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Como cada año, la Semana Santa se vive en numerosas localidades según las tradiciones más populares, esto es, a golpe de procesión. La imagen de las diferentes cofradías o hermandades religiosas acompañando a los diferentes pasos de Cristo o la Virgen no deja de ser un paisaje habitual que inmediatamente asociamos a las fechas en las que, según el calendario cristiano, se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
Pero existen ciertas poblaciones que, además de las dichas y consabidas procesiones, se lanzan a la calle para representar, con actores de carne y hueso, habitualmente vecinos del mismo pueblo, los diferentes pasos que componen el Vía Crucis, esto es, desde el momento de la aprehensión de Jesucristo hasta el de su crucifixión y sepultura. Y la localidad vizcaína de Balmaseda alardea, por méritos propios, de tener una de las Pasiones vivientes más espectaculares y tradicionales de la geografía ibérica.
La localidad de Balmaseda, situada en la comarca de Las Encartaciones, es la primera villa, por fundación, de todo el territorio vizcaíno, datada desde 1199. Su favorable situación entre las rutas comerciales de Castilla y Vizcaya y la existencia de una antigua calzada romana hicieron de ella una estupenda plaza comercial y región aduanera. Sus casi 8.000 habitantes llevan a gala el pasado medieval de la villa, su patrimonio histórico y cultural con su emblemático Puente Viejo a la cabeza, su concurso internacional de putxeras, uno de los hitos gastronómicos de la zona, o su Pasión Viviente de Semana Santa.
"La representación del Vía Crucis viviente es el sentimiento de todo un pueblo". Quien así se expresa es José Ángel Zarra, miembro de la Asociación Vía Crucis de Balmaseda y que lleva más de 40 años dirigiendo la representación. "La Asociación, sucesora de la vieja cofradía de la Vera Cruz, se encarga de seleccionar a los intérpretes, dirigir los ensayos y representaciones, mantener el vestuario y los escenarios que se utilizan. Y para ello cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de la villa, además de otras instituciones". Pero más allá del nivel alcanzado por la representación, tras muchos años realizándola, "el punto cualitativo y diferenciador es la implicación de la gente, en pocos sitios se produce de manera tan arraigada con el sentimiento de ser de la villa".
Y es que las cifras lo dicen todo. Son casi 700 personas involucradas de una u otra manera en la representación, incluyendo a 350 personajes directos, siete meses de ensayos que han de conciliarse con el día a día de cada uno de los participantes, ninguno actor profesional, y más de 50.000 espectadores congregados cada año, tanto en los actos libres como en los de pago.
Sus orígenes se remontan al siglo XVI y a una procesión penitencial que se realizaba en agradecimiento a San Roque por liberar a la Villa de la plaga de la peste, aunque documentados datan del siglo XVIII. A lo largo del tiempo han ido añadiéndose pasos y escenas, hasta que en los años 80 se amplió al Jueves Santo, representándose por primera vez la última cena.
"Obviamente, el tema de los ensayos es un capítulo muy importante, porque hay mucho trabajo", apunta Zarra. "Se prepara lo del Jueves Santo, es decir, la última cena, el concilio de sacerdotes, la oración del huerto, el prendimiento de Jesús y el último juicio, en que es condenado a muerte". Todo ello se representa "en tiempo real, sin trampa ni cartón, ¡el que se equivoca, se equivoca!, desde las 21:30 horas del jueves, en escenarios naturales como la portada de la Iglesia Parroquial en la plaza de San Severino y los soportales del Ayuntamiento.
"Posteriormente", continúa Zarra, "el Viernes Santo, desde las 9:30 de la mañana, se inicia con el juicio ante Pilatos, la flagelación y ahorcamiento de Judas, y el recorrido del resto de estaciones hasta la novena, que es la tercera caída. Atravesado el Puente Viejo y transcurridos el resto de pasos, se llega al escenario en el que está preparado todo para la crucifixión y muerte de Jesús, junto a los dos ladrones que le acompañaban, para terminar con el descenso de la cruz y traslado al sepulcro". Todo ello, en un imponente escenario de 50 metros de ancho y 15 de alto.
Durante los pasos por las calles de la Villa se suceden escenas como la captura del Cirineo que ayuda a Jesús con la cruz, el encuentro con la Verónica, y cómo no, con María Magdalena y la virgen María. Todos ellos, papeles interpretados por gente del pueblo, elegida cada año de entre un censo que pudiera contener a todos los habitantes de la Villa que cumplen los requisitos de edad e imagen, ya que los chavales, desde que tienen uso de razón, sueñan con participar en la Pasión Viviente.
"Al principio te choca, no eres actor, y tampoco se intenta que lo seas. Pero realmente casi no eres consciente del hecho de presentarte para el papel, es una tradición del pueblo". Quien así habla es Íñigo, cocinero de profesión y el actor que dará vida a Jesucristo en la pasión de este año. "Yo no realizo ninguna preparación especial, aunque hago mucho deporte, eso sí. Físicamente, interpretar la Pasión es muy exigente, sufres. Nunca he salido, pero lo he comentado con los Cristos de otros años. Y también influye la climatología y la semana en que cae, este año en marzo. Nos hemos tirado meses lloviendo, así que esperemos que haya llovido todo lo que tenía que llover, porque si no… será peor", comenta entre sonrisas. Y es que no debemos olvidar que la cruz que llevará a cuestas por las medievales calles de Balmaseda pesa sus buenos 70 kilos.
Por otra parte, acudir a alguno de los ensayos que se realizan en local cerrado, principalmente los relativos a la última cena y el consejo sacerdotal, da una idea de la complejidad de unos diálogos que no son pocos y más para actores no profesionales, a pesar de que la mayoría conozcamos la historia desde nuestra tierna infancia.
La identificación con los personajes, principalmente con el de Jesús, "es bastante clara", apunta Zarra, "porque comienza desde la transformación física que existe desde el inicio. Uno no puede evitar trasladarse al personaje, pensar cómo podía ser y enfrentarse a ello". Íñigo reconoce que "la fe no juega realmente un papel importante en dicha identificación, es más el sentimiento de pertenencia al pueblo", aunque Zarra tercia que "existe una complicidad con el personaje que vas a interpretar, porque tienes cantidad de secuencias, de historias, y dentro de esas vivencias que vas a tener, se va a integrar todo. Al final, quien interpreta a Jesús es una persona con cierta sensibilidad, y esta se impone".
"Es cierto", reconoce Íñigo, "es un año intensísimo en el que vas mentalizándote, preparándote, y al final te metes en el personaje. Parece fácil, pero es complicado". Y finalmente, Zarra zanja la cuestión entre risas: "Íñigo es muy espontáneo, pero tiene capacidad suficiente. Y esa sensibilidad que yo te digo, la tiene. Él a veces intenta prescindir de ella, pero la tiene".
Con tamaña identificación popular, el futuro de la Pasión Viviente parece estar más que garantizado. "Está también la representación paralela de los niños", añade Íñigo, "desde pequeños la ilusión por ser algún día Jesucristo o la Magdalena es muchísima. Esto es como la cantera de Lezama, algunos se quedan por el camino, pero desde muy pequeño aspiras a ser, al menos, romano". A lo que Zarra apunta: "Lógicamente, vamos introduciendo gente joven, gente nueva, porque es el futuro. Pero dentro de todo esto que realizamos hay que tener en cuenta que hay capítulos de grupos que tienen que tener una cierta edad y unas características concretas. La imagen es fundamental, por ejemplo, en el sínodo de sacerdotes. Y son 18. Por eso participa gente de ¡hasta 85 años!".
Así que con buena parte del pueblo ya en capilla, nunca mejor dicho, unos preparándose para participar como espectadores un año más y otros como actores, ya sea en los papeles principales, como romanos o como pueblo judío, el visitante empieza a intuir la atmósfera y los cambios, siquiera levemente físicos, entre los vecinos. "No te creas. ¡Balmaseda siempre ha sido un pueblo de barbudos!".