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Un buen paseo por el corazón de Donostia –también conocida como la Bella Easo– siempre es inspirador. Hay mucho que aprender y disfrutar: historia, arte, sabores y emociones. En la Parte Vieja y en el Área Romántica, la presencia de la belle époque se respira, atrapa. 'Casa Ponsol' con sus sombreros y boinas estilosas; la pastelería 'Otaegui', con sus irresistibles pantxinetas. 'Matilla' tiene detalles divertidos para comprar y regalar: un gorro para playa de época, por ejemplo. 'Irulea' es para algo clásico, muy donostiarra, como un pijama de algodón o seda, o tal vez ropa de bebé. La perfumería 'Benegas' es un espacio de principios del XX donde habita madame Chanel, una veraneante más en San Sebastián, y 'Atlantis', un espacio de moda que evoca al art déco de monsieur Balenciaga.
Para comer, lo mejor es ir al abrigo de la plaza de la Constitución, punto neurálgico de principios del XIX, y alguna vez, plaza de toros. En la Consti, cada 20 de enero, día de San Sebastián, arranca la Tamborrada, la fiesta donostiarra por excelencia. Durante 24 horas desfilan por toda la ciudad comparsas con tambores y algarabía. Tras la contemplación, nada como curiosear más rincones que provoquen imaginar la eternidad de la muralla del XII en comunión con la iglesia de San Vicente (XVI) –el primer edificio de Donostia y joya del gótico– y la basílica de Santa María (XVIII), en línea recta con la catedral del Buen Pastor (XIX).
Santa María, en principio románica, después gótica, hoy estilo barroco; está a las faldas del Urgull, cuyas vistas hacia la urbe desde los miradores y la atalaya del castillo de la Mota, coronada por el Sagrado Corazón… dejan sin aliento. Al descender, una visita al Instituto de Arquitectura de Euskadi, inaugurado recientemente en el convento de Santa Teresa, del siglo de oro, será lo mejor para entender la entrañable relación entre el monte y su fortificación. Hasta hace poco, en la iglesia, parte del conjunto, vivieron las carmelitas descalzas. Fue su hogar durante cuatro siglos.
'Ponsol' es mítico en cuanto a compras en San Sebastián, un lugar con encanto y opciones de todo tipo: boinas, panamás de paja ecológica tejidos en España. Fue la primera sombrerería en Euskadi y está entre las veteranas del país. Es el establecimiento más antiguo, con escaparates tan peculiares que incitan a entrar. A sus 138 años, exhibe con orgullo un gran mostrador de una sola pieza en caoba que maravilla a los ebanistas y sus vitrinas firmadas por "De Taffe, Bruxelles, 1893", su gran tesoro, al igual que algunas máquinas de coser utilizadas en la confección de sus diseños.
Fundada en lo viejo, llega al nuevo milenio envuelta en el glamour de la literatura y del cine. Iñaki Leclercq García, cuarta generación, muestra con orgullo el libro donde aparece. Se trata de Quirke en San Sebastián de Benjamin Black, pseudónimo de John Banville, superventas de novela negra. Woody Allen también le ha confiado su cabeza y las de su producción, estrenada en San Sebastián en el Festival Internacional de Cine del 2020, donde se lucieron sombreros de paja toquilla. Sus marcas son señeras: Signes, Stetson, creadores del sombrero vaquero; Seeberger, boinas belgas; Elosegui, la boina vasca. Hay infinidad de colores, materiales (fieltro, piel, lana), formas (copa, bombín) y diseños (patchwork, pata de gallo, tweed).
Su andar arranca en 1838 con el francés Bernardo Ponsol, un sombrerero con ingenio en un siglo muy convulso que consiguió destacar. La capital guipuzcoana estaba renaciendo como ave fénix tras el devastador incendio de 1813 (se dice que ha tenido 13 desde su fundación). La alegría se desbordaba por todas partes: brotaron las primeras comparsas; el germen de la Tamborrada, aumentaron los lugares de comida popular –tascas, fondas–, así como también los restaurantes de postín –en Madrid estaban 'L’Hardy', 'Horcher' (2 Soles Guía Repsol), 'Casa Botín'–.
A Ponsol le tocó ver el inicio de las tres guerras carlistas y cuando la Bella Easo comenzó a perfilarse como la estación balnearia de Isabel II y su corte, que tomaban "baños de ola" con fines terapéuticos ante los brotes de cólera. También asistió a la caída de la mítica muralla en 1863 y vio cómo con el ferrocarril el turismo resultó imparable.
A Agapito, el hijo de Bernardo, le tocó beber de las mieles de fin de siglo con la belle époque, el periodo de pujanza industrial, económica, cultural y en el que llegó la electricidad. Además de sombrerero de Alfonso XIII, fue el concejal que propuso para el Paseo de la Concha el tamariz (no tamarindo), el árbol icónico de la ciudad al borde del mar. A su muerte, el legado pasó a su socio donostiarra de origen belga, José Leclercq, que experimentó el hechizo del art déco.
Quien padeció los coletazos de la Guerra Civil fue Ignacio, su hijo: incautaron la tienda para producir gorras militares. Su sucesor, Iñaki Leclercq Díaz, la remodeló en los 80, revivió el mobiliario y los detalles que tal vez cautivaron a Black, el escritor irlandés, de ahí que lo mencione en su libro: "Encontraron una sombrerería, no muy lejos del hotel. Se llamaba 'Casa Ponsol'. Un cartel sobre la puerta anunciaba con orgulloso donaire que se había fundado en 1838. Podría haber sido un anexo del Londres. Quirke se sintió intimidado".
La pastelería artesanal 'Otaegui' llegó con la belle époque también a Narrika, una calle por la que desfiló José I Bonaparte en 1808 al proclamarse soberano, y que desapareció en 1813 entre las llamas cuando las tropas portuguesas y escocesas derrotaron a los franceses. Sobrevivieron las iglesias de San Vicente y Santa María, y algunas casas de la calle de la Trinidad, desde esa fecha calle 31 de agosto, día de la fatalidad.
La chispa de la historia fue la amona Josefa, quien pasó el testigo a su hermano Pedro y a su mujer Emiliana Malcorra, alma mater de la pantxineta, el tradicional postre vasco: hojaldre relleno de crema, cubierto de almendra marcona. Iñigo Otaegui, el biznieto, comenta que posiblemente la abuela se inspiró en el franchipán, la crema de almendra, huevo y leche –receta italiana del XVI– que en Francia se usa para rellenar la famosa tarta de Reyes. La crema de la pantxineta –marca registrada hace tres años en ambos idiomas– no lleva almendra, va por fuera tostada y crujiente. Otro triunfo es el roscón de Reyes. "Se llegan a hornear 2.500 piezas. El hornero es fundamental. Tenemos dos y somos 25 trabajadores en total", cuenta.
El bizcocho de almendras fue el capricho de la Reina María Cristina de dicho establecimiento, gestado en Gros en 1886. Otaegui detalla que "el sabor clásico de su obrador fue otorgado por los reposteros, también cocineros, franceses y centroeuropeos que llegaron con la nobleza a finales del XIX y se quedaron tras el estallido de la Gran Guerra. Además de pastelería y confitería, fue ultramarinos. Vendía miel, velas, conservas".
"Es un lugar de producto fetiche. Hay quienes vienen a por suspiros, merengues de café, palmera de chocolate, plumcake… y si no hay, se molestan", asegura. Ofrece 46 variedades de pastas y bombones. Al francés le gusta el gâteau basque, al japonés todo, y además es un gran seguidor en redes sociales gracias a una influencer que cayó rendida ante tanta tentación.
Los Otaegui comenzaron su andar por la historia gastronómica al igual que Escolástica Lete y José Mari Arzak, quienes abrían una modesta taberna en 1887. Posiblemente jamás imaginaron que serían el germen de la Nueva Cocina Vasca, encabezada en los 70 del XX por su nieto Juan Mari Arzak. Y que Elena en el XXI sea la vanguardia.
'Matilla' e 'Irulea' están en la Calle Mayor. 'Matilla' es una perfumería y droguería que atrapa por su aire nostálgico. Álvaro Matilla, cuarta generación, explica que su especialidad son las lociones, los cosméticos, los artículos de limpieza para el hogar de marcas tradicionales y familiares. Las prefiere sobre las multinacionales, donde "se desconoce quién es el dueño y solo son financieros".
Al igual que sus antecesores decidió hacer su vida en el corazón de la villa fundada en 1180 por Sancho el Sabio, a los pies del Urgull ("orgullo" en gascón), el monte una vez isla. La aventura comenzó con el farmacéutico burgalés Alberto, en 1928. Además de una farmacia donde vendía a los pescadores cloruro de cal, maíz para la pesca del bonito y mercurio para blanquear el cebo del chipirón, abrió la droguería con artículos de limpieza a granel.
En el siglo XXI tiene marcas históricas y una estrecha relación. Varias italianas: Nuncas, una casa familiar muy conocida, considerada el Gucci de la limpieza. Marvis, dentríficos con empaque retro que conquistan lealtades, al igual que los cepillos de dientes con mango de celuloide de Koh-I-Noor, con 80 años, ecosostenible, artesanos. Los amantes de la barbería preguntan por Proraso, con brochas de pelo de tejón, un imprescindible en accesorios masculinos.
De Londres tiene Pears, el primer jabón traslúcido, de glicerina, fechado en 1807. El objeto de deseo, con ventas online disparadas, es el jabón del Titanic, de Vinoli Otto Toillet Soap, el proveedor del trasatlántico. Su presentación es como una antigua lata de sardinas, ovalado, blanco, cremoso.
En colonias míticas cuenta con Casa Windsor, Álvarez Gómez. Los franceses buscan la centenaria Maja, de Myrurgia, con la bailarina que fascinó a generaciones, envuelta en rojo y faralaes, una imagen de Eduard Jener inspirada en la bailarina Carmen Tórtola Valencia. "La relacionan con España y curiosamente se hace en México", desvela Matilla.
Entre sus 7.000 referencias, comenta que los éxitos del verano son los abanicos, y por supuesto, los gorros de látex, de distribuidores de Alemania y Madrid. Causan sensación sus diseños que seducen a ir a la playa y untarse con la "peculiar crema solar Parhelios Cebid, al aceite de visón y germen de trigo, un clásico".
'Irulea' es una casa de ropa y lencería de cama cuya fama va más allá de las fronteras. Su mobiliario es original de los 30 del siglo pasado. Fue hilada por Manuela Barandiaran, una abuela visionaria que montó el negocio para sus hijas, mientras se casaban, y si lo hacían, que siguieran. "Una idea revolucionaria en esos años", dice Ayago Villar Pagola, la nieta.
A noventa años de su creación, 'Irulea', hilandera, destaca por la calidad de sus textiles y primorosas piezas confeccionadas a mano: toallas, manteles, ropa de cama con sábanas en algodones, egipcio y satén de hasta 300 hilos con bordes ribeteados o delicados y vaporosos encajes. También son célebres su lencería en batas para mujer –algodón, hilo, seda– y los vestidos de niña en Liberty, "tela inglesa de algodón, estampada, que envejece muy bien", explica Villar Pagola.
"Gusta mucho lo clásico, sobrio, los tejidos actuales, ecológicos", agrega. Su trabajo es parte del guardarropa de Carlota, princesa de Cambridge e hija de los duques de Windsor, presentada en sociedad vestida de 'Irulea': jersey, patucos y gorrito color hueso. A pesar de vender bien, y tener la web activa, "ya nada es lo mismo y todo está triste". Rememora el pasado en el que se vendía de todo, "no sé, comida, skies… Hubo rachas muy malas y se almacenaban víveres".
El Centro o Área Romántica en frente de la Parte Vieja surgió tras el incendio. Su forma cuadrada y belleza fueron alabadas por Victor Hugo, el escritor francés. En dicha zona están dos establecimientos: 'Benegas', la reputada maison donostiarra de perfumes y 'Atlantis' de sombreros y complementos.
Desde la esquina de las calles Garibai y Peñaflorida, en 1908, 'Benegas' contempló cómo en el ambiente flotaba el jazz, el charleston. Vio el automovilismo en su máxima expresión, las primeras experiencias de aviación cuando un avión biplano atravesó la Concha. Asistió a los cambios en la restauración: se abrieron restaurantes a la carta, brotaron infinidad de bares, bodegones, tascas, vinaterías. Fue a las inauguraciones del 'María Cristina', el teatro Victoria Eugenia, el Paseo Nuevo, La Perla… Y, asimismo, se sorprendió con los efectos de la Primera Guerra Mundial, la pandemia de gripe en 1918.
Es un templo de los aromas. Es llegar y el olfato se agudiza. Charo Benegas y su hijo Luis Gimeno Benegas dan cátedra al orientar. Preguntan qué gusta, emociona: flores, tabaco, invierno, montaña. Usan tablas orientativas con el logo de Guerlain, que recuerda que es un espacio exclusivo de la marca, al igual que de Chanel. Es de los pocos que quedan en perfumerías tradicionales, familiares y pequeñas. Su objetivo es mimar al caprichoso, conocedor y sibarita con ediciones de algún periodo específico.
"Tenemos perfumes emblemáticos, ofrecemos historia. Son dos firmas legendarias que cultivan todas sus materias primas. Asimismo, Guerlain siempre ha estado, la bisabuela lo traía de París", explica Gimeno, ingeniero de profesión, volcado en el mundo de los aromas. Lo define como "apasionante, con gente creativa, humilde, de ideas avanzadas", que le ha inspirado a concebir junto con su madre y su tía Asun, SSirimiri Esencia, agua de San Sebastián, ciudad que describen como "elegante, dinámica, con paisaje verde, marino". La traducción olfativa: notas cítricas suaves, amaderadas. Otra creación es la Colonia de la casa, rescatada del baúl de los recuerdos, de cuando Francisco, el aitona de Tolosa, inició el negocio. Era una mezcla de colonias francesas que compraban a granel.
Nació barber shop, al más puro estilo inglés con botones, una decena de peluqueros y un apartado de fragancias. Posteriormente, tuvo complementos y regalos. En los 70, evolucionó a perfumería y cosmética con cabinas de tratamientos de belleza. En el XXI están concentrados en las redes, la venta online. Sorprende el cliente sibarita que compra en Nueva York o Washington.
El futuro les inspira seguir creando, abrirse a nuevas posibilidades a pesar de la competencia cada vez más agresiva por costos y la velocidad de los cambios. La tendencia son fragancias intensas, unisex y con materias primas exóticas o difíciles de producir a gran escala: vetiver, neroli u oud, de Oriente próximo, "una madera infectada por un parásito que se quema o destila para aceite".
El perfume "más que materia prima, es emoción". Les sorprende el trabajo de los autores porque son los cocineros. Admiran propuestas desafiantes e interesantes. Entre sus favoritos: Stefania Squeglia (Mendittorosa), Linda Pilkington (Ormonde Jayne).
'Atlantis' es un carismático espacio donde reinan los complementos. Ve la vida pasar desde 1932, muy cerca del hotel 'María Cristina'. Lo lleva Elisabeth Múgica Larriñaga, una apasionada de la moda. Selecciona objetos que evoquen algo, sienten bien a su clientela que define caprichosa, con gusto, que viaja buscando detalles y diferenciarse.
Los sombreros y tocados los trabaja con Gill Connon, una sombrerera francesa que ha pasado por Nina Ricci, Vera Wang y los reflectores de Broadway. Es experta en moda victoriana y da cursos en el Museo Balenciaga. "Cogemos citas dos veces a la semana y nada como ese contacto con el cliente, interpretar sus gustos y motivarlo a probarse algo que trae en mente, pero no se atreve. Me gusta interactuar, empujar", confiesa Múgica.
Fulares y pañuelos son otra de sus pasiones. Sus firmas fetiche: Christian Lacroix, Missoni, Elie Saab, Ungaro, Miriam Ocariz; que encuentra muy de vanguardia. Comenta que el tamaño que se lleva es el clásico de 90 por 90 cm en seda como el de la Reina Isabel de Inglaterra. También el más pequeño para el cuello, la muñeca, el bolso.
Tiene joyas de fantasía o bijoux fantaisie, muy valoradas en Francia e Italia. "En España no ha habido tradición. Allá tienen talleres familiares con diseños maravillosos en plata con baño de oro, latones. En Italia son más rompedores y trabajan muy bien las resinas. Hay dos diseñadoras en Roma, Anna y Alex, con obras de hasta tres trabajos artesanales: pintura, seda, metal. Aprecio mucho eso, saber de dónde viene lo que ofrezco", afirma.
Lleva toda la vida en la moda, la ropa vintage, las "joyitas" –así se refiere cariñosamente a la bisutería–. "Esto me hace feliz porque nací con la idea de tener un negocio propio. Perteneció a una señora, que a los 95 años seguía aquí. Estoy a gusto", dice y se nota: solo hay que ver sus escaparates que seducen al entrar a otra dimensión donde todo es estilo, belleza, elegancia. Remite al art déco, pero también a los nuevos tiempos con detalles de vanguardia.
'Atlantis', al igual que 'Matilla' e 'Irulea', llegó con el brillo del art déco. La radio tocaba copla, tango, pasodoble, Duke Ellington. En el cine triunfaba la Dietrich y en la escena gastronómica aparece la mítica, hoy desaparecida, 'Casa Nicolasa'. Vivieron la pujanza de la estación de Can Franc y también la depresión económica planetaria.
Asimismo, se sorprendieron con la modulación de la ría y el mar en el trazado urbano del rincón del Cantábrico. Fueron testigos del paso paulatino de lo clásico al art nouveau luego al art déco. Y vieron emerger edificaciones sorprendentes como el Club Náutico, que parece un yate fondeado junto al muelle, clave en la arquitectura racionalista. Modernista es la estructura de hormigón del singular portaaviones, hoy la cofradía de pescadores en el puerto, cuya remodelación ha sido recientemente galardonada.
El broche de oro de estas compras en Donosti puede ser el Monte Igueldo, donde el famoso faro decimonónico y el parque de atracciones de principios del XX, cuando la Corona comía bizcochos, compraba sombreros y se reunía en la barber shop. Es un lugar con vistas de infarto, para los donostiarras muy entrañable. Tienen fama la montaña suiza que contempla la inmensidad del mar, el tobogán, los autos de choque y su funicular, de época con vagones de madera que transportaban a los asistentes al casino y salón de baile que causaban furor.
La entrada está en Ondarreta, en el barrio del Antiguo, donde está el palacio de Miramar, estilo inglés, erigido por la madre de Alfonso XIII. Se dice que probablemente la andadura de este pueblo comenzó frente a las imponentes bahías de la Concha y Ondarreta, en un modesto monasterio dedicado a San Sebastián, de la orden de Leire, benedictinos… No hay nada claro, solo se dice, y es que ese fuego de 1813 lo abrasó todo.
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