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A muchos artistas les gusta romper el espacio pictórico y prolongarlo hacia el espectador. Y los balcones, sin llegar a ser considerados metapintura, representan una manera de implicar a quien contempla la obra convirtiéndole en objeto de la mirada de los protagonistas del cuadro. Así nos sentimos estos días cuando salimos al balcón a tomar un ratito el sol, a que te dé el aire o a aplaudir a tantas personas que trabajan para que el resto podamos estar en casa. Observadores y observados a la vez. Formando parte de nuestro propio cuadro. Igual hasta encajarías en alguno de los que hemos seleccionado. Piensa en cuál de ellos te descubres.
Imposible no sentirse identificado con el niño que se escapa del cuadro con impaciencia por fugarse que abre este artículo. El famoso trampantojo de Pere Borrell del Caso, titulado Huyendo de la crítica, cobra otro significado, volviéndose un icono del deseo que tenemos todos de salirnos del marco.
Más que huir, el Hombre en la ventana de Samuel Van Hoogstraten parece necesitar algo de aire, como si la habitación en la que está confinado le resultara agobiante. Su actitud es la de alguien que se ha resignado al encierro pero que busca aliviar la claustrofobia sacando como puede la cabeza por el hueco practicable del vitral emplomado. Es uno de los mejores ejemplos del estilo del artista holandés.
Otro discípulo de Rembrandt, el pintor Gerrit Dou Dutch, se autorretrata aquí hojeando un libro en la ventana y, para que no haya duda de su oficio, con sus herramientas de pintor, la paleta y los pinceles. Parece que le pillemos en un rato de descanso, cuando desconectar para leer y mirar por la ventana puede ayudar a recuperar la inspiración o a resolver algún problema técnico del cuadro. Tenemos la tentación de colarnos en el estudio del artista y ver en qué está trabajando en estos momentos.
Aunque se empezó a usar en el Renacimiento a raíz del descubrimiento de la perspectiva, fue en el Barroco, cuando el recurso de la ventana se convirtió en un elemento recurrente para poner en práctica el truco del trampantojo pictórico. Murillo pinta dos muchachas en la ventana y consigue que el espectador crea, de veras, ver más allá del cuadro, y sienta que puede pasar del espacio público al privado. Y también en dirección contraria, que el arte sale al mundo real. ¡Qué de vida hay en esos ojos! Nos cuentan que algo interesante está pasando en ese instante en esa calle de Sevilla. Porque Murillo además de ser el pintor de Inmaculadas que todos conocemos fue un magnífico cronista de lo popular.
No podemos ver si Ana María sonríe o está seria. Aunque parece relajada, lo más probable es que esté cansada de intentar concentrarse en no moverse mucho mientras posa para su hermano Salvador en la casa de verano en Cadaqués. ¡Quién pudiera estar ahora de vacaciones en la playa! No hay mejor forma de evasión que perder la mirada en el horizonte que dibujan el cielo y el mar.
También apoyadas en la barandilla de hierro forjado, las dos bellas damas miran al espectador que las contempla. Exuberantes, saludables y sonrosadas, parecen ignorar las figuras siniestras que custodian sus espaldas y se exhiben sonriendo, sabiéndose seguras desde su parapeto elevado. Pintado hacia 1812, quizás el pintor quería contar cómo la gente intentaba continuar con su vida a pesar de estar en plena Guerra de la Independencia.
Vida que ahora parece ir a cámara lenta. Como en el cuadro de Chardin, donde todo queda en pausa. Un joven sale a la ventana para soplar, absorto, una pompa de jabón, mientras otro chico no le quita ojo. El hermano mayor entreteniendo al pequeño, quien mira fascinado la frágil burbuja a punto de salir volando, y que inevitablemente estallará. No es de extrañar que los pintores holandeses del siglo XVII introdujeran las pompas en sus bodegones como alegoría del inexorable del paso del tiempo.
Para ayudarnos a pasar ese tiempo, ahora que no podemos salir, el arte inventó hace muchos siglos un encuadre inmejorable para ver la vida desde casa. Una ventana que hace de puente entre nuestro espacio de observadores y lo observado. Que nos ofrece un modo de escaparnos a conocer otros mundos.