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Hay un misterio especial en esos lugares a los que solo se puede acceder por barco, generalmente islas, a los que les gusta conservar su idiosincrasia al margen del mundo. Destinos que no buscan la fama sino la autenticidad y que, en cierta manera, seleccionan a sus visitantes.
Un ferry amarillo hace el cortísimo trayecto entre el puerto de Maó y la Illa del Rei, donde desde el 19 de julio el museo Hauser & Wirth abre gratuitamente sus puertas al público. Pero mientras uno ve que se alejan las edificaciones del puerto, las casas que rodean la bahía de Maó -y que llegan incluso hasta el agua- y el horizonte cercano, el viaje mental se alarga más que el físico y la llegada al pequeño muelle trae de vuelta a casa a la imaginación, que se había ido ya muy lejos.
Nada más llegar a la isla hay un pequeño monumento con un ancla que me emociona y dice: “La Armada Española a los marinos de todos los países que sanaron o murieron en este hospital (1711-2011)”. El precioso edificio del antiguo Hospital Naval Británico, construido por los ingleses en 1711, es el que ocupa este pequeño pedazo de tierra de 40.000 metros cuadrados y el que da sentido a esta historia. Una historia que cree en los milagros, que nos reconcilia con el género humano y que se remonta al 2004, cuando un grupo de jubilados y voluntarios deciden unir esfuerzos para evitar que esta construcción, en desuso desde 1964, acabase en ruinas.
Cada vez más personas se unían a esta buena causa. No solo menorquines, sino veraneantes, extranjeros y cualquiera que quisiese arrimar el hombro desbrozando la maleza, ayudando a levantar el edificio o recuperando antiguos objetos, muebles o herramientas. Más tarde, este grupo, cada vez más numeroso, crea la Fundación Hospital Isla del Rey y en este contexto es donde la pareja de suizos Iwan Wirth y Manuela Hauser llegan a Menorca, comen la langosta más cara del mundo en Ciutadella, conocen la Illa del Rei, se enamoran de ella y empiezan a pensar en una posible sede de su marca, la segunda en España junto con el Chillida Leku, en Hernani.
La idea que tienen los Wirth de lo que debe ser una galería de arte dista mucho de la de los grandes museos. Lugares sofisticados, fastuosos, al margen del resto del mundo y a los que les gusta -¡cómo no!- hacer caja. “No somos un museo sino un centro de arte cuya finalidad es crear espacios donde el visitante pueda disfrutar de las obras en contacto con la naturaleza, la comunidad, la gastronomía y la historia del lugar”, cuenta Mar Rescalvo, directora del centro, “Hauser & Wirth es una empresa familiar que busca que cada delegación tenga su propia personalidad y que esté integrada en el entorno geográfico, histórico y cultural”.
Sin duda, el cosmopolitismo de esta prestigiosa marca y la obra del artista de su primera muestra, el afroamericano Mark Bradford, conviven en perfecta armonía con la historia que rezuma de cada piedra de esta isla y con la tranquilidad y sosiego que exhala siempre Menorca. Pero además, la comida de la cantina (antiguo comedor del hospital) es también un homenaje a las recetas menorquinas con productos de kilómetro 0 y hasta los objetos que se venden en la tienda de la galería incluyen delicatessen y artesanía locales.
“Nos gustaría que el visitante se fuera con la idea de haber descubierto un sitio único al que le gustaría volver, porque todavía quedan cosas por descubrir. Un espacio dinámico donde, además de disfrutar del arte, se pueden hacer otras muchas cosas como admirar la naturaleza, leer un libro, descansar”, señala Rescalvo.
Las dependencias donde se ha instalado el museo no pertenecían originariamente al hospital; sino que se construyeron más tarde, por los españoles, a finales del siglo XVIII. Grandes salas destinadas a almacén militar y otros menesteres. Todas tuvieron que rehabilitarse conforme a la estructura original y el encargado de ello fue el arquitecto argentino Luis Laplace, viejo colaborador de los Wirth. Las antiguas construcciones manejan con igual maestría los sitios pequeños y los grandes espacios vacíos; y esta no es una excepción.
La exposición de Bradford, Masses and Movements, estará abierta al público hasta el 31 de octubre, fecha en la que Hauser & Wirth cierra hasta la próxima temporada. “La idea de inaugurar con Mark Bradford”, cuenta Mar Rescalvo, “responde a que es un artista que trabaja con temas históricos, con la idea de movimientos de masas y gente. Bradford conocía ya las Baleares porque había vivido en Mallorca algún tiempo cuando era pequeño; pero, además, es un artista comprometido. Su proyecto Art & Practice tiene como finalidad acercar el arte a grupos marginales o desfavorecidos (en Venecia trabajó en una prisión)”.
En el Education Lab, que ocupa una sala de esta exposición, el artista trabajó dos semanas con alumnos de La Escola d’Art de Menorca, haciendo unos mapas que grabaron y pintaron en los muros con diferentes técnicas y que reflejan los movimientos migratorios. Los adolescentes se enamoraron de Bradford. Posiblemente esta estancia sea una de las más impactantes de la muestra, ya que en el suelo, apilados en palés de madera, hay montones de carteles que el visitante puede llevarse a casa. Bajo un fondo de playa, mar, frontera o alambrada -generalmente, puntos de partida para los inmigrantes- se pueden ver anuncios de inmobiliarias, lo que en EEUU se conoce como merchant posters, ávidos de comprar propiedades a cualquier precio y bajo cualquier condición. Una metáfora potente en un mundo a punto de saltar en mil pedazos.
En la muestra está muy presente el concepto de país, frontera y cómo estos significados cambian debido a razones históricas, políticas o culturales. Otra constante en los cuadros de Bradford es el mapa del mundo del cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, de 1507, el primero en representar el Nuevo Mundo y bautizarlo como América.
El mapa fue el resultado de un ambicioso proyecto que se llevó a cabo en Saint-Dié-des-Vosges, Lorena (en la actualidad, Francia), a principios de la década de 1500, para documentar y actualizar los nuevos datos geográficos derivados de las exploraciones portuguesas y españolas de finales del siglo XV y principios del XVI. El continente americano aparece como un trozo de tierra alargado; forma que Bradford deja bien visible en sus obras, con esa idea suya de poner la periferia en el centro.
Pero este espacio artístico tiene también sus obras al aire libre, que se reparten por los jardines anexos al centro, diseñados por el paisajista holandés Piet Ouldof, teniendo muy en cuenta las especies autóctonas. Esculturas de Louise Bourgeois -como la enorme araña de la entrada al museo-, Eduardo Chillida, Joan Miró o Frank West se descubren entre la vegetación de esta diminuta isla, que invita a ser explorada.
Hay que ver el edificio del antiguo hospital y, si se tiene suerte y se llega a las 10:00 de la mañana, participar en una visita guiada en la que se verán las salas para los enfermos, con sus camas con jergones y orinales; la sala de radiología; la de cirugía; la biblioteca; la preciosa botica, con sus plantas medicinales; la farmacia, o la capilla. “Este fue un lugar de reflexión y sanación durante siglos. Con un poco de suerte, está a punto de volver a serlo”, declaró a El País Semanal el matrimonio Wirth.
La sanación viene ahora por la vía del arte, la belleza, el aire fresco, el mar, la buena comida con productos locales o las plantas. Hauser & Wirth pretende ser un espacio dinámico. “Queremos hacer conciertos, muestras de danza o teatro, actividades varias”, cuenta Mar Rescalvo, “y colaboramos con muchas entidades como La Fundació Menorquina de L’ Ópera, a la que cada año le hacemos el cartel, el Museu de Menorca, el Ateneu de Maó, la Escola d’Art de Menorca y otros centros de enseñanza; además de con el Festival Pedra Viva (de artes escénicas en espacios no escénicos)”.
Ciertamente, uno se va de este islote con ganas de volver y dejando asuntos pendientes. ¡Tal vez una cena en la cantina que abre hasta las 23:00 (lo mismo que la galería), a la luz de las estrellas! ¿Cómo serán las puestas de sol desde este alcatraz del arte?
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