Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
En la península del Trocadero, que da nombre a la emblemática plaza de la capital parisina y que aún conserva uno de los tres astilleros que Navantia —sociedad pública española dedicada a la construcción naval civil y militar— aún mantiene activos en la bahía de Cádiz, hay un recinto histórico y un museo industrial únicos en España. Pasear por allí no solo evoca la febril actividad que generaba aquel arduo trabajo de ingeniería para reparar y construir barcos, sino también recuerda la historia a sangre y fuego que encierran 80.000 metros cuadrados de tierra que fueron claves en la Guerra de la Independencia española.
Mientras hoy en día, más de dos siglos después, los operarios continúan muy cerca de allí con su faena cotidiana de ensamblar aerogeneradores y petroleros o con las tareas de mantenimiento de algunos de los cruceros más grandes del mundo, el antiguo astillero y el fuerte de Matagorda jalonan el denominado 'Museo del Dique'. Las cuatro salas descendentes en la antigua estación de bombeo de la factoría que fundó Antonio López López, marqués de Comillas, explican por qué este es uno de los exponentes mejor conservados de lo que ha representado la construcción naval en los dos últimos siglos de la historia de España.
Desde la dominación del tráfico comercial con las Américas hasta su cerrojazo más de cien años después (1978), recorrer este conjunto histórico no solo supone disfrutar de su atractivo patrimonio industrial sino también representa un encuentro con la historia y con los paisajes naturales de la bahía gaditana.
En los talleres de forja junto al viejo dique de carenas puede verse un enorme mural fotográfico con la fiesta, presidida por el rey Alfonso XIII, tras la botadura del trasatlántico Magallanes. Fue la joya de la corona de lo que representó la edad dorada de aquel dique seco hace casi un siglo. La reina Victoria Eugenia fue la madrina de un buque similar al Titanic en cuya construcción se emplearon 1.500 operarios que residían en la zona y que zarpó las aguas a finales de los años 20 del siglo pasado para cubrir la ruta Cádiz-Nueva York.
Más de cien años antes de aquello, esta península en la bahía gaditana fue escenario de una de las batallas más señaladas de la Guerra de la Independencia. Tomado por las tropas francesas, a la vista de la imposibilidad de acceder por tierra, trataron de asediar Cádiz bombardeándola desde aquel enclave estratégico. Cuenta la historia que las bombas lanzadas por el ejército napoleónico se rizaban en el aire como consecuencia de los vientos de levante-poniente tan característicos de la bahía, por lo que al llegar a la ciudad los obuses no terminaban de estallar. Fue el germen de esa coplilla popular que en Cádiz se canta por alegrías: "Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones".
Desde esa misma posición, sin embargo, Fernando VII recuperaría unos años después, con la ayuda de esas mismas tropas francesas, el trono, dejando atrás el Trienio Liberal y dando paso a lo que se dio en llamar la Década Ominosa. Aquella Batalla del Trocadero, cruenta como la anterior, fue tan célebre que propició que incluso una de las plazas más emblemáticas de París lleve este nombre tan gaditano. Las ruinas del fuerte de Matagorda son hoy casi un yacimiento arqueológico con vistas a la bahía, donde hasta en verano hace fresco y donde murieron decenas y decenas de soldados. La historiadora Marina Ramajo se encarga de contar estas y otras muchas historias cuando llegan los grupos escolares y las visitas concertadas a este patrimonio industrial catalogado como Bien de Interés Cultural desde hace veinte años.
Aparte de su labor como guía por el recinto, la gaditana también se ocupa de un archivo documental con, entre otras piezas, 17.000 placas fotográficas que retratan toda la vida y la actividad del viejo astillero. En la inspección del entorno del antiguo dique, Ramajo señala un antiguo remolcador conservado en una parte de este recinto. "Es el Matagorda, se hizo aquí para transportar a los operarios del astillero hasta Cádiz cuando no existían los puentes; estaba hundido en Canarias, se rescató y se colocó aquí".
A la entrada del complejo, tras recorrer las enormes avenidas industriales del astillero de Navantia en el Trocadero, con sus dos impresionantes grúas pórtico (de las mayores del mundo) que forman parte del skyline de la bahía de Cádiz, recibe al visitante una estatua del marqués de Comillas. Es idéntica a la que tiene en Barcelona, donde vivió y donde concentraba parte de sus negocios. Su centro de operaciones, sin embargo, estaba en Cádiz. Sobre todo, desde que en 1860 obtuvo la concesión del correo entre España, Cuba y Puerto Rico.
El armador cántabro regentaba un próspero negocio que cruzaba el Atlántico hasta las Antillas y la urgencia en reparar sus vapores no podía aguardar las colas en los diques estatales para la armada en Cartagena y la Carraca, en la cercana San Fernando. Por ello, decidió construir su propio astillero, que inauguró con la entrada del vapor Guipúzcoa en julio de 1878 para su reparación.
El dique, gran obra de ingeniería hidráulica que permitía controlar el acceso de agua, fue diseñado por los ingenieros escoceses Bell y Miller, y pronto dejó de ocuparse solo de las reparaciones para afrontar la construcción de enormes navieras desde cero. En la sala 2 del museo –la 1 está reservada a los orígenes preindustriales y a la actividad posterior del dique de Matagorda–, puede observarse todo el proceso que requería el diseño del barco, con los modelos de madera o las trazas de tiza en la sala de gálibos. Estas solo eran el origen de un proceso de ingeniería repleto de destreza y precisión que acababa en enormes planchas de acero y en el ensamblaje del casco del barco.
Durante el siglo XX, Matagorda llegó a acoger a alrededor del 40 % de la población activa de la zona, datando de aquella época gremios como el de los calafates, carpinteros y herreros. Todos esos oficios pueden verse detalladamente en la sala 3 del museo, donde incluso se rinde homenaje a aquellos que se perdieron con los avances técnicos, como es el caso de los remachadores, extinguidos con la llegada de los soldadores. De igual modo, es impresionante comprobar el trabajo extra que asumían los operarios cuando la factoría tenía menos demanda de construcción naval, encargándose de proyectar y construir desde puentes de hierro y vagones de ferrocarril hasta las butacas del Gran Teatro Falla de Cádiz.
Si algo también sorprende al visitante es observar los testimonios gráficos que recuerdan el nivel de ostentosidad de los vestíbulos y camarotes de los trasatlánticos, cuyos interiores también eran construidos allí y formaban parte de buques que lo mismo eran encargos para España que para América latina. Cientos y cientos de empleados en una factoría que llegó a sacar a flote un millar de naves en su siglo de historia. No es de extrañar que a la entrada del antiguo complejo aún se conserven una escuela, un botiquín y una capilla entre neorrománica y bizantina (con cúpula de madera desmontable) a mayor gloria del marqués de Comillas y como "soporte espiritual de los empleados de la factoría". Queda intacto el antiguo comedor, que tras el cierre de la factoría de Matagorda a finales de los 70 del siglo pasado ha seguido usándose como espacio para que el personal reponga fuerzas.
*Este reportaje se publicó en enero de 2020 y se actualizó en octubre.