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Se ha convertido en uno de los principales atractivos para los madrileños y sus numerosos turistas. Las colas en el acceso lateral del 'Hotel Plaza España' compiten con las del Museo del Prado, el musical de El Rey León o del Primark de Gran Vía. "En menos de tres semanas abiertos hemos recibido más de 25.000 visitas", reconocen desde la cadena hotelera RIU, nueva propietaria del histórico inmueble.
A las 7 de la tarde suele ser la hora pico de acceso. A pleno sol, un matrimonio que debe rondar la edad de la jubilación se suma a la fila sin saber muy bien para qué –en uno de esos gestos tan idiosincrásicos de esta ciudad en cualquier época del año–. Apurarán el helado antes de llegar a la taquilla y preguntar para qué ha sido la espera. "Nos ha pasado más de una vez y todavía ninguno se ha dado media vuelta cuando les hemos dicho que arriba están las mejores vistas de toda la ciudad", confiesa uno de los empleados.
Al subirse al ascensor, dan ganas de pedirle al botones que nos lleve directos al cielo, aunque éste está ubicado en la planta 27, a 100 metros de altura del suelo, y se llega a él en 25 segundos. Por cierto, no busquen en la botonera la planta 13 –tampoco pidan alojarse en la habitación con este número–, pues la superstición que las hizo desaparecer en el antiguo 'Hotel Plaza' se mantiene aún en el siglo XXI.
Al rooftop de Plaza España, un espacio de 570 metros cuadrados, se accede por unas escaleras desde la planta 26, donde está ubicada la discoteca 'De Madrid al Cielo', de ambiente ochentero estilo Movida madrileña, con baldosas luminosas multicolor y sesiones de djs y unas vistas también a la ciudad, pero a través de unas cristaleras.
Arriba nos espera el '360º', "el skybar con las mejores vistas panorámicas de toda la ciudad de Madrid". Y, en esta ocasión, no es una exageración. De frente, nada más salir, da la bienvenida la Plaza de España, aún en obras, y la vecina Torre Madrid, 25 metros más alta que el Edificio España (117 metros) y cuyos vecinos de las plantas superiores han perdido la exclusividad de esta visión de pájaro.
Si nos asomamos a otear el horizonte, al oeste descubrimos el Templo de Debod, con sus tonos dorados cuando va cayendo el atardecer; la extensa Casa de Campo, con su lago y la silueta de la montaña rusa y la lanzadera del Parque de Atracciones despuntando sobre el conjunto de pinos, cedros y plátanos de sombra; el majestuoso Palacio Real y la Catedral de la Almudena, rodeados de los concurridos jardines del Campo del Moro y Sabatini y el vecino Teatro Real de la Ópera.
Desde esta altura se distinguen los transeúntes y vehículos que recorren ambos sentidos de la Gran Vía madrileña, con las luces de teatros musicales y negocios encendidas todo el día, y el perfil recortado de sus edificios icónicos, como el de Telefónica y el Carrión de Callao, o aquellos coronados por templetes y cúpulas rematadas con esculturas aladas, como el Madrid-París o el Metrópoli. Justo detrás de este último, el edificio de Correos de Cibeles, sede del Ayuntamiento de la capital, con el Retiro a su derecha y a la izquierda, el inicio del Paseo de la Castellana.
En la parte trasera de la azotea, la cara este de la capital, se elevan sobre el mar de tejados el Pirulí, la Plaza de Colón –con la gigantesca bandera y la Torre conocida por los madrileños como el enchufe, por su peculiar remate final en tono verdoso–, el complejo de Nuevos Ministerios, el conjunto de rascacielos de AZCA, entre los que destaca la Torre Picasso..., y al final del Paseo, las torres inclinadas KIO y el perfil de las Cuatro Torres, que coronan el cielo chulapo. Ya en el lado norte, la calle Princesa que se desemboca en el Faro de Moncloa y el Arco de la Victoria y la carretera de A Coruña, cuyo recorrido se pierde entre la arboleda, por detrás de la Torre Madrid, dirección a una sierra que se dibuja con toda nitidez al fondo.
"Es cierto que estamos ofreciendo unas vistas de Madrid a los turistas espectaculares; pero a mí lo que más me gusta es cuando se las redescubrimos a los propios madrileños", admite uno de los responsables del grupo hotelero, mientras señala el patio interior del Conde Duque y la fachada del cercano Palacio de Liria, en dos instantáneas imposibles de obtener a pie de calle. "Aunque los atardeceres en otoño o esos días despejados de invierno, en los que el azul del cielo parece pintado, para mí sí que son una postal de cine", insiste.
Entre las conversaciones de los clientes, acomodados con una copa en los sofás y mesas repartidas por la terraza, y el suave hilo musical que ambienta la zona, se cuelan el santoral católico completo y el recuerdo sentido a los familiares no presentes del acompañante que diseñó el plan turístico de la tarde. "¡No corras, ni saltes!", "¡Deja de hacer el tonto, por tu padre!", "¿Y si se rompe justo ahora?"... Uno de los atractivos más adrenalíticos con los que cuenta esta azotea es su pasarela, de 4,5 metros de longitud, acristalada y suspendida a una altura de 100 metros.
Muchos pasan sin mirar abajo, donde se dibuja el logotipo de la cadena hotelera y transitan, ajenos a las alturas, viandantes y camiones de reparto. La realidad es que, aunque cada una de las 4 placas de vidrio que conforman el puente soporta 2.000 kilogramos, provoca cierto respeto la atracción, no apta para aquellos que sufren (sufrimos) de vértigo –¡qué envidia de esos camareros que, sin imutarse, la atraviesan con la bandeja alzada!–.
Los más valientes se tiran, como si nada, al piso acristalado y con ayuda del palo selfie –o algún apiadado compañero de aventuras– se retratan suspendidos en el vacío para triunfar en Instagram. Otros prefieren no soltarse de las barandillas, también transparente, y urgen con aspavientos a que disparen la fotografía oportuna desde la entreplanta que hay justo enfrente de la pasarela, entre los pisos 26 y 27.
Si en la azotea se han permitido esta licencia arquitectónica pensada para los tiempos de likes, en el hall del hotel, la cadena Riu ha apostado por un viaje a los años cincuenta. Inaugurado el pasado 7 de agosto de 2019, la icónica estructura y fachada neobarroca a dos colores, blanco y rojo, se conserva tal y como la diseñaron los hermanos Otamendi en 1953. El octavo rascacielos más alto de la capital ha sobrevivido a doce años de abandono, múltiples propietarios y avatares urbanísticos y ahora estrena una segunda vida convertido en hotel de 4 estrellas y 585 habitaciones.
"Al entrar en el lobby, muchos clientes nacionales nos dicen que es como un escenario de la serie Velvet", aseguran desde el hotel. Se han restaurado las puertas, vidrieras y letreros originales de la entrada, el mármol verde de las fachadas y suelos, los detalles de cobre, las lámparas de candilejas del techo, la escalera principal con su pasamanos de hierro forjado y se han reubicado en la recepción y la cafetería los sobrerrelieves de evocación griega que hace más de medio siglo decoraban otras estancias.
Entre esos guiños a aquellos años en los que Elvis movía la cadera al ritmo de rock and roll y las chicas suspiraban por los ojos de James Dean, han colocado una cabina telefónica antigua, quizá una de las pocas que queden en uso ya en todo Madrid. Y junto a los ascensores se ha rehabilitado la antigua botonera; aunque ahora las luces no marcan las plantas por las que discurren los elevadores sino fechas significativas para los arquitectos que han trabajado en esta remodelación. Dan ganas de pulsar el número 27 y repetir: "Botones, por favor, otra vez al cielo".
AZOTEA 'HOTEL RIU PLAZA ESPAÑA' - Gran Vía, 84. Madrid.
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