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Es primera hora de la mañana en la iglesia de San Pedro de Frómista y el sol de febrero baña la fachada principal, orientada al este. Dentro, en el Museo Sacro de esta villa que marca uno de los hitos del Camino de Santiago, el frío del interior se atonta ante estas tablas del siglo XVI. Aturde de tal manera la delicadeza de las pinturas que ha cambiado el arranque de este texto. Deberíamos comenzar hablando del románico de San Martín de Frómista, la iglesia más famosa de este pueblo y citada hasta la saciedad en el románico de la península, pero las tablas de museo sacro deslumbran. Quizá también por inesperadas.
La sensación de descubrimiento se acentúa ante la ausencia notable del trozo de las tablas robadas, ese que nunca ha sido recuperado, puede que el más icónico para los mitómanos de las rarezas religiosas: la pintura donde aparece el entierro de la Virgen.
Se entiende esa caza de las piezas extrañas. Jesús Robles, el hombre de Turismo de Frómista, cofrade de San Telmo -el que nos alarga la lupa para ampliar a la Magdalena y a María-, un amante de Frómista desde que nació, recuerda la contradicción que da originalidad a ese trozo desaparecido : “Imaginad, la virgen es inmortal. Una pintura de entierro de la Virgen es increíble, además de que era preciosa por lo que parece y recuerdan todos aquí”.
San Pedro es la iglesia de diario del pueblo. En el Museo Sacro y afuera, ante el Belén -“No se quita hasta las Candelas, en febrero. Además, este año ha ganado el primer premio”, puntualiza Jesús-, se desenvuelve la cotidianidad católica de la villa: Navidad, fiestas, bautizos, funerales. Aquí no entran el mogollón de peregrinos que atraviesan San Martín de Tours, la visita obligada durante el Camino o a la hora de hacer turismo.
Y es que las tablas que robó el famoso ladrón de arte de Santa María del Castillo en 1980 y fueron recuperadas un año después, merecen por sí solas las visitas a esta villa palentina. Santa María es ahora el lugar de acogida de otro magnífico espectáculo, Vestigia. Leyenda del Camino, la pasión por su dedicación de nuestro guía esta mañana. Jesús Robles compensa con Vestigia la tristeza que siente cada vez que relata la ausencia del entierro de la Virgen en este museo.
En este San Pedro gótico del siglo XV, que se levantó durante siglos, se encuentran otras señas de identidad de esta famosa parada de la peregrinación a Santiago de Compostela: una hornacina con la reliquia de San Telmo, el hueso de uno de sus dedos; una imagen de la virgen con el niño, contemporáneo del retablo.
Pero lo más popular son los elementos del milagro. La patena que lo protagoniza, donde se quedó pegada la hostia que el cristiano viejo, Pedro Fernández de Teresa, iba a recibir, pero no había manera. El hecho de que Jovellanos, el ilustrado por excelencia, creyera ver algún resto en la patena, avaló el milagro para muchos.
Y echad un vistazo al retablo. Acoge un descendimiento barroco, pero con el Cristo no crucificado aún. Con una última mirada al conjunto de las 29 pinturas y a la fotografía de diario que ilustra la ausencia de la virgen en su ataúd -no se ha recuperado “y después de tantos años, será complicado”, reconoce Robles-, salimos hacia San Martín de Torus, a cinco minutos.
Una de las veces que Edith Wharton pasó por aquí, escribió: “Frómista. Iglesia muy hermosa del siglo XII. Puro románico pero demasiado restaurado, tanto dentro como fuera -como Germigny-”. La Pulitzer norteamericana y candidata al Nobel de Literatura que no ganó, pero criticó e ironizó sobre la rigidez de la sociedad neoyorquina a la que pertenecía- basta ver hoy The Golden Age para reconocer su influencia-, recorrió España unas cuantas veces. La última allá por 1925 con su amante, Walter Berry.
Entraban por Jaca -lugar que fascinaba a Wharton- y pasaba por San Juan de la Peña, otro monasterio cluniacense al que se ha criticado por estar demasiado restaurado. Al llegar aquí un 10 de septiembre, la norteamericana hizo ese apunte, al parecer dedicado a un libro de sus viajes por este país. Proyecto que nunca terminó.
Es verdad, San Martín resulta demasiado restaurada si antes has visitado románico por el norte de Castilla y sur de Cantabria. Al arquitecto Aníbal Álvarez se le ha criticado hasta la saciedad por desmontar, hace ya casi siglo y medio, casi todo el edificio y luego volverlo a levantar eliminando los añadidos que se habían hecho a la iglesia durante ocho siglos, desde que en 1066 doña Mayor de Castilla -la viuda de Sancho III de Navarra- dejó en su testamento la orden de levantarla.
Pero, ¿a quién le importa si está demasiado restaurada tras una peregrinación de días o un madrugón de nota solo para contemplar sus paredes altas, sus torres, su estructura, sus canecillos y capiteles? ¡Es tan bonita, tan especial y ha perdurado tanto! Los tres ábsides de la cabecera -todo el conjunto arquitectónico en realidad- quitan el hipo a cualquiera.
Sus curvas, sus tamaños, sus taqueados de Jaca -esos cordones de cuadrados tan jaqués y marca de época-, la decoración de los 309 canecillos y de los capiteles, la figuras repetitivas -desde la decoración vegetal hasta los monos lascivos-, los leones que domina Sansón, el jorobado que buscas con ahínco porque lo pone la guía o lo señala Jesús Robles, el sol que avanza sobre la imponente iglesia. Todo es estimulante.
Y, encima, la hermosura del exterior no decae en el interior. Para nada. Pero esa aseveración de que está demasiado restaurada le importa a Jesús Robles y también a Carlos Arroyo Puertas, el autor de la guía San Martín de Frómista, que esta mañana está en su puesto, en la portería de San Martín, esperando a las visitas. Cuenta en su guía que la iglesia se estaba levantando en 1066, cuando doña Mayor, la fundadora de San Martín, lo cede en su testamento.
“La de 1896 a 1904 es la única restauración que ha tenido la iglesia. ¿Qué se entiende por demasiado restaurada? Era lo que se podía hacer entonces. Esta iglesia escapó a la desamortización de Mendizábal y ha sobrevivido a la guerra”, recuerda Robles mientras Carlos le escucha.
En su texto, Arroyo menciona al profesor Miguel Ángel García Guinea, que estima entre quince y veinte años el tiempo en que se tardó en construir está iglesia del románico dinástico y tiene una estructura semejante a la catedral de Jaca, con similitudes también con Isidoro de León.
Todo es Camino de Santiago, la vía láctea de la Edad Media en este planeta, el internet de aquellos siglos por donde viajaban artistas, arquitectos, canteros, reyes, peregrinos, ricos y pobres. Como tantas otras rutas del Camino, San Martín de Tours le debe a la reina Doña Mayor su nacimiento, y a su bisnieta, otra reina, la famosa doña Urraca, que en 1118 donó la iglesia y todos sus bienes, “incluido el Barrio de San Martín, al monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes”, recoge Carlos Arroyo.
Ya dentro se imponen los 50 capiteles, pero hay que escoger. Lo cuenta Robles. El de la fábula y el cuervo; el del matrimonio; el de Adán y Eva con la manzana, y el de Adan y Eva expulsados del Paraíso. Aníbal Álvarez -a quien está dedicada la calle principal de Frómista- restauraría demasiado, pero hay momentos en que incluso se perdona porque es más fácil la interpretación para el profano.
Ahí está la adoración de los Reyes Magos. Hay otro capitel que puede ser un presunto matrimonio o el milagro de San Martín quitándose la capa y dándosela a un pobre. “Es uno de los misterios del arte medieval que van quedando por ahí. También dicen que puede representar un pasaje histórico de dos nobles sublevados contra doña Urraca, la bisnieta de Doña Mayor”, relata Jesús.
Es lógico que cuando el Camino está en su apogeo, en pleno verano, San Martín esté hasta arriba. “Pero no os creáis. No son tantos los que entran, yo diría que la mayoría se quedan en la puerta, sin pasar a admirar todo esto”, comenta este cofrade de San Telmo que nos hace de guía.
Solo que, a su lado, Carlos, el que pasa una buena parte de su jornada bajo estos ábsides, le rebate. “Todo lo contrario, yo diría que son minoría los que se paran ahí afuera -y apunta a la puerta principal, que nos hace penumbra- y no entran. Tanto peregrinos como visitas traspasan hasta aquí adentro y se asombran”.
Es evidente que todo el entusiasmo que Jesús siente por Vestigia y Santa María del Castillo, Carlos Arroyo lo practica en San Martín de Frómista. Es un detalle, un placer, observar por unos momentos a estos dos hombres defender el patrimonio de su pueblo, ya sea de uno u otro templo.
Aquí siempre es un valor seguro llegar, pasear, esperar a la luz del amanecer o de la puesta de sol. La iglesia es San Pedro y ofrece un día a la semana, los miércoles, una misa del peregrino. Aunque hay misa todos los días. Pero San Martín de Frómista está abierta todos los días del año, menos el 25 de diciembre.
Frómista no acaba en las piedras de sus iglesias. Ni mucho menos. Basta con llegar a la oficina de turismo para recoger todos los mapas necesarios de la ruta del Camino, la del Cluny o la información de su patrimonio, para toparse con el Canal de Castilla.
Esa gran obra de ingeniería que el Marqués de la Ensenada quiso reanimar en el siglo XVIII. Solo llegaron a ser 200 kilómetros de aquel sueño que pretendía unir por barco las miles de hectáreas de campos de cereales de Castilla con los puertos del mar Cantábrico.
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