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Sea por la singularidad arquitectónica de los barrios, por lo acogedor de sus gentes y sus calles, engalanadas como pocas, o por el magnetismo del mar, la Semana Santa Marinera ejerce una atracción que trasciende lo místico. Las peculiares procesiones, con actos únicos y tallas religiosas de gran calidad, cuidadas al detalle; las representaciones de escenas bíblicas y la gastronomía del barrio atrapan a vecinos y visitantes, que peregrinan hacia este lado del Mediterráneo. Religioso o no, la fiesta no discrimina para su disfrute.
Los barrios del Cabanyal, Canyamelar y El Grao, conocidos como Poblats Marítims (Poblados Marítimos), hoy barrios de moda, eran pequeñas poblaciones independientes de la ciudad hasta finales del siglo XIX. En su idiosincrasia, hogar de pescadores, espacio humilde como pocos, sus habitantes desarrollaron tradiciones propias que hoy son un tesoro cultural.
Los orígenes marítimos del distrito están presentes en todos los actos, incluso desde los carteles que anuncian su llegada. Aunque se han ido incorporando figuras, la Semana Santa Marinera de Valencia giraba en torno a las imágenes del Nazareno, del Cristo y de la Dolorosa, cuyo sufrimiento identificaban los vecinos con sus penurias en el mar y la espera de sus mujeres.
Los antecedentes de la celebración son diversos y la ausencia de fuentes documentales complica su ubicación histórica. La tradición oral valenciana la sitúa en el siglo XV, junto al resto de procesiones castellanas, con la creación de la Concòrdia dels disciplinants, de la que fue prior San Vicent Ferrer, patrón de la Comunidad Valenciana. No obstante, aunque la hermandad realizaba actos de penitencia, poco tienen que ver con las celebraciones de los Poblados Marítimos valencianos, y esta tesis no convence a los estudiosos.
Otros historiadores sitúan las primeras manifestaciones en torno al año 1800, como también indican algunas obras literarias, fecha de nacimiento de algunas hermandades, pero no es hasta la primera mitad del siglo XIX donde los entendidos ubican el inicio de la tradición.
La Semana Santa Marinera, con sus rivalidades con el resto de la ciudad, sobrevivió al convulso cambio de siglo, también a la contienda civil, y comenzó a rearticularse sobre sus esencias para convertirse en lo que hoy se ve en las calles. En 1920 esta tradición moderna comienza a configurarse, en paralelo a la absorción de los poblados por la ciudad. Una década después fueron creciendo las hermandades y cofradías hasta llegar a la treintena actual.
La ostentosidad de otros festejos nada tiene que ver con la humildad del Cabanyal. En su Semana Santa, las imágenes no son propiedad exclusiva de la Iglesia y son los vecinos quienes las guardan, cuidan y exhiben. Entre las redes de pesca de arrastre, de pesca dels bous, se teje barrio, fraternidad y aprecio por lo colectivo.
Los vecinos acogen en sus calles La Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús, con representaciones que no se encuentran en otro lugar de la geografía patria. Si no se tiene la suerte de poder acudir en estas fechas, puede visitarse en la Casa Museo de la Semana Santa Marinera, que reúne el resto del año el patrimonio de las corporaciones, hermandades y cofradías.
Si eres un novato en el Cabanyal, no tienes más que dejarte guiar por el sonido de los tambores y las cornetas para encontrar la procesión. Que la música te acompañe. El acto del prendimiento de Jesús, escenificado por dos hermandades el Miércoles Santo, es el punto de partida de los días grandes de la festividad. El corazón del Cabanyal acoge la representación del pasaje bíblico, uno de los más comunes, y hasta nueve procesiones se dan lugar de manera simultánea en el preludio de las intensas jornadas posteriores.
Las peculiaridades del Marítimo empiezan a aparecer el Jueves Santo con la Visita a los Santos Monumentos. Este pasacalles data de 1929 y tiene como único acompañamiento el de los tambores, sin imágenes religiosas ni personajes bíblicos. Las hermandades recorren las cuatro iglesias del distrito marítimo, deteniéndose en cada una para rezar. Pero en el barrio marinero hay templos más allá de los que marca la Iglesia.
La del Jueves Santo es una de las noches más especiales para quienes viven la tradición, pero también para los visitantes. Durante la Pasión, las imágenes abandonan las capillas y se resguardan en los domicilios de vecinos afortunados, que improvisan altares en sus salones.
Cada vivienda se convierte así en un pequeño santuario, convenientemente adornado, que se abre a los visitantes, a los que se recibe con unas pastas y un trago de mistela, un licor dulce nacido en las tierras en las que sopla el levante. Así, hasta al más ateo se le aparece la fe.
Casa por casa, local por local, fieles y curiosos pueden disfrutar de las cuidadas tallas del Cabanyal. La visita a las imágenes puede realizarse durante toda la semana, aunque la del jueves es la mejor noche, ya que no salen en procesión hasta la madrugada del viernes.
Y de las casas particulares, al mar. Sí, sí. Los Cristos, al mar. El Viernes Santo se vive desde el alba hasta la medianoche: es el día más ceremonioso, aunque también el más denso, con largas procesiones que requieren un buen sitio para sentarse a disfrutarlas. Durante la mañana, los primeros rayos de sol están reservados para los más devotos. Sobre las 7, se produce unos de los actos más conocidos de la festividad en el Cabanyal: el encuentro y traslado de dos Cristos a la playa.
Las procesiones comienzan cuando el sol amenaza con salir, buscando las tallas en las casas en las que han pasado la noche, y finalizan en la playa, ante la mirada incrédula de los bañistas poco acostumbrados al espectáculo. Por muchos años que tenga la tradición, siempre queda algún visitante por sorprender cuando la hermandad hace descender la imagen hasta el agua. Allí, dos mujeres protagonizan el momento, colocando una corona de laurel, representando al personaje bíblico de María.
Completado el traslado, se procede al rezo por los fallecidos en el mar. En origen, esta oración se realizaba por los vecinos pescadores, pero con el paso de los años y la crisis migratoria ha ido adquiriendo un carácter social. Durante los últimos años, las cofradías han homenajeado a los migrantes fallecidos en el Mediterráneo en su peregrinación por una vida mejor.
Llegado el mediodía la jornada adquiere un carácter teatral con los Vía Crucis. Esta procesión representa pasajes bíblicos con sus figuras, algo insólito en otros actos de penitencia, que convierte las pintorescas calles del barrio en un escenario histórico. Los afilados capuchones se mezclan con los pequeños y coloridos azulejos de las fachadas e intensifican el espectro cromático del barrio.
Decenas de soldados invaden las calles del barrio pesquero. Son, para sorpresa de muchos, las corporaciones, que representan luchadores de diferentes épocas históricas; los hay romanos –pretorianos y longinos–, de las cruzadas –sayones– o de la época napoleónica.
Esta representación da paso a un acto solemne en el que se conjugan todas las cofradías, hermandades y corporaciones de los Poblados Marítimos: el Santo Entierro. Una procesión vespertina, con los últimos rayos de sol al caer, en la que participan cerca de 4.000 personas que representan con sus imágenes y tallas la Pasión de Cristo: la última cena, la flagelación, el juicio, la sentencia, el camino al calvario y la muerte.
En este caso el carácter es mucho más formal, predominan los colores oscuros, el paso es lento y el silencio deja a las imágenes el papel protagonista durante sus cinco horas de duración. Es, efectivamente, un rito fúnebre. Al día siguiente, como en el resto de festividades en España, predomina el luto.
Las festividades suelen tener un final apoteósico. Y en El Cabanyal, lo hacen a la manera mediterránea. A mediodía, con luz, y con fiesta. El domingo se celebra el tercer gran acto colectivo de la Semana Santa Marinera: el Desfile de Resurrección, en el que participan de nuevo los 4.000 integrantes de las cofradías y hermandades.
En contraposición al rito del viernes, el Domingo de Resurrección los personajes bíblicos vuelven a salir a la calle, esta vez ataviados con trajes de colores llamativos. Los intérpretes cambian sus atributos por flores, que lanzan al público entre marchas alegres, sin apenas imágenes, pero con mucha música.
Es entonces cuando un río de color inunda las ya vivas calles del Cabañal, con las corporaciones armadas (los sayones, longinos, pretorianos y granaderos) a la cabeza, en oposición al ritual del Viernes Santo. Y entre alegría y gritos de entusiasmo, se despide la Semana Santa del barrio hasta el año siguiente.