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Son las 20:30h de una otoñal noche de octubre en El Retiro. La luna menguante ilumina aún con fuerza un cielo gris que amenaza con tormenta. Todo invita al misterio en estas fechas cercanas al día de Todos los Santos. Desde la Puerta de la Reina Mercedes, frente a la calle Ibiza, el parque comienza a vaciarse poco a poco, al tiempo que la oscuridad y el silencio van llenando todos sus rincones. Allí está Álvaro Martín, el guía de Rutas Misteriosas que desvelará esta noche a un grupo de valientes la cara más tenebrosa de este jardín real creado por Felipe IV en el siglo XVII.
"Mucha gente conoce El Retiro de día, pero muy poca de noche", comienza a narrar Álvaro ante la atenta mirada de su grupo, hoy formado por muchos madrileños, pero también por sevillanos, brasileños y venezolanos. Ninguno antes había estado en el parque a estas horas tardías. Caminan hacia la Casa de Fieras, pero antes el guía se detiene frente a un rostro de nariz achatada y ojos rasgados, una máscara que sobresale bajo un monumento ya perdido y cuya apariencia recuerda a un duende o a un diablo.
"Aunque El Retiro no nació como parque esotérico, lo cierto es que tiene muchas alusiones a la mitología e incluso a la masonería: sirenas, tritones, dragones, figuras de Hércules domando un león, grifos –criaturas mitad águila, mitad León–", cuenta el guía, que además de ser escritor –firma el libro Enigmas y Misterios de Madrid–, es locutor de radio en Onda Madrid en el programa Ecos de lo Remoto.
Ya en la Casa de Fieras, entre la Biblioteca Pública Eugenia Trías –antigua leonera– y el foso de los monos, Álvaro cuenta la historia de este primer zoo madrileño abierto en 1774 por Carlos III y clausurado en 1972. Casi 200 años en los que aquí convivieron leones, monos, tigres, jirafas, elefantes, aves exóticas y osos traídos de los territorios colonizados. Lo más macabro de este lugar es pensar en cómo estaban aquí los animales y qué se hacía con ellos.
"En general no vivían en buenas condiciones", explica el madrileño. El animal que peor suerte tuvo fue un oso polar al que encerraron en una celda de pequeñas dimensiones por herir a uno de los trabajadores de un zarpazo. Un cubículo que hoy se conserva bajo la figura de un gran duende y por el que el grupo se asoma curioso al interior apuntando con la luz de sus móviles. Álvaro completa las explicaciones con un par de leyendas, como la que dice que, durante la Guerra Civil, muchos prisioneros murieron de hambre atrapados en el foso; o como la que habla de esas luchas salvajes entre hombres y fieras que divertían a la aristocracia.
Con sus orejas puntiagudas y su graciosa cara tocando la flauta, el duende que esculpió José Noja en 1985 mira divertido a los visitantes desde lo alto de la vieja osera. Él es el protagonista de otra de las historias más enigmáticas de El Retiro. "¿A qué se parece al Elfo Dobby de Harry Potter?", pregunta Álvaro en voz alta, mientras aclara que la estatura real de un duende no es la de la figura, sino más pequeño, como hasta la rodilla de una persona promedio.
"Los duendes son espíritus de la naturaleza conocidos con diferentes nombres según la cultura: en los países nórdicos son elfos, en Asturias son trasgos y en México son aluxes. Traviesos e inquietos, los duendes suelen protagonizar lo que llamamos el fenómeno poltergeist: desaparición de objetos, puertas que se cierran sin razón, etc.", expone.
La leyenda del duende de El Retiro viene de la época de Felipe V, cuando el parque, aún siendo privado, era visitado por nobles y amigos de la corte de los Borbones, entre los que surgían historias de amor. Cuentan que "su presencia hacía que, de repente y de forma inexplicable, la vegetación creciera exuberante y brotaran flores aunque no fuera primavera. Verle era un buen augurio, porque los amantes se aseguraban así una relación larga y próspera". Traviesos, inquietos y más esquivos desde la apertura al público del parque, el guía asegura haber hablado con gente que ha sentido las pisadas y la presencia de estas pequeñas criaturas en diferentes rincones del parque.
El Retiro es un gran jardín botánico, también de árboles sagrados. Uno de ellos es el tejo, situado frente al Palacio de Velázquez. Una grandísima conífera de más de 1.200 años que, con su forma engarbada y en penumbra, parece tomar la forma de una criatura terrorífica similar a ese monstruo cinematográfico creado por Juan Antonio Bayona. "No lo toquéis, es muy venenoso", advierte el guía. "Estamos ante el árbol de la brujería: para los druidas es el portal entre el mundo de los vivos y de los muertos y es costumbre en Halloween reunirse alrededor de él para convocar a los espíritus", comenta.
Insiste en que el tejo es un árbol peligroso. "Hay casos de niños pequeños que han jugado con sus hojas o comido sus bayas y han muerto intoxicados". Pero también es un árbol que cura: su química se está investigando en tratamientos contra el cáncer. "Los druidas hacían pócimas con el tejo para favorecer sus dotes adivinatorias. Sus hojas secas se lanzaban al suelo para hacer mandalas y leer el futuro. Y con su madera se fabricaban bastones mágicos", detalla Álvaro, que asegura sentir una energía especial cada vez que visita este lugar encantado.
Otro de los árboles sagrados del parque es el palosanto. Álvaro saca de su bolsillo un pequeño trozo de madera y lo enciende. Un humo blanco se extiende por el aire y su intenso olor impregna a todo el grupo. "Os acabo de hacer una limpieza espiritual gratis", bromea este madrileño, que ya desde pequeño disfrutaba con las historias de Jiménez del Oso o los relatos cortos de Pesadillas. El mayor uso de esta madera se lo daban los curanderos y chamanes para purificar ambientes y ahuyentar las energías negativas.
Ya son más de las 21:30h y el Palacio de Cristal ofrece una estampa fantasmal bajo la luz de la luna reflejada en su estanque. Ya no hay gente, y solo se escucha el sonido de algún pájaro escondido entre la maleza. Durante la época del colonialismo, aquí pasaron cosas que muy poca gente conoce y que no suelen aparecer en las guías turísticas.
En 1887, 40 indígenas filipinos traídos por la corona para una exposición establecieron sus casas en torno al estanque. Entonces, Filipinas era colonia española. Según Álvaro, "tenían su propio embarcadero, junto a las escaleras, donde daban paseos en barca a los visitantes, bailaban con sus lanzas e incluso cazaban caimanes metiéndose en el agua". Todo estaba muy teatralizado para el público.
"Ellos eran el epicentro del zoo humano que se exhibía en la Casa de Fieras junto a grupos de personas de rasgos exóticos, pigmeos y etnias africanas", explica este madrileño de 31 años. "No era algo típico de Madrid. Todas las grandes ciudades de Europa tenían su propio zoo humano. Y decían que aquí no vivían tan mal". Como anécdota, el escritor cuenta que la reina Isabel II recibió a los nativos en taparrabos en el Palacio Real.
Después de recorrer varios tramos de bosque a semioscuras sin un alma, –cosa que no se recomienda sin guía–, el paseo Fernán Núñez nos devuelve a la vida. A pesar de las horas, aún hay gente corriendo, patinando o paseando a su mascota. Cerca se encuentra la fuente del famoso Ángel Caído y una de las pocas puertas –junto a la del Florida Park– que permanece abierta después de las 22:00h.
La oscuridad de la noche no permite ver bien los detalles del semblante de esta estatua creada en 1877 por el madrileño Ricardo Bellver. Álvaro saca su tablet y muestra una fotografía: "Estamos ante el ángel favorito de Dios, el más querido, guapo e inteligente. Pero también el más rebelde. Su rostro refleja decepción, tristeza y miedo porque acaba de ser expulsado de los cielos", explica el guía, a quien le encanta ver las caras de asombro de quienes le rodean. Otro detalle es que el ángel mira hacia el este. "Simbólicamente tenemos aquí a Lucifer preso por una serpiente, mirando todos los días la salida del sol y manteniendo a raya a las huestes infernales que hay en su pedestal".
Más datos que ponen los pelos de punta: el Ángel Caído se encuentra exactamente a 666 metros sobre el nivel del mar, el número de la bestia. Hay quienes piensan que es una puerta al más allá y que se relaciona incluso con el antiguo cementerio que hubo en El Retiro en esta misma zona. Álvaro asegura haber hablado con gente que ha visto a seguidores de Lucifer rendir culto a la estatua, e incluso haber encontrado restos animales –como lenguas de vaca con alfileres clavados– de algún ritual de santería.
El guía está en su salsa y se lanza a romper el mito que dice que esta estatua de bronce es el único ángel caído del mundo. "No es cierto. En la piazza Statutto de Turín encontramos uno y en la calle Milaneses de Madrid, junto a la calle Mayor, hay otro arcángel estrellado". Una copia exacta de la estatua se expone en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para quienes quieran verle de tú a tú.
El grupo vuelve a perderse entre los árboles, guiados por la luz tenue de algunas farolas y la linterna del guía apuntando el camino. Ya se oye la civilización, el ajetreo madrileño de estas horas de la noche llega hasta el Bosque del Recuerdo donde nos detenemos. Conocido también como el bosque de la Memoria o de los Ausentes, esta colina artificial de cipreses y olivos dispuestos en forma de espiral homenajea a las 193 víctimas de los atentados de Atocha de aquel fatídico 11 de marzo de 2004. "El ciprés es un árbol sagrado en el cristianismo cuya forma alargada representa el camino natural de las almas que quieren alcanzar el cielo", cuenta Álvaro, mientras ojea entre la vegetación en busca del gato guardián de este lugar de respeto. Hoy no se deja ver.
"Dicen los expertos en energía que esta colina tiene un vórtice telúrico", continúa el madrileño, que llega a comparar este lugar con el Aokigahara, el Bosque de los Suicidas situado en las faldas del Monte Fuji, en Japón. "Lo era a pequeña escala, claro: la tradición oral madrileña dice que antiguamente esta zona era una explanada de árboles donde solían venir los madrileños a quitarse la vida, sobre todo cuando el parque abría las 24 horas", puntualiza.
La última parada de la ruta misteriosa se hace fuera del parque, frente a la fachada del Palacio del Buen Retiro. Salimos por la Puerta de Felipe IV y cruzamos la calle de Alfonso XII para volver a hacer corrillo en torno a Álvaro, quien contextualiza la importancia de este edificio utilizado por Felipe IV para recibir a los altos mandatarios cuando se recluía en su queridísimo Retiro. Destaca su Salón de Reinos, decorado entonces con una gran alfombra roja, tapices ricamente bordados y cuadros que reproducían las hazañas bélicas más importantes de la época, como la Rendición de Breda de Velázquez, hoy expuesta en el Museo del Prado.
El Palacio acogió hasta 2009 el Museo del Ejército, época de la que se nutren las más fantasmagóricas historias del lugar. "En el museo había armas de guerra que han matado personas, trajes de fallecidos y objetos impregnados con una energía muy negativa de la muerte", comenta el guía, que durante meses recopiló los relatos de militares y trabajadores testigos de varias apariciones de entes de distintas épocas, un trabajo que después presentó en el programa Cuarto Milenio junto a Iker Jiménez.
Álvaro destaca uno de esos testimonios que cayeron en sus manos, aquel de "un guardia de seguridad que aseguró haber visto a un espectro vestido de época, con su peluca blanca típica del siglo XVIII. Se cree que fue el conde de Gazola, un artillero a las órdenes de Carlos III cuya lápida y cuadro estaban colocados en este lugar", cuenta el guía como ejemplo. Pero hay muchos más, incluso perros fantasmas paseando por las salas que pudieron pertenecer a la nobleza.
Hoy, el Salón de los Reinos busca recuperar su esplendor en un proyecto de restauración de la mano de Norman Foster. Álvaro se emociona solo de pensar en su apertura. Mientras el grupo se disuelve, dos estatuas inmóviles observan tras la verja mientras un gato negro sube las escaleras con sus ojos brillantes. Hay quien se gira y levanta la vista hacia las ventanas, en busca de alguna luminiscencia o figura que intuya que allí dentro hay algún tipo de presencia del más allá.
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