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El casco histórico de Málaga es una caja de sorpresas. Algunas son muy conocidas, otras pasan desapercibidas. El entorno de la Catedral es perfecto para conocer algunas de ellas: viejas farolas, muros de un convento abandonado, puertas de madera de otra época, buganvillas que trepan al infinito, azulejos que pintan fachadas. Muchas de ellas se encuentran al mirar hacia el cielo.
Es también el momento para recordar que a la catedral le sigue faltando una torre, de ahí que popularmente se le conozca como la manquita. A su lado, merece la pena adentrarse en el coqueto Patio de Los Naranjos, con una pequeña fuente cuyo rumor resuena hoy como no lo hacía antes rodeada de turistas. A la sombra de cipreses, ficus, palmeras y naranjos, la vida pasa de otra manera, como para las coloridas carpas de los canales del jardín que se mueven junto a las blancas flores de las calas.
A dos pasos, la calle Pedro de Toledo se desvía del itinerario más popular –que llega unos metros más allá al Museo de Málaga, en el renovado Palacio de la Aduana– para adentrarse en lo que fue la antigua judería. La callejuela Marquesa de Moya, sede de Kaleja, se abre de nuevo en un jardín que da al Museo Picasso y el Teatro Romano en una vista panorámica que remata la Alcazaba. Muretes y bancos dan la opción, bajo las ramas de enormes ficus o a pleno sol, de realizar una parada. Es el momento de observar, no hay prisa.
Las calles Zegrí y Santiago se adentran de nuevo en la vieja judería para desembocar en la calle Granada entre modernos grafitis. A la izquierda, la iglesia de Santiago, donde fue bautizado Pablo Picasso. A la derecha, la Plaza de la Merced. Una nueva plaza que se abre con bonitas jacarandas que llenan de luz violeta el corazón de la ciudad. En el centro, el obelisco en honor a Torrijos levantado tras su fusilamiento en la plaza de San Andrés. Un momento recreó el pintor Antonio Gisbert en la obra Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, que se puede ver en el Museo del Prado.
En el siglo XIX, el centro de Málaga tenía poco que ver con el de ahora. Por aquel entonces la ciudad carecía de buen alcantarillado y la madeja de calles que componían el casco histórico acumulaban malos olores. Así que las autoridades decidieron abrir una gran brecha para generar espacio abierto. Es la actual calle Larios y su arquitecto, Fernando Guerrero Strachan, dibujó los edificios principales con esquinas redondeadas. Su razón va más allá de la estética: así las brisas marinas podían entrar por el laberinto de calles para limpiar su aire. Que falta hacía.
Hoy Larios es el epicentro comercial de la ciudad. Y, salvo durante alguna madrugada, es prácticamente imposible verla vacía desde que fue remodelada para ser peatonal en el año 2002. Por eso ahora, cuando las tiendas van a medio gas, merece la pena dar un paseo por ella con calma y conocer los múltiples detalles que, como esas curvas de las fachadas, esperan ser observadas.
Apenas una decena de bancos permiten una parada en la calle Larios. Hay uno muy especial en calle Moreno Monroy sujetado por un conejo y una rata, como las que hacen equilibrismos sobre un cable si se levanta la cabeza. Sin embargo, más allá, el centro de Málaga está hecho para consumir en tiendas y los descansos para hacer lo propio en las terrazas de bares y restaurantes.
Todavía con pocas de ellas sobre la acera, perderse por la Plaza de los Mártires o calles como Andrés Pérez y Pozos Dulces es un regalo. Y una forma de encontrar restos de la vieja muralla de la ciudad, pequeñas iglesias de ladrillo rojo o jardines verticales escondidos en plazoletas olvidadas. Es el momento de recordar el urbanismo árabe de la ciudad y dejarse llevar.
Casi 400 especies de árboles y plantas dan vida al Parque de Málaga. El espacio sirve habitualmente de enlace entre la zona este de la ciudad y el centro, pero ahora, sin prisas, es buena idea adentrarse entre su boscaje. La vegetación se espesa para crear una sombra que reduce la temperatura hasta en diez grados, un placer cuando el sol del sur aprieta. Entre los 10.000 metros cuadrados de parque, hay especies de muchos rincones del planeta, fruto del gran intercambio comercial que el puerto –apenas a unos metros– ha vivido a lo largo de su historia.
La zona norte, además, sirve para descubrir el edificio del Ayuntamiento de Málaga, el del Banco de España y el rectorado de la Universidad de Málaga. Es éste un precioso edificio neomudéjar que antes fue sede de Correos y que, en su interior, alberga restos de una antigua muralla fenicia y una factoría romana de garum.
A un paso, la zona abierta al público del recinto portuario es, de hecho, parte de un paseo por la ciudad más actual. Primero bajo el Palmeral de las Sorpresas y más tarde por Muelle Uno. Luego toca saludar a La Farola –con 200 años recién cumplidos y el único faro con nombre femenino de España junto a la Farola del Mar de Tenerife– cuyo blanco toma tintes anaranjados con cada atardecer. La caminata se puede alargar hacia el Dique de Levante. Gaviotas y cormoranes son allí protagonistas ahora que no hay grandes cruceros, pero en el horizonte a veces se ven bonitas manadas de delfines navegando la bahía de Málaga.
En el centro urbano malagueño también es fácil evitar el asfalto. Hay dos paseos que permiten olvidar un poco la ciudad para pasear entre bosques de pinos por los que corretean las ardillas. El primero es el Monte de Gibralfaro, donde se encuentra el castillo del mismo nombre, fortaleza del siglo XIV. A su alrededor, la calle Mundo Nuevo se contornea bajo el pinar ofreciendo, además, pequeños senderos y preciosos miradores a la ciudad.
El segundo es el Monte Calvario, alrededor de la ermita homónima, donde existe un sendero que, desde la calle Amargura, ofrece también una bonita caminata alejada de cementos y edificios. Ahí, además, se encuentra uno de los lugares secretos más curiosos de la ciudad: un bosque de esculturas llenas de magia. Son la obra del escultor local Juan Ledesma, que vive en la zona y ha encontrado en los viejos tocones de árboles una materia prima que moldea con infinita paciencia.
El mar es uno de los grandes valores de Málaga. El aroma salino que se respira en una caminata junto a al Mediterráneo es sanador. La zona este de Málaga ofrece hasta seis kilómetros de paseo marítimo desde el barrio de La Malagueta hasta El Palo. Por el camino, retazos de una ciudad que se expandía en el siglo XIX en base a una rica burguesía que erigía sus casas con elementos neomudéjares, tejados de cerámica o el modernismo del 'Gran Hotel Miramar'.
"Queridísimo Don Manuel: ¿Cuándo nos avisa de su llegada? Dios quiera que sea pronto, pues aquí estamos encantados pensando en que ustedes van a venir. ¡Animarse señores!", así invitaba Federico García Lorca a Manuel de Falla a visitar Málaga desde el hotel 'Hernán Cortés', hoy sede de la subdelegación del Gobierno. Es otro de los edificios que se abre al mar y que podemos conocer caminando por un paseo marítimo lleno de historia.
El recorrido pasea a ratos sobre las antiguas vías del tranvía hoy desaparecido. Va dejando atrás el Parque del Morlaco, el antiguo balneario de Los Baños del Carmen –donde antiguamente hombres y mujeres se bañaban por separado– entre altos eucaliptos o los astilleros Nereo, una de las joyas del Plan Nacional de Patrimonio Industrial donde aún se siguen construyendo embarcaciones como las jábegas.
Toca después recorrer Pedregalejo para finalmente cruzar el arroyo Jaboneros y entrar en El Palo. Barrio tradicional de pescadores, se abre al turismo para ofrecer incluso un paseo por el mar a bordo de una tabla de paddle surf. La Playa de El Dedo, donde algún día volverán los gritos con el clásico y yo cobrooooo entre las mesas de El Tintero, es el punto final a la excursión junto al mar.
No hace falta salir de Málaga para observar el elegante caminar de un flamenco rosado, el sorprendente azul del pico de la malvasía cabeciblanca o la agilidad del chorlitejo patinegro para cazar insectos. Basta con caminar por la desembocadura del río Guadalhorce, que separa la capital de Torremolinos. Es un paraje natural formado por lagunas que tienen su origen en la extracción de áridos. Las excavaciones se llenaron, con el tiempo, con agua procedente del Mediterráneo y del propio caudal del río.
Esa mezcla dulce y salada que ha dado vida a un rincón donde se han observado cerca de especies de aves, según SEO Birdlife. En su más de un centenar de hectáreas de superficie hay una pequeña red de caminos y senderos en los que se intercalan miradores para sentarse y, en silencio, observar de cerca a la naturaleza. Nunca fue tan fácil recuperar el placer por el paseo.
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