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Iban cerrando persianas, florecían centros comerciales y franquicias, abrían tiendas de tecnología, pero ellas sobrevivían. Aún lo hacen. Y sin intención alguna de marcharse. Algunas llevan más de un siglo. Forman parte del paisaje urbano de la ciudad y casi de nuestras señas de identidad. Que te acompañe en este paseo el historiador, anticuario y galerista Joaquín Guzmán, hace que la ruta sea más dichosa: tiene todos los datos de todos los recovecos del centro histórico de la ciudad, que desgrana con soltura y sin darle importancia.
Según Guzmán, en Valencia, este barrio histórico donde se ubican las tiendas centenarias elegidas, aún está a tiempo de evitar la gentifricación, un asunto que preocupa mucho a los urbanitas apasionados y cultivados, como es su caso. En tono jocoso, dicen algunos arquitectos que cuando aparece el primer muffin ya se puede decir que estamos al 75 % del proceso de gentrificación. Ninguna de estas tiendas primorosas los vende, por cierto…
Estos establecimientos, con sus artículos únicos, con el trato especial de sus encargados (que son los dueños o los herederos de los primeros dueños en todos los casos), son un claro ejemplo de que se puede convivir con la locura del turismo y con las grandes superficies, con lo de nuevo cuño. Han visto desfilar a varias generaciones y ahí siguen. Son especiales por dentro y por fuera. Y únicos. Llevan viendo la vida a pie de calle desde el siglo pasado.
El local en el que se ubica, en una recuperada calle peatonal del centro histórico, es de 1850. Enfrente está la también la mítica Almacenes El Siglo, una de las primeras galerías comerciales, hoy reconvertida en un centro cultural.
La librería fue primero una farmacia y luego una mercería, hasta que llegó Rafael Solaz, el librero pasional, y ubicó sus libros de colección, sus cachivaches antiguos, sus folletos en estanterías del siglo pasado. Lo conservó todo y la librería parece de verdad formar parte de otra época. ¿Quién la visita? Pues todo tipo de gente, dice el dueño, desde los bibliófilos típicos hasta los coleccionistas, investigadores, muchos lectores de la generación de los 50…
Solaz recoge vestigios en casas antiguas, recibe herencias particulares que a veces son gloria pura, como ese libro raro que tiene entre los anaqueles: un ejemplar de cinco novelas en los que cada una de ellas está escrita sin una vocal. Asegura estar en esto porque "me hace feliz, me lo paso bien". Y sí, vive de ello. Mientras suena de fondo una música de jazz envolvente, los 15.000 libros sitos en esta tienda centenaria esperan a sus singularísimos lectores.
Librería Anticuaria Rafael Solaz - Calle San Fernando, 7. Tel. 963 91 91 78.
Lleva ahí, en una de las plazas más singulares y más visitadas de la ciudad, desde 1820. Casi 200 años vendiendo sombreros. En los años 30 del siglo pasado, cuando casi todo el mundo los llevaba, y ahora, que viven un ligero revival gracias en parte a los "jóvenes modernos que han vuelto a poner de moda esta prenda", tal y como apunta Inmaculada Albero, la mujer que regenta ahora la tienda. La suya es la tercera generación familiar. La sombrerería conserva reliquias: una máquina de los años 20 que servía para ensanchar los sombreros, y que según Inmaculada, casi funciona mejor que la actual, (sí, hay una máquina que se usa para eso, por ejemplo, para hacer grandes las gorras).
En 1820, sus fundadores tenían también taller, donde diseñaban y confeccionaban los sombreros para señora, niño y caballero. La variedad sigue siendo una de las máximas de esta tienda que conserva el emblema que se usaba al principio (y durante muchos años) para identificarla: un león. "Estas imágenes se usaban para que la gente que era analfabeta encontrara la tienda. Como no sabían leer, se guiaban por la imagen del león", apunta. Nuestro guía Joaquín Guzmán corrobora que era una práctica muy habitual a principios del siglo pasado. La gente miraba la fachada de la tienda, veía el león en este caso y ya sabía que estaba en el lugar correcto: lo he comprado en "la del león", decía después cuando le preguntaban.
¿Pero de verdad se puede vivir en pleno siglo XXI de vender sombreros, ahora que todas las tiendas low cost lo hacen? Se puede. Hay clientes fijos, con un estilo propio, que buscan el oficio y la atención personalizada al elegir, por ejemplo, su Panamá para el verano. Y otro dato: buscan un sombrero de calidad y a ser posible imperecedero.
Sombrerería Albero - Plaza del Mercado, 9. Tel. 633 39 14 58.
Una de las puertas de este establecimiento, de hace ni más ni menos que 225 años, da directamente a la plaza redonda, un lugar visitadísimo de la ciudad por su singularidad. En contra de lo que su nombre indica, jamás vendió ollas (el nombre se lo debe a que en su altillo se almacenaban, en los inicios, las ollas de hierro que venían de Marsella, similares a las que usaban Astérix y Obélix).
Fundó la tienda un sastre francés que huía de la revolución y la llenó de lentejuelas, hilaturas, bordados… Varias generaciones después llegó a regentar la tienda el que quizá sea el último heredero, Jesús Almenara, que sigue vendiendo lo mismo que sus antepasados: imaginería religiosa e indumentaria valenciana.
"De los artículos religiosos cada vez vendemos menos, apenas un 5% del negocio. El resto tiene que ver con las fallas. Eso sí, yo me sigo sabiendo de memoria todo el santoral". Jesús es un propietario insólito de esta tienda con su melena y estética rockera. Músico de rock americano (su banda se llama La gran esperanza blanca, y tuvo interesantes momentos en los ochenta), contrasta y mucho con los santos en sus hornacinas, las cruces, y las peinetas de fallera. Pese a todo, el negocio funciona, él lo lleva con maestría y su fachada es continuamente fotografiada por turistas y viajeros.
La Tienda de las Ollas de Hierro - Calle Derechos 4. Tel. 963 92 20 24.
Vinos, aceites, licores y Vicente Gabarda, el dueño, un entusiasta bodeguero, apasionado de su oficio y de mucho más. Todo eso está dentro de este local de 1870, ubicado en un antiguo palacete del siglo XVIII. Antes albergó la nieve que llegaba de la Serranía de Valencia (tuvo durante mucho tiempo ese nombre tan literario, La bodega de las nieves) con el que se elaboraban, por ejemplo los granizados de limón. Primero vendieron el licor a granel hasta que se prohibió esa manera, en los 70. El cliente encuentra en esta licorería lo de siempre y lo de ahora, productos que no se hallan casi en ningún sitio, y una atención esmerada.
Vicente, además le da calor a todo lo que toca y pese a que se lo preguntan cien mil veces, no tiene problemas en repetir la historia de su bodega. "Las licorerías y las destilerías valencianas han desaparecido todas, así que yo mantengo en este espacio parte de la historia", dice mientras nos pasa orgulloso a la trastienda donde nos espera un recinto casi sagrado y cerrado con llave: guarda allí su colección maravillosa de licores en miniaturas, más de 8.000, de todos los lugares y las especies que uno pueda imaginar.
Y junto a las pequeñas botellas, una singular colección de instrumentos musicales antiguos, su otra pasión. Así que la mirada del visitante elegido –Vicente no deja entrar a cualquiera a ese pequeño museo, del que solo él tiene llave–, se reparte entre los brandis, aguardientes y coñacs, y las mandolinas napolitanas, los oboes parisinos y los acordeones del siglo pasado. Si está de buen humor, que suele estarlo, Vicente coge uno de los saxos antiguos y se arranca en un solo. Un lujo para los oídos.
Bodegas Baviera - Carrer de la Corretgeria, 40.
Empezó como una sastrería allá por 1870, y desde entonces es una empresa familiar. Los estantes donde ahora se exhiben todos los elementos para la decoración del hogar son los originales y una preciosidad preside la tienda: un mostrador modernista de finales del XIX y un ángel de hierro que se usaba también para identificar la tienda ante los no ilustrados, como en buena parte de los establecimientos de la época.
Ana Real forma parte de una nueva generación familiar que ha apostado por seguir con la tienda, y sí, se considera una superviviente. Mantener esos materiales, apostar por ese público limitado al que va dirigida su tienda y optar sin concesiones por la calidad y la diferencia son sus máximas. "Es mas fácil –dice– montar una tienda con estantes de Ikea, claro, porque esta madera hay que mantenerla, pero yo eso no lo puedo hacer". No va en su filosofía, porque su público es, efectivamente, un público especial que busca una tela precisa con un estampado preciso para un rincón preciso de una casa. Y que sabe que Ana Real va a saber cuál es el crepe, el damasco o el dril indicado para cada caso.
El Ángel de Plata - Carrer de Liñán, 4 y 6. Tel. 963 51 89 05.
En plena plaza del Ayuntamiento y en un pasaje peatonal con un encanto insólito, Rosario Vidal Camps, la quinta generación, vende guantes. Solo guantes. Sus antepasados empezaron fabricándolos a 100 metros de donde se ubica ahora la tienda. El lugar en el que está es para detenerse, por su historia. Fue a finales del XIX cuando la condesa de Ripalda, que pertenecía a alta burguesía valenciana, quiso traer a Valencia el estilo arquitectónico de las ciudades italianas, así que encargó al arquitecto Joaquín Arnau este pasaje, que conserva su estilo neoclásico, sus dinteles y sus ménsulas, bajo las claraboyas que aún dan luz al pasadizo. Fue el primer pasaje comercial cubierto y albergó el hotel 'Ripalda', donde se instaló el primer ascensor de la ciudad.
Así que el público que visita la tienda de Rosario es un público también peculiar, que ataja por esta senda peatonal y se para a probarse guantes de piel, de lana, elásticos, de raso, de cuero, cortos, hasta los codos como los de Gilda o mitones. Vendieron guantes de tafilete y hoy los colores vistosos inundan el escaparate del siglo pasado. "Tengo clientes de fuera, del extranjero, de ese turismo que hace noche en Valencia", que es el que de verdad aprecia y que si viene a la ciudad más veces, vuelve. ¿Su seña de identidad? La relación calidad precio, y, otra vez, su atención individual. Conserva, también, la máquina para ensanchar los guantes, una bonita pieza de madera. Nuestro negocio, pese a ser tan antiguo "está muy vivo", dice Rosario.
Guantes Camps - Pasaje Ripalda, 7. Tel. 963 52 25 26.