviéndoles a la historia y a la necesidad de reivindicar su trabajo.
Los trajes de las amas de cría, representados en el museo, son otra muestra de su importante papel en las casas donde trabajaron. "En realidad, son el traje de una pasiega, pero enriquecido con el collar de monedas de plata, o con los pendientes de monedas; o collar y pendientes de coral, más el pañuelo anudado a la cabeza. El buen paño o el terciopelo de las primeras faldas de pasiegas fueron luego sustituidas por el tartán de origen inglés, escocés", explica Alejandro. Cuanto más lujoso era el traje del ama de cría más rica era la familia para la que trabajaba. Las monedas de plata también se colgaron en los trajes, en la filigrana, en los pañuelos".
Federico García Lorca, la duquesa de Alba, los Aznar Ibarra, la aristocracia catalana y andaluza… Apellidos históricos y rimbombantes que llenan las paredes de la Casa de la Beata en Valvaluz. Afortunadamente, hoy esas mujeres son reivindicadas ya por sus familias.
Del Museo de las Amas a Vega de Pas hay media hora de camino –en coche– por el puerto de La Braguia, con unas vistas que hacen parar al personal para sacar la foto clásica de los valles pasiegos con sus cabañas y reflexionar con las últimas palabras del guía de Valvanuz. "Tenías que necesitar mucho el dinero en unos valles tan cerrados y pobres, para salir de tu casa y dejar a tus hijos, el segundo con solo semanas. Y aún así, todavía hay hombres –muchos de ellos mayores– que cuando visitan el Museo dicen eso de 'pues vaya madres, dejar a sus hijos para ir a dar de mamar al del Rey'. Sin embargo, ese comentario nunca lo he escuchado de una mujer".
En la Vega del Pas, a la entrada es fácil encontrar el Museo de las Tres Villas pasiegas. La Vega, San Pedro del Romeral y San Roque de Riomiera. Teresa Cano, de padre pasiego y madre sobre lo que se deja atrás. Lo que hoy son valles hermosos, abiertos y bucólicos, encerraron mucha pobreza. Tras recuperar la memoria de las Amas de Espinosa de los Monteros, conoce el lugar que nos enseña como si fuera su casa. Se abrió en 1985 y lo primero que hace Tere es reivindicar lo que han cambiado los tiempos, pese a que siga la despoblación iniciada en los 70.
"Hoy tenemos internet, luz y agua y ya habéis visto que las cabañas de las laderas se venden para ser restauradas por gente de Bilbao o Madrid" se despacha, mientras enciende las luces del Museo y abre las ventanas. No hay oferta de futuro para los jóvenes, pero menos había donde se recrea como era la vida del pasiego en una casa del siglo XVIII, palaciega para la zona.
"Este lugar antes fue ermita y luego escuela del pueblo. Los niños y las niñas daban clase, cada grupo en una planta. La cuadra del ganado abajo, como en todas las casas pasiegas. Los cuévanos, imprescindibles para los pasiegos y pasiegas. Se llevaba igual leña que a los bebés o los cuévanos grandes, para llevar paja. Raquetas para andar por la nieve, collares para los perros con pinchos para que no fueran mordidos por los lobos, los campanos para el ganado. Eran muy importantes porque por el sonido, el pasiego podía calcular la distancia a la que estaba el animal".
Teresa desgrana la vida del pasiego, la imagen de los oscuros y húmedos inviernos, eternos, en el aislamiento y supervivencia, completa la historia de las amas de cría, tanto su vertiente dramática como en lo que tenía de aventura.
Un paseo por la Vega del Pas para comprar quesadas y sobaos en los famosos 'La Zapita' y 'Etelvina Sañudo', más la visita a la alfarería de Víctor Santillán –muy recomendable–, pueden completar una jornada magnífica, que quizá hubieras considerado arruinada por un día de lluvia que te ha llevado a los museos.
La jornada de mañana, cuando emprendas la marcha por las laderas y te encuentres con las cabañas ahora con tejados de pizarra, observarás esos montes, sus riscos y sendas, con otra mirada que incluye una idea diferente de la vida de sus gentes.
Para comer: 'Casa Frutos', en la plaza de la Vega del Pas, enfrente de la Iglesia. Los fines de semana conviene reservar. Alubias, cocido montañés, lechazo y postres caseros. Sin pretensiones, para comer bien.
El Museo de las Amas de Cría abre entre julio y agosto. Funciona con donativos. Los grupos deben de llamar al santuario para abrir fuera de los meses de verano.
El Museo de las Tres Villas abre de 11 a 15 horas y de 16 a 19 horas los fines de semana, en Semana Santa y los puentes más importantes.
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